El Magazín Cultural

Final del túnel (Cuentos de sábado en la tarde)

Les presentamos un cuento escrito por Sofía Acero, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, integrante del semillero de creación “CrossmediaLab”.

Sofía Acero - CrossmediaLab de la Tadeo
27 de junio de 2020 - 09:13 p. m.
Final del túnel (Cuentos de sábado en la tarde)
Foto: Archivo Particular

El valle era un lugar en el que habitaban una comunidad de trenes de todo tipo: trenes reliquias y viejos trenes de carga. Había también trenes modernos, con diversidad de tecnología. Cada uno poseía su propia personalidad y la libertad para tomar sus propias decisiones sobre las vías férreas que querían recorrer. Sin embargo, la vía al final del túnel, de la que todos hablaban, era un lugar desconocido para la mayoría, un misterio para casi todo el valle, la vía que solo unos pocos se atrevían a cruzar. 

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Él, más que todos, anhelaba saber lo que sería atravesar aquella oscuridad. Deseaba llegar a ser como los pocos trenes que tenían la facilidad de llegar al final de aquel túnel. Se encontraba un poco antes de la cima de aquella montaña donde se podía ver un manantial fresco y respirar un aire puro y limpio, así como experimentar una paz irracional, con un sentimiento de éxito, bajo una luz inexplicable, una arrolladora serenidad, algo diferente a lo habitual, o eso creían.

Las opiniones de muchos de estos trenes acerca de esta vía, iban desde aquellos que decían que aquella oscuridad que llenaba el túnel era capaz de quitar el aliento y dejar al motor con menos potencia, hasta otros que consideraban que la causa de la oscuridad que se mezclaba con un olor a podredumbre que emana de su interior, junto con el frío paralizador que dejaba las ruedas secas y listas para retroceder, eran cosas realmente aterradoras. Por otro lado, se encontraba una parte del valle que, simplemente, no pensaba nada, les daba igual las opiniones buenas que se hablaban a susurros, como las malas de los muchos que habían fracasado en el intento; no querían averiguar si esto era una verdad inexplicable o una aterradora mentira, ni pertenecer al grupo de trenes fracasados por su intento fallido o aun peor, no querían vivir como Poydz.

Poydz era el único tren del valle que lo había intentado más de una vez, confirmando aquellos malos comentarios acerca del túnel, sin embargo, alcanzó a ser testigo de aquella luz de la que hablaban, pues en su primer intento alcanzó a contemplarla. La curiosidad de Poydz era mayor que su miedo al fracaso, el cual parecía predestinado al ser un tren con vagones anticuados y pesados, con motor a vapor, ruedas ya gastadas y poca fuerza en sus luces. Poydz era diferente, lucía diferente, y estaba dispuesto a comprobar lo que decían muchos trenes que habían cruzado: cuando llegaban al final de aquel túnel era como si sus ruedas, su motor y su luz fueran renovadas, volvían con más fuerza y con más potencia.

Poydz decidió volverlo a intentar, pero esta vez quiso abandonar sus dos últimos pesados y viejos vagones quedando tan solo con ocho. Esto no fue una decisión fácil, puesto que aquellos dos vagones lo hacían un tren útil para transportar carga y visible para los demás, pues era el único tren con diez vagones a sus espaldas, pero no podía olvidar la forma como aquella vía lo había hecho sentir: tan diferente por el respingo de luz resplandeciente que sintió tan solo dos segundos y por la que lo siguió intentándolo una y otra vez.

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Poydz dio marcha y respiró el f río y la oscuridad que invadía aquel túnel nuevamente. Sintió aquel olor insoportable, pero su motor se forzaba a subir, sus ruedas hicieron el mismo ruido que escuchaba tantas veces antes de que la gravedad lo hiciera volver atrás, pero su motor no se apagó; de pronto, fue como si llegara a un camino llano, volvió a ver aquella luz, volvió a percibir aquello que sintió la primera vez que lo intentó. En esta ocasión, su corazón estaba en paz, tenía tal serenidad que le inundaba la razón, supo que el aroma era aún mejor de lo que decían, se sintió joven y renovado, casi como si no existiera más.

Por Sofía Acero - CrossmediaLab de la Tadeo

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