El Magazín Cultural

Fragmento del primer capítulo del libro “18 de Agosto”, de Gloria Pachón de Galán

En este fragmento, Pachón recuerda las épocas de su padre como periodista en El Espectador, en el que publicó crónicas que siempre firmó como el Narrador indiscreto.

Gloria Pachón de Galán
13 de octubre de 2019 - 08:00 p. m.
Guillermo Cano escribió el texto “Mi personaje inolvidable” con el que, después de la muerte de Álvaro Pachón de la Torre, le hizo un homenaje. / Archivo
Guillermo Cano escribió el texto “Mi personaje inolvidable” con el que, después de la muerte de Álvaro Pachón de la Torre, le hizo un homenaje. / Archivo

(Pag 45)

La casa de la 24, para nosotros “la del 9 de abril”, fue una de tantas otras, siempre en arriendo pues entre las ideas de mi papá aquella de no ser propietarios de casa ni de carro predominó sobre la opinión de mi mamá. Pero nuestra realidad económica le daba a él la razón y, por eso, estuviéramos en la 24, en la 53 o en la 60, todos los días a las nueve de la mañana aparecía un taxi que lo llevaba al periódico.

Y en medio de la ilusión y la fantasía con que adornaba para nosotras sus ideas sin duda extravagantes, no exentas de frecuentes angustias económicas, podía ocurrir un milagro. Como el día en que ganamos una lotería de mil pesos con el número 2345, que sería infalible según él había pronosticado, y que se tradujo en muebles nuevos para la sala y “cobijas para las niñas”.

Pero el milagro más grande fue su llegada a El Espectador. El director Guillermo Cano lo relató en un emotivo artículo a raíz de su muerte, en el que lo calificó como “Mi personaje inolvidable”. Así lo escribió:

Contra-Ataque y una ‘chiva’ eran, en realidad las dos referencias que yo tenía de Pachón de la Torre en momentos en los cuales estábamos editando en condiciones no muy fáciles, un magazineEl Espectador Dominical– que por iniciativa de mi padre y con mi poquísima experiencia, queríamos convertir en una gran revista al estilo de las mejores publicaciones norteamericanas. Llegó un día a las nueve de la mañana. El magazine por ese entonces era un apéndice del periódico. No tenía oficina propia. Todo se preparaba en la punta de la mesa central de la sala de redacción. Hasta ella llegó Pachón de la Torre y me entregó un original. Era, no puedo estar seguro, un folletín titulado El retrato macabro. Era una adaptación suya de una vieja leyenda escuchada en una de sus muchas aventuras juveniles. Era, como fue siempre todo lo suyo, una página de apasionante interés. No se trataba de que ese día precisamente hubiera escasez de material. Lo que sucedía era que el material no era bueno. Y El retrato macabro, de Álvaro Pachón de la Torre, venía a darle a la entrega de El Espectador Dominical –quinta o sexta de su vida– el interés que nosotros deseábamos. Ese día le pagamos quince pesos a Pachón de la Torre”.

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A partir de El retrato macabro, mi padre se convirtió en el Narrador Indiscreto y así no solo transmitió su desbordada imaginación a los lectores, cada vez más numerosos del Magazín Dominical de El Espectador, sino que logró hacer realidad palpable muchas de sus fantasías.

En otra ocasión, según decía también Guillermo Cano, fue a su oficina para decirle “¡Tengo la chiva!”. Se trataba de un hombre desconocido que llegó a contarle la historia de su vida. De ese encuentro resultó la serie Yo serví a Stalin y perseguí a Mussolini.

En cambio, la historia de Mr. Edward Stuart, publicada como muchas de sus mejores crónicas, reveló el misterio de un apasionante personaje aparentemente de ficción, pero traído a la realidad en una pensión de Bogotá. Queríamos que mi papá nos repitiera una y otra vez lo que parecía ser producto de su imaginación, pero él nos aseguraba que había conocido a Mr. Stuart a comienzos de la Segunda Guerra Mundial como traductor en las oficinas de la Legación Británica. “Lo más sorprendente, nos decía, eran sus críticas al gobierno de ‘Su Majestad’ y a los líderes de la Cámara de los Comunes”.

En varias oportunidades se reunió con él en el café San Marino y un día lo visitó en la pensión donde vivía. Entre las cosas que Mr. Edward Stuart guardaba en un viejo baúl, aparecieron pergaminos con el escudo de armas de los estuardos. En medio de la charla, le reconoció con tono burlón su origen y le habló de sus antepasados entre los cuales, según le dijo, “tengo una vieja loca que se llamó María Estuardo y un rey que se dejó decapitar por idiota”.

Después de algún tiempo, mi papá recordó al amigo y resolvió visitarlo de nuevo en la vieja pensión, pero se encontró con la triste noticia de su muerte, ocurrida unas semanas antes. Fue así como el Narrador Indiscreto comprobó que A Bogotá vino a morir un Estuardo.

A través de cinco crónicas publicadas también en el Magazín Dominical de El Espectador, siendo aún niñas, mi hermana y yo vivimos la “Vida, pasión y muerte de El Liberal”, las cuales relataron la historia de la segunda época del periódico y nos acercaron a los ideales que conocimos, en primer lugar, a través suyo y, luego, a lo largo de las descripciones que hiciera de personajes como Alberto Lleras Camargo, Alfonso López Pumarejo, Alberto Galindo, Eduardo Zalamea Borda y Hernando Téllez.

“Tras el escritorio se hallaba el ministro”, así relataba su encuentro con Alberto Lleras Camargo, director de El Liberal: “La primera administración López tocaba a su fin. Ya no había gajes que pedir. El ministro estaba solo. De su congestionado bufete del Capitolio se había desplazado progresivamente a aquel despacho íntimo y acogedor en la amplia casa de la Calle del Descuido, donde empezaba a incubarse la maravillosa aventura de la fundación de un nuevo diario: El Liberal, II época”.

Esa segunda época de El Liberal registró una división del Partido que a la vez y con el tiempo produciría igualmente su propio fin. En sus tres crónicas, el Narrador Indiscreto explicaba de qué manera un medio dedicado a la defensa de las tesis políticas y administrativas implantadas por el presidente Alfonso López estaba siendo objeto de ataques por parte de quienes calificaba como “enconados enemigos de la derecha” y por algunos sectores liberales que veían en las innovaciones de López un peligro para lo que se consideraba como excesivos privilegios de los cuales disfrutaban hasta el momento”.

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“Las diferencias se fueron profundizando aún más por las posiciones de El Tiempo y El Liberal, continuaba el relato, y a la postre fueron innecesarias –ya que finalmente triunfó la candidatura de Alfonso López para la reelección– y Eduardo Santos, durante su mandato, no solo no rectificó las reformas sociales de López, sino por el contrario las complementó”.

Nuestra última época con mi papá como periodista transcurrió en el ambiente de la familia de El Espectador, con las imágenes de los fundadores y la presencia de sus herederos, don Luis Cano en primer lugar. Mi padre nos hacía partícipes de todos los acontecimientos que de una u otra manera lo involucraban en la vida diaria del periódico, incluyendo “el muro de la infamia”, un anuncio suficientemente visible en la sala de redacción, a través del cual don Gabriel calificaba la producción de todos y cada uno de los periodistas, con felicitaciones, críticas e incluso advertencias.

(pag 48)

 

Por Gloria Pachón de Galán

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