El Magazín Cultural

Hilary Griffiths: portamento al cielo en Otello

Para Hilary Griffiths, el director inglés encargado de comandar este barco de emociones que navega entre los conjuros de las notas musicales y los ademanes del drama y la escenografía, “el amor por el canto en América Latina, combinado con el amor al teatro que encontramos aquí, hace de Colombia un hogar natural para la ópera”, pues por las tablas y los pasillos del Teatro Colón ya habían pasado óperas de talla mundial, como Don Carlo y Macbeth.

Andrés Osorio
19 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
Cristian Garavito - El Espectador
Cristian Garavito - El Espectador

“Si vas a una gran actuación de una gran ópera, surgirá una persona diferente después”.

Para Hilary Griffiths, el director inglés encargado de comandar este barco de emociones que navega entre los conjuros de las notas musicales y los ademanes del drama y la escenografía, “el amor por el canto en América Latina, combinado con el amor al teatro que encontramos aquí, hace de Colombia un hogar natural para la ópera”, pues por las tablas y los pasillos del Teatro Colón ya habían pasado óperas de talla mundial, como Don Carlo y Macbeth. Inclusive, en el año de 1986, Griffiths pisó suelo bogotano para dirigir las óperas de Fidelio y La Cenerentola.

De la mano sabia del artista, de la batuta disfrazada de varita nace la magia para que 58 músicos, 50 cantantes de ópera y siete actores (entre ellos los solistas destacados Zoran Todorovich de Alemania, Gulnara Shafigullina de Rusia y Nikola Mijailovic de Serbia) se encarguen de enaltecer las emociones del ser humano en la increíble ópera de Otello.

Presentada por primera vez en el Teatro alla Scala de Milán, el 5 de febrero de 1887, por el compositor italiano Giuseppe Verdi, la ópera de Otello es una de las obras que permanecen en la cúspide del teatro y de las bellas artes. Su concepto de ópera compuesta fue una revelación para la música en aquel entonces, pues sólo Verdi y Wagner se habían atrevido, desde polos opuestos, a generar una apuesta por la mezcla entre la ópera y el drama proveniente de la pluma de grandes escritores, como Shakespeare, Goethe, Schiller o Tolstoi.

“La música italiana es ante todo una cuestión de emoción”. Así lo diría Griffiths y así se percibe en las voces y actuaciones de los artistas en escena. Desde la sabiduría del director surge el asombro del espectador por el manejo que debe darle a la orquesta, al coro y a los actores. Ese ensamblaje de voces, instrumentos de viento, cuerda y percusión y las acciones y ademanes representados por los artistas, hacen de la ópera, y de esta ópera en especial, un acto sublime capaz de trastocar el alma de quienes observan, escuchan y se deleitan con la combinación armoniosa entre música y teatro.

En manos, o mejor en voces de Otelo (Zoran Todorovich), Desdémona (Gulnara Shafigullina) y Yago (Nikola Mijailovic), se encuentran los momentos de aria y recitativos. Allí donde se expone al máximo el don de la melodía y la potencia surgida en el diafragma de cada uno de los artistas, se genera una sensación de belleza y de admiración, quizás infinitas, ante las imponentes voces de aquellos solistas encargados de encajar en las altas o bajas notas musicales provenientes del foso del teatro.

Y sí, del foso del teatro surge la melodía que se encarga de generar el impacto y la tensión del público. Basta con cerrar los ojos por un momento y sentir que la música por sí sola se encarga de generarnos sensaciones de intriga, de paz, de desespero, todas aquellas sensaciones que nos hacen cada vez más humanos y vulnerables a nuestras pasiones. Pero para decirlo con palabras del director de orquesta: “La música abre mundos de emoción y de desafío intelectual. Combinado con el teatro, esto puede dar a la gente profundas experiencias emocionales que el mundo de los teléfonos móviles y medios sociales no pueden proporcionar. Una experiencia en vivo en un teatro de ópera no tiene equivalente. Nos recuerda nuestra humanidad”.

El coro, que también debe tener su mirada fija en el movimiento incesante, pero armonioso como las olas, de la batuta del director, nos marca el camino hacia esos instantes donde se percibe que la trama guarda la disociación entre la fuerza del amor y la fuerza de la vida. Entre voces no sólo encaja el tono sino también la escena, pues el coro de una ópera también posee la capacidad de responder a momentos dramáticos que generen la fijación y el centro de atención del espectador en el escenario y en todo lo que sucede alrededor de los actores.

Nada sería posible sin la fascinación y el coraje de quien maneja el espectáculo e implícitamente las emociones de quienes están presentes en el teatro. Sin el conocimiento y la conciencia del tiempo, el sonido y el espacio, no sería posible llevar a cabo una obra que guarda la grandeza de las letras de Shakespeare y la magnificencia de la música y el drama de Verdi.

Por Andrés Osorio

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