El Magazín Cultural

Federico García Lorca y una mentira escondida entre la felicidad

El poeta fue fusilado en 1936 por ser socialista, pero también porque era homosexual, porque amarse entre hombres era un pecado inaceptable en la España de la época.

Camilo Amaya
18 de mayo de 2019 - 12:43 a. m.
Federico García Lorca y una mentira escondida entre la felicidad

Desde niño sufrió con una sociedad déspota, intolerante, radical. Con una comunidad muy rígida para su sensibilidad, para la manera en la que expresaba con palabras lo que venía del corazón. Seguramente si estuviera vivo diría que la poesía es, simplemente, el canal más efectivo por el que se puede amar, sentir, vivir y hasta sufrir. Por eso se refugió en las letras cuando se dio cuenta de que las más bellas combinaciones nacían de ver a un hombre, mas no a una mujer. También para alejarse de una muerte que llegó de la nada, pero que no lo sorprendió, porque Federico García Lorca sabía que sus poemas, sus frases, sus analogías y sus críticas lo llevaban por un camino que tenía como último destino la tumba.

Escribir se convirtió en una catarsis de él con una sociedad injusta, militarizada, violenta, pero, sobre todo, con él mismo, para reprimir el dolor y el miedo, para seguir siendo un marginado, como lo fue desde muy niño, como lo siguió siendo a lo largo de sus 38 años. El que era distinto a los demás murió el 17 o el 18 de agosto de 1936. Murió sin confesar que era homosexual porque en esos tiempos los homófobos dominaban y el ser macho era algo infundado desde la cuna. Y si no se era muy macho se cometía un pecado, una degeneración de lo que unos pocos, queriendo hablar por muchos, habían concebido como lo natural.

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Federico calló sus sentimientos muchas veces, evitó hablar de más con hombres en bares para no delatarse y, con esa modestia genuina, solo escribía. Escribía poemas, manifiestos, obras de teatro, una tras otra, todas piezas magistrales del que era considerado por la crítica como el Homero español, del que era considerado por los radicales como un enemigo de la patria. Por eso lo mataron, por eso lo fusilaron, por homosexual y revolucionario, porque una cosa no iba de la mano con otra y eso hacía enfurecer aún más a los que representaban al déspota de Francisco Franco, el mismo que diría, años después, que la muerte de Lorca había sido en un tumulto de revoltosos, en una acción natural de la guerra. Pero de Madrid a Nueva York se sabía que lo habían pasado por las armas por socialista y masón, y, de paso, por homosexual.

García Lorca vivió sus últimos años resignado, esperando a que algún día de alguna semana lo sacaran de su casa o de la de un amigo para llevarlo a quién sabe dónde, a punta de golpes y malas palabras. “Era consciente, pero nunca quiso esconderse, pues creía que no tenía por qué hacerlo. De hecho, escribió con más fervor y fue más visceral con sus frases, sobre todo con las que le dolían cuando las plasmaba sobre el papel”, dijo alguna vez Juan Ramírez de Luca, el periodista y crítico de arte que lo amó con toda su juventud y que se entregó a Federico en un idilio incondicional a las espaldas de sus familias y del resto de la gente.

Incluso, solo hasta su muerte (2010), Ramírez permitió que se revelara la verdad de lo que todo el mundo creía como una simple amistad de dos personas atraídas por el arte, pero que en realidad era un amor profundo entre un joven atractivo que soñaba con ser actor y que creía que al lado de Federico cualquier cosa era posible.

El anhelo de escaparse a México juntos se vio truncado por el padre de Juan, que no quiso dar el permiso para que el adolescente de 19 años saliera del país y hasta amenazó con llamar a la Guardia Civil para que se los llevara a ambos. “Hay que ser pacientes e inteligentes. Deja que la razón se imponga”, le dijo Federico. La última vez que supieron el uno del otro fue el 15 de agosto de 1936 y la última vez que Juan leyó a Federico fue dos días después cuando recibió una carta con un fragmento magistral que no pudo olvidar: Tú nunca entenderás lo que te quiero/ porque duermes en mí y estás dormido/ yo te oculto llorando, perseguido/ por una voz de penetrante acero.

Después, Juan Ramírez de Luca se atormentaría durante noches con el testimonio de Luis Trescastro, esposo de una prima de Federico, que se aprovechó del golpe militar para saldar cuentas pendientes y exterminar a los que creía cancerígenos para la sociedad granadina. “Acabamos de matar a García Lorca. Yo le metí dos tiros en el culo por maricón”. 

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La gente sabía quiénes habían matado al poeta y dramaturgo, pero el pavor, quizá la cobardía, no dejaron que la verdad se conociera y por eso es que aún no se conoce, porque unos dijeron que lo golpearon en la cara y que el culatazo lo había matado antes de estar frente al pelotón de fusilamiento. Otros que las balas fueron certeras. Lo que sí se supo, por boca Luis Rosales, un amigo entrañable, es que lo sacaron de su casa y que este, sin poder hacer nada, vio cómo García Lorca se perdía a la distancia en medio de empujones e improperios: “rojo, vendido de mierda, maricón”.

Hoy en día se puede hablar con pasión del amor entre Federico y Juan, de una mentira escondida que generó mucha felicidad y que le dio esperanza a dos vidas que parecían no tenerla. “La poesía no quiere adeptos, quiere amantes”, dijo el español de seguro pensando que esos amantes pueden concebirse sin importar el sexo.

@CamiloGAmaya

Por Camilo Amaya

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