El Magazín Cultural
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“La gran carencia de Colombia es la falta de equidad”: Antonio Hernández Gamarra

En la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos a Antonio Hernández Gamarra: “Soy un jardinero frustrado. Esa fue una de mis tempranas vocaciones, aunque la frustración disminuyó en los últimos años de vida en Bogotá porque tuvimos orquídeas y bromelias en nuestro pequeño patio, y porque, a partir del 2013, me convertí en cultivador de múltiples plantas y de unos pocos árboles frutales en el patio de la casa que construimos en Santa Marta”.

Isabel López Giraldo
02 de septiembre de 2020 - 05:19 p. m.
"Me bastaría que mis nietos recuerden mi decir: te quiero mi loro / te adoro mi tesoro".
"Me bastaría que mis nietos recuerden mi decir: te quiero mi loro / te adoro mi tesoro".
Foto: Antonio Hernández Gamarra

También soy un lector de todo cuanto se me atraviesa, obsesivo con el cumplimiento del deber y psicorrígido con las cosas que me impongo. Además, soy amigo de mis amigos, un sentimiento que tengo profundamente arraigado.

Orígenes – Rama materna

Mi familia materna ha sido la principal protagonista en mi vida. Su origen está en Sincé – Sucre, antes Bolívar. Por mi vocación de jardinero recuerdo, de manera muy especial, el patio de la casa de mi abuela que estuvo siempre lleno de frutas y de flores, y toda la vida hubo la obsesión de traer a él una mata más, una flor más.

La casa de mi abuela materna fue de paredes de bahareque y con techo de palmas propias de la cultura Zenú. En ella había ciruelos, tamarindos, granadillas, papayas. También una mata de algodón perenne, especie que desapareció años después, cuando el algodón se convirtió en un cultivo transitorio.

Tuve una abuela absolutamente fabulosa, Mama Fita – María Josefa de la Ossa, quien vivió casi cien años en nuestro pequeño poblado, ya que nació a mediados del siglo XIX y murió en 1966, cuando yo tenía veintidós años.

Mama Fita fue hábil narradora de los cuentos de Las Mil y Una Noches y de los textos de Tomás Carrasquilla, pero también dramatizaba las novelas radiales cuando las vecinas no las habían oído. Como lo consigné en el recién publicado libro autobiográfico, Relatos de los oficios y los días, algunas de sus narraciones están, aún hoy en día, en mi memoria; en especial el talán, talán, talán, de las campanas persiguiendo a Reinaldo por el “pero” que impidió el casamiento de Flor de Lis con Timbre de Gloria, en el cuento El ánima sola, relato que la abuela utilizaba para enseñarnos a sus nietos que no debíamos incurrir en maledicencias ni en calumnias.

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Edificó una familia de once hijos, de la cual mi mamá fue la del centro. Con ella vivieron toda la vida tía Sandi y tía Margara, sus dos hijas menores, que fueron las únicas que no se casaron. La primera, liberal, y la segunda, conservadora, en un pueblo de mayoría conservadora y por lo tanto políticamente atípico en el Caribe, en donde las mayorías fueron siempre liberales.

Mama Fita fue abuela de sesenta y nueve nietos, y por lo tanto maestra de kínderes de distintas edades. De esa manera en su casa siempre hubo niños. Por supuesto, hice parte de uno de esos kínderes. Tuvo un loro, Robertico, al que las tías Sandi y Margara le enseñaron a dar vivas al Partido Liberal y al Partido Conservador, respectivamente. Lo increíble es que el loro sabía a qué partido dar vivas cuando se acercaba la una o la otra.

En el Caribe se le decía pastelero a quien cambia de partido sin ton ni son, al que lo hace a su conveniencia, por eso así le decíamos a Robertico. En la tradición cultural del pueblo era muy natural que a los sucesos notables se les hiciera una décima. Donaldo Tirado, un creativo y celebrado decimero, le compuso una a Robertico llamada: Robertico, el loro pastelero. Con esto significo que Robertico era símbolo de respeto a las ideas ajenas, y no el creador de lo que ahora llaman “dinámica política”.

A propósito de esta anécdota debo decir que soy coleccionista de lexicones y diccionarios y en el Lexicón de Colombianismos, de Mario Allario di Fillippo, se encuentra, precisamente, la definición de pastelero. Coleccionar ese tipo de libros es uno de mis hobbies que comenzó desde muy temprano: tengo alrededor de treinta de ellos sobre muy diversas materias y regiones del país.

Mi abuela fue una mujer absolutamente cariñosa y afable, al igual que mis tías Sandi y Margara, que hicieron las veces de mamás, totalmente dedicadas a sus nietos y sobrinos. Vivimos con muchísimos afectos alrededor de ellas y sin ninguna circunstancia de desavenencias, excepto los naturales regaños o de pronto un coscorrón por alguna travesura indebida, pero nada que marcara por alguna reprensión demasiado rígida. Porque se esmeraban para que hiciéramos las cosas lo más adecuadamente posible.

Mis tías murieron en los años noventa, a finales del siglo pasado. Y de mi abuelo materno no tengo mucha referencia, debió morir mucho antes de que yo fuera alguien consciente, casi que, hasta de mi propia existencia.

María Josefa Gamarra – La Niña Pepa

En el Caribe se le dice niña a toda mujer que adquiere una aureola de respetabilidad social. Por lo tanto, una mujer puede ser niña a los ochenta años. Y a mi mamá se le dijo siempre: la niña Pepa.

Mi mamá, María Josefa Gamarra, la niña Pepa, fue modista, tuvo unas manos prodigiosas, de artista, y vivió de ser la confeccionista de la ropa de las gentes con capacidad de pago en el pueblo. De recio carácter, y absolutamente ambiciosa de una buena educación para sus hijos, siempre quiso que fuéramos alguien en la vida. Ese fue su propósito vital porque en una familia pobre, como la nuestra, lo más probable era que uno terminara siendo peón en una hacienda, que era el destino natural de quien no estudiaba. Mamá, con absoluta determinación nos dijo siempre a sus hijos “ustedes no van a ser mozos en las fincas de Sincé y para eso tienen que estudiar”.

Por esa determinación siempre he dicho que esa fue la primera vez que se me apareció la diosa de la buena fortuna. Para hacer realidad su decisión mis padres crearon una escalera educativa en la que los mayores de mis hermanos fueron los que menos estudiaron y, a medida que iba descendiendo la edad de sus hijos, los mayores ayudaban a los más pequeños a educarse. De suerte que, como yo era el quinto de los nueve, tuve hermanos que colaboraron en la financiación de mi educación.

Una anécdota de mi madre habla muy bien de su carácter, de su determinación y de lo orgullosa que quería sentirse de sus hijos. Escribí mi primer artículo profesional en 1973 en la revista Planeación y Desarrollo, del Departamento Nacional de Planeación, cuando tenía veintinueve años. Esa era la revista en donde todos los economistas queríamos escribir y por ello estaba muy contento, máxime cuando ese texto fue reproducido en el libro Lecturas sobre Moneda y Banca en Colombia, que fue auspiciado por la Universidad de los Andes y Fedesarrollo.

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Profundamente orgulloso le llevé ese libro a mi madre que luego de leer mi nombre en el índice dijo: “no sé de qué se trata, porque yo no entiendo de eso, pero está mal escrito”. Le pregunté aterrado el porqué, a lo que contestó: “porque tú no te llamas Antonio Hernández G., (que fue como figuró mi autoría en ese índice), sino Antonio Hernández Gamarra”. Desde ese día me llamo Antonio Hernández Gamarra. Cada vez que me llaman doctor Gamarra, por equivocación debido a la sonoridad del apellido, o por malicia para insinuar que fui hijo natural, aplaudo mentalmente con frenesí.

También rescato una situación vivida con mi madre en 1958. Ese año fui a pasar las vacaciones de julio-agosto a Barrancabermeja, adonde la familia se había ido a vivir, y el 7 de agosto estábamos viendo la posesión de Alberto Lleras como primer presidente del Frente Nacional. No sé qué comentario hice, pero recordé toda la vida lo que mi madre me dijo en esa ocasión: “Algún día tú vas a estar ahí”. El 7 de agosto de 1994 le cumplí su vaticinio, porque yo estaba efectivamente en primera fila en la posesión del presidente de la República pues hice parte del primer gabinete del presidente Ernesto Samper, que me nombró como ministro de Agricultura.

Menciono este par de anécdotas, no tanto por las historias mismas, sino porque dan una idea de la sana ambición de mi madre sobre la educación de sus hijos y de lo orgullosa que quería sentirse de ello. Como dije antes, fue la madre que tuvimos para nuestra buena fortuna, con una dedicación enorme a nosotros, cariñosa, atenta, aunque rígida sobre el cumplimiento del deber.

La niña Pepa también fue una gran cocinera, tanto de los platos nativos de las Sabanas del viejo Bolívar como de la comida sirio-libanesa, o de los turcos como se decía en el habla cotidiana. Por ello dentro de nuestras circunstancias nosotros tuvimos una muy buena alimentación, a pesar de unos ingresos no muy abundantes, para ser benigno, porque eran más bien pocos.

Alguna vez oí decir que no se distingue el origen natal de la gente de Colombia tanto por el acento al hablar como por lo que se come en las distintas regiones. En nuestro caso es claro que preferimos un mote de queso, una ensalada de berenjena o una lengua en salsa, que un ajiaco.

Rama Paterna

Mi bisabuelo, el cura Bartolomé Cermeño tuvo seis hijos con Francisca Hernández, la niña Pacha. Por alguna razón al cura le encantaba el prefijo griego EU, que tengo entendido significa: bueno o bien. De allí los nombres de algunos de sus hijos: Eudalda (Aya), mi abuela paterna; Eutimio, mi tío abuelo; y el de su nieto Euclides (mi papá).

Bartolomé Cermeño fue cura párroco de Sincé durante casi cincuenta años y de él también desciende el hermano cristiano Justo Ramón, que escribió el libro de historia de Colombia que estudiamos todos los niños hasta principios de los años 60.

En el Caribe hay familias enteras que descienden de sacerdotes. Así, por ejemplo, el libro, Los hijos de los curas, de Alfredo de Jesús Mestre Orozco, da cuenta de las genealogías vallenatas. En muchas de las cuales hay alguien relacionado con un sacerdote. El padre Valentín es otro libro en que se complementan las genealogías de Valledupar. En el caso de Sincé hubo otro sacerdote, que se llamó Gabriel Garrido, cuyo hermano Leandro tuvo numerosa prole que algunos señalan como descendientes directos del sacerdote. Gabriel Martínez, el abuelo paterno de Gabriel García Márquez, desciende de ese árbol genealógico.

Cuando se murió una de mis tías abuelas, hija del padre Cermeño, que con sus hermanas habían heredado los baúles de su papá en los que guardaba diversos enseres, los libros los donaron a la biblioteca del colegio en el que estudié. Eran unos libros en papel cebolla, absolutamente preciosos, y conservo la imagen completamente nítida de ellos. Lo aprecié mucho más adelante, cuando llegaron a mí otros en ese mismo papel, como el de Las mil y una noches de la colección de Aguilar. Dicen que en esos baúles también había reliquias religiosas y que en el reparto a unos les tocó un cristo de oro y a otros una camándula que era una fina joya. Aunque es posible que sobre eso haya fantasías familiares.

A mi abuelo paterno, Papá Docto – Evaristo Acosta, lo conocí cuando yo era tan pequeñito que apenas si recuerdo su entierro. Fue un médico homeópata, político liberal y dos veces diputado a la Asamblea del antiguo departamento de Bolívar por los años veinte. Mi abuelo tuvo bastantes amores y fue muy prolífico, pues tuvo catorce hijos.

Mi papá, de muy recio carácter, alguna vez tuvo con Papá Docto una discusión sin que estén claras las circunstancias ni el porqué de ella. Pero, en un momento dado, mi abuelo le dijo: “tú no pareces hijo mío”. Entonces mi papá le contestó: “eso no es problema, yo me cambio el apellido”. Hasta ese momento mi papá se llamó Euclides Acosta y desde entonces pasó a llamarse Euclides Hernández. Esa es la razón de nuestro apellido, adoptado de su madre, Aya, nuestra abuela.

Casa materna

La nuestra fue una familia de escasos recursos económicos, pero con un rasgo distintivo muy importante. Porque hay que tener en cuenta que la pobreza tiene principalmente dos caras: una es la falta de ingresos, con todo lo que eso conlleva especialmente en materia de educación, pero también tiene la cara de la no ambición de futuro. Para nuestra muy buena fortuna, nosotros éramos pobres en cuanto a ingresos, pero como ya relaté mis padres tenían una sana ambición de buen futuro para nosotros.

Mi padre se ganó la vida, fundamentalmente, comprando y vendiendo terneros en pequeñas cantidades y con ese negocio le ayudó a mi mamá a criarnos. Tuvo algunas manifestaciones de reprensión fuerte con algunos de mis hermanos, nunca conmigo, quizás porque yo era muy dócil.

INFANCIA

Tuve una infancia absolutamente fabulosa. Compartimos en familia dentro de las tradiciones de la cultura Caribe. Crecimos con la campana de: “ustedes tienen la obligación de ser alguien en la vida”. Insisto en ello, tal como lo hizo mi mamá que la repicó durante todos los días de su vida, y por tanto la llevamos tallada en nosotros, igual que la de aprovechar las oportunidades.

La cultura religiosa estaba ahí, como parte imprescindible de la vida, pero sin grandes fanatismos en el sentido de que fuera muy exigente, excepto la devoción a la Virgen del Socorro, patrona del pueblo, cuyos devotos dicen que cura hasta el cáncer y la pobreza.

Tradición cultural de Sincé

En el pueblo en que nací hay una tradición cultural y educativa impresionante. Calculo que hacia mediados del siglo XX tendría nueve mil habitantes, obviamente con todas las carencias materiales de luz eléctrica, agua, alcantarillado, teléfono, pero había existido, de toda la vida, una tradición cultural muy importante. Uno de sus centros educativos fue emblemático generación tras generación, pese a esas circunstancias materiales en que se vivía en el pueblo.

En ese colegio – llamado La Merced, gestado desde fines del Siglo XIX – se educaron, entre otros, Carlos H Pareja, Adolfo Mejía y Alfonso Romero Aguirre, hacia 1910 – 1912.

Carlos H. Pareja, Simón Latino, fue escritor fecundo y uno de los intelectuales más notables de Colombia a mediados de los años 40, ya que fundó la librería La Gran Colombia en Bogotá y promovió ampliamente la lectura de la poesía en el país a través de los folletos que se llamaban Versos de hoy y de siempre, que se vendían a un peso por ejemplar.

También se educaron allí Adolfo Mejía, uno de los grandes músicos de la cultura colombiana, que le da nombre a ese teatro en Cartagena y Alfonso Romero Aguirre, notable político liberal, fue presidente del Senado y de la Cámara y segundo designado a la Presidencia de la República.

Soy hijo de esa tradición cultural educativa, la misma que se había prolongado hasta principios de los años 50 cuando llegaron a mí las primeras letras.

Gimnasio Sincé

Asistí al colegio Gimnasio Sincé, del cual Luis Gabriel Meza Castillo era su rector y maestro. Tuve unos profesores fabulosos, sin gran formación académica, pero con una vocación muy grande. Para mi buena suerte ahí me encontré con los números, con la poesía, con el castellano. Llegué a aprender, y aprendí con rigor.

A uno de mis primos Acosta, Evaristo (Don Eva), nieto de Papá Docto, se le dio por formar una brigada cívica juvenil con las primeras letras del apellido de los diez o doce muchachos que integrábamos el grupo. Fuimos actores de comedias y otras pequeñas obras de teatro, lectores de poesía y declamadores de ella.

Tuvimos un espíritu cívico impresionante, ayudamos a organizar las carreras de ciclismo pensando que en Sincé había ciclistas muy grandes, tan grandes como los antioqueños de entonces. Organizamos actos cívicos de toda naturaleza y también tuvimos una columna en el periódico que había en el pueblo, Ecos de Sincé.

Hoy me pregunto cómo es posible que en ese pueblo, en semejantes circunstancias materiales, pudiera haber tantas preocupaciones por ese tipo de actividades cívicas y culturales.

Esa fue la segunda vez que se me apareció la diosa de la buena fortuna que me ha acompañado a lo largo de la vida, porque conté entonces con amigos que nutrieron en mí el sentido de la amistad y de la solidaridad. El fervor que les tengo y que recibo de ellos aún hoy, más de sesenta y cinco años después, es enorme.

Ese grupo de amigos tenía nombre de purgante: AVOGHAFÓN, porque se formó tomando las iniciales de los apellidos de cada uno de sus miembros: Acosta, Vega, Osorio, Garrido, Hernández, Acosta, otra vez, Falcón y Navarro.

De esta etapa quedaron los primeros amores de infancia y de adolescencia, aun cuando de ellos solo una pareja terminó en matrimonio. Recuerdo nuestros bailes y la forma en que aprendimos a hacerlo con música escuchada por radio, pues ese era nuestro único recurso para ese fin. Debiendo decir que por aquel entonces no se conocían los discos de 33 revoluciones, los LP, sino los de 78, y tampoco teníamos mucho en qué hacerlos sonar.

Una cosa muy linda, como manifestación de vida, tiene que ver con el valor de una de esas amistades. Resulta que Alfredo de la Vega, uno de los miembros del grupo, el que aportó la V en el AVOGHAFON, a quien llamábamos El zorro, era absolutamente vivaz, inteligente, necio e indisciplinado, y por ello fue expulsado del grupo al no cumplir con los preceptos de la secta que imperaban en ella. Pero eso no hizo que peleáramos con él, sino que ya no hacía parte de esa rosca, ya no se le invitaba sino a ciertas cosas.

Con el paso de los años olvidamos el incidente y llegamos a ser tan cercanos que él terminó siendo el padrino de uno de mis hijos. Cuando nos hicimos profesionales nos reencontramos y nos deleitamos, como con la totalidad de los del grupo.

Alfredo, que se fue a vivir a Barranquilla, cuando coincidíamos allí me invitaba a los mejores restaurantes y departíamos recordando andanzas y amigos. Desafortunadamente lo mataron una noche de mediados de 1988 en un episodio absolutamente absurdo, producto de una discusión baladí. Este es uno de los dolores más grandes de mi vida, pues fue mi amigo entrañable.

Instituto Nacional Simón Araújo - Sincelejo

El Gimnasio Sincé no ofrecía sino hasta primer año de bachillerato, entonces tuve que salir del pueblo para poder seguir estudiando. Así, en 1957, cuando cumplí trece años, permanecí por un año en Corozal y estudié el segundo año de bachillerato en el Liceo Carmelo Percy. Pero ese colegio era privado y para nuestra familia no era fácil pagar la pensión más el internado, pues ese era un gasto bastante significativo para los ingresos familiares, por lo que fue necesario buscar otra alternativa.

A mediados de 1957 mi mamá tuvo que viajar a Bogotá porque Eutimio, mi hermano mayor, sufrió un accidente grave y hubo que internarlo en la Clínica Palermo. En esas penosas circunstancias unos amigos de Sincé le comentaron a mamá la posibilidad de gestionar para mí una beca en un colegio público nacional. Gestión que resulto exitosa y gracias a ello llegué a cursar interno tercer año de bachillerato al Instituto Nacional Simón Araújo en Sincelejo.

El internado me garantizó la comida y la dormida. Ahí empezó a funcionar plenamente la escalera educativa ideada por mis padres porque mi hermano mayor me hacía llegar quince pesos mensuales para pagar mis gastos. Así pude ir al cine cuatro o cinco veces al mes, pagar la lavada de la ropa, comprar los lápices y demás útiles.

Cuando me matriculé en el Araújo mi madre me dijo: “ahora depende de ti que te eduques, porque si te va bien en este colegio, vas a ser bachiller, y si eres bachiller, podrás irte a estudiar a la universidad”. En otras palabras, me dijo: el problema es ahora tuyo.

Lo tomé con toda la seriedad. Lo digo sin ningún rubor porque fui muy buen estudiante al punto de que en el colegio se vivía una rivalidad muy profunda entre los internos, quienes comíamos y dormíamos en él, y los externos, muchachos de las clases medias de Sincelejo, porque los ricos iban a estudiar a Medellín, a Cartagena o a Bogotá.

Se vivía una competencia muy fuerte para ver a cuál de los dos grupos pertenecía el mejor estudiante del colegio. Afortunadamente me destaqué, pues siempre he tenido vocación de hacer las cosas bien, y llegué a ser el mejor bachiller de 1961.

Como dije antes, las circunstancias de mi buena fortuna son muy grandes. Por el año 60 llegó al Araújo una camada de profesores que habían estudiado en la Universidad Pedagógica en Tunja. Ya eran licenciados, gente joven, en sus tempranos veintes.

Tuve un profesor fabuloso de Historia de Colombia, Carmelo Ricardo. Él me cambió la visión del país, que había aprendido en el libro del hermano Justo Ramón, llena de héroes, de batallas, de la sucesión de obras grandiosas construidas en los gobiernos de los distintos presidentes, ya que enseñaba la historia nacional con base en Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, de Indalecio Liévano Aguirre.

Julio (El Tollo) Flórez, profesor de trigonometría y física, animó en mí una capacidad de raciocinio abstracto impresionante, y me indicó que podría llegar a ser un buen ingeniero. También me impactó positivamente el profesor de química, Jairo Calderón. Además, estudiábamos francés, inglés e historia de la literatura española. Todo esto hizo que yo estuviera fascinado y fuera buen estudiante hasta graduarme, aun cuando nunca se me facilitó el estudio de los idiomas. (Foto)

El colegio tenía una pequeña biblioteca de libros clásicos y de literatura española. El profesor de historia de la literatura, Antonio Loaiza Cano, era un gran animador e hizo que yo terminara interesado en esos libros. Me gustó siempre la lectura de todo tipo, desde novelas de vaqueros, periódicos e inclusive avisos, los cuales he coleccionado para un divertimento que, años después, con algunos amigos llamamos el “Pensamiento Claro Colombiano”.

Recuerdo que en tercero de bachillerato estudié el libro El castellano literario con el profesor Ernesto Panesso Robledo, una copia del cual conservo gracias a un regalo que me hicieron cuando fui contralor General de la República. Mantuve esa copia del libro en el despacho junto con el diccionario de la señora Moliner, porque he tratado siempre de ser riguroso con todo lo que digo y escribo.

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Barrancabermeja

Mis padres, para que sus hijos estudiaran, tuvieron que dejar Sincé, porque era imposible pagar los estudios de todos por fuera del pueblo y también conseguir más becas. De hecho, Rosa una de mis hermanas mayores, ya había tenido una para sus estudios de normalista.

Fue por eso que la familia decidió emigrar a Barrancabermeja donde vivía mi hermano mayor desde 1957. Yo los visitaba en las vacaciones, como dije antes, y para eso viajaba en avión que iba desde Magangué, paraba en el Banco y luego en Barrancabermeja. El trayecto hoy en día no debe tomar más de veinticinco minutos, pero en ese tiempo tardaba, con esa escala, más de cuatro horas. La otra manera de trasladarse hasta Barranca era en un barco de vapor, a usanza de Fermina Daza y Florentino Ariza, en un viaje que podría demorar tres días.

Era evidente que en Barranca las condiciones de la vida material eran mucho mejores, pese al calor infernal del puerto petrolero. Había ventiladores, un lujo que en Sincé no hubiéramos podido tener por la falta de luz eléctrica; tampoco se cocinaba con leña, a la que estábamos acostumbrados, sino con gas propano. De nuevo, viví toda la alegría de estar juntos durante las vacaciones escolares que fueron siempre muy gratas.

Bogotá

Como terminé alejado físicamente de la familia cercana desde mis trece años, cuando tuve que viajar a Bogotá, ya sabía que debía defenderme solo. A la capital llegué en enero de 1962 a una pensión de estudiantes. No recuerdo grandes angustias, ni desesperanzas sobre lo que pudiera pasar. Conté con un tutor, amigo de mis padres, que me llevó a vivir a una pensión de costeños, como entonces se decía, en la carrera 4 con la calle 13 a una cuadra al norte de la Luis Ángel Arango. Allí me encontré con amigos caribeños, lo que hizo que no tuviera especial angustia por el cambio y los nuevos retos que este significaba.

Una anécdota muy curiosa tiene que ver con mi vestido de grado de bachillerato, que era uno de los tres con que contaba para vivir en Bogotá. Para mi mala fortuna, fue manifiesto que el sastre de Sincelejo me lo hizo muy grande, de suerte que para propósitos prácticos solo tenía dos y medio cuando Bogotá era tan frío que si no se veía Monserrate era porque estaba lloviendo y cuando se veía era porque iba a llover.

Por todo ello el clima de los primeros días me dio durísimo pese a la compañía, porque no estaba solo, estrictamente hablando, pero las condiciones climáticas no eran las más favorables para un calentano.

Universidad Nacional

Fui el primero de mis hermanos que ingresó a la universidad, los que me siguen también se hicieron profesionales, excepto una de mis hermanas menores que desafortunadamente murió en un absurdo accidente. De esa manera mis padres realizaron su sueño de la escalera educativa.

Soy economista de la Nacional, mi hermano Euclides es médico anestesiólogo y terminó su carrera profesional como jefe de anestesiología en la Clínica del Country. Los demás se dedicaron a la docencia. Aún los que no cursaron estudios universitarios fueron muy consagrados. Ejemplo de ello es mi hermano mayor, Eutimio, quien sin estudios universitarios formales llegó a ser jefe de mantenimiento en la Refinería de Barrancabermeja, motivado por el acentuado énfasis de mi madre de tener que ser alguien en la vida y no peones o mozos, como se decía en el argot popular, en las haciendas de Sincé.

Tengo muy poca motricidad fina, el dibujo se me daba muy mal en una época en que todo era manual, ni siquiera había calculadoras, sentí que no iba a tener un buen desempeño como ingeniero, y jamás se me pasó por la cabeza que pudiera estudiar matemáticas puras, y tenía mucha ilusión con lo social. Pensé que donde mejor podía combinar el estudio de las matemáticas con el de las ciencias sociales era en economía, y por eso me decidí por esa carrera.

El compromiso era pasar en la Universidad Nacional. Antes de presentar el examen de admisión sentí mucha angustia porque de no pasarlo, estaba claro que yo no podría estudiar en una universidad privada.

En ese entonces el examen de admisión se hacía en cada facultad y por eso llegué directamente a la Facultad de Economía, temblando de frío, por el clima, por mi precaria vestimenta y, porque, además, tenía el miedo de lo que iba a ocurrir si no pasaba el examen.

Superada esa prueba comencé a estudiar economía en la Nacional, y también a hacer un buen núcleo de amigos, muchos de los cuales aún conservo, en especial aquellos con quienes años después creamos la Fundación de estudios económicos y sociales -FINES-.

Me dediqué a mi carrera logrando que siempre me devolvieran los sesenta pesos que valía la matrícula anual dadas mis calificaciones, pues me mantuve dentro de los tres mejores estudiantes de la clase. El primer año, mis hermanos me mandaban doscientos cincuenta pesos mensuales, con los que pagaba doscientos veinte en la pensión que me daba derecho a dormida y comida excepto los domingos por la tarde. Con los treinta pesos mensuales restantes pagaba el restaurante el domingo por la tarde, el transporte, la lavada de la ropa, algunas entradas al cine y el periódico El Siglo.

Esta última compra impactó temprano mis relaciones en la Universidad, pues había unos muchachos muy inquietos con ideas izquierdistas que me pedían prestado el periódico y resultaron ser de la juventud comunista. A través de ellos se dieron unas primeras cercanías políticas con grupos de izquierda, a pesar del conservatismo heredado de mi padre y de mi hermano Eutimio.

En 1962 se produjo un hecho muy importante en la Universidad que en adelante marcó lo que sería mi vida de estudiante. El 4 de junio el Consejo Superior Estudiantil promovió una manifestación en solidaridad con una huelga que se daba en algún lugar del territorio nacional. Previo a lo cual, los dirigentes estudiantiles se habían reunido con el presidente, Alberto Lleras, que estaba por terminar su período, y se comprometieron a que no habría desmanes. Por su parte, el presidente dijo que no habría ejército ni policía en las calles, ni ningún acto represivo de la protesta estudiantil.

La manifestación, a la cual asistí por curiosidad, transcurrió tranquilamente, y luego me fui a pie a la pensión pues quedaba cerca de la Plaza de Bolívar. Minutos más tarde me enteré de que se habían presentado grandes destrozos, desmanes, que habían apedreado El Tiempo, la Catedral y diversos establecimientos de comercio.

Los estudiantes de la Facultad de Medicina tenían un periódico, Bisturí, en el cual publicaron un editorial diciendo que condenaban los hechos violentos sucedidos durante la manifestación, excepto en el caso del diario El Tiempo, donde consideraban legítimo que los estudiantes le echaran piedra por su posición de vendido al imperialismo y demás.

Las directivas de la Universidad, por el contenido de ese editorial, decidieron expulsar a quienes lo firmaron y a otros estudiantes, entre los cuales estaban Jaime Pardo, después candidato de la UP, y asesinado años más tarde (1988); Julio César Cortés que jugó un papel fundamental en el movimiento estudiantil, puesto que después fue presidente de la Federación Universitaria Nacional (FUN) y gran amigo de Camilos Torres, con quien se fue al monte en Santander a finales del año 65 y, como muchos otros estudiantes, fue fusilado por los cabecillas del ELN, y, María Arango, estudiante de sociología y animadora del movimiento estudiantil en la primera mitad de los años sesenta.

Esto produjo un clima de confrontación entre las facultades conservadoras, una de las cuales era la de Economía, cuyas directivas y profesorado apoyaron irrestrictamente las medidas tomadas por las directivas. Pero, otros grupos, con la Facultad de Sociología a la cabeza, sustentaban que no estaba bien que expulsaran a los estudiantes sin, lo que ahora llamaríamos, un debido proceso. Los de sociología ganaron un espacio importante y como para ese momento yo ya conocía simpatizantes de las fuerzas que estaban a favor de los estudiantes expulsados ello hizo que me fuera acercando a posiciones más de izquierda y me preocupara por las luchas estudiantiles y que quisiera tener alguna actividad dentro de ellas.

Movimiento estudiantil

Los Consejos Estudiantiles de las Facultades estaban integrados por un estudiante de cada curso (que entonces eran anuales y no semestrales) y usualmente había cinco en cada carrera. A mitad de 1962 el representante de mi curso, que había sido elegido al principio del año, se retiró de la facultad y entonces fui elegido para reemplazarlo. A partir de allí hice la carrera en el escalafón del movimiento estudiantil, ya que fui representante de mi curso desde el primero hasta el cuarto año.

El consejo estudiantil de cada facultad elegía a uno de sus miembros para integrar el Consejo Superior Estudiantil (CSE) que estaba conformado por veintiséis representantes, pues ese era el número de las Facultades. En cuarto año salí elegido por Economía como representante de los estudiantes de la Facultad ante el CSE y fui designado vicepresidente del mismo.

Consejo superior universitario

El último año fui elegido primero representante de los estudiantes ante el Consejo Directivo de la Facultad de Economía y luego representante de los estudiantes ante el Consejo Superior Universitario. Esto quiere decir que, en 1966, a mis veintidós años, yo me senté con el ministro de Educación, con un representante del ministro de Hacienda, con sendos representantes de los decanos, de los profesores y de los egresados, con el rector, y con Juan Fernando Pérez, el otro representante de los estudiantes, a dirigir la Universidad Nacional.

En ese contexto tuve mucha cercanía con el profesor José Félix Patiño Restrepo, quien había sido designado rector a mediados de 1964 y durante su gestión adelantó una profunda transformación del Alma Mater.

Eso fue así porque el doctor Patiño, cuando llegó a la rectoría, dijo: “Aquí no hay Universidad sino una federación de veintiséis facultades que operan cada una por su lado y por lo tanto deben ser integradas en unas pocas unidades docentes por razones académicas y administrativas”.

Comenzó su reforma predicando, además, que el movimiento estudiantil era soporte estructural de la reforma que él quería hacer y medio útil para promover su difusión y desarrollo. Algo que era música para los oídos de los dirigentes estudiantiles acostumbrados a oír calificativos desobligantes y a opiniones descalificadores sobre nuestra tarea.

De allí que los estudiantes, en su inmensa mayoría, apoyáramos la reforma del doctor Patiño que significó un fortalecimiento de la Universidad en su presupuesto, en su infraestructura física y en la ampliación del número de estudiantes y de los profesores, en especial de los de tiempo completo y dedicación exclusiva.

Toda la reforma se dio en medio de un clima intelectual muy enriquecedor pues el profesor Patiño, además de su concepción humanista de la enseñanza, y de creer que la Universidad tenía que proyectarse al desarrollo nacional, también se propuso fortalecer la formación cultural de los estudiantes para lo cual nombró como directora de esta área a Marta Traba, la pontífice del arte en ese momento, y a Santiago García, responsable de la actividad teatral en la universidad, habiendo montado la obra Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, con los estudiantes como actores. De ellos, años más tarde, algunos fueron sus colaboradores en el teatro La Candelaria.

Conceptualmente el lema de la reforma Patiño fue integración y desarrollo, ya que en su opinión debía la Universidad integrarse a su interior administrativa y académicamente para de esa manera propender por el desarrollo del país.

Los estudiantes apoyábamos en general la idea de la integración y fue así como se crearon principalmente las facultades de Ciencias, de Arte y de Ciencias Humanas. Esta última integrada por las antiguas facultades de Ciencias de la educación, Psicología, Sociología y Economía.

En el caso de Economía se formaron dos grupos. Uno, el de los directivos, la mayoría de los profesores y unos pocos estudiantes, que no quería la integración argumentando que hacerla significaba desprofesionalizar la enseñanza. El otro, constituido por la mayoría de los estudiantes y unos pocos profesores, que éramos partidarios de las ideas del rector Patiño y de Fals Borda que propendían por una formación más universal y humanista de los estudiantes. Nosotros tomamos partido por las ideas del doctor Patiño, apoyamos la creación de la Facultad de Ciencias Humanas y la integración en contra de los directivos de la Facultad de Economía.

Cuando ganamos la lucha por la integración fue nombrado director del Departamento de Economía el profesor Lauchlin Currie, quien había sido asesor del presidente Roosevelt para las negociaciones con China al término de la Segunda Guerra Mundial, a los treinta y tres años había redactado la Ley de Bancos de los Estados Unidos, y uno de sus escritos en el American Economic Review fue seleccionado como una de las colaboraciones paradigmáticas de esa revista en sus primeros cincuenta años de publicación

Pero resulta que Currie fue acusado por Joseph MacCarthy, como muchos otros funcionarios gubernamentales e intelectuales, de haber trabajado como espía para el comunismo soviético y por lo tanto tuvo que salir de los círculos del poder en los Estados Unidos, a pesar de que nunca se probaron esos cargos. Fue así como terminó trabajando para el Banco Mundial y estando allí vino a Colombia en 1949, como jefe de una Misión encargada de promover el desarrollo nacional, y aquí se quedó prácticamente por el resto de su vida.

Tuve la oportunidad de ser su alumno durante ocho meses, tiempo suficiente para que imprimiera en mí un cambio de mentalidad sobre la Economía y su enseñanza. Hasta antes de su llegada a la dirección del Departamento de Economía los estudiantes de esa disciplina en la Nacional, y en general los de todas las universidades en el país, recibíamos unos conocimientos instrumentales para ejercer oficios, es decir nos enseñaban cómo hacer ciertas cosas.

Currie, por el contrario, predicaba que el análisis económico era para aprender a comprender, para entender los problemas y para proponer soluciones a los mismos y por lo tanto hizo énfasis en que era fundamental que entendiéramos el funcionamiento de la economía colombiana, algo que bajo el anterior esquema pedagógico se enseñaba poco. Ese fue un cambio de paradigma muy grande y me marcó para el ejercicio profesional en especial porque, más adelante, terminaría trabajando con él en el Departamento Nacional de Planeación.

Los estudiantes apoyamos con entusiasmo las ideas integracionistas del doctor Patiño, su apoyo al movimiento estudiantil y su propósito de fortalecer la Universidad Nacional, pero discrepábamos con él en lo político porque el afirmaba que mediante ese fortalecimiento se terminaría trasformando el país, mientras nosotros decíamos que sólo si se transformaba el país a fondo se fortalecería la Universidad.

Esas discrepancias, y problemas que hubo en otras universidades públicas, en especial en la UIS y en la Universidad de Antioquia, hizo que existieran tensiones y controversias entre la dirección de la Universidad, con el doctor Patiño a la cabeza, y los dirigentes estudiantiles, a pesar de lo cual nunca se produjeron sanciones y menos un cierre de las actividades después de los sucesos de junio de 1962, cuando la Universidad se cerró hasta mediados de agosto de ese año.

Mamertos

Esas tensiones se profundizaron luego del surgimiento del ELN y de que Camilo Torres empezó a liderar el movimiento político Frente Unido. Eventos que hicieron que se agudizaran las diferencias entre las distintas vertientes del movimiento estudiantil, y en especial entre aquella partidaria de la insurrección armada y otra que veía las luchas estudiantiles más en el terreno de la lucha gremial: es decir, luchar principalmente por más y mejores profesores, más estudio de la realidad nacional, mejores facilidades de residencias y cafeterías etc., y menos por el apoyo a la lucha guerrillera. Esa última tendencia, con la cual yo me identificaba, empezó a ser denominada de los mamertos, por extensión del calificativo que así se le daba al partido comunista.

Resulta que el Partido Comunista era dirigido por Gilberto Vieira, Filiberto Barreto, y otro con nombre terminado en erto. Entonces, los enemigos de ese partido decían que había que acabar con Gilberto, Filiberto y demás mamertos porque no eran lo suficientemente audaces para plantear la lucha armada como el único camino de solucionar los problemas del país. Pensaban que las luchas gremiales, en general, no eran el camino para conseguir el cambio que se requería.

“Apoyos que tumban”

Cuando en agosto de 1966 se terminaba el mandato del doctor Patiño como rector, a pesar de las discrepancias que habíamos tenido con él, el movimiento estudiantil decidió expresarle respaldo apoyando su reelección para un nuevo período y para ello preparamos un comunicado que decidimos hacer público previo una reunión que le solicitamos para manifestarle nuestra decisión. Profundamente emocionado al saber que, luego de los muchos sinsabores que le habíamos hecho pasar, reconocíamos sus propósitos y sus logros, con humor boyacense, nos dijo: “muchachos les agradezco los términos del comunicado, pero les voy a pedir el favor que lo guarden y no lo hagan público porque hay apoyos que tumban” (Risas).

Manifestación que se debe contextualizar para conocer la profundidad que tenía. Carlos Lleras Restrepo, que se había posesionado como presidente el 7 de agosto de 1966, había intentado lanzar su candidatura presidencial en la Universidad Nacional en el mes de noviembre de 1964 casi dos años antes de las elecciones. Enrique Santos Calderón y Daniel Samper Pizano que tenían una columna en la página Universitaria de El Tiempo recibieron a una gente que les dijo que cómo iba a ser que el candidato del Partido Liberal no visitara la Universidad y les garantizaron que no pasaría absolutamente nada si el candidato iba a la Universidad. Por su parte conocida la fecha de esa visita, los dirigentes estudiantiles decidieron que era una buena oportunidad para hacer un pronunciamiento sobre la situación del país a través de unas palabras del presidente de la Federación Universitaria Nacional (FUN).

Cuando el doctor Lleras se hizo presente en el aula máxima de la Facultad de Derecho alguien lanzó un huevo o un tomate, no recuerdo bien, lo que provocó una zambra que hizo que el rector Patiño y otros de los organizadores lo refugiaran en la decanatura de la Facultad de Derecho, y solo pudo salir de allí cuando el Batallón Guardia Presidencial entró a su rescate.

A pesar de ello el ejército no detuvo a ningún estudiante y las directivas de la universidad tampoco impusieron sanciones, a pesar de que fueron públicas las fotos de algunos de los estudiantes agresores. Esta historia está narrada en las memorias de Enrique Santos Calderón y también de manera detallada en mi libro Relatos de los oficios y los días.

El doctor Lleras nunca olvidó ese incidente y cuando llegó a la Presidencia lo primero que dijo fue: “La Federación Universitaria Nacional es de izquierdistas que no representan a los estudiantes. Por consiguiente, el Gobierno no va a hablar con ellos”. De esa manera que alguien contara con el apoyo de estudiantes que éramos reconocidos partidarios de la FUN era más un lastre que un apoyo y de allí la reacción del doctor Patiño frente al texto de nuestro comunicado.

La gestión del doctor Patiño fue unánime reconocida y alabada por todos los estamentos de la Universidad quienes, al igual que los estudiantes, le pidieron seguir como rector, pero él decidió retirarse e irse a dirigir la Federación Panamericana de Asociaciones de Facultades de Medicina.

Fin de la representación estudiantil

Bajo un nuevo rector, en octubre de 1966 el presidente Lleras Restrepo anunció que visitaría un lugar cercano a la facultad de Veterinaria en compañía de Nelson Rockefeller, cuya Fundación venía apoyando el sector agropecuario del país.

Ante ese anuncio los dirigentes estudiantiles consideramos que lo prudente era respetar esa decisión, pero grupos radicales anarquistas intentaron atacar la comitiva presidencial, ante lo cual el ejército ingresó a la universidad produjo destrozos y muchos estudiantes fueron detenidos.

A raíz de esos hechos el gobierno nacional, en virtud de un decreto de estado de sitio, decretó turbado el orden público, derogó apartes de la ley que regía el gobierno de la Universidad y prohibió la representación estudiantil en sus órganos de gobierno, con lo cual terminó mi período como representante de los estudiantes en el Consejo Superior Universitario de la Universidad Nacional, que se había iniciado en abril de 1966.

Los siete meses de esa experiencia fueron muy enriquecedores por lo mucho que aprendí sobre el manejo de la Universidad y por el disfrute de los rasgos de humor conque varias veces fui reprendido por algunas de mis intemperancias.

No habiendo sido sometido a prisión a principios de 1967, a diferencia de otros compañeros del movimiento estudiantil, pude dedicarme a terminar mi monografía de grado y obtuve el título de economista en abril de ese año.

Investigador y profesor en la Universidad Nacional

Una vez graduado me vinculé al Departamento Nacional de Planeación a donde fui de la mano de Antonio Urdinola, jefe de la Unidad de Estudios Macroeconómicos, quien había sido mi profesor en el último semestre en la Universidad Nacional. Allí me dediqué a la evaluación de los proyectos de inversión extranjera y en esas estuve hasta cuando me vinculé como profesor al Departamento de Economía de la Nacional e investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID), pensando en convertirme en becario del programa de estudios en el exterior para el cual el profesor Currie había conseguido apoyo de la Fundación Ford.

Universidad de Rice

Por suerte fui seleccionado como becario de ese programa y en septiembre de 1968 empecé el postgrado en Economía en la Universidad de Rice, en Houston, sin ser bilingüe. Allí estudié durante dos años y aprobé todos los cursos para el doctorado. Fui estudiante de tiempo completo con cerca de cuarenta horas semanales de consagración en la biblioteca y tan solo doce horas de clases presenciales. Mi única obligación fue estudiar pues la beca tenía un estipendio razonable.

Durante los años de la vida en Rice la compañía más cercana me la prodigó Betsy, con quien nos habíamos ennoviado a mediados de los años sesenta, nos casamos en junio de 1968 y tuvimos nuestro primer hijo en febrero de 1969.

El sindicato

Durante el tiempo que estuvimos en Rice, como durante toda la vida desde entonces hasta hoy, Betsy ha sido soporte y compañía en mis oficios y mis días y, muy especialmente, vigilante atenta de la calidad de la salud y de la educación de nuestros tres hijos varones (José Luis, Camilo y Javier) y de Bexielena la hija menor.

Fue por eso que, en julio de 1987, al agradecer las palabras del doctor Oto Morales Benítez en el homenaje que me organizaron mis compañeros al retirarme de la presidencia de la Financiera Eléctrica Nacional, dije que, al igual que él yo tenía muchos amigos, sindicatos de amigos, y que, en mi caso, el primero de esos sindicatos lo constituían Betsy y mis cuatro hijos.

Y también fue por eso, y por la paciencia de Betsy cuando incurrí en algún desliz, que la dedicatoria de mi libro de memorias Relatos de los oficios y los días dice: “Para el sindicato, incluida su más reciente membresía, por supuesto.” Con lo cual en ese sindicato incluí a mis cuatro nietas y nietos: Julieta, Alejandra, Pablo y Simón, desde siempre música de todos los días.

Frustración

A mi regreso de Rice busqué vincularme a la Universidad Nacional como profesor, como era mi obligación, pero pasaron seis meses sin que se oficializara mi vinculación y sin que me pagaran a pesar de estar trabajando desde mi regreso al país en julio de 1970. Para esa anómala circunstancia la burocracia de la Universidad adujo la falta de algún papel, pese a que contaba con el apoyo del del rector que entonces era Mario Latorre Rueda, quien fue Secretario General de la Universidad en tiempos de la rectoría del doctor Patiño. Por ello me vi obligado a buscar trabajo en otro sitio, pues a finales de 1970 ya no había amigo a quien no le debiera.

Alguien afirmó que yo me había ido sin cumplir mis obligaciones como ex becario, pero claramente fueron las dificultades de subsistencia las que me llevaron a dejar la Universidad e irme nuevamente a Planeación Nacional donde trabajé en la Unidad de Estudios Agrarios que allí dirigía Roberto Junguito.

Estando en esas Hugo Restrepo, egresado de Economía en la Nacional, quien había reemplazado al doctor Alfonso Ocampo Londoño como rector en la Universidad del Valle, luego de una larga y traumática huelga estudiantil que se inició en ese centro docente y se extendió durante varios meses por buena parte de las universidades públicas del país durante el primer semestre de 1971, me ofreció irme a trabajar con él como Decano de Economía.

Acepté después de consultas con algunos amigos a quienes les propuse que nos fuéramos a Cali a tratar de hacer realidad la construcción de una Facultad de Economía como la que habíamos soñado en la Nacional y vislumbrado durante los meses en que fuimos alumnos del profesor Currie. Entre otros me acompañaron Alberto Corchuelo, Jorge Orlando Melo, Juan Correa y algunos otros que se comprometieron a ir los fines de semana a Cali para enseñar algunos cursos y ayudar a desarrollar la reforma que teníamos en mente.

Pero esa empresa resultó un verdadero desastre porque el movimiento estudiantil había adquirido un grado de politización y confrontación absolutamente insoportable. Llegué a finales del mes de julio de 1971 a una reunión que en enero de 1972 aún no se había terminado. Había que reunirse para decidir todo, lo cual, casi sin exageración, incluía hasta la escogencia del color de la papelería, porque todo había que definirlo, según decían los dirigentes estudiantiles, por vía de un proceso democrático.

Así, terminé aburrido con la idea de habernos ido a la Universidad del Valle, y renuncié al cargo, con lo cual concluyó la que sin duda fue una de las experiencias más frustrantes de la vida, que duró siete meses, no sólo porque tuve que abandonar un proyecto en el cual creía, sino porque terminé distanciándome de muchos de mis amigos más cercanos.

Especialización en política monetaria

De vuelta a Bogotá, La Corporación para el Fomento de la Investigación Económica, que dirigía Miguel Urrutia, me dio fondos para que me dedicara a la investigación sobre política monetaria, como en efecto lo hice.

Así desde inicios de 1972 comencé a trabajar sobre política monetaria y preparé dos trabajos, el primero de los cuales fue sobre la política de redescuento y le produjo el disgusto a mi madre que mencioné antes. Desde entonces hasta 1996, cuando me vinculé como miembro de la Junta Directiva del Banco de la República, no hubo año en que no publicara algo sobre este tema, excepto cuando fui funcionario público.

A esa especialización contribuyó notablemente el profesor Currie, quien a fines de 1972 me invitó a trabajar con él en Planeación Nacional y lo acompañé hasta que terminó el gobierno del presidente Pastrana Borrero. Estando allí me dio a leer su libro The supply and control of money in the United States, basado en su tesis de doctorado en Harvard y puso especial énfasis en que entendiera a fondo el capítulo 3, titulado Money and credit, pues consideraba clave que yo conociera la diferencia entre esos dos conceptos.

En ese capítulo presenta de manera dialéctica una discusión semántica, muy enriquecedora, entre autoridades de la economía mundial en esas materias. Le atribuía tanta importancia a la distinción entre dinero y crédito que me dijo que cuando la tuviera clara, podía considerar que ya había empezado a saber de política monetaria. Me fasciné con el tema porque el profesor Currie era un cultor, absolutamente fabuloso, de la semántica.

Universidad de los Andes

Al tiempo que trabajé las investigaciones sobre política monetaria fui profesor visitante en la Universidad de los Andes, lo que quiere decir que no me pagaban, pero me daban una oficina, me permitían el acceso a la biblioteca y podía interactuar con el cuerpo docente.

Allí estaban entonces, entre otros, Guillermo Perry, que era director del CEDE, Manuel Ramírez, Guillermo Calvo, Álvaro Reyes y Bernardo Kugler, todos los cuales fueron con el paso de los años distinguidos académicos y cercanos amigos, con excepción de Guillermo Calvo quien se fue a Estados Unidos y perdí contacto con él.

Decano de la Facultad de Economía en la Universidad Externado de Colombia

Estando en Planeación conocí a Enrique Low, un ser maravilloso, quien fuera ministro de Justicia del presidente Virgilio Barco y firmó unas extradiciones de narcotraficantes que lo sentenciaron a muerte. A pesar de ello, luego de haber sido embajador, Enrique volvió absolutamente desprotegido al país y daba clases hasta las siete de la noche, para lo cual se movilizaba en taxi. Saliendo de una de sus clases en la Universidad de la Salle al anochecer lo asesinaron vilmente. Otro asesinato que me dolió en alma porque Enrique era un hombre bueno, en el sentido de la palabra bueno, como alguna vez cantó el poeta.

En 1974, a finales del gobierno del presidente Pastrana Borrero, Enrique me contó que se iba a trabajar el BID, y me preguntó si quería que hablara con el doctor Fernando Hinestrosa para que yo lo remplazara como decano de la Facultad de Economía en el la Universidad Externado de Colombia.

Le agradecí y le dije que sería conveniente que habláramos a fondo con el doctor Hinestrosa para definir las condiciones de mi vinculación. Nos tomó un tiempo largo acordar lo que se haría para fortalecer la Facultad, pues eran necesarias algunas reformas al pensum y vincular nuevos profesores, con lo cual Enrique estuvo de acuerdo. Con el apoyo del doctor Hinestrosa y la colaboración de algunos de los amigos de FINES, incluidos algunos de quienes se habían ido como profesores de tiempo parcial a la Universidad del Valle, terminamos estructurando una facultad de Economía como la que habíamos soñado desde los tiempos de estudiantes en la Nacional: rigurosa en lo técnico, analítica de la realidad nacional, pluralista en lo ideológico, no dogmática y dispuesta a promover el debate.

Luego del concepto de los visitadores del ICFES que analizaron el programa a principios de 1975 y lo calificaron como sobresaliente aumentó el apoyo del doctor Hinestrosa a nuestro empeño y se fortalecieron las relaciones con los demás sectores de la Universidad, gracias al trabajo de Rodrigo Manrique, Luis Bernardo Flórez, Cesar González, Homero Cuevas, Jesús Antonio Bejarano, Gabriel Misas y Gustavo Jiménez, principalmente. Uno de los amigos más cercanos, entre los cercanos, que no estuvo en ese combo fue Alberto Corchuelo, el compañero de las primeras cervezas en los días iniciales de la nacional, ferviente lector de Dostoyevski, que se fue conmigo para Cali y se quedó toda la vida enseñando e investigando en la Universidad del Valle.

El trabajo en el Externado fue un gran logro y una experiencia muy satisfactoria, pues me permitió, además de dirigir la reforma y seguir trabajando sobre política monetaria, ser alumno informal del doctor Hinestrosa, que era un gran maestro. Eso fue así, porque nos reuníamos una vez a la semana para revisar la marcha de la facultad, pero la conversación derivaba al examen de la vida nacional en todos sus matices.

Fernando Hinestrosa fue un gran defensor del buen uso del idioma y una de sus constantes preocupaciones fue la de que los educandos del Externado se expresaran y escribieran con claridad, porque fue un crítico de la terminología absurda y enredada que empleaban los jóvenes profesionales. Su discurso al posesionarse como miembro de la Academia de la Lengua es exquisito, absolutamente extraordinario, fantástico. Es una lección de vida, del buen decir, de por qué es fundamental que se hagan leyes claras para que pueda haber buen gobierno, y de cómo, a veces, en el país, el idioma se utiliza de manera impropia con muy distintos fines.

Confieso que me aproveché de esa sapiencia y aprendí mucho de Fernando Hinestrosa.

Caja agraria

En el Externado trabajé cinco años aun cuando solo los primeros dos lo hice de tiempo completo, porque fui nombrado subgerente bancario de la Caja Agraria. Le comenté al doctor Hinestrosa sobre ese ofrecimiento, que era un cargo de segundo nivel en uno de los bancos más grandes del país.

Él me invitó a que continuara en la Facultad, pero insistí en aceptar porque tener un cargo administrativo para mí era importante, después de casi diez años de haberme graduado de la Universidad y estar dedicado a la docencia y la investigación.

Entonces me dijo: “vaya, pero no abandone la decanatura”. Me nombró un asistente de tiempo completo para que pudiera asumir ese cargo y tener la experiencia. Él sabía que me iba a aburrir y a regresar.

Así pasó, viví la experiencia por dos años, me retiré al final del gobierno del presidente López Michelsen y volví al Externado ya no como decano, porque Enrique Low había regresado y era claro que retomaba su cargo.

Estando en la Caja Agraria no tuve interferencia política manifiesta para el ejercicio de mis funciones, pero sí se vivía la presión para tomar decisiones de dudosa conveniencia para la entidad.

Lo más positivo de esa experiencia, sin embargo, fue que diseñé y aprendí a manejar los presupuestos de una institución financiera, lo que se convirtió en una escuela muy valiosa ya que la Caja era una institución con cerca novecientas oficinas, algunas de las cuales no tenían sino el telégrafo como medio de comunicación, ya que ni siquiera contaban con un teléfono. Para llegar a muchas de ellas había que hacerlo por vía fluvial, o en avión, pues no tenían carreteras para llegar a ellas. Por eso la Caja contaba con tres aviones para llevar y recoger el dinero a los Territorios Nacionales y a todas las zonas apartadas.

En esas anduve hasta el inicio del gobierno del presidente Turbay.

Fase superior del rebusque

Durante los años de ese gobierno, al tiempo que estuve como profesor en el Externado, me dediqué a la consultoría pues monté una oficina en la cual me acompañé de algunos de mis amigos más cercanos y con ellos decidimos bautizar a la consultoría como la fase superior del rebusque.

Fueron cuatro años de dedicación intensa para clientes como el BID, la Caja Agraria y otros igualmente importantes. Me fue bastante bien porque tuvimos mucho trabajo junto a unos compañeros fabulosos, en especial Homero Cuevas, profesor de Economía en la Nacional y en El Externado toda la vida, y compinche de bohemia y de conversa durante muchas horas.

Aun cuando yo era el dueño del aviso, las relaciones de trabajo con los compañeros siempre fueron cordiales porque con los ingresos se atendían los gastos de administración, le pagábamos al personal que contratábamos como asistentes e investigadores, cubríamos nuestros honorarios y luego repartíamos las utilidades. Este arreglo funcionó muy bien siempre, durante cuatro años, sin ningún acuerdo legal formal.

Financiera eléctrica nacional – FEN

Al inicio del gobierno el presidente Betancur nombró ministro de Agricultura a Roberto Junguito, quien había sido mi jefe en Planeación Nacional. Entonces Roberto me invitó a trabajar en una de las entidades de crédito del sector agropecuario la Compañía Financiera para el Fomento del Agro – COFIAGRO, pues él, como ministro, presidía su Junta Directiva.

Estaba tentado a aceptar cuando mi paisano y amigo Carlos Martínez Simahan, ministro de Minas, me invitó a dirigir la Financiera Eléctrica Nacional – FEN. Entonces le pregunté: ¿Qué es eso? Se trataba de una empresa que se acababa de fundar a finales del gobierno del presidente Turbay para el financiamiento del sistema eléctrico del país.

Cuando terminé por aceptar el ofrecimiento de Carlos, recibí el texto de la ley, unos estatutos y una chequera en donde se registró la capitalización inicial que hicieron las empresas del sector eléctrico. Es decir, estaba todo por hacer: conseguir la sede y dotarla, definir el modus operandi, seleccionar los empleados y todos los etcéteras imaginables.

Arduo trabajo que se convirtió durante cinco años en una etapa espléndida en mi vida, porque conté con el apoyo del presidente Belisario Betancur y de los ministros Carlos Martínez, luego de Álvaro Leyva, más tarde de Iván Duque Escobar, papá del hoy presidente de la República, y finalmente de Guillermo Perry y de unos colaboradores esplendidos.

Me posesioné el 15 de septiembre de 1982 como su presidente y armamos la FEN, lo digo sin ninguna modestia, como una tacita de plata. Como dije antes, recibí una escritura, una chequera y unos estatutos y menos de dos años después, en junio de 1984, la FEN consiguió un crédito por trescientos cincuenta millones de dólares estructurado por el Banco Mundial, el Midland Bank, el Banco del Japón, Paribas y con la participación de un consorcio de treinta y siete bancos internacionales privados, en medio de la peor crisis de la deuda externa en América Latina. Gracias a esos recursos y a la captación de ahorro interno la FEN pudo financiar el desarrollo del sector eléctrico durante los años ochenta.

Para la organización del trabajo escogí las oficinas, el mobiliario, el carro de la presidencia, y dirigí su organización y sus reglamentos. Es decir, todo, desde lo más insignificante hasta lo más trascendental, fue objeto de análisis por el grupo de amigos que conformé para llevar a cabo esa tarea, en medio de multitud de anécdotas y el manejo del sentido del humor.

Una de ellas fue, durante meses, el estandarte del grupo.

Al inicio, el presidente Betancur me recibió para darme algunas instrucciones e informarme de sus expectativas sobre el futuro del trabajo. Luego de examinar lo fundamental y lo trascendente, me dijo: “Una cosa más, Antonio, vaya a los juzgados de la 17 y obsérvelos cuidadosamente. Después, pídale una cita a Jaime Michelsen y observe también su oficina. Quiero que las oficinas de la FEN se parezcan más a la de Michelsen que a los juzgados”.

Cumplí esa instrucción al pie de la letra pues escogimos para sede unas oficinas en la calle 72 con carrera séptima, frente al Club de Banqueros y diagonal al edificio donde hoy funcionan las oficinas del Banco Mundial, que entonces no estaba construido, en la cual la presidencia se instaló en el piso 20 con vista para los cuatro puntos cardinales ya que al occidente se alcanzaban a ver las pistas del aeropuerto El Dorado, al sur la carrera 7ª hasta la calle 57, y al norte y al oriente parte de los cerros. La dotamos con un mobiliario elegantemente discreto y conseguimos unos cuadros originales de pintores nacionales y unas réplicas de tres esculturas del maestro Arenas Betancur.

De esa manera la presidencia de la FEN siempre fue objeto de sanas alabanzas y al punto que a medianos de 1984 uno de los grandes escritores de este país, en compañía del presidente de la Bolsa de Valores, asistió a una recepción que ofrecíamos en nuestra sede, y me dijo: “Quien quiera que sea usted, no se merece esta oficina” (risas).

Cuando al día siguiente le comenté la anécdota a los vicepresidentes y a otros cercanos colaboradores, hubo acuerdo unánime en que había que invitar al presidente Betancur a conocer la sede y con esa frase celebramos siempre los muchos logros que tuvimos y la envidia que, a veces, suscitaba nuestra sede.

Un hecho notable es que el Banco de la República no estaba muy entusiasmado con la idea de que hubiera una entidad gubernamental que fuera un banco de segundo piso, que le hiciera competencia a la imagen de los Fondos Financieros que él manejaba. Pues el ejemplo del sector eléctrico y la FEN podían seguirlo otros sectores, con lo que eso significaba para su poder. Cosa que terminó pasando pues a imagen y semejanza de la FEN años más tarde se crearon Finagro y Findeter y el Banco de la República terminó dejando de manejar el crédito de fomento que durante más de cuarenta años hizo a través de sus Fondos Financieros.

En su época de mayor cobertura crediticia la FEN tuvo únicamente setenta empleados, con ellos hicimos la tarea y con la ayuda de los comisionistas de bolsa a quienes les pagamos para que captaran recursos en el mercado interno de capitales.

Como teníamos muchas utilidades, producto de la capitalización que nos hizo el gobierno y de la expansión de la operaciones, el presidente empezó a pedirle recursos a la FEN para dedicarlos a la cultura.

Este objetivo era muy amplio y nos llevó a crear un Fondo para canalizar recursos hacia la protección del medio ambiente, al que llamamos FEN COLOMBIA, con el cual se hizo el primer libro sobre los parques naturales del país y otros sobre sus regiones naturales; patrocinamos concursos para las mejores prácticas ambientales; y creamos el Premio a la Vida y Obra de los científicos que hubieran hecho aportes significativos a la ecología y las ciencias ambientales que fue otorgado en los 15 años de existencia de FEN COLOMBIA a Julián González Patiño (el hermano Daniel), Ernesto Guhl, Teresa Arango Bueno, Víctor Manuel Patiño, Thomas Van Der Hammen y Jorge Hernández Camacho (el mono Hernández).

Como captábamos recursos del ahorro de los sectores más pudientes en el mercado nacional, muchos de los cuales eran amigos de la cultura, hacíamos publicidad en la HJCK, en el Teatro Libre, y en las actividades que desarrollaban otros centros culturales.

A mi salida de la FEN, después de cinco años, recibí reconocimientos de tirios y troyanos, de los cuales, además de unas dedicatorias de libros del presidente Betancur, conservo una comunicación de Álvaro Castaño Castillo y de Gloria Valencia, absolutamente maravillosa. Pero también de Carlos Pinzón y de la Ermita del Arte, y otras más que me halagaron profundamente.

De todas las dedicatorias que recibí, la que más tocó mis emociones fue la de mis padres ya que cuando me posesioné me pusieron un telegrama que decía: “Hoy, todo el mundo te alaba y te felicita, nosotros lo haremos al final de tu mandato, si te lo mereces”. Cuando me retiré me escribieron: “Hoy te mandamos las felicitaciones que te adeudábamos”.

Renuncié a la FEN, fundamentalmente porque estaba un poco aburrido con la monotonía del trabajo y porque consideraba que ya había hecho una labor reconocida y destacada y fue por eso que decidí volver a la fase superior del rebusque.

Colgas

En esas estaba cuando un compañero de la Universidad Nacional me llamó para decirme que José Urbina, un empresario del gas propano de Cúcuta, quería conversar conmigo para que le explicara el éxito de la FEN.

Acordamos los términos del encuentro y en esa reunión, luego de desarrollar el tema de su interés, Urbina me pregunto: “¿A usted no le gustaría ser presidente de COLGAS? Mi respuesta fue clara, ya que yo no quería ser empleado, pero él insistió en que era factible mencionarle el tema al ministro Perry que presidía la Junta Directiva de la empresa. Para hacer la historia corta, al final acepté, pues Guillermo me convenció de que COLGAS podía ser pieza clave de su programa Gas para el cambio.

Luego de empezar a desarrollar el acuerdo entre Urbina y Ecopetrol, propiciado por Guillermo, que puso término a demandas mutuas, en COLGAS empecé a trabajar en tres frentes.

Primero nos propusimos masificar el consumo del gas propano en Bogotá sustituyendo el cocinol que era una gasolina de menor octanaje que la gasolina a motor que la gente pobre utilizaba para cocinar sus alimentos, a consecuencia de lo cual decenas de niños resultaban quemados mensualmente.

Pero, además, el uso del cocinol para esos fines se había convertido en una fuente de corrupción muy grande, ya que ese combustible se podía utilizar como gasolina a motor y era mucho más barato porque su precio había estado congelado durante ocho años. Entonces era muy buen negocio desviar los camiones llenos de cocinol, que estaban destinados para el consumo en los barrios populares, a las estaciones de gasolina para mezclar el producto con la gasolina motor. Eso generaba grandes ganancias a los choferes de COLGAS y especialmente a quienes estaban detrás de ellos.

Entonces la decisión fue disminuir el uso del cocinol hasta acabarlo para lo cual nos propusimos venderles a los consumidores de ese producto, en condiciones muy cómodas, una estufa y un cilindro de gas de 20 libras para que consumieran propano.

También nos propusimos fortalecer a COLGAS como un verdadero Holding para que apoyara el programa Gas para el cambio fuera de Bogotá y sacar el almacenamiento del gas propano de la sede que tenía en Puente Aranda, diagonal al Club Militar. Ese almacenamiento estaba muy mal ubicado como lo probaban los graves incendios que se habían presentado años atrás que hacían que en ciertos sectores de opinión el sitio se conociera como el polvorín de Puente Aranda.

Caso Invercolsa

La experiencia en COLGAS me permitió conocer la creación y el pleito por INVERCOLSA.

COLGAS, como mencioné, además de atender el mercado de propano y de vender cocinol en Bogotá, se trataba de un holding pues era accionista de varias compañías por fuera de la capital de la República y, en razón de ello, tenía un problema evidente.

Las empresas de las cuales era accionista ganaban plata en todo el territorio nacional, menos en Bogotá porque el cocinol era muy mal negocio. Eso le resultaba inadmisible al socio privado mayoritario de COLGAS, José Urbina, quien empezó a buscar la manera de que la compañía se escindiera en dos: el holding propiamente dicho y la operación en Bogotá, de suerte que se tuviera que buscar una solución a las pérdidas que se tenían en la capital y que COLGAS no siguiera viviendo de las utilidades de las compañías en las cuales era accionista por fuera de la capital.

Luego de muchas vueltas se crearon dos compañías con la misma composición accionaria: INVERCOLSA y COLGAS Bogotá, quedando la primera dueña de las acciones que antes eran de COLGAS, y dentro de ese arreglo se acordó que Ecopetrol seleccionaría el gerente de COLGAS Bogotá y Urbina nominaría el presidente de INVERCOLSA, con lo cual se evitaría un claro conflicto de intereses pues Urbina tenía otra compañía que distribuía gas propano en Bogotá. Además, se distribuyó pacíficamente la representación de INVERCOLSA en las juntas directivas de las empresas de las cuales era accionista.

Acuerdo que funcionó pacíficamente hasta cuando Ecopetrol decidió enajenar las acciones que tenía en INVERCOLSA, equivalentes al 51% del total, mediante el mecanismo de privatización previsto en la ley, que suponía ofrecerlas a un precio preferencial, entre otros, a quienes hubiesen sido trabajadores de la empresa.

En ese momento Fernando Londoño Hoyos alegó haber sido empleado de INVERCOLSA, nominado como presidente de la compañía por Jose Urbina en virtud del acuerdo a que me he referido, y ofreció cerca de diez millones de dólares por el 20% de sus acciones, lo cual junto con el 34% que tenía Urbina los convertía en los socios mayoritarios de la compañía.

Ecopetrol se negó a aceptar ese hecho pues en su opinión Fernando Londoño no había sido en realidad presidente de INVERCOLSA, porque, por razones que no son claras, quien en realidad hizo las veces de gerente fue su compañía de abogados y no la persona natural. Por eso se armó un pleito que hasta hoy ha demorado cerca de trece años, en desmedro del patrimonio público.

Incora

Ocho meses tenía de estar entusiasmado desarrollando las tareas en COLGAS cuando recibí una llamada del ministro de Agricultura Luis Guillermo Parra para decirme que el presidente Barco quería saber si me interesaba asumir las riendas del INCORA.

Le dije que eso era imposible, porque que me sentía muy contento con lo que estaba haciendo, y para que no me insistieran dije: “obvio que si me llamara el presidente a él no podría decirle que no”.

Me arriesgué porque se decía que el presidente no llamaba a nadie, ni siguiera a los ministros, para ofrecer un cargo. Claramente, de manera cortés, estaba poniendo una condición imposible. No obstante, recibí la llamada del presidente Barco y me vi obligado a aceptar el cargo de director del INCORA.

Por esos días nombraron ministro de Agricultura a Gabriel Rosas Vega, amigo cercano; Luis Bernardo Flores, mi compañero de FINES y de la reforma académica en la Facultad de Economía en El Externado era el director de Planeación Nacional: y Luis Fernando Alarcón, que había sido compañero de negociación de los empréstitos internacionales cuando él era director de Crédito Público y yo presidente de la FEN, era el ministro de Hacienda. Al sentirme tan bien acompañado me llené de confianza.

Además, recientemente se había pasado una ley que le asignó recursos financieros al INCORA para empezar un programa masivo de compra de tierras, que había sido en años recientes el cuello de botella para el programa de reforma agraria. Así las cosas, estaban dadas las condiciones para que el INCORA cumpliera de manera más eficientes sus fines. Lo cual se facilitaría porque, por la presión paramilitar, había una enorme oferta de tierras y entonces el problema no era cómo adquirirlas, sino cómo comprarlas, pagarlas y repartirlas.

Era julio de 1988 y llevaba seis semanas en el INCORA cuando se presentó al Congreso el presupuesto para 1989, y encontré que el asignado al INCORA tenía el mismo valor nominal que el de 1988. Ante mi reclamo, la respuesta que recibí fue: “no te preocupes que el año entrante habrá una adición”.

Pero eso condenaba al Instituto a la misma parálisis en la ejecución de sus recursos que se había presentado en la primera mitad del año en curso. De suerte que en privado expresé una fuerte molestia.

Para colmo se dio un cambio de ministros y fue nombrado en Desarrollo Carlos Arturo Marulanda, terrateniente del sur del Cesar, enemigo declarado de INCORA, quien había liderado contra el Instituto peleas ancestrales de su familia por las tierras de la hacienda Bellavista, y como miembro de la Junta monetaria tenía injerencia en los recursos que el Instituto necesitaba para desarrollar sus programas de crédito al campesinado.

Ante esos hechos renuncié a la gerencia del INCORA a las seis semanas de haberme posesionado. Carta de renuncia que produjo un fuerte remezón por el debate que se presentó en los medios de comunicación durante quince días. Algunos comentaristas me dieron la razón porque decían que el gobierno era inconsistente y no cumplía, mientras que otros argumentaban que Hernández quería que le dieran todo el dinero del presupuesto de una vez, como en la FEN.

Esa renuncia significó que durante seis años tuviera que dedicarme a la fase superior del rebusque porque, naturalmente, no pude trabajar en el resto del gobierno del presidente Barco y por extensión tampoco en el de Gaviria y algunos sectores privados no veían con buenos ojos vincular a alguien que no contaba con la simpatía del gobierno.

Campaña de Ernesto Samper

En el 90 trabajé en la campaña de Ernesto Samper en la que Gaviria le ganó la consulta del Partido Liberal, después del asesinato de Luis Carlos Galán.

Ese fue también el caso en 1994 cuando con Guillermo Perry, Jose Antonio Ocampo, antes de ser nombrado ministro de agricultura, Cecilia López, Luis Bernardo Flórez y Marta Lucía Ramírez, entre otros, conformamos el grupo programático que ayudo primero a ganarle la consulta del Partido Liberal a Humberto de la Calle y más tarde la Presidencia de la República a Andrés Pastrana.

Ese grupo era muy sólido desde el punto de vista conceptual e ideológico e influyó en la definición del programa de Samper, a pesar de la manifiesta oposición que al interior de la campaña nos hizo Fernando Botero.

Ministerio de Agricultura

En agosto de 1994 el presidente Samper me nombró, en su primer gabinete, ministro de Agricultura. Algo que no esperaba pues yo no tenía ningún apoyo ni representación política. Guillermo Perry mencionó en su libro Decidí contarlo, que él le había insinuado al presidente algunos nombres para integrar el gabinete ministerial, donde posiblemente me incluyó.

Guillermo, como jefe del empalme del gobierno entrante, me comunicó que el presidente quería que fuera responsable de ese trabajo en la cartera de agricultura, que era el grupo temático que yo había liderado en la campaña y por ello unos días antes del inicio del gobierno le presenté al presidente Samper un resumen de lo que había sido la propuesta y el estado en que encontraban esos temas al finalizar el ministerio de José Antonio Ocampo.

Esas fueron las circunstancias previas al ofrecimiento del ministerio de Agricultura, que me hizo el presidente en la reunión en que le celebrábamos su cumpleaños el 3 de agosto de 1994. Ese ofrecimiento me dejó en silencio, pues yo no me lo esperaba. Ante ello el presidente me preguntó que si ya lo sabía, a lo cual contesté que desde luego que no, pero que podía contar con toda mi colaboración y todo mi empeño.

Comenzó así un año lleno de esperanzas y de enormes complicaciones que terminó en una frustración personal a pesar de que, en el primer CONPES, el 17 de agosto, el gobierno ratificó la decisión de profundizar el viraje en la política neoliberal que emprendió el presidente Gaviria al inicio de su gobierno.

Además, en ese CONPES se aprobó una significativa adición presupuestal para que se contara con los recursos financieros necesarios para empezar a trabajar en el desarrollo del programa que habíamos trabajado y propuesto durante la campaña, que era muy crítico de esa política,

Esto fue entendido por algunos gremios, especialmente por la SAC, con su presidente a la cabeza, como volver al pasado y cerrar totalmente el sector a la competencia internacional. Lo cual era contrario a lo que nuestro programa predicaba, pues queríamos tomar algunas medidas arancelarias; facilitar la compra de las cosechas nacionales; dar estímulos a todos los productores para que se transformara la actividad agropecuaria, mediante aumentos en la productividad y mejoras en la competitividad; y que los subsidios directos se dieran solo al campesino pobre y no a los más pudientes del campo.

Este último planteamiento fue totalmente mal visto y entendido y empecé a recibir toda suerte de críticas, lo cual me aburrió profundamente por la incomprensión, el egoísmo y la falta de sentido de futuro que tenía la visión de la SAC.

Eso y el afán de algún sector del gobierno para que se presentaran noticias “positivas” todos los días, así ellas fueran insignificantes, cuando lo que había que hacer era trabajar sin descanso en el desarrollo del programa que le habíamos propuesto al electorado, me llevó a firmar con entusiasmo la carta de renuncia al año de haberme posesionado como ministro, a pesar de lo cual el presidente Samper me pidió que continuara trabajando como su asesor económico en la Presidencia.

Junta directiva del Banco de la República

Luego de un año de andar en esas labores, en septiembre de 1996 fui nombrado miembro de la junta directiva del Banco de la República, inicialmente para terminar el período de María Mercedes Cuellar, quien renunció, y más adelante por un término de cuatro años, de tal manera que en eso estuve hasta principios de 2001.

Como dije antes, en 1973 había escrito mi primer artículo sobre política monetaria y veinticinco años después llegué a este cargo con suficiencia, y lo digo sin ninguna modestia, pues el Banco es responsable de la Política Monetaria y Cambiaria del país, el tema de mi especialidad y de mi trabajo durante la mayor parte de ese tiempo.

Conté con el respeto de los demás miembros de la Junta, sin ninguna duda, a pesar de que no faltó la crítica política que señaló que Samper iba a manipular la Junta pues a partir de enero del 97 habría nombrado a la mayoría de sus siete miembros al nombrarme a mí, al ser el jefe del ministro de Hacienda y al poder nominar otras dos plazas en enero del año siguiente.

Me dediqué a trabajar intensamente para mejorar la política monetaria, cambiaria y crediticia, apoyé a Miguel Urrutia en los temas culturales y aprendí de una organización que estaba muy bien pensada.

Los directores éramos jefes funcionales del equipo técnico del Banco, pero no sus jefes jerárquicos lo cual quería decir que, si bien ninguno de ellos dependía de los directores administrativamente, todos tenían que apoyarnos en la realización de los estudios y cuantificaciones que, individual o colectivamente, consideráramos debían hacerse. Esto imprimía una dinámica especial al trabajo técnico pues impedía que se formaran grupúsculos y si bien se presentaban controversias, algunas duras en ocasiones, ellas eran respetuosas, y se desarrollaban con un alto grado de responsabilidad.

En lo cultural el trabajo de Jorge Orlando Melo, al frente de la Biblioteca Luis Ángel Arango, y la de Darío Jaramillo en el área cultural, contó siempre con todo nuestro apoyo y respaldo. Cosa notable fue que se trabajó en darle una condición bella y funcional a los espacios que albergarían la obra del maestro Fernando Botero; se ampliaron las colecciones de la biblioteca; y se implementó el préstamo de sus libros para llevar a casa, algo que al inicio suscitó temores por lo que algunos juzgaban alta probabilidad de que no fueran devueltos, lo cual al final no ha sucedido de manera que preocupe.

En lo fundamental, durante los años en que me desempeñé como miembro de la Junta se quebró la tendencia de la inflación alta y estable que se inició a principio de los años setenta y vivimos la crisis económica de 1999.

La explicación rigurosa de ambos episodios son de enorme complejidad técnica por lo cual invito a los lectores interesados en saber mi pensar sobre los mismos a que consulten lo pertinente en el libro Relatos de los oficios y los días, en donde me detengo sobre ellos de manera didáctica y en donde consigné mi carta de despedida a los empleados del Banco, en la cual señalé la importancia del trabajo realizado en esos años, que con rigor técnico expuse, con la colaboración de José Toloza, en el artículo La política monetaria en Colombia en la segunda mitad de los años 90, en el cual dejé constancia de cuáles habían sido mis contribuciones a las mejoras de esa política durante ese tiempo.

La moneda y el debate monetario en Colombia

Durante el resto del año 2001 me dediqué a preparar el libro La moneda en Colombia, que con el apoyo de Orlando García, un exalumno de El Externado entonces presidente de CREDIBANCO, publicó Villegas Editores, con el que la editorial ganó un premio internacional.

En ese libro me detuve a examinar la evolución monetaria de nuestro país desde los tiempos de la independencia hasta fines del siglo XX y, en él le paso revista a la circulación de la moneda metálica, la banca libre, el Banco Nacional de la Regeneración, el Banco Central de Reyes, y la creación y evolución del Banco de la República durante el siglo XX. A pesar de que el libro es un libro de historia, y no de numismática, decidimos incluir también la colección de billetes que circularon en el país desde 1923 hasta el año 2000.

Me tomó un año redactar la versión final de ese libro, cuya preparación trabajé, recogiendo y analizando material, durante los años que estuve en el Banco de la República.

En 2004 la editorial Retina publicó una versión aumentada de ese texto en la cual incluí, además del mío, monografías y ensayos de quienes en su momento hicieron la historia monetaria y recomendaron la adopción de algunas políticas o de quienes fueron contradictores de ellas. Ese nuevo libro se tituló La moneda y el debate monetario en Colombia.

Contraloría General de la República

A principios de 2002 Álvaro Araujo Noguera, que había sido mi jefe en la Caja Agraria, me sugirió que me candidatizara para la Contraloría General de la República, a lo cual le dije que no veía ni la más mínima posibilidad de ganar pues al Contralor lo elige el Congreso de la República de una terna que integran la Corte Constitucional, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado, y yo no me veía con apoyo en ninguna de esa instancia y en especial en el Congreso.

Después de esa primera reacción, hablando con algunos amigos concluimos que no se perdería nada con intentarlo, pues como reza el dicho santandereano: más pierde la pava, que el que le tira.

Me presenté como candidato en la Corte Constitucional, en donde fui derrotado por el actual ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo. Pocos días más tarde, alguien le hizo caer en cuenta de que de resultar electo por el congreso, su hermano, que era senador, tendría que renunciar. Por ello Trujillo renunció a su postulación, pues en esa época no se estilaba que, como sucedió en la elección del contralor en 2018, los congresistas pudieran ser jefe de debates de sus parientes y menos aún de sus hermanos o cónyuges.

Dada esa renuncia me presenté nuevamente como candidato en la Corte Constitucional, a la cual había enviado una carta de gratitud, a pesar de no haberme escogido, por haber escuchado mi aspiración. La diosa de la buena fortuna me indicó que ese era un acto de mínima cortesía que resultó muy valioso ya que, ante las nuevas circunstancias, resulté ternado por la Corte constitucional el 21 de julio de 2002. Siempre he creído que fui uno de los pocos candidatos derrotados en primera instancia que envió una nota de agradecimiento a los magistrados de la Corte Constitucional por haberme recibido y que ello terminó influyendo en mi escogencia.

La terna de la cual el congreso debía elegir el Contralor General de la República para el período 2002-2006 estuvo integrada, además, por Emilio Echeverry, ex asesor jurídico de la Federación de Cafeteros, y por Ricardo Mosquera Mesa, ex rector de la Universidad Nacional.

Como por todo lo dicho fui ternado tardíamente y solo conté con un mes para conversar con los electores, que eran los 272 congresistas, puedo asegurarle que solo he hablado de manera tan intensa y seguida en la vida en esa ocasión y ahora con usted para preparar este texto, porque se dice fácil, pero conversar con 272 congresistas, en solo un mes, fue una tarea titánica que pude hacer gracias al equipo de amigos que constituimos para manejar la logística que montamos en la oficina que alquilamos en residencias Tequendama.

La campaña programática tuvo como principio construir sobre lo construido al considerar que Carlos Ossa había hecho una buena labor, por supuesto, proponiendo mejoras y el fortalecimiento de la credibilidad y respetabilidad de la Contraloría que, bajo mi dirección, dije, actuaría sin espectáculos ni atropellos y con absoluta transparencia.

Empecé a ganar adeptos y todo iba bien hasta cuando, sin sonrojo, el presidente Uribe y el ministro de gobierno Fernando Londoño, anunciaron que el candidato de gobierno para el cargo era Emilio Echeverry. Declaración inconcebible y apabullante, porque Uribe en ese momento, como muchas veces después, era el ídolo de la clase dirigente nacional y había constituido unas sólidas mayorías en el congreso.

Por eso inicialmente pensé que sería imposible ganarle al candidato del gobierno, pero seguimos adelante y los astros se alinearon de una manera muy favorable para el éxito mi campaña.

Al ser el presidente de la República antioqueño, al igual que el presidente de la Cámara, William Vélez, y el presidente del Senado, Mario Uribe, la región caribe había quedado sin un cargo de significación nacional; y para colmo el candidato del gobierno era caldense, es decir, medio antioqueño.

Fue así como empezamos a poner de presente ese hecho y me gané el respaldo unánime de la bancada caribeña, con independencia de su composición política y, sucesivamente, fui ganando el respaldo de los uribistas de la Cámara de representantes y del Senado, de sectores conservadores en Cámara y Senado, e igualmente del Polo Democrático, con Carlos Gaviria a la cabeza.

Por ello, el 21 de agosto de 2002 obtuve 212 votos, el candidato de Uribe 35 y el tercero 2. Gané entonces con pleno respaldo para hacer una buena gestión en la Contraloría, lo cual lo hice con mucha satisfacción.

Al final, me gané el respeto del país y el reconocimiento de la Organización Internacional de los Organismos de Control Fiscal que, a mediados de julio de 2006, concurrió a un evento en Cartagena.

La mesa de honor estuvo presidida por el presidente Álvaro Uribe Vélez, José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, Gustavo Schiolla Avendaño, contralor de Chile, Genaro Peña Ugalde, contralor general de Ecuador, Steve Zimenmerman, delegado del presidente del BID, Zoltan Lorant, director de la Auditoría General del Estado de Hungría, Bruno Moro, representante del PNUD, Carolina Barco, ministra de Relaciones Exteriores, Claudia Blum de Barberi, presidenta del Congreso de Colombia, Edgardo Maya Villazón, Procurador General de la Nación, Manuel José Cepeda, magistrado de la Corte Constitucional y Mario Iguarán Arana, Fiscal General de la Nación.

Desde luego disfruté ese reconocimiento, así como el constante apoyo de la ciudadanía, pero no tanto como como las décimas del poeta popular de Sincé Carlos Atencia Palencia, quien luego del resultado de mi elección primero cantó:

Toño es un hombre cabal,

es prenda de garantía;

llegó a la Contraloría

sin guiño presidencial.

Luego le compuso a mi hermano otro canto que lleva por título El hijo e´ la niña Pepa, cuya letra dice:

Eutimio Hernández, qué orgullo

Tenemos hoy los sinceanos;

Todos nos vanagloriamos

De ese gran hermano suyo.

En la alegría me diluyo

Pues Toño alcanzó esa meta;

Pa´ que Colombia lo sepa

Hoy gritamos con honor

Que fue electo Contralor

“el hijo e´ la niña Pepa”.

Como siempre, conté con la colaboración y el respaldo de un nutrido grupo de amigos entre quienes destaco a Luis Bernardo Flórez, Elvia Mejía, Margarita Henao, María Inés Pantoja, Ana María Echeverri, Luis Hernando Barreto, Claudia Molano, Luis Carvajal, Iván Darío Gómez, Clara Ramírez, Gustavo Jiménez, Rodrigo Manrique, Diana Molina, Soraya Vargas, Amparo Quintero, Antonio Zapata, Mario Mejía, Jaime Viana, Adriana Camacho, Antonio Marulanda, Julián Pertuz, Regis Benítez, Wilson Herrera, Álvaro Villate, Carlos Alberto Maestre, Héctor Mario Garcés y Blanca Bolaños.

De las muchísimas acciones emprendidas por la Contraloría en ese período para defender el patrimonio público dos fueron especialmente destacables: la relativa a la enajenación de la mayoría de la propiedad accionaria de Colombia Telecomunicaciones (TELECOM-COLTEL) y la extensión del contrato de concesión para la explotación del gas en La Guajira.

Caso Telecom

Durante el Gobierno del presidente Gaviria hubo un paro nacional de los empleados de Telecom, que entonces monopolizaba las comunicaciones del país. Se paralizó el país y dio lugar a toda suerte de tropelías, como por ejemplo que la ciudadanía no pudiera saber el hospital en que estuviesen atendiendo a un pariente o si el mismo había fallecido.

El abuso del monopolio de Telecom por parte de los trabajadores le hizo un gran daño a la imagen institucional de la empresa, lo cual sumado a sus ineficiencias y a la necesidad de atraer capital privado para expandir el servicio, incluida la telefonía celular que estaba en sus inicios, permitió concluir, casi de manera unánime, que era indispensable privatizar Telecom.

Algún día a Fabio Echeverri, presidente de la junta directiva de Telecom, se le ocurrió invitar a Carlos Slim a Bogotá. Se reunieron con el presidente Uribe, se tomaron la foto, que fue publicada con especial despliegue en todos los medios de comunicación, y le comunicaron al país que habían suscrito un memorando de entendimiento (MOU) mediante el cual una empresa de Slim sería la nueva propietaria de Telecom.

Ante eso la Contraloría emitió un pronunciamiento en el cual, en síntesis, se dijo: “así no se puede”. La gente se reía considerando el cuadro: Hernández contra Slim y Uribe, juntos. Pero pese a ese escepticismo, no exento de burlas, nosotros insistimos en que el MOU era un acto claramente violatorio de la ley de privatizaciones.

Luego de una reunión con la Junta Directiva de Telecom, en la cual nuestra área jurídica explicó el porqué de nuestra posición, se aceptó que se debía convocar un concurso público para determinar quién sería el agente privado que compraría la propiedad de la empresa.

Frente a ese hecho se produjo la reversa del memorando y el llamado a concurso. Se abrió una licitación que se ganó un tercero y no Slim, prueba fehaciente de que estaba ofreciendo menos de lo que otro estaba dispuesto a pagar. En la Contraloría estimamos que la diferencia fue de 600 millones de dólares.

Ese día los empleados de Contraloría nos ganamos el sueldo que nos pagaron en los cuatro años de la gestión. (Risas). (Foto)

El gas de la Guajira

Otro hecho notable durante mi ejercicio como contralor ocurrió cuando recibimos la noticia de que la concesión del gas de la Guajira, que se venía explotando desde 1976, sería extendida y que, además, se rebajarían las regalías que venía pagando Texaco del 20% al 8% del valor producido.

De manera similar, a lo ocurrido en Telecom, dijimos: eso es contrario a la ley y además es inconveniente pues Ecopetrol tenía la capacidad técnica y financiera para seguir operando el proyecto sin el concurso de Texaco.

Después de duras controversias con el Gobierno y de la intervención del Consejo de Estado, se concluyó que no era legal rebajar las regalías y que para extender el contrato era necesario acordar una cláusula que le garantizara a Ecopetrol ingresos adicionales si se elevaban los precios del petróleo y el gas.

En ese entonces el precio del petróleo rondaba los 25 dólares por barril y durante un largo periodo fue superior a 100, de suerte que esa previsión fue una bendición para las finanzas de Ecopetrol, pues entre

entre el 2004 y 2016 le representó a la empresa 1600 millones de dólares más que lo que se hubiese obtenido si el contrato se hubiera extendido según lo inicialmente propuesto.

Ese proceso le hizo ganar, aún más, respetabilidad y credibilidad a la Contraloría ya que los propósitos iniciales de mi administración se cumplieron a cabalidad.

En efecto, en esos cuatro años, la Contraloría se fortaleció como un ente técnico y autónomo que apoyó al Congreso en su tarea de control político, tanto en lo macroeconómico como en lo sectorial; practicó auditorías de mayor calidad para vigilar la gestión pública y propugnar por su mejoramiento; llevó a cabo los procesos de responsabilidad fiscal respetando el debido proceso; se adelantaron importantes evaluaciones sobre políticas públicas; se hizo un cuidadoso seguimiento a la situación de las finanzas del Estado, y de manera particular, a la deuda pública; se hicieron los informes analíticos ordenados por la Constitución en cuanto al estado de los recursos naturales y el medio ambiente; se aplicó con prudencia y rigor la función de advertencia, autorizada por la ley; y se consolidó el control fiscal participativo.

Los avances reseñados, y los reconocimientos que recibí por los mismos, nunca me hicieron olvidar que quedaba mucho por mejorar, pues para seguir haciendo cada día más creíble y respetada la institucionalidad del control fiscal era necesario seguir perfeccionando muchos procesos y pronunciamientos de la Contraloría.

En el libro Relato de los oficios y los días cuento una anécdota muy linda sobre la percepción que tenía la ciudadanía cuando finalicé el ejercicio de mis responsabilidades como Contralor.

Una tarde estando en el aeropuerto de Rionegro con algunos de mis colaboradores, sin guardaespaldas visibles y el jefe de seguridad a prudente distancia, reíamos a carcajadas de uno de esos sucesos de la vida nacional que diario provocan ese estado de ánimo. De repente, se me acerca una señora y me pegunta: “¿usted es el Contralor? Ante mi respuesta afirmativa continuó: “¿usted, el mismo que corre tantos riesgos y anda así de despreocupado? Voy a tener que aumentar mis oraciones por usted”.

Sufrí amenazas, sí, un poco, del paramilitarismo, pero lejanas y no durante la campaña para hacerme elegir, sino en el ejercicio de mis funciones.

Director del Observatorio del Caribe

Al término de mis labores como contralor, fui nombrado director académico del Observatorio del Caribe, donde me dediqué ayudar a una camada de jóvenes a prepararse para ser buenos investigadores de la economía y de la sociedad del Caribe, con énfasis en los temas de equidad y desigualdad regionales y en el fortalecimiento de las administraciones locales.

Al inicio trabajé fundamentalmente a distancia aún cuando viajaba con mucha frecuencia a Cartagena para supervisar las investigaciones en curso y promover nuevas iniciativas, más adelante lo hice desde Santa Marta.

A esta actividad me dediqué por cinco años.

Reflexiones finales y divertimentos

La Universidad Nacional me concedió el doctorado Honoris Causa en septiembre de 2016, según reza la respectiva resolución, “en reconocimiento por a su aporte al conocimiento, por la ejecución de obras de reconocidos méritos y por una gestión de evidentes y grandes beneficios para la comunidad de los pueblos”.

El discurso de agradecimiento al Consejo Superior Universitario por concederme tan honrosa distinción, titulado Sí, EN ESTO CREO, contiene una carta a mis nietos en la cual les expliqué porque votaría afirmativamente el plebiscito sobre la paz que tuvo lugar ese año.

Además de ese texto el último capítulo de mi libro es un potpurrí, ya que los Relatos de los oficios y los días terminan “rememorando lecturas favoritas, reivindicando el entorno cultural en los valores del solar nativo, reflexionando con los nietos sobre los fundamentos de una buena educación, evocando opiniones oídas o dichas en el coloquio inacabado de la amistad fraterna, y reviviendo las ráfagas de humor que construimos cuando pretendimos ser antologistas del Pensamiento claro colombiano”. Desde luego, ese último capítulo contiene uno de mis versos preferidos, que es el primero que dice Sherezada antes de empezar a narrar Las mil y una noches:

— “Dile a aquel que sufre pena, que la pena no es eterna, que cual se fue la alegría, se irá el dolor algún día”.

¿Qué sintió cuando escribió la última letra de su libro?

Que había dejado una constancia, fundamentalmente para los nietos, sobre lo que había sido mi vida, mi recorrido vital, y la satisfacción de haber cumplido con la tarea que me había impuesto.

Mi tarea no fue otra distinta que la de haber desempeñado bien, el segundo oficio que, después del de jardinero, yo quería hacer cuando niño: asistente de Chico García. A quien llamábamos Chico busca el sol, un personaje de fábula, absolutamente fantástico, que vivió en Sincé. Se trataba de un aguatero que creía que su misión en la vida era buscar el sol por la mañana, instalarlo en la plaza de nuestro poblado, dejarlo instalado allí, y por la tarde devolverlo a su espelunca. Todos los días de la vida hizo ese oficio y nunca se preocupó por cosa distinta. Cuando Chico murió, en un octubre lluvioso, el cielo de Sincé se cubrió de oscuras nubes y durante los nueve días de su velorio en nuestro pueblo no se vio el sol.

Por eso uno de los más lindos homenajes que me hicieron en la vida fue el porro Buscando el sol que compuso mi primo el poeta Leonardo Gamarra, uno de cuyos versos dice: En el perfil de valores Antonio Hernández Gamarra/ se perfila como el hombre de las Sabanas/ siguiendo a Chico García, busca el sol para su tierra/ y un Macondo de alegría y añoranzas lleva adentro.

¿Cuál considera que es el sentido real de la existencia?

No me ponga a pensar cosas tan hondas. Haz el bien y no mires a quien, decía mi madre.

Con su vida rindió homenaje a sus padres. Hoy, qué les diría.

A mis padres les doy las gracias. Gracias, por habernos conducido por el camino que trazaron tan acertadamente. Pero también agradezco a mis hermanos por habernos ayudado a ser alguien en la vida, como querían nuestros progenitores.

¿Cuáles consigna como pilares de vida?

Alcanzar una buena educación. Condición que se logra si se practican la cortesía y las buenas maneras y, aún más importante, si se logra entrenar la mente como instrumento de análisis.

También ser tolerante, porque como dicen los jugadores de dominó de Sucre, cuando dos están de acuerdo en todo, solo uno piensa, lo cual me parece la mejor manera de decir que se respeta el pensamiento del otro y se acepta que en toda controversia es posible que uno no tenga razón.

¿Cuál es su color?

Como dijo el poeta Aurelio Arturo en Morada al sur, el verde, especialmente cuando el verde es de todos los colores, como es el caso ahora en el jardín de nuestro patio.

¿Qué le genera la mayor satisfacción, además del deber cumplido?

Mi familia y mis amigos, que incluye por supuesto al sindicato, con quienes hemos mantenido, aún hoy en día en plena pandemia, una tertulia inacabada, en la cual conversamos de economía, de política, de literatura, de cine, es decir de lo divino y de lo humano y de todo lo relacionado con el ramo.

También me causa satisfacción haberme ganado el respeto de la gente y el cultivo del humor, como indulgente simpatía, según la definición de Carlo M. Cipolla en Allegro ma non troppo, un libro fabuloso entre otras cosas por el capítulo que se titula Las leyes fundamentales de la estupidez humana.

¿Qué le ha enseñado la pandemia?

En lo colectivo me reiteró que la gran carencia de Colombia como sociedad es la falta de equidad en todos los órdenes. En lo individual que tenemos más objetos y enseres de los necesarios para un cómodo vivir.

¿Cómo quiere ser recordado el día de mañana?

No tengo ninguna aspiración de ese tipo. Si de eso se tratara me bastaría que mis nietos recuerden mi decir: te quiero mi loro / te adoro mi tesoro.

¿Cuál debería ser su epitafio?

Todos los buenos epitafios los escribieron los ingleses en sus cementerios.

Por Isabel López Giraldo

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