Enjambres de ojos
oyen y huelen con sus patas...
aparalelas sincronías,
inclinadas, suspendidas
hacia todas partes acechan...
Hilos que tejen el viento
pacientes asechan al tiempo
su presa sobre el agua.
Sólo la improvisación puede ser metáfora del errar de la vida en la simultaneidad, de toda su fugacidad, azares, accidentes y precipitaciones. Recorre, por ejemplo, el camino análogo al de una planta que lucha por crecer y en el proceso deviene particular e irrepetible. Errar, reaccionar, decidir y accidentarse son problemas del orden de lo vital más que del orden de lo ya establecido, y cada nudo, torsión o bifurcación de un tronco darán cuenta de ese proceso.
El proceso vital de una planta está anudado a un medio, está compuesto de un tejido múltiple de relaciones con el afuera. Cada órgano sirve a la planta en función de la búsqueda constante de un equilibrio: propone movimientos, giros, vueltas y fugas que responden negativa o positivamente a determinados estímulos u obstáculos como la luz, los nutrientes o la gravedad. Así, mientras las hojas buscan activamente la luz y las raíces se alejan de ella, las raíces buscan la gravedad y las hojas se alejan de ella.
¿Qué papel juegan los músicos en este ecosistema? Estímulos, órganos y medio constituyen un tejido en virtud del cual los participantes trascienden su individualidad y devienen luz, agua, tierra, hoja o raíz a velocidades vertiginosas, constituyendo un cuerpo vivo y siempre en movimiento. Adaptándose, escuchando, se desterritorializan y reterritorializan como fuerzas disruptivas u ordenadoras que conjuran el crecimiento de una pieza que, por lo demás, tiene un potencial vital autónomo. Se comunican entre sí a través de una estructura tendida sobre sus cabezas y dispuesta de tal forma para generar caminos sensibles que terminan por atrapar al oyente y hacerle partícipe del instante.