El Magazín Cultural

Eloisa Cartonera, una editorial para todos

Había conocido solo el eco de Eloisa Cartonera, alguna vez en un congreso de bibliotecarios. Luego, cuando un amigo me dio Salón de belleza de Mario Bellatin, la primera edición de ese libro, antes de que Bellatin llegase a publicar en las grandes editoriales.

Catherine Rendón
21 de mayo de 2018 - 08:06 p. m.
Imagen del stand de Eloísa Cartonera en la pasada Feria del libro de Bogotá.  / Catherine Rendón
Imagen del stand de Eloísa Cartonera en la pasada Feria del libro de Bogotá. / Catherine Rendón

El libro quedó en el número 19 de la lista seleccionada en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles de los mejores 100 libros en lengua castellana de los últimos 25 años. El libro tiene la tapa de cartón de caja decorada con muchos colores, entre ellos los usos antiguos del cartón que dejan impresos como tatuajes las marcas de algún producto argentino. Su contenido está impreso en papel blanco de fotocopia, cosido a caballete (dos ganchos de grapadora) y pegado al cartón. Un libro rústico en el sentido más humilde del calificativo pero que resulta muy cómodo de leer y trasportar.

Ahora en la Feria del libro conocí a Santiago Vega, más conocido como Washington Cucurto, uno de los fundadores de la cooperativa Eloisa Cartonera. Lo conocí en el Foro de libros organizado por la Cámara Colombiana del Libro en el marco de Filbo 2018.

Este foro, muy diverso en sus enfoques, dejó ver el amplio espectro de lo que significa el mercado editorial. Participaron exponentes de editoriales como Sexto Piso, con quince años de trayectoria, cuatrocientos libros publicados; Planeta que es grande de la industria editorial en castellano cuyos sellos publican autores consagrados al oficio de la escritura hasta estrellas fugaces de la televisión que cuentan sus experiencias de vida; Laurel de Chile con su editora y directora Andrea Palet (con tan solo cuatro años el mercado editorial ha conseguido unificar un catálogo impresionante de nuevas voces mezclado con voces conocidas); Laguna libros, una de las independientes colombianas que a la fecha va sumando un gran catálogo de libros (con el estallido de Memorias por correspondencia inició una etapa nueva en el mercado local independiente). Además de editoriales, participaron libreros, como es el caso de Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca de la librería Tipos Infames en España, que cuentan con un espacio en Madrid para vender libros pero además su librería es una experiencia cultural donde el libro es el centro de atención pero deriva en venta de vino, exposiciones y eventos. También participaron agentes literarios, como Andrea Montejo  de la agencia literaria Indent en Nueva York y compañías de contenidos digitales como Dirty Kitchen.

El foro fue un panorama amplio de la gran industria editorial y de las pequeñas editoriales, ahora denominadas editoriales independientes, que llegan a pequeños nichos de lectores y no a las grandes masas y se enfocan en producir en dirección a ese pequeño mercado. Santiago Tobón de la editorial Sexto Piso, referencia que la lectura siempre ha sido un acto de minorías y  que basta con hacer buenos libros, además de la persistencia y testarudez para iniciar un proyecto editorial. Luna Libros, Laurel, Laguna Libros también coinciden en que editar textos consiste en hacer buenos libros buscando nuevas voces y asumiendo los catálogos como una especie de familia.

Había otra representación del mercado editorial, la edición de tendencias. Consiste en hacer libros según la cantidad de hashtag o trending del mercado (salud, comida sana, ejercicio, etc). Asumir la lectura como una actividad de entretenimiento según Juan Camilo Rodríguez (Dirty Kitchen) se trata de “integrar a las masas sin resentir a la audiencia y generar contenidos en función de las marcas dirigidas a ‘personas’ para permitir ‘conectarlas’ y que entre ellas ‘interactúen’”.

El foro permitió aproximarse a los factores que definen la cadena del libro: el escritor, que dedica años a su trabajo de investigación para crear una historia, el editor, que como dijo Carolina López Bernal trabaja con “las reglas iniciales que impone la obra y el autor” y a partir de allí recompone la obra, el trabajo del libro que entra al mercado editorial (pensar el diseño de la tapa, pensar el texto de la contraportada, pensar el cómo se va a vender, la distribución del libro para que llegue a librerías (algunas editoriales independientes, como Laurel, según Palet, busca que sea voz a voz); los libreros que a fin de cuentas son quienes se terminan relacionando los libros con quienes los buscan y por último, los lectores que deciden, entre infinidad de libros expuestos, pagar (muchas veces mucho dinero) para tener en sus manos un libro que luego a su vez estará en su biblioteca personal.

Esta cadena de suministro que desemboca en las librerías, según Richard Nash, parece más apropiada para la distribución de cereales de desayuno que de ideas. Todo para decir que los libros siempre han estado en crisis. Hay un chiste que cuentan los editores: Gutemberg imprimió el primer libro y al día siguiente la industria editorial ya estaba en crisis. La crisis actual parecería provenir de los avances tecnológicos y, paradójicamente es cuando más libros bellos, estéticos y pulidos se hacen (mejores papeles, apuestas por mejores diseños de portadas, etc). Parecer ser que ahora con las alteraciones hechas por la tecnología, los modelos tradicionales del negocio editorial deben idear nuevas formar de capturar el valor de un libro y volverlo más bello, más estético y por ende más costoso, una especie de lujo al que solo unos pocos puedan acceder.

Parte de mi motivación por asistir al foro era por conocer de cerca el proyecto Eloisa Cartonera. Me atraía desde que había llegado a mis manos el libro y me había causado una especie de fascinación por la forma y lo que había podido conocer de ellos en videos y otros textos. Figuraba en el foro la charla “Editoriales cartoneras: La creatividad y la economía juntas”, en el que conversaría Santiago Vega (Washintong Cucurto) de Eloisa Cartonera junto con Pedro David Rodríguez de una pequeña propuesta editorial cartonera caleña llamada El ahogado del sombrero, que funcionan como un proyecto social popular en los  barrios marginales de la ciudad. Esta conversación  puso a tambalear a muchos de los asistentes por la propuesta contracultural que propone inicialmente Cucurto con Eloisa Cartonera, quizá la primera editorial cartonera que surge en América Latina tan masiva y con un catálogo de grandes autores latinoamericanos.

Eloisa surge de la crisis económica en Argentina, también conocida como el Cacerolazo, que se imponía al modelo económico del “Corralito” del sistema bancario y que tuvo muchas implicaciones de orden social. Le pregunto a Cucurto luego del foro por qué en tiempos de crisis deciden hacer libros y no hacer otro tipo de objetos que pueden ser más rentables. Cucurto es callado y tranquilo. Medita las respuestas antes de hablar, cuenta que Eloisa Cartonera surge del mundo cultural, del mundo de los libros. Es un proyecto artístico social creado por artistas plásticos, diseñadores gráficos escritores y recolectores o cartoneros de la calle. Esta mezcla, cruce, de distintas clases e intereses sociales define al proyecto. “Comenzamos por los libros porque el proyecto estaba relacionado con el mundo editorial y los cartoneros, porque era el elemento principal y más visible de la crisis de aquellos momentos (2001). Por otro lado, es bueno decir que Eloisa Cartonera pertenece a toda una época de surgimientos alternativos de todo tipo de proyectos como el Club del Trueque, las Asambleas de vecino autoconvocados, las fábricas tomadas y autogestionadas por los propios trabajadores, etc. En el sistema benéfico de las tareas y productos humanos, el libro es tan necesario como los alimentos, la vestimenta y los servicios”.

Vuelvo a la conversación del foro moderada por María Osorio, directora de Babel libros, que puso en discusión esta forma de “elaboración de libros” cartoneros dentro de un mercado editorial que ahora tiene más posibilidades de jugar con el diseño, los materiales, es decir, con realizar libros donde el contenido es importante pero donde el libro (sus materiales) es también visto como un objeto preciado, o lo que Lipovesky llamaba “sacralización del objeto”. En el caso de Eloísa, fuera de los materiales innobles con que estén hechos, el catálogo cuenta con una lista de autores que grandes players desearían: Ricardo Piglia (Argentina), César Aira (Argentina), Enrique Lihn (Chile), Fabián Casas (Argentina), Víctor Hugo Vizcarra (Bolivia), Víctor Gaviria (Colombia), Juan Calzadilla (Venezuela), entre otros, en un formato de libro, sí, hecho con tapas de cartón decoradas con témperas de colores primarios y a un precio muy económico (10.000-15.000 pesos colombianos), que permite el acceso a la lectura y a la compra de libros en lugares de populares.

Me pregunto cómo contacta a los autores y cómo logra (por ejemplo Piglia hizo el libro solo para Eloisa Cartonera), llegar a una lista de autores principalmente latinoamericanos tan importante. Cucurto cuenta que cada libro publicado tiene su historia y camino, como la vida de cada persona tiene sus peculiaridades y sus tiempos. “Los contactamos a los autores por sus familiares, por amigos, por profesores y toda una cadena de gente amiga, gente sensible que nos ayuda y nos pasa información y nos brinda asesoramiento”.

Del libro “El pianista” cuenta  Piglia, en una entrevista de Página 12, que “Es una especie de experiencia alternativa, de autogestión, muy interesante”… “Tiene que ver con estas nuevas redes que se están creando en la Argentina, y con el modo en que los escritores por sí mismos están encontrando formas de conectarse con estas nuevas situaciones sociales. Más allá de que alguno quiera hacerlo, no se trata de escribir novelas sobre cartoneros, sino de establecer cierto tipo de relación y circulación en otros ámbitos.” 

Cucurto también es escritor y tiene muy clara la importancia del arduo trabajo de hacer buenos libros. Libros que son hechos a mano por un colectivo de personas que aprecian otro tipo de valor del libro que no pasa solo por lo comercial, y que tienen un tiraje entre 1.000 y 1.500 ejemplares. Este proyecto de autogestión contracultural va  más allá de hacer libros en cartón: propone una nueva manera de circulación de los contenidos y de permitir que se pueda acceder a ellos de manera económica. La técnica de los libros de Eloisa es la misma en todo el catálogo. Ser una editorial cartonera es su sello de identidad. No es una primera fase para saltar al ruedo de los libros plastificados y el papel de alto gramaje. Me llama la atención cómo teniendo ahora mayores posibilidades de jugar con papeles y formas Eloisa continúa con la misma técnica de elaboración de libros desde sus inicios.

Cucurto menciona que continúan con la misma técnica, porque idearon un sistema de armado de libro sencillísimo que tenga la virtud de poder fabricarlos con facilidad y tener tiempo para hacer otras tareas. “Si complicamos nuestra tarea agregando formas y modelos nuevos, excentricidades comerciales o productos vacíos de contenido se complicaría nuestra sobrevivencia. Deberíamos aumentar el valor del libro y por lo tanto se venderían menos. En ese sentido, decidimos hacer los libros como siempre y de esa forma que adopten una idea de libro popular, sencillo, accesible. Preferimos el contenido antes que la forma. Igual, aun así, hemos realizado libros más formales en nuestra historia, pero la gente no los acepta, no quiere pagarlos más caros. El lector amigo está acostumbrado a un libro económico”.

No vi más a Cucurto ni a Eloisa en la programación de la feria. No participó en otra charla donde bien podría hablar a una audiencia menos cerrada que la del foro (cobraban la entrada) sobre la forma y la filósofa que hay detrás de sus libros.

Le pregunto si han tenido aceptación en el mercado editorial desde el nacimiento hasta la fecha. “Tuvimos etapas buenas y etapas de mucho rechazo, ya que al ser un proyecto novedoso que trabajaba directamente criticando duramente a la política y a la burguesía local, visibilizando el estado de las cosas, generaba un fuerte rechazo. Pero los lectores siempre estuvieron con nosotros porque vendíamos el libro barato. En un mundo materialista, resultábamos ser una buena noticia, una alternativa interesante para la movilización social y cultural”.

Alberto Manguel, director de la Biblioteca Nacional mencionó que “es una de las empresas editoriales más extraordinarias del siglo XX”. Y que desde que ha liderado la Biblioteca Nacional trata de comprar los nuevos títulos y va adquiriendo una gran colección. Eloisa no hace una distribución convencional, aclara Cucurto: “llevamos los libros siempre con nosotros mismos a todos lados. Es la mejor forma, que los lectores nos conozcan, sepan quiénes somos, que detrás del libro hay personas y hay un espacio abierto para todos. No queremos dejar a los libros solos liberados al azar. No nos gusta que los libros sean meros objetos de venta. Jamás se conoce la cara del editor, ni de las personas que intervinieron en ese proceso de hacer el libro. No nos gusta eso, queremos que el lector sepa quiénes hacen ese libro y por qué”.

Acompañé a Cucurto a un taller de elaboración de libros en el Barrio Las cruces (me invitó Cucurto, porque el taller no figuraba en la programación de Filbo), ubicado en el centro de Bogotá. Esa zona, para los que no la conocen, vive el estigma social de que quien entra al barrio ya no saldrá con sus pertenencias completas. El taller era en un lugar en la nada, un edificio entre construcciones derruidas, como un oasis en medio de una escombrera, que hace parte del ensanche y la reconstrucción del Centro. Tiene al fondo un teatro escondido liderado por un colectivo bogotano, principalmente de mujeres que llevan sus conocimientos (teatro, danza, pintura, dibujo, etc) a los niños, jóvenes y adultos del sector. Para el taller cada uno de los participantes, la mayoría jóvenes de colegios cercanos, además de docentes y vecinos del barrio, debíamos llevar cajas de cartón. El colectivo aportó pinturas y pinceles.

Cucurto mostró parte de un documental realizado por la  noruega Annie Rostad, que quiso contar lo que era un día normal de trabajo del colectivo de Eloisa Cartonera. En el taller habló sobre los libros, los tipos de cartón, formas de corte del cartón, el stencil para las cubiertas, el compaginado y por último, la terminación del libro. Todos haríamos el libro "La risa abunda en boca de los jóvenes", una antología de poesía latinoamericana de los años 70 donde aparecen poetas como Roberto Bolaño, Oscar Hahn, Pedro Lemebel, Mario Santiago Papasquiaro, entre otros.

Al final, cada uno llevó a casa la posibilidad de encontrarse en algún poeta y de transmitir el secreto de cómo pueden hacerse libros al modo Eloísa Cartonera.

Mirando el ejemplar terminado pensaba que llevarse la idea de cómo hacer los libros es crear una relación de cercanía con el objeto, como el de cultivar un alimento. Ir a supermercado o a la librería y comprar un tomate o un libro se vuelve un ejercicio mecánico, contrario a si cultivamos el tomate o hacemos el libro con nuestras propias manos. Haciéndolo reconocemos el trabajo, el esfuerzo de llegar al objeto, un ejercicio alquímico de trasmutar conocimiento en libros y que quizá y que quizá pueda acercar a más jóvenes a la lectura

Con la aparición de Eloisa en Argentina, las editoriales cartoneras se han estado replicado por toda América Latina y en algunos países europeos. Hay un aproximado de 200 editoriales cartoneras en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, República Dominicana, Guinea Ecuatorial, Francia, España y otros más. En Colombia hay dos: Amapola Cartonera, de Bogotá, y Del Ahogado el Sombrero, de Cali. Alrededor de estas editoriales se han creado algunos manifiestos que van desde las formas alternativas de circulación hasta la sola utilización de materiales reciclados para sus libros y el no uso de ISBN en sus publicaciones.

Los manifiestos no dependieron de Eloisa sino que se fueron armando y replicando de manera autónoma en cada país. “Nosotros somos precarios, en un sentido positivo de esa palabra. Hemos ideado nuestro propio sistema con nuestras propias reglas y errores, nuestras propias metodologías de afectividad, que muchas veces no siguen las reglas clásicas de la convivencia y la legislación cultural urbana. No somos dueños de los libros y no tenemos por qué identificarlos con un número que representa una burocracia pura”

Por el auge de editoriales cartoneras en América Latina, Eloisa no circula en otros países, “cada país tiene su propia cartonera y eso nos parece divino, ya que demuestra que si tanta gente toma el modelo, lo replica porque significa que hay una necesidad”.

Al final, Sebastián Vega y Washington Cucurto convertidos en el mismo editor, me dice: “Nos encanta que existan cada día más editoriales cartoneras ya que es un proyecto lindo que todas las personas deberían experimentar, en especial los niños y los bibliotecarios y además es noble y sano descubrir todas las cosas que podemos hacer utilizando nuestras manos”.

Por Catherine Rendón

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