El instante nos persigue y nos obliga a existir. Improvisamos todos los días, cada momento. Improvisamos gestos, decisiones de último momento. Decidimos en cada instante la manera en la que decidimos interactuar con el otro. Nos vamos moviendo entre lo familiar y lo desconocido; algunos prefieren la cercanía y otros lo impredecible.
A veces nos animamos a hablar, a participar. Otras preferimos el anonimato y callar. La improvisación no es un arte exclusivo de la música, es nuestra conexión con el momento presente y con todo lo que ocurre en cada instante. El lenguaje, el contexto, la situación y las personas delimitan el marco para que el juego se dé de una u otra manera, y cada segundo nos da la posibilidad de crear, de participar, de inventar algo o de tomar una decisión que altere el curso del tiempo.
El momento y la creación se definen y van tomando forma mientras improvisamos; al igual que este párrafo que estoy construyendo, jugando e improvisando con lo que estoy escribiendo y con lo que está ocurriendo mientras lo hago.
Todos estamos condenados a improvisar (aunque algunos lo hacemos de manera más consciente que otros)