El Magazín Cultural

Infidencias eróticas de Truman Capote

El "jet set" de los años setenta fue sacudido por un tsunami literario que desnudó sus más oscuros secretos. Un relato de las intimidades de quien destapó a todos.

Alberto Medina López
03 de diciembre de 2016 - 04:26 a. m.
Foto: Archivo - El Espectador
Foto: Archivo - El Espectador

El jet set de los años setenta fue sacudido por un tsunami literario que desnudó sus más oscuros secretos. Tan pronto la revista Esquire publicó en 1976 algunos capítulos de Plegarias atendidas, de Truman Capote, escritores, músicos, actores, pintores y, en general, gran parte de la élite, sintió que habían corrido el velo de su intimidad. A Jacqueline Kennedy y a su hermana no les debió gustar que Capote las incluyera en su historia con palabras como estas: “… con los hombres son perfectas, un par de geishas del oeste”.
 
Para Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre tampoco debió resultar agradable esta alusión: “Sartre, el estrábico y pálido fumador de pipa, así como su amante solterona De Beauvoir, se quedaban apuntalados en una esquina como dos muñecos de ventrílocuo abandonados”. Todas esas referencias corren por cuenta de un narrador llamado P.B. Jones, un joven que huyó de las monjas que lo criaron, conoció a un homosexual que no era el primero en su vida y aprendió el oficio de masajista antes de abandonarlo para irse detrás de su sueño de escritor.
 
En esa búsqueda, Jones entró a la sociedad de las estrellas. El editor de una revista, también homosexual, le publicó unos cuentos. Con él conoció a Greta Garbo, Camus, Warhol y a una escritora llamada Alice Lee Langman, con quien sostuvo una relación íntima y utilitarista.
 
Denny Fouts, un drogadicto que se movía entre la élite, contactó a Jones con el mundo de los gigolós, donde lo contrataban para distraer de la soledad a hombres y mujeres. Luego lo recomendó con Kate McCloude, una bella mujer divorciada de un magnate que requería de un masajista.
 
Jones quedó fascinado con ella. “Sentí que mi entrepierna se excitaba, una excitación que se endurecía a medida que contemplaba toda la longitud de su saludable y esculpido cuerpo, sus suculentos pezones, la amplia curva de sus caderas…”. Con toda esa experiencia acumulada, Jones escribe sus Plegarias atendidas. “Sigo pensando que si cambio todos los nombres podía publicar esto como una novela. Qué coño, no tengo nada que perder. Claro que un par de personas podrían intentar matarme, pero me lo tomaría como un favor”.
 
A Truman Capote lo mata esa obra, pero de otra manera. Lo mata con la exclusión. Muchos amigos le quitan la palabra por contar sus historias, así fuese de manera disfrazada. “Soy escritor y me sirvo de todo”, le decía Capote a uno de sus amigos. “¿Es que esa gente pensaba que me tenían para entretenerles?”. Aunque cumplía con la misión del escritor de plasmar las costumbres de su tiempo, el célebre autor de A sangre fría se sumergió en la soledad, el alcohol y las drogas. Su amigo Dotson Rader, que lo visitaba en los hospitales donde intentó una cura a la adicción, recuerda un triste episodio: “Nada más entrar en su habitación me ofreció un martini”. Truman Capote murió en 1984.

Por Alberto Medina López

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