El Magazín Cultural

Fernando Pessoa, un anónimo inmortal

Agregar una línea más sobre Fernando Pessoa es caer, quizás, en el lugar común, pues, sobre él, tantos, y tan bien, han dicho ya algo que, repito, sería llover sobre mojado.

Víctor Ahumada.
13 de junio de 2019 - 04:13 p. m.
Imagen emblemática del poeta portugués Fernando Pessoa, autor de algunos versos censurados en Portugal. Cortesía
Imagen emblemática del poeta portugués Fernando Pessoa, autor de algunos versos censurados en Portugal. Cortesía

Sin embargo, motivado por el afecto poético que me suscita su obra, me atrevo escribir unas líneas más y engrosar esa cantidad de textos que sobre él hay.

Ernesto Sabato, en su ensayo La resistencia, escribió: «“Persona” quiere decir máscara, y cada uno de nosotros tiene muchas. ¿Hay realmente una verdadera que pueda expresar la compleja, ambigua y contradictoria condición humana?”».

Por un lado, la palabra persona, que se deriva del latín personare, quiere decir “sonar a través de”. Por otro, en Pessoa, tanto la definición de la palabra persona, como la anterior reflexión de Sabato, se aplican muy bien, pues, su apellido, traducido del portugués al español, quiere decir persona.

Pessoa, como bien se sabe, hizo sonar su alma a través de muchas personas —María José, Bernardo Soares, Vicente Guedes, Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, etc.— y tuvo muchas máscaras, algunas de ellas fueron ambiguas, complejas, y contradictorias. Todas, como apunta Sabato, tenían un único fin: expresar esa compleja condición humana. Todas y cada una de esas máscaras fueron hijas de esa condición creadora que llevaba el poeta en su interior. Creador de una multiplicidad de heterónimos de los cuales, incluso hoy, no se sabe con exactitud cuántos son. Algunos dicen que cien, otros que ciento veintisiete, otros que ciento treinta y seis, en fin, poco importa; todos ellos hacen parte del mismo hombre, del mismo poeta múltiple, del mismo oficinista solitario que se convirtió en un clásico de la poesía universal.

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Pessoa siempre escribió y creó personajes. En cierta ocasión expresó: “Tuve siempre, desde niño, la necesidad de incrementar el mundo con personalidades ficticias, sueños míos rigurosamente construidos, contemplados con claridad fotográfica, comprendidos por dentro de sus almas. No tenía yo más que cinco años, y, niño solitario y no deseando estar sino así, ya me acompañaban algunas figuras de mi sueño —un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas— y otros que ya se me olvidaron, y cuyo olvido, como el imperfecto recuerdo de aquellos, es una de las grandes saudades de mi vida”.

Desde su infancia estuvo marcado por la soledad: su padre falleció cuando él apenas contaba cinco años de edad, luego, Jorge, su hermano, fallecería al año siguiente sin haber cumplido un año, luego, a los dos años, Henriqueta, su hermana, también tendría la misma suerte. Es por ello que algunos psicólogos, que han estudiado su obra, han dicho que a través de esos heterónimos Pessoa buscaba sentir la figura de un padre con el que solamente alcanzó a compartir una pequeña parte de su vida. Quizás fuese así, él mismo, alguna vez, reflexionó sobre ello: “Hoy soy el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía. Se trata, con todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo; escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas en almas. Tan simple es, en su sustancia, este fenómeno aparentemente tan confuso. No niego, sin embargo —favorezco, incluso—, la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu, porque es anormal, es igualmente susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que sea loco, pero exijo que se comprenda que no soy loco diferentemente a Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos del lado sano de nuestra locura”.

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Pedro Gómez Valderrama, escritor colombiano, al prologar una edición (Círculo de lectores) de El nombre de la rosa, novela de Umberto Eco, escribió: “La inteligencia colinda con la perversidad”. Parafraseando un poco a Gómez Valderrama, y siguiendo lo expresado por Pessoa, se podría decir que, en su caso, el genio colinda con la locura, pero no es así; en la obra del poeta portugués no se asoma ni un ápice de locura sino, al contrario, una lucidez y un genio totalmente único.

El libro de desasosiego, una obra que no se termina de leer

Este libro, atribuido a Vicente Guedes y Bernardo Soares, en el que Pessoa, al igual que Marcel Proust con su À la recherche du temps perdu, trabajaría toda su vida, y dejaría inacabado, fue la máxima creación del poeta portugués. En dicho libro, Pessoa, expresa todo un mundo propio, íntimo, en el que nos presenta distintos interrogantes y formas de reflexión acerca de la naturaleza, el ser, los sentimientos, en fin, la vida misma en toda su real dimensión.

El libro del desasosiego, a mi juicio, no tiene un orden lógico, y si lo tuviera, creo que sería, más bien, un orden de sensaciones, ya que así lo expresa no sólo su título, sino sus subtítulos: “Absurdo”, “Intervalo doloroso”, “Estética del desaliento”, “Pausa dolorosa”, “Estética de la indiferencia”, etc.

Pessoa, que de niño soñaba con un capitán, terminó siendo uno; un capitán solitario que supo sortear las aguas tempestuosas de la existencia a través de la escritura. Esa es la razón principal por la que su libro es una obra que no se termina de leer: al abrirlo, y mirar algunos de sus pasajes, uno se encuentra siempre con algo distinto, ya que, como toda gran obra clásica, como ya se ha dicho, va cambiando con uno.

Un anónimo inmortal

De él se dice que nació en Portugal un 13 de junio de 1888 y que murió un 30 de noviembre de 1935, que a la edad de siete años se lo llevaron a Durban, Sudáfrica, y que fue poeta. Todo eso se dice de él, nosotros, sin embargo, no sabemos esto sea cierto, pues el mismo había encargado de negar la realidad cuando, en cierta ocasión, escribió: “La única realidad para mí, son mis sensaciones. Yo soy una sensación mía. Por lo tanto, ni de mi propia existencia estoy seguro. Puedo estarlo apenas de aquellas sensaciones a las que llamo mías”.

Hablar de él, o sobre él, es hablar de todos y de nadie, ya que, durante casi toda su vida, fue un anónimo. Tan anónimo fue este inmenso poeta portugués que sólo hace veinticuatro años se empezaron a publicar las más de veintisiete mil hojas escritas que dejó guardadas en un baúl, Tan anónimo fue este hombre tímido y solitario, delgado, que solía beber más de la cuenta, con sombrero habitual, de impecable vestido y bigote milimétrico que, al momento de su muerte, sólo había publicado un libro —Mensagem, 1934—. Eso, a él, poco le importaba. Y así lo había escrito hace tiempo:

Si muero joven
Sin poder publicar libro alguno,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si alguien se quiere preocupar por mi causa,
Que no se preocupe.
Si así sucedió es que así tenía que suceder…

Pessoa, a pesar de que lo habitaba una multitud, siempre fue un solitario que no era nada, que nunca quiso ser nada, pero termino siendo todos.

Tenía cuarenta y siete años, cuando un malestar hepático, producto de sus excesos alcohólicos, lo mandó al hospital. Aun, en dicho estado, nunca dejó de escribir, y antes de morir en un insignificante trozo de papel escribió: “I do not know what tomorrow will bring” (no sé lo que traerá el mañana). Efectivamente, Fernando António Nogueira Pessoa, ni tú mismo sabías que ese enigma llamado “mañana” te consagraría como el más grande poeta portugués de todos los tiempos.

Por Víctor Ahumada.

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