El Magazín Cultural

Francisco Boix y las imágenes de un pasado imposible de olvidar (Puntos de fuga)

A propósito de los cien años del natalicio de Primo Levi, realizamos este especial sobre artistas que sobrevivieron a los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. El fotógrafo catalán se encargó de proteger alrededor de 20.000 fotos que daban cuenta del calvario producido por el nazismo en el campo de concentración de Mauthausen.

Andrés Osorio Guillott
03 de agosto de 2019 - 01:46 a. m.
Francisco Boix hizo parte del Ejército Republicano durante la Guerra Civil Española. / Archivo particular
Francisco Boix hizo parte del Ejército Republicano durante la Guerra Civil Española. / Archivo particular

Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen, es hijo de las revueltas, de los instantes álgidos. El catalán nació en 1920, época de enfrentamientos entre la burguesía española y los sindicalistas que empezaban a brotar en grandes cantidades tras la crisis económica que produjo una amplia brecha entre la clase alta y conservadora y la clase trabajadora que no solo se mostraba en desacuerdo con las condiciones laborales, sino que lo hacían también con el porvenir de España a través de discursos y muestras fidedignas de anarquismo. Los asesinos a sueldo estaban a la vuelta de la esquina, esperando cualquier manifestación de rebelión para accionar el gatillo y reducir las arengas y las exigencias de un porvenir arropado por la justicia y la equidad. Fue esa la época del pistolerismo, que duró entre 1917 y 1923, dejando cerca de 226 personas muertas y alrededor de 800 atentados que eran adjudicados por ambos bandos.

Boix realizó sus estudios de bachillerato sin mayores contratiempos. Creció con la educación como un privilegio y no como derecho. En casa adoptó los principios catalanes y republicanos. Legó también la pasión por la fotografía que tenía su padre, como si fuera un mandamiento o un suceso que se haría necesario y que, de no haber sido por eso, se habría desconocido la penuria y la crueldad de las SS en el campo de concentración de Mauthausen varios lustros después.

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Las ideas republicanas y de izquierda que fueron retumbando en la adolescencia del catalán se realizaron a sus 16 años, edad en la que se unió a las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña (JSUC), una organización política que se constituyó tres meses antes del estallido de la Guerra Civil Española a cargo del general Franco y los referentes del movimiento nacionalista.

El activismo político de Boix surgió desde la fotografía, pues su rol dentro de la organización formada por integrantes de partidos como el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), el Partido Comunista de Cataluña, el Partido Catalán Proletario, la federación catalana del PSOE y la Unión Socialista de Cataluña, fue colaborar como fotógrafo de la Revista Juliol, un medio de comunicación que resistiría a la mano radical del nacionalismo que surgiría en España.

Una de las cámaras más famosas de la época era la Leica, desarrollada por la empresa Ernst Leitz desde comienzos del siglo XX. En la década de 1930 se crearon tres modelos diferentes de esta cámara que tuvo características como el sistema de lentes intercambiables con base en un tornillo de 39 mm de diámetro; el separador de rango integrado unido al mecanismo de foco y la velocidad de obturación de 1/1000. Una de estas cámaras se convirtió en el medio, la fuente y el cofre de los secretos, los instantes y las inspiraciones del catalán.

Desde 1937 y hasta 1939 Boix participó como voluntario en el frente de combate. El presidente Manuel Azaña Díaz no logró detener la violencia entre grupos armados republicanos y nacionalistas. Su dimisión agudizaba la crisis y la influencia del nazismo y el fascismo italiano sobre el bando a cargo de Franco inclinó la balanza hacia la derecha, logrando que las tropas franquistas obtuvieran mayor dominación en el territorio español. Así, con la apropiación de tierras catalanas a manos del ejército español, la Guerra Civil llegaría a su fin, la crisis económica empeoraría las condiciones para las clases populares y la población derrotada. Los republicanos, las personas como Boix que creyeron y defendieron sus ideales por encima de todo, abandonaron su país. Alrededor de 200 mil españoles decidieron exiliarse en Francia, específicamente al sur de la nación de la igualdad, la libertad y la fraternidad.

Los campos de Vernet d’ Ariège y de Septfonds fueron un destino transitorio en la vida del fotógrafo. Los días se veían más taciturnos al sur de Francia, pero las malas noticias marchaban a pasos agigantados con la ocupación de Francia y la caída de París provocada por el tercer Reich. La presión de los franceses y la negativa de los españoles por volver a la tierra franquista obligó a múltiples personas a unirse a la Resistencia y defender un país que si bien no era suyo sí era un escenario que por el vigor de su historia no podía ser derrotado fácilmente.

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La 28ª Compañía de Trabajadores Extranjeros, grupo complementario del ejército francés, fue reducido junto a otras células de las fuerzas armadas en mayo de 1940. La Wehrmacht, capturó a los integrantes y los envió en tren al campo de concentración de Mauthausen, un emplazamiento que fue reconstruido en 1938 por presos.

El catalán fue registrado en el campo de concentración el 27 de enero de 1941. Atrás quedaría su nombre y ahora sería reconocido por el número 5185 y por su trabajo en el laboratorio fotográfico del lugar. Los trabajos forzados, de los días grises, los gritos desconsolados, los disparos surgidos al azar y las muertes que se mostraban normales y cada vez más normalizadas y menos aterradoras, eran imágenes y escenarios que Francisco Boix veía sin y a través del lente de su cámara. Cuerpos colgados en las verjas electrificadas, cientos de presos famélicos y desnudos a la intemperie, listos para ser enviados a los camiones y cámaras de gas donde morirían asfixiados fueron instantes que se resguardaron en fotografías que eran pedidas por las mismas autoridades de las SS para documentar las labores que se realizaban en Mauthausen y en Appellplatz, la plaza principal del campo de concentración.

Boix hizo parte de la oficinal del Erkennungsdienst en la plaza principal de Mauthausen. Conoció a otros españoles que no solamente por ser compatriotas eran vistos como la esperanza más cercana de volver a tener una familia o un refugio, sino que en compañía de muchos de ellos organizaron toda la estrategia de documentación de archivos y fotografías que serían las evidencias y los testimonios fidedignos de la barbarie, de los años eternos en los que el dolor estaban en bandeja de plata.

En medio de sus obligaciones como encargado de las fotografías de identificación y de registro, Boix lograba recolectar junto a Cereceda y García Alonso, -los otros españoles encargados de realizar trabajos de fotografía- las imágenes necesarias que simbolizaban la justicia tardía, la esperanza de tener un propósito de vida en medio de tanta muerte. Eran días de adrenalina, donde su oficio, su obediencia y su rebeldía clandestina se combinaban en el logro más importante: la supervivencia.

El catalán fue astuto. Cumplía las órdenes encomendadas por Paul Ricken, suboficial de las SS; tomaba retratos para los altos mandos del nazismo; cumplía a cabalidad con los registros de identificación y al mismo tiempo constituía un sistema de documentación para aglomerar las pruebas que serían presentadas años después en el icónico juicio de Núremberg y que se convertirían también en objetos de memoria sobre aquello que no deja de ser nombrado y que aún cuesta comprender.

Más que fotografías, pues muchas de ellas fueron quemadas por los alemanes tras la disminución de las tropas nazis en Stalingrado en 1943, Francisco Boix logró reunir cerca de 20.000 negativos que eran guardados entre maderas y que eran manipulados por varios prisioneros que hicieron posible el resguardo y la preservación de las imágenes que sobrevivieron a la desaparición de todos los archivos sobre lo ocurrido en el campo de concentración de Mauthausen.

 Mauthausen fue liberado en 1945. Los sobrevivientes de este y otros campos de concentración reinventaron su libertad y renacieron una vez más. Sus memorias siguieron presas y tal vez algo de su condición jamás volvió. Sus testimonios, sus oficios, sus palabras hechas de coraje, son obras de arte que prevalecen por sobrevivir a la podredumbre, a los rincones sinuosos de la barbarie y de los límites humanos. Boix siguió siendo coherente con su pasión y su discurso. Fue uno de los testigos fundamentales en Núremberg y uno de los reporteros gráficos más importantes para el Partido Comunista Francés.

Los restos del fotógrafo de Mauthausen reposan en el campo santo Père Lachaisen. Francisco Boix falleció en 1951 por secuelas que, como él, muchos otros tuvieron en su salud por la mala alimentación y el descanso precario en los campos de concentración.

Por Andrés Osorio Guillott

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