Acaricia unos pechos grandes, de pezones erectos del color de las ciruelas maduras, que caen enormes como esas orquídeas que nacen silvestres en un tronco o en una roca; toca con ternura un vientre opulento que le recuerda que está viva y que ha sido feliz, y más abajo descubre un pubis oscuro y salvaje. Pasa la vista por unas caderas generosas y macizas; se asombra ante unos brazos fuertes que le han sido dados para hacer cosas, para crear música, para abrazar la vida; y se detiene ante unas piernas que se revelan espléndidas, que parecen troncos de secoya, o de roble, y piensa que son así, robustas, para enraizar y crecer mejor, para pararse firme y caminar el mundo.
Le sugerimos leer Chaco, una historia de incertidumbre y desolación
Se siente hermosa.
Se cree infinita.
Le dan ganas de vivir.
Le dan ganas de bailar.
El hombre levanta la vista del periódico, la escruta con la mirada desde la cama, de abajo hacia arriba, y frunce el ceño. Declara que verla paseándose así, sin ropa por la casa, es un insulto. Ella le dice que ese no es su problema y él responde que sí, que es su problema, porque es su casa y es mujer, y porque las gordas le dan asco.