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El saber de la muerte

Hacerse con el fragmento de vida de una médium, de una mujer, de una Medea, es reafirmar ese poder patriarcal de querer devorar aquello que excede a la normatividad masculina: la mística de un cuerpo que puede dar vida y anularla. El poder de llevar la muerte adentro y, aun así, acontecer la vitalidad con fuerza. Presentamos una reflexión alrededor de las mujeres, la muerte, la literatura y el cine, a través del cortometraje Gulyabani y el libro Cometierra.

Valentina Giraldo Sánchez
24 de febrero de 2021 - 08:00 p. m.
"Gulyabani", del director Gürcan Keltek, es la historia de la clarividente Fethiye Sessiz, a quien los recuerdos le llegan mediante cartas y visiones. Así, la clarividencia abre la puerta a la memoria de sucesos violentos y tiempos ensombrecidos.
"Gulyabani", del director Gürcan Keltek, es la historia de la clarividente Fethiye Sessiz, a quien los recuerdos le llegan mediante cartas y visiones. Así, la clarividencia abre la puerta a la memoria de sucesos violentos y tiempos ensombrecidos.
Foto: Fotograma "Gulyabani"

Hace un par de días tuve un sueño. En mi sueño tenía la certeza de que iban a matarme. Intentaba no quedarme sola porque sentía terror de que cuando me muriera nadie me ayudara a sentarme en el piso. O que nadie se diera cuenta de que me habían matado. Que nadie le dijera a mi mamá o a mis amigas. Al final de mi sueño me quedaba sola, cuando llegaban a matarme me ponía a llorar. No lloraba por miedo a morirme, lloraba porque estaba sola. Entre los presagios oraculares de los sueños, el miedo a morirme y la soledad, reapareció el cortometraje Gulyabani, del director Gürcan Keltek. La película trata sobre la clarividente Fethiye Sessiz, quien recuerda diferentes episodios de supervivencia en su vida. A Fethiye los recuerdos le llegan mediante cartas y visiones. Así, la clarividencia abre la puerta a la memoria de sucesos violentos y tiempos ensombrecidos.

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Las primeras imágenes que vemos en este cortometraje son ríos, huecos en la tierra llenos de agua. En Colombia, los cuerpos muertos suelen encontrarse en los ríos, en los manglares y en la tierra. En mi sueño, era asesinada al lado de un río y mis uñas se llenaban de tierra. Cuando pienso en Gulyabani y en mi sueño, pienso en la última novela de Dolores Reyes: Cometierra. Este libro trata la historia de una mujer que tiene visiones cuando come tierra. El libro está dedicado a los feminicidios y a las sobrevivientes de estos. A lo largo de la historia, Cometierra mete en su boca los sedimentos que ha guardado el cuerpo de alguna mujer. Cometierra las ve golpeadas y desnudas, con las uñas llenas de barro negro. Los cuerpos en Cometierra, Colombia y Gulyabani se encierran entre rocas y cuencas fluviales.

Gulyabani comienza hablando de la vida como un gran cuarto oscuro. “Lo que recordamos son solo sombras de la realidad” y la memoria emerge de la oscuridad. Fethiye menciona que el mundo se reduce a un cuarto oscuro en el que vemos solo sombras, como en los sueños o en las revelaciones oraculares; como Cometierra o como en mi sueño: solo sombras. Según Fethiye, esta es una manera para acontecer a nuestra propia desaparición, reducirnos a simples sombras, al cuarto oscuro de la vida. Ver una película y recibir una premonición es prestarle el cuerpo a la luz y entrar en trance, es vislumbrar las sombras de aquello que constantemente está por suceder.

A Fethiye la familia la nombra “Gulyabani” por estar poseída. Ella causa terror, su don oracular alarma a la gente. Al igual que Cometierra, Gulyabani tiene en su poder un destino y un devenir monstruosos. Estamos poseídas porque nacimos con el dolor de un cuerpo castigado y patologizado, por eso nos tienen miedo y por eso nos matan. Nos matan porque somos Medea, Circe y Hécate. Nos matan porque somos el presagio de venganza de Casandra. Somos el cuerpo maldecido que se redime en la reunión oracular del cólera. Gulyabani dice que cuando estás tan cerca de la muerte puedes ver los cuerpos moribundos. Yo pienso que todas somos como Cometierra y, al igual que Fethiye, podemos ver a todas las que ya no están; a veces siento que nosotras estamos tan cerca de la muerte que la podemos ver con facilidad saliendo de los cuerpos de aquellos que tienen un corazón tan frío y que dirigen países e instituciones militares.

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A veces siento que nos odian porque llevamos en nosotras el saber de la muerte. Por eso, también nos niegan ser malas, sentir rabia. En 1980, Gulyabani es secuestrada por Black Bekir y es encerrada en una mina. Le dijeron que si se atrevía a hacer magia, le cortaban los dedos y las orejas. A Cometierra le llenan la casa de disparos. Los hombres le temen. A Fethiye le cortan el pelo, pues tener una parte del cuerpo de una clarividente es de buena suerte. Algo similar sucede en el mito de Apolo y Dafne en la versión de “Las metamorfosis”, de Ovidio: Eros le lanza una flecha de amor al dios y una flecha de rechazo a la ninfa. Apolo persigue incansablemente a Dafne para raptarla y ella, luego de pedir a los dioses, es convertida en un árbol de laurel para su protección. Al final, Apolo parte una de las ramas de Dafne y se hace su corona. A Gulyabani le cortan las uñas para regalarlas a un General que tenía una hija enferma. Hacerse con el fragmento de vida de una médium, de una mujer, de una Medea, es reafirmar ese poder patriarcal de querer devorar aquello que excede a la normatividad masculina: la mística de un cuerpo que puede dar vida y anularla. El poder de llevar la muerte adentro y, aun así, acontecer la vitalidad con fuerza.

Al igual que Cometierra y Gulyabani, muchas hemos deseado morir, sin importar mucho lo que dios piense, porque él -como precisa Fethiye- no le da mucho crédito a lo que pensamos. A veces queremos anular eso que ya ha sucedido, imaginar una vitalidad que no se vea interrumpida por el peso constante de la muerte inscrita por un sistema indigesto de guerra, por un sistema que asesina mujeres y que incluso en los sueños, en las visiones y en los presagios, no nos deja descansar. En este cuerpo escribiente, que da la vida y la anula, se posaron las luces y las palabras de Gulyabani y Cometierra. Se posaron como el canto de un pájaro Urutaú, ese canto que suena como a lamento y llanto.

Según Gulyabani, los defectos y cabos sueltos son cosas que el mal no puede soportar. Este devenir monstruoso y aterrador que acontece adentro de nosotras, es el cabo suelto y el defecto que la enfermiza estructura no puede sostener. En las imágenes finales de Gulyabani se ven plantas que crecen en las paredes de una casa, como si se tratara de una maleza mágica. Gulyabani habla con las piedras, Cometierra con el barro, y ambas habitan dos mundos. Fethiye expresa que el lenguaje en su vida siempre fue un laberinto, por eso, los sueños, la clarividencia, los presagios y las sombras son un camino alterno para comunicarnos. Por eso, nuestra guía son las estrellas y el cuarto oscuro es un esconderse del sí misma para re-aprender el saber de la muerte que llevamos dentro.

Por Valentina Giraldo Sánchez

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