El Magazín Cultural

Ingrid Jonker, palabras en humo y versos en ocre

La escritora, nacida en 1933 en Douglas, Sudáfrica, publicó su primer poemario antes de cumplir 13 años. Su padre, Abraham Jonker, fue su máximo opresor en tiempos en los que la segregación intentó ponerle punto final a la creatividad literaria.

Juan Carlos Piedrahíta B.
05 de julio de 2019 - 11:15 p. m.
Ilustración: Fernando Carranza
Ilustración: Fernando Carranza

A Ingrid Jonker se le ajustaban dos clases de personajes. Podía representar a una mujer sometida, tranquila y conforme, pero también tenía las aptitudes para asumir un rol rebelde, sin recurrir a medias tintas y con el carácter suficiente para dejarse guiar por lo primero que desfilaba por su mente. Por fortuna, el pulso entre ambos escenarios lo ganó la emancipación a través de un arma letal: la palabra.

Abraham Jonker, el padre de la escritora, nacida en Douglas (Sudáfrica) en 1933, ejercía como editor, como integrante del parlamento de su nación, y sobre todo tenía una habilidad única para multiplicar sus rasgos racistas y sexistas. Él continuaba sus labores editoriales en la casa y se encargaba de que los calificativos negativos acompañaran la obra temprana e inédita hasta ese momento de Ingrid Jonker, quien simplemente quería hacer poemas.

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Las paredes de su cuarto fueron durante varias temporadas el receptor de sus principales descargas emocionales. Ante los muros perdió el pánico a la hoja en blanco y también encontró la forma para narrar los sucesos más conmovedores de su infancia. Allí registró la mala relación con su padre, exorcizó la muerte temprana de su madre, Beatrice Cilliers, y le hizo frente a la segregación con un antifaz y un marcador. En ese entonces, la realidad y el juego eran un solo elemento con dos caras.

Con la palabra como su dominio adolescente empezó a definir que, tal vez, el camino que mejor se le insinuaba era el de la rebeldía. En el mundo y en su continente africano existía ya una porción generosa de la población que hacía lo que más convenía y lo que tocaba; faltaba encontrar a alguien que se saliera del cauce normal, y al parecer Ingrid Jonker podía representar con argumentos el rol de la inconformidad. La vida la había recibido con cachetadas certeras y ella no podía retornarle flores.

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En el colegio femenino de Wynberg, en Ciudad del Cabo, algunas de sus creaciones literarias ocultas al público comenzaron a tener eco. El ejercicio literario le llegó a los seis años y antes de cumplir 13 ya tenía un poemario completo y complejo con versos que no revelaban la edad de la escritora. Después del verano, publicado en afrikáans (lengua germánica derivada del neerlandés), fue el primer compilado que tuvo listo, pero por sugerencia de la editorial debió esperar algunos años para ser divulgado.

Escape, texto publicado en 1956, fue la primera obra literaria de Jonker en llegar a los ojos de la crítica y al corazón del público. En sus páginas se hacía evidente la influencia de Dirk Johannes Opperman (D.J. Opperman), uno de los principales poetas sudafricanos, con quien la joven escritora había tenido contacto desde sus años de adolescencia. Algunos juegos con el lenguaje, la crudeza en la narración y sobre todo su deseo de reflejar las vivencias primarias le dieron cierto reconocimiento local.

Pieter Vender, con quien tuvo en 1957 a Simona, su única hija; Jack Cope y André P. Brink fueron los amores principales en la vida de Ingrid Jonker. Cada uno colaboró con anécdotas, historias y sentimientos para sus famosos poemarios, pero también fueron los causantes de que la escritora tuviera que ingresar de urgencias al hospital psiquiátrico de Valkenberg a comienzos de la década del 60. Todo ese marco depresivo le dio el combustible suficiente para gestar en 1963 Humo y ocre, que es considerada por la crítica su obra cumbre y que ha sido traducida a idiomas como inglés, francés, español, portugués, alemán y mandarín.

Después de la recepción de electrochoques, terapia a la que se sometió por voluntad propia, la escritora creó el poema El niño asesinado por los soldados en Nyanga, que popularizó Nelson Mandela durante la primera apertura democrática del parlamento en mayo de 1994. En aquel entonces el líder africano recitó cada verso y lo hizo sabiendo que el origen de esta pieza literaria era tan real como cruel. Jonker fue testigo, por casualidad, de una manifestación en Nyanga, en los años 60, donde el pueblo reclamaba su derecho a protestar con libertad. La policía reaccionó en contra de los manifestantes y un menor resultó herido de muerte.

En 2012 la directora Paula van der Oest realizó un trabajo audiovisual sobre la vida de Ingrid Jonker. Ese registro se estrenó bajo el título Mariposas negras y en su desarrollo se hace referencia al carácter complejo de la escritora, se exhiben sus múltiples facetas en el humor y se evidencia su desenlace trágico ocurrido el 19 de julio de 1965. Antes de cumplir 32 años la escritora puso los pies sobre la arena en una playa de Ciudad del Cabo, se metió al mar y sin detenerse en su marcha desapareció en el horizonte. Se fue dejando su rastro literario, sus palabras en humo y sus versos en ocre.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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