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María Carlota Ortiz: ‘Mi Casa: todo camino de regreso, esté donde esté’

Mi Casa es un libro álbum que invita a los niños a imaginar nuevas experiencias en su casa, a la vez que busca que el adulto se conecte de nuevo con su niñez por medio de la idea del “hogar”.

Camila Melo Parra
29 de septiembre de 2020 - 10:34 p. m.
"Mi Casa" nació como un poema de María Carlota Ortiz. Ahora, a través de 32 páginas, lleva a rememorar varios paisajes de la niñez.
"Mi Casa" nació como un poema de María Carlota Ortiz. Ahora, a través de 32 páginas, lleva a rememorar varios paisajes de la niñez.
Foto: Ilustración: Amalia Low

“Nostalgia es la necesidad de estar en todas partes, como en casa”. Con esta cita de Novalis abrimos la puerta de Mi Casa, una obra que nació como un poema de la autoría de María Carlota Ortiz y que ahora, a través de 32 páginas bellamente ilustradas por Amalia Low, nos lleva a rememorar varios paisajes de la niñez.

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Este libro publicado por Panamericana Editorial nos acerca a la mirada genuina de la infancia; al asombro inherente a esos primeros años de vida en los que magnificamos las simples cosas: la forma de las nubes, el sonido de las gotas mientras llueve, la calidez del abrazo materno, los primeros juegos, e incluso los primeros raspones.

El Espectador conversó con su autora acerca de la creación, la memoria y el hogar:

Mi Casa fue escrito hace varios años y estuvo esperando cierto tiempo para llegar a los ojos de los lectores. Cuéntenos un poco sobre esto.

Yo escribí Mi casa para un concurso de obras de primera infancia. Lo motivador es que incluía ilustraciones, así que me senté a escribir y mi sobrino, que es diseñador gráfico, se encargó de hacer la propuesta gráfica. El cuento no tuvo acogida por entonces y quedó en el olvido durante muchos años. No recuerdo bien si el concurso fue en el 2005 o antes. No obstante, siempre tuve la idea de publicarlo por mi cuenta pero, por una cuestión u otra, el asunto se fue dilatando hasta el año pasado, cuando un editor amigo que lo había leído lo presentó al comité editorial de Panamericana y finalmente salió a la luz.

Juguemos un poco con los sentidos. Mencione, a partir de ellos, algunas cosas que la hacen sentir en su hogar: sonidos, sabores, texturas, olores, imágenes.

Me hacen sentir en hogar la lluvia (amo la Bogotá lluviosa), el golpe del sol en los cristales de las ventanas; en las calles, las flores y los árboles, el canto de los pájaros; el olor y sabor del café, la vista de las montañas, las sombras de la tarde, los cielos crepusculares, todo camino de regreso, esté donde esté. Ver animales, los adoro a todos. Me encanta escuchar a lo lejos música, sin saber de dónde sale. El hogar es un universo, un universo de doble vía: todo converge en él y sale de él.

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Su vida ha sido un poco nómada, ha vivido en diferentes lugares. ¿Qué elementos cree que de una u otra manera han sido transversales al hogar?

De niña tuve mucho contacto con la naturaleza, con la cultura popular y con gente muy diversa. Cuando voy a otro país trato de vivir en él, por poco que sea el tiempo de mi estadía, de aprehender e interiorizar la vida de sus habitantes. Me fijo en cada detalle: los hábitos, la comida, el comercio, la arquitectura, el paisaje, los mercados… en fin, no acabaría la lista. Es como respirar al otro. Sentir el pulso de su corazón.

Esta historia nació como un poema. ¿Cómo fue el trabajo de darle un giro narrativo y cómo llega Amalia Low a colaborar con las ilustraciones?

El texto salió de mi puño tal y como fue publicado en su gran mayoría, como una exhalación. Quité una que otra palabra y un párrafo que consideré anecdótico. Para mí es más fácil escribir y pensar de forma poética, con imágenes, y dejar luego que salga la palabra de la forma más plática posible. A Amalia la conocí por empecinamiento. Vi su libro de postales en una librería y empecé a indagar hasta que logré conseguir su número telefónico. La llamé y le dije que si podía ir a verla, que el elefantico de la portada de las postales me había enamorado. Ella aceptó y empezó una amistad fundamental para mí. Un día le hablé de Mi casa. Lo leímos juntas y le pregunté si le gustaría ilustrarlo y me dijo que sí. Trabajamos juntas en la maqueta. Ella logró plasmar exactamente lo que yo tenía en mente, lo que decía cada palabra, lo que evocaba todo recuerdo. Lo que ella aportó por su cuenta fue maravilloso. El libro es, verdaderamente, una comunión.

¿Quiénes son los gatos de la historia?

Desde que tenía cuatro años he tenido gatos. Siempre están donde voy. Otto, Miranda y Princesa son los gatos que vivieron conmigo cuando regresé de Inglaterra, en el año 1991. Vivieron catorce años conmigo y con nuestra Nana, Micaela. Hubiera querido hablar de todos los que me han acompañado. Otto, Miranda y Princesa son los arquetípicos. Los amigos creen que el gatico negro que destaca en la carátula es mi gatica Agatha. En realidad es Miranda, pero me alegra la confusión porque ella es de mi presente y merece figurar por sí misma. Otto, Miranda y Princesa son el único anacronismo de Mi casa, pero ¿qué importa? Lo esencial era comunicar que eran hogar y alegría, amor profundo. Para mí, los animales son los hijos de la naturaleza, los niños de la creación. No concibo la vida sin ellos.

Hay una tendencia a concebir la relación sensibilidad/academia como dos fuerzas antagónicas. ¿De qué manera cree usted que transita entre sus roles de historiadora, de escritora y de poeta sin detenerse en una sola esquina?

Sé que es una dicotomía común, mas no en mi caso. La historia es hija de la poesía, del mito y de la filosofía. Es decir, de la imagen, del significado y de los interrogantes eternos. Estudié historia porque quería continuar leyendo cuentos, pero cuentos en que participase la humanidad en su conjunto, de todos los lugares, de todas las épocas. Tengo fe en el ser humano: cuando es grande es enorme, inasible, bellamente abismal, infinito, libre. Por ello, todo lo académico que he escrito es poético (humanista), también hasta donde permiten las imposiciones de la educación en ciencias sociales. Los historiadores de la época del idealismo alemán decían, y lo creo férreamente, que el historiador tiene la capacidad de aprehender el espíritu de todo tiempo, de experimentar en sí el pasado como si hubiera vivido en él; no hay límites temporales ni espaciales que limiten su comprensión y vivencia del mundo, y en esa travesía espiritual vuelve constantemente a sus orígenes, a su alma, al núcleo de la creación misma.

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¿Esta casa se parece a alguna casa en particular?

La casita como tal era la que dibujaba en el colegio Andino, donde estudié. La casa que suele dibujar todo niño de forma esquemática. La casa verdadera, mi casa de infancia, era rectangular, muy grande. Diría entonces que Mi casa es la casa de mis padres, mi recinto primero, el espacio de todos mis sueños, impresiones y ensoñaciones primigenios.

Si pudiera tener una “biblioteca ideal” en su casa, ¿qué libros, obras de arte, películas y obras musicales no podrían faltar?

Me encanta la literatura británica y estadounidense: Dickens, las Brontë, Hardy, Faulkner, Hawthorne, Steinbeck, Wilder… una larga lista. Y los poetas de todas las latitudes y épocas. En cine siento predilección por las películas que más me impresionaron en mi infancia y juventud, como Sin novedad en el frente (la versión de 1929), Elvira Madigan, Adela H, Tess, Vértigo, Marnie, Ladrón de bicicletas, Umberto D, Leonor, La muerte en Venecia, Valeria y los vampiros, Leonora, Jardín de infancia, Pacualino siete bellezas. Mi película de amor preferida es El hombre sin pasado, de Aki Kaurismaki. ¿Obras de arte? Gatos, plantas, insectos y, en medio, Paula Modersohn Becker, Van Gogh y arte popular. En música siento predilección por la música para piano: Schumann, Chopin, Satie, Debussy, Granados, Pärt, Livadi, Pejacevic, Glinka. También amo a Bach y a Mahler.

Si pudiera nombrar su casa de alguna manera, ¿cómo se llamaría?

Creo que no podría darle otro nombre distinto a “mi casa”. Recuerda que me sigue a todas partes…

Fragmento

“Mi casa está siempre en las historias que me cuenta mi mamá. Y cuando en ella no estoy, me la encuentro donde voy, así como las letras que nunca se arrugan ni pierden su color”. Mi Casa, Panamericana Editorial (2020).

Por Camila Melo Parra

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carolina(90209)30 de septiembre de 2020 - 09:45 p. m.
Bravo Carlota.
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