Tiempos alineados por políticas sociales que hacen de la humanidad arrumes de público para sus mercados, inclusive el de la poesía, la literatura y el arte.
Tiempos donde es usual encontrarse con quienes presumen de las bondades que sus escrituras amparan para las realidades de un mundo idealizado hasta la usura y el oscurantismo.
Y en medio del jolgorio globalizador, no deja de ser patético cuando se nos quiere hacer creer que la valoración para con quienes escribimos poemas y hacemos arte, se establece igual que las cuotas usureras que rigen las carreras por el éxito en un mundo depredador y consumista.
Y no hablo de si se es original o no en poesía, tampoco estoy llamando para que los poetas nos colguemos del perchero de la ética actual.
Aquí hablo del malestar inoculado cuando se trama el hacer poemas con una carrera por un ascenso hacia el prestigio, ignorando lo que la poesía significa para la revelación de la conciencia humana.
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Tres peras en la planicie desierta. Medellín. Los Lares, Casa Editora. 2018. Pág. 7.