El Magazín Cultural

Enemigos desconocidos

No solo nos enfrentamos diariamente a los fallos del Transmilenio o a los 60.000 pasajeros diarios en hora pico, sino también a nosotros mismos.

Laura Villa Méndez
29 de septiembre de 2017 - 07:42 p. m.
Enemigos desconocidos. / Ilustración por: Daniela Melendez Barreto.
Enemigos desconocidos. / Ilustración por: Daniela Melendez Barreto.

Eran las 6:00 a.m. del martes 22 de agosto, esperando el Transmilenio un día más, al parecer todo estaba como siempre: una larga fila en la taquilla para comprar el pasaje o recargar la tarjeta para ingresar al sistema, más de 30 personas haciendo fila en cada puerta del segundo vagón de la estación de Marsella (Avenida Américas, entre la calle 68 y la Avenida Boyacá), al menos otras 10 corriendo de lado a lado tratando de alcanzar los articulados, dos jóvenes cruzando la avenida para subirse a la estación por las puertas del último vagón. Sí, nada paranormal.

6:20 a.m. Veinte minutos después y aún no lograba subirse a un bus decentemente vacío. ¿Decentemente vacío? Bueno, esto hace referencia a poder subirse sin ser aplastada y poder encontrar un lugar adonde llegue aire de alguna de las ventanas que suelen estar cerradas a esa hora de la mañana. El estándar mundial de personas por metro cuadrado en el transporte público son seis. Bogotá ha llegado hasta a 19 personas en horas pico.

6:30 a.m., por fin un C19 (articulado que se dirige al portal Suba) donde puede entrar sin ser empujada. Al parecer ese día la gente sí quería esperar a que salieran primero las personas que debían bajarse en esa estación. Un hombre de aproximadamente 45 años comparte su sorpresa y exclama:
- ¡Gracias por dejarme bajar primero!

Se sintió extraña, alguien había agradecido por algo que se supone se debe hacer, por algo que ella hacía todos los días. No comprendió por qué el deber se había convertido en un favor, y todos en aquel articulado lo aceptaban como tal.

Según las estadísticas presentadas por Transmilenio, en octubre del año pasado entraron 274.643 personas al sistema en esta hora pico. En la estación de Marsella, la demanda diaria fue de 8.538 usuarios. Segura de la cantidad de personas que utilizan el Transmilenio como medio de transporte, al igual que ella, no recordaba más de diez ocasiones en las que entraba al articulado sin que alguien cometiera una barbaridad.

Juan Camilo Ruiz, sociólogo y docente asegura que no es un caos en términos de cultura ciudadana, sino un caos que se produce porque estamos violentando una ley de la física, aquella que dice que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. En Transmilenio pareciera que quisiéramos eso, se está generando esa lógica de los niveles de agresividad.

Al entrar, observó varios obstáculos de maletas enormes que colgaban de la espalda de dos jóvenes, seguido de un bolso que sostenía una mujer con el hombro derecho. Más adelante, un hombre mayor con unos talegos que tapaban toda la vista del suelo, y al final una pareja que se besaba en medio de las demás personas. De lejos parecía el nivel 300 de un videojuego, el camino más difícil que tendría que atravesar para llegar a su destino.

-Permiso, permiso, que pena, ¿por favor me da permiso?, gracias, qué pena.

Luego de recibir algunos golpes y dar otros debido al constante balanceo, pudo encontrar un lugar en medio de las personas. La sensación de tener que tocar a todo el mundo con el cuerpo, nada agradable; uno que otro pisotón siempre se escapa y uno que otro “aush” siempre se escucha en el camino. El caos hace referencia al proceso de vivir muchos, muy juntos, en un espacio muy pequeño. Los seres humanos necesitamos de un espacio vital, si siento que me violentan ese espacio, yo voy a reaccionar de la misma forma, asegura Ruiz.

Se hizo justo en medio del “acordeón”, la unión entre los vagones que da siempre la impresión de querer separarse. Éste suele ser el lugar más descongestionado del “transmi”.

Allí, 6:45 a.m., pensando que no llegaría puntual a su clase de 7:00 a.m., pues apenas se encontraba en la estación de Profamilia (ubicada en la carrera 14 entre la calle 32 y la calle 34), y tenía que llegar a la calle 72; se oyeron unas voces desde el otro vagón, dos señoras mayores de 30 años peleaban al parecer porque una le tocaba demasiado el cabello a la otra.

Pensó en lo poco tolerante que somos en la cotidianidad, y recordó aquella vez que se dispuso a conversar con una trabajadora del sistema, una señora de aproximadamente 50 años, de estatura baja, cabello negro y rizado. Ejerce el cargo de representante de atención e información dentro de las estaciones.

-No hay un día en el que no te vayas a casa sin que te insulten.

Según cifras oficiales, durante el 2016 se reportaron 1.092 agresiones contra los más de 2.000 empleados del sistema. En el caos nos movemos todos: trabajadores, usuarios, empleados. Todos hemos naturalizado dicha violencia, que ha surgido de la ocupación de nuestro espacio.

7:00 a.m., se estaba bajando de la estación de la calle 72, tendría que caminar hasta la calle 75 con carrera 16 donde queda su universidad. Al llegar se encontró con su amiga Alejandra Beltrán, a quien le contó el disgusto que tuvieron las dos usuarias en el articulado.

-¿Será que yo actué mal ese día?

-¿De qué hablas?

Alejandra comentó que una vez ella tuvo una pelea muy fuerte con una señora de aproximadamente 60 años. Un jueves de mayo a las 8:30 a.m., intentando subirse a un H15 (articulado que se dirige al Portal Tunal) desde el Portal Suba, todas las personas empezaron a dar codazos y empujones, ella no logró coger puesto alguno y tuvo que acomodarse de pie frente a una silla. Allí, la mujer comenzó a correr de lugar a la joven con fuerza y de forma muy abusiva, relató.

-Yo le pregunté qué le sucedía, que respetara el espacio. Ella simplemente comenzó a abatirme con la mano y empujarme. Me rodeó de la cintura y me empezó a sacudir para intentar correrme. Esta mujer comenzó a gritar y a decir que ella podría hacer lo que quisiera en el transporte porque era público, y que yo no le iba a pagar el taxi.

Mi reacción fue decirle que “No le voy a pagar el taxi, pero si quiere váyase en escoba, vieja bruja”. Pero entonces ahí me di cuenta de que la señora iba acompañada de una muchacha, ella empuñó la mano y me amenazó con pegarme.

Alejandra terminó su historia comentando que tuvo que correrse del lugar donde estaba, para evitar que la discusión pasara a mayores. ¿Ella también se había contagiado? No podía parar de preguntárselo, y aun así no se sorprendía en que alguien más se estuviera acostumbrado al caos, a vivir así.

-Toda persona que ocupe espacio, es tu enemigo. El espacio es lo que estoy buscando, es lo que necesito-, expresa Ruiz.

Entre el caos que ha construido Transmilenio y en el que se vive diariamente, los adversarios somos nosotros mismos y el resto. Entre ciudadanos extraños que compartimos el espacio de la ciudad, nos hemos convertido en contrincantes. Nos enfrentamos sin rodeos y caemos en la costumbre de resignarnos a las fallas del sistema. Solos, entre enemigos desconocidos.

Por Laura Villa Méndez

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