El Magazín Cultural

Interpretación de un sueño

Escribo este sueño asumiendo que será absolutamente confidencial, que nadie lo va a leer, a fin de no censurar nada de su contenido ni de sus ideas latentes.

Leo Castillo
16 de julio de 2018 - 08:59 p. m.
"Algunas veces veo al abusador por allí, incluso trabajando cerca de un lugar al norte de la ciudad donde viví casi tres años. Se suele dirigir a mí. Me saluda, yo contesto con alguna frialdad, sin impostar una amabilidad que estoy demasiado lejos de experimentar". / Cortesía
"Algunas veces veo al abusador por allí, incluso trabajando cerca de un lugar al norte de la ciudad donde viví casi tres años. Se suele dirigir a mí. Me saluda, yo contesto con alguna frialdad, sin impostar una amabilidad que estoy demasiado lejos de experimentar". / Cortesía

Ocurre así:

Me acerco a una mesa de juego sin que recuerde de dónde venía, salvo que otro fragmento de sueño que viene a mi mente y que no escribiré para no dispersarme, corresponda en realidad al mismo. En este instante pienso que nada tiene en común este que contaré con el otro, referido a la mujer de un amigo de infancia a quien beso y luego quise volver a besarla al aparecer su marido, delante de él, para luego tratar de hacerlo llamándola aparte, disimulados detrás de unos árboles. Sin embargo, mi amigo ha dicho “te haces a una buena mujer”, y “buena” quiere decir, en principio, física, sexualmente apetecible.

En el plano moral entraña seguramente un sentido irónico, porque ella le fue infiel con un pescador y mi amigo llegó a enterarse por boca de sus hermanos de esta infidelidad, de modo que en el sueño este “buena” es irónico. Vuelvo, pues, a la mesa donde se juega siglo.

En la primera partida gana, con el número 13, alguien que no recuerdo, completando siglo con el 87 central. Revuelven las fichas en la bolsa para volver a jugar y esta vez gana alguien con el 24: la ficha central es, pues, el 76. La tercera vez, vuelve a ganar otro, o el mismo jugador –el sueño sigue sin mostrar el rostro de los ganadores o, quizá, simplemente se trata de desconocidos que no recuerdo- con el número 13, de modo que, se sobreentiende, la ficha del centro es otra vez el 87, pero ésta es irrelevante para el sueño, que ni siquiera la muestra esta segunda vez. Un hombre de entre los jugadores se levanta con el 13 en busca de un martillo, una mujer me pregunta qué hace, y yo le explico que desea romper con éste la ficha, pues está molesto, ya lo ha dicho, porque alguien ha ganado dos veces con ella, así que desea sacarla del juego, lo que no es legal, sino absurdo y es probable que se trate de una mera payasada del tipo y que no romperá la ficha. El martillo nunca se muestra y, para el análisis, juzgo que su sola mención es ya suficiente.  Me detendré aquí, sin llegar hasta la parte donde, acercándome de nuevo a la misma mesa o a otra –a veces creo que en mis sueños se superponen capas simultáneas, como si soñara dos sueños a la vez-, saludo a una mujer, vecina de nuestra calle en mi infancia y ya antes de saludarla, me parece, he notado que mi padre está allí, que no juega, pero que posiblemente observe el juego o simplemente esté allí, por estarse, él mismo jugador empedernido. Que aparezcan esta mujer y mi padre ubica necesariamente el sueño en mi infancia. Cuando saludo a la mujer, mi padre dice de sí mismo “y éste es mi padre”, reclamando que tengo la obligación, por cortesía u otra razón, de presentarlo a la mujer. Yo no quería hacerlo abruptamente, sino saludarla a ella sin prisa y luego saludarlo a él, para entonces presentarlos.

Tomo la mano a mi padre, en ademán de consentimiento a su solicitud y digo a ella, igual, “éste es mi padre”, o tal vez “éste es mi papá.” Me acercaba a esta mujer pretendiendo, de paso, rozar con intención sexual su cuerpo con el mío. Esto que tengo contado es suficiente, así que paso al análisis, siguiendo puntualmente a Freud.

Hay una terrible composición de temas graves de mi infancia, concretamente de un abuso sexual del que fui objeto por parte del hombre que se levanta de la mesa con la ficha 13. Este número era asociado en mi infancia a los homosexuales, de modo que ser “trece” era ser marica. ¿Por qué? No lo sé en este momento y quizá trate un día de averiguarlo. Dije que la sola mención del martillo era suficiente. El sueño se abstiene de mostrarlo físicamente, ya que sería demasiado fuerte, brutal, teniendo en cuenta que trata de algo en extremo doloroso e informa, por tanto, el contenido latente del sueño. “Martillo” lleva a martillar, verbo empleado para referirse a retozo sexual en la región Caribe de que soy oriundo. Cuando mi abusador se retira, pues, de la mesa con el 13 (con el “marica”) a darle con el martillo (en esta región se asocia el martillo a órgano sexual masculino, pero esta asociación no es tan frecuente como el empleo del verbo martillar en sentido sexual) quiere el sueño decir que va a castigar (partir, romper) sexualmente al niño que fui. Ésta es la asociación más terrible, dolorosa, y así se comprende perfectamente que el sueño emplee con semejante prudencia, pudor y habilidad estos símbolos. Es de apuntar que el episodio de abuso estuvo censurado por mi memoria por lo menos durante diez años. Aquello estaba olvidado o sepultado severamente en mi inconsciente.

Una noche en Barranquilla me encontraba en un burdel de la calle 30 con carrera 27, cerca del cine Mogador, donde solían pasar películas pornográficas durante el día y, de noche, cine convencional. Yo no había ido a buscar putas al bar, sino a emborracharme (tenía 17 años, quizá ya cumplía los 18.) De repente aparece este abusador, que estaba sentado a otra mesa, acompañado por otros hombres, sin que yo lo advirtiera (esta mesa del burdel, con bebedores que no observé, es evidentemente la misma del sueño que he tenido hoy, décadas después.)  El abusador sexual se sentó a mi lado y, seguramente borracho, no me acuerdo de este detalle con precisión, ni para el caso reviste demasiada importancia, empezó, me parece que con jactancia y ánimo extremadamente machista y ofensivo, a contarme el episodio del abuso que, por doloroso y por vergüenza, de ninguna manera detallaré. Esta ha sido una de las noches más tristes y dolorosas de mi vida. Me sentí tan ofendido, tan “indigno”, que pagué la cuenta y me interné en la noche camino de mi casa, llorando desconsolado de impotencia y de ira. ¿Qué hubiera podido hacer; romper una botella en la cabeza de este hombre? No está esto todavía hoy a mi alcance, pues soy incapaz de atacar físicamente a una persona, trátese de quien se tratare. Si bien bebía solo en esa ocasión, aquello no era un hábito. A partir de este episodio me volví, sí, cosa que gracias a este análisis establezco, un bebedor solitario y melancólico, para parar luego en la fuerte y larga experiencia con las drogas, que me conduciría a vivir dos años en la calle.

Ahora puedo ser capaz de hablar de esto, si bien al empezar a escribir y a analizar el sueño debí convencerme que sería estrictamente confidencial. He llegado, sin embargo, a este punto, juzgando que podría perfectamente permitir que terceras personas leyeran esta confidencia.

Algunas veces veo al abusador por allí, incluso trabajando cerca de un lugar al norte de la ciudad donde viví casi tres años. Se suele dirigir a mí. Me saluda, yo contesto con alguna frialdad, sin impostar una amabilidad que estoy demasiado lejos de experimentar. No siento que odie yo a este hombre, pero creo que si lo viera una noche muriendo, desangrándose en una acera, no buscaría ayuda para él ni menos se la prestaría. Siento o quiero sentir una indiferencia radical por su existencia, pero desearía no verlo jamás, con que quizá no sea tan indiferente el sentimiento y lo que deseo es que desaparezca del universo para siempre. Todo esto ya demasiado tarde. Mi vida transcurrió con esta ofensa. Más pronto que tarde entraré en la muerte, y no quiero acabar con odio por ningún ruin ser humano.

Todavía agregaré algo para dejar claro el científico –matemático- acierto de Freud en su método: resulta que en el juego de mesa el sueño muestra tres partidas. El 13 gana con el 87; el 24 con el 76. Ya establecí lo relativo al 13. En cuanto al 87, el sueño lo introduce solamente para completar el siglo -100- con que el jugador anónimo gana –castiga, al abusador. Hay otro contenido latente bastante importante aquí: al hacer eminente perdedor al que me ha abusado de mí, el sueño lo está castigando por su infame acto contra un niño indefenso, y luego por habérmelo contado –la presencia de una mesa en el bar, la de una mesa en el sueño, no es apenas casual. Por ello, también, el énfasis: se levanta furioso –ofendido- de la mesa por estar perdiendo contra el marica –el “trece”-, que en este caso me representa desde su óptica (para él, yo soy un marica, no un niño entonces que fue incapaz de comprender ni de defenderse del crimen de que era objeto.) En cuanto al 76 casando con el 24, hay esto: actualmente vivo en la carrera 67 (76 al revés), y el número 24 es casi el mismo en mi dirección (76-22.) No puede ser exactamente el mismo de la casa porque el sueño sabe que necesita 24 para hacer ganar al jugador que castiga a mi abusador, pero con lo que muestra es suficiente para el énfasis pretendido. Quiere decir el sueño que el jugador cuyo rostro no se muestra, el que gana el juego, vive en esta dirección, en mi casa: el vengador, pues, soy yo mismo.

 

Por Leo Castillo

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