El Magazín Cultural

Fragmento de "La vida pasa en Versalles"

Esta obra es un recorrido por la historia y la cotidianidad de Versalles, un restaurante de la capital antioqueña; epicentro de la vida cultural, deportiva, política y social de Medellín. “Quien no ha ido a Versalles no conoce a Medellín”, suele decirse.

Guillermo Zuluaga Ceballos / Especial para El Espectador
21 de septiembre de 2017 - 08:58 p. m.
Esta es una de las imágenes que cuelgan en Versalles: la visita de Borges a Medellín. / Cortesía
Esta es una de las imágenes que cuelgan en Versalles: la visita de Borges a Medellín. / Cortesía

El libro, escrito por el historiador Guillermo Zuluaga Ceballos y editado por Sílaba, incluye un perfil sobre Leonardo Nieto Jardón, fundador del restaurante, un argentino que llegó a la ciudad tras los pasos de Gardel y se quedó para siempre.  

Versalles con cierto Aire de tango

Desde finales de los años sesenta, también el tango se posicionó en Versalles. ¡Vaya noticia! Nada extraño en un sitio cuyo dueño terminó quedándose en una tierra que inicialmente lo sedujo por el misterio de una muerte inesperada. Gracias a la gestión del inquieto Leonardo, quien siempre quiso establecer una suerte de embajada paralela en su restaurante, se organizó en Medellín el Primer Festival de Tango, en 1968. Y entonces, seguramente, allí en Versalles mientras se disfrutaba de una empanada argentina o un café tibio, comenzó a tejerse la posibilidad de traer artistas que la gente escuchaba en radio, que sabía de presentaciones en grandes escenarios de Europa y de América pero que nunca pensaron llegarían hasta esta ciudad encerrada entre montañas pero con pretensiones de cosmopolita.

Y entonces vinieron a Medellín, Aníbal Troilo, Edmundo Rivero, Hugo del Carril, y de pronto antes de la presentación o al día siguiente estuvieron comiéndose un churrasco, pidiendo un bifé de chorizos, degustando un vino tinto en Versalles, y la gente los veía ahí, al lado, cuando jamás pensó que en vez alguna se los toparía.

Gustavo Escobar, tanguero por excelencia, dice que igual a ese primer festival no se verá otro. Y conste que a los de ahora las administraciones municipales les destinan generosos recursos.

De herencia, a Medellín le quedó su Festival de Tango y a Versalles el reconocimiento como sitio obligado para hablar o escuchar tangos. En la mente de sus clientes más añejos están las tardes de viernes cuando la orquesta de tango se acomodaba en el punto donde ahora está la caja y deleitaba con sus voces nostálgicas y los sonidos alargados y melancólicos de los bandoneones. Unas viejas fotografías en sepia, puestas en la entrada, muestran al bandoneonista Marchese en una presentación en 1997, en Versalles.

Tangos. Rebeldía. Sitio diferente. Todo iba confabulando a favor de Versalles, o de Medellín, pues sin proponérselo el restaurante ayudaba a construir una sociedad más incluyente, más abierta. Detrás de nadaístas, futbolistas y tangueros, entre muchos otros, no faltó además el marica que se colara a Versalles: Argemiro Burgos, quien asegura representar “a los maricas viejos de Junín”, llegó a Versalles por vez primera hace 45 años.

Mientras degusta su café con leche y un pandequeso, una mañana de viernes dice no entender a los maricas jóvenes, “para qué si aquí tengo a Fernando Vallejo, a Gonzalo Arango y a J. Mario”, y enseguida trata de enumerar las razones que lo trajeron hasta Versalles:

-Es una institución, primero que todo, porque aquí adoramos el tango; segundo, porque Leonardo se hizo colombiano y es el personaje más querido y adorado que tenemos; tercero, porque guarda su tradición hace cuarenta y punta de años hasta hoy.

Cuando vino por vez primera, tenía quince y ahora sin ninguna reserva admite 62.

-Arriba había unas oficinas donde se reunían, Juan Carlos Valdez, Alberto Podestá, Godoy. Abajo era lo mismo, creo que ni los muebles han cambiado.

Acepta que al principio sintió un poco de rechazo pero prontamente esa discriminación fue menguando. Por menos hacia él:

-En esa época sí, pero igual pertenecía a un grupo reconocido de maricas, hombres como Carlos Provo, Carlos Gaviria, Emilio Castro, José Ruiz y una casta de maricas que nos manteníamos juntos. Aquí en Versalles, había cierta animadversión hacia los maricas, pero como nosotros éramos reconocidos, no éramos rechazados. Pero si aquí entraba un hombre amanerado y mal vestido se le quitaba el servicio. Aquí se reservaban el derecho de admisión.

Derecho de admisión, dice Argemiro. Miro las mesas donde come un hombre grueso de camisa desabotonada, todo un macho y en el fondo, toma café oscuro y lee el hombre que alguna vez aspiró a la alcaldía de Medellín, con su vocecita aflautada, y en representación de los homosexuales y pienso que lo dicho por Argemiro es un artilugio. O un chisme de la oposición. En Versalles todo mundo parece bienvenido:

Por Versalles pasaban personas que no se sentían tan menospreciadas. Pasaban muchos a ver a sus artistas los viernes en la tarde. Pasaban y pasaban.

-Hubo una época cuando en la puerta de Versalles se paraban Armando Moreno, el actor Julio César Luna, Lalo Martel, Coco Potenzá, Roberto Rey, Leonardo Nieto, y las niñas del Liceo Antioqueño, se enloquecían viéndolos       -comenta Edilberto Arenas, administrador de Versalles.

Para él, como para muchos, Versalles fue por mucho tiempo sitio ”in” de la ciudad; aún no llegaban los encantos de la 80, de la 70, ni existía Las Palmas, ni el Parque Lleras y sentirse in-portante en Medellín era echarse una caminada por Junín y pasar al frente de Versalles donde se paraban actores o futbolistas reconocidos.

-La sede del Atlético Nacional era en el Pasaje Nutibara, aquí a media cuadra, y cuando venían a almorzar o a comer, era el desfile de muchachitas por Versalles –agrega Edilberto.  

Pasaban actores y futbolistas. Pasaban atraídas las muchachas. Y han pasado los años, y aunque a simple vista nadie apostaría por un cambio en este sitio, ha tenido trasformaciones.

En 1971 Versalles celebró su primera década. En los venideros el negocio siguió su ritmo. Siempre visitado. Cada vez más visitado. Don Leo los resume como “años muy movidos”.

En esos tiempos, gracias al apoyo de Nieto vino a Medellín el eternamente candidato a Nobel, Jorge Luis Borges, quien comió en la mesa 9, la primera o la última “del trencito” después de sus charlas. Allá seguramente pensó que “ser colombiano es un acto de fe”, como lo diría luego. Vaya uno a saber. Versalles da para todo. También, gracias a sus oficios, vino Sábato, a hablar de Héroes y Sombras. De “héroes” que construye la gente y que luego los años los añejan y quedan meras sombras.

-Y la gente se alegraba de ver a sus artistas, a sus deportistas, a sus futbolistas. Y todo eso ayudaba a dar idea de un lugar distinto.

Dice don Leo con cierta modestia, pero sus anhelos iban más allá de hacer dinero o de posicionar su negocio:

-A veces viene en uno el deseo de agradar, además yo tenía nexos con la República Argentina… siempre soñé integración y eso se logra con cositas así.

Traer a Borges. A Sábato. A Troilo. A Rivero. “Cositas así”. Como si fueran “cositas”. ¡Vuelva alguien a traerlos por su cuenta! Pienso y recuerdo una fotografía en la entrada del local donde estaba puesto un mapa de Argentina al lado de uno del Valle del Aburrá. Se veían tan juntos esos dos mapas.

Por Guillermo Zuluaga Ceballos / Especial para El Espectador

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