Son los tiempos
Ayer, sábado, después de tres meses sin poner un pie en un restaurante, me aventuré a ir al barcelonés Boquería, mi favorito. Para la pequeña aventura invité a dos de mis hijas. Cuando llegamos bajo un sol de puro verano, nos sentaron en la acera como mandan las reglas y el protocolo de la ciudad de Nueva York en estos estresantes pandémicos días. Para minimizar el contacto humano, hay una barra con un código para ordenar desde el celular. Eso hicimos. Sangría roja y embutidos de entrada. Una paella de mariscos de plato fuerte. Repetir la ronda de sangría para refrescar el cuerpo y liberar la mente. Cuando apremió usar el baño, atravesé el largo pasillo del otrora iluminado restaurante y esta vez oscuro y solitario con las sillas subidas a la mesa y dos mozos tratando de hacer su trabajo dentro de unas circunstancias anormales, deprimentes. En fin, me embargó una nostalgia, algo de miedo y una confusión tremenda entre no saber ya si deleitarme o sentirme culpable de estar disfrutando de un almuerzo típico español al aire libre en pleno Manhattan, pero teniendo que ponerme la mascarilla para usar el baño. Son los tiempos de esta mortífera pandemia.
Ana María González Puente
Día polar
Hoy es el día -pensó-. ¿Era domingo o sábado? un día cualquiera, porque así se habían vuelto los días en aquella ciudad de edificios ahumados. Tiempo atrás, había visto latir un pequeño corazón a través de una pantalla en blanco y negro. Quizás fue el frío de ese cuarto; o el frío del médico salvavidas; o el frío del falo de la ciencia que hurgaba en sus entrañas; o fue el frío de esa ciudad ahumada que aplastaba sus pulmones; o todo junto, lo que la congeló por dentro. Y no dudó. Y su respiración se tornó fría, y su voz tasajeó el aire, y su mirada congeló al sol. Y no dudó, “No va a nacer”- se dijo-. ¿Era sábado o domingo? Subió las escaleras derruidas, tocó a la puerta, blanca, la entrada al frío polar del cuarto, otro cuarto; y el médico, otro médico, el condenavidas, con la mirada más fría que el cementerio; y otra vez el falo, otro falo, el succionador; y el balde para el vómito; y el techo que daba vueltas; y la calle que recibió sus entrañas; y prendida de un poste vomitó la maldición de la religión, vomitó a la asesina.
Margarita Ríos, de Manizales
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Amor de dieciocho horas
La primera vez que charlé con el amor de mi vida hablamos doce horas. La segunda vez, fueron unas seis. En esos intervalos, agotamos todos los temas, como le pasó a Homero y a Rulfo: no hubo espacio para un tercer encuentro.
Carlos Andrés Martínez Buelvas
Héroes
Desde niño soñaba con los grandes héroes que salvan el mundo. Cuando creció se convirtió en uno. “Si puedes salvar a alguien, habrás salvado su mundo”, le había dicho su padre.
Carol Daniela León Hoyos
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La cena con la Tía Hilda
Aquella tarde en la casa de Tía Hilda, mientras hablábamos tan animadamente en la mesa, vi esa inolvidable comida: unas lentejas negruzcas, que luego probaría y cuando llegase el primer bocado a mi boca, revelarían un hedor desagradable. Sin embargo, a pesar de su aroma, las probé a regañadientes; aquel bocado rebosaba lo repugnante. Era lo más asqueroso que había probado en mi vida. Me sorprendió que nadie notara mi expresión de asco. No soportaría jamás aquel sabor tan desagradable, y de un solo golpe expulsé aquella simple cucharada por toda la mesa. Esa tarde extraordinaria, fue la peor de todas.
María Fernanda Valencia, Barranquilla, 14 años.
Torpe, manso y lerdo
192 escalones hacia abajo y un solo traspié. He rodado por las escaleras del metro. Una anciana me ofrece su mano temblorosa y apergaminada, pese a que a duras penas se sostiene en su caminador de aluminio. A lo mejor y el jalonazo de mi peso la hace caer también, reflexiono como un lerdo y manso Diógenes urbano. Pero la inmensidad y determinación de su mirada de dulce sabueso logra que mande a la mierda las leyes de la física y dejo que me ayude. Para mi sorpresa, es muy fuerte y no solo me ayuda a incorporar, sino que me despide con una sonrisa comprensiva y una palmadita en la espalda como si, más bien, el viejo fuera yo.
Jimmy Arias