El Magazín Cultural

J. M. Coetzee: un escritor que abre diálogos y preguntas

La obra del escritor sudafricano es un refugio, un lugar en el cual sentarse a pensar la realidad con sus elementos más terribles sin perder la capacidad de la empatía, de la reflexión y del dolor.

Jéssica Sessarego
11 de enero de 2017 - 04:14 a. m.
Ilustración: Fernando Carranza
Ilustración: Fernando Carranza

John M. Coetzee es de los que creen en las posibilidades del diálogo Sur-Sur, en que una conversación entre los márgenes es necesaria. Nacionalizado australiano, pero habiendo nacido en Sudáfrica, con ascendientes de diversos países europeos, es un escritor que visita sistemáticamente Latinoamérica. A Colombia vino dos veces, primero en 2013 y luego, casi sin pausa, en 2014. Ha sido parte del Seminario Internacional de Autor que se dicta en la Universidad Central dentro de la Maestría en Creación Literaria, ha realizado lecturas públicas, dialogó con el escritor nacional Juan Gabriel Vásquez y presentó su Biblioteca Personal. Esto último merece un párrafo aparte: se trata de una colección de libros que él dirige en la editorial argentina El Hilo de Ariadna y que solo se está publicando en español. (También puedes leer: Amadou Hampâté Bâ: un canto al pasado)

Sin embargo, no siempre existió este intercambio tan fluido. A finales de 2002 casi no había libros de este autor en Colombia e incluso algunas librerías devolvieron a Random House los ejemplares que tenían, por considerar que no podrían venderlos. Fue en el año siguiente, al ganar Coetzee el Premio Nobel de Literatura, cuando se hizo realmente conocido en el país. En su primera visita, en el 2013, quedó sorprendido por la cantidad de lectores con que se encontró, lo cual abrió la puerta a su segunda visita y seguramente a otras que vendrán.

Coetzee es una persona sobria y silenciosa, que separa muy claramente su vida privada de la pública, que solo da entrevistas por correo electrónico (cuando las da) y que suele ser descripto como difícil de descifrar y poco dado a los eventos sociales. No obstante, esta personalidad reservada no le impide estar dispuesto a participar de múltiples actividades públicas con el fin de difundir la importancia de la lectura y la conexión con la cultura de otros países. Cuando el año pasado visitó la Feria del Libro de Guayaquil, en Ecuador, declaró que su mayor expectativa en ese viaje era conocer y reunirse con nuevos escritores latinoamericanos. Y a su vez, pone su granito de arena para difundir la obra de sus compatriotas, por ejemplo, a través de la Cátedra Coetzee que dirige en la Universidad Nacional de San Martín (Argentina), en la cual cada año propone la lectura de cuatro escritores de diversos países de África y Oceanía.

Por eso, su inclusión en este especial, que abre canales de comunicación con la cultura del rico continente africano, es más que pertinente. Pero también lo es por la increíble calidad y variedad en su obra. Además del Nobel, ganó dos veces el Booker Prize (uno de los premios literarios más importantes de habla inglesa), dos CNA (el primer premio de las letras sudafricanas), entre muchos otros galardones, y ha sido reconocido con múltiples títulos Honoris Causa (por ejemplo, en la Universidad Iberoamericana en México y la Universidad Central en Colombia). Su obra incluye más de 21 volúmenes. La mayoría de ellos son novelas, pero también hay cuentos y ensayos.

Estos últimos han sido ponderados más de una vez como una joya de la crítica literaria. Recientemente se publicó una recopilación de algunos de ellos en español en el libro Las manos de los maestros, de la editorial Random House, en el cual recorre los textos de quienes marcaron de un modo u otro su formación como escritor, siguiendo la línea de su anterior libro, Mecanismos internos; pero uno de sus ensayos más famosos tiene otra temática. Se trata de Contra la censura, del cual a menudo elige fragmentos para sus lecturas públicas. En este libro, Coetzee revisa diversos casos históricos de censura por parte del Estado, sobre todo sufridos por la literatura, en una época en que los debates en torno a esta práctica se renuevan.

Sus relatos de ficción tienen características variadas (novelas históricas, dramas, autobiografía novelada…) y transcurren en lugares que el autor ha habitado, como Sudáfrica, Australia, Estados Unidos e Inglaterra, así como en otros países lejanos para él, como Brasil, España y Rusia. Se trata de narrativas con una amplia dimensión ética. El ejemplo más conocido es seguramente su novela Desgracia (Deshonra, en el original), en que aparecen temas conflictivos como el abuso sexual y de poder, la violación, el aborto, la prostitución, los derechos sexuales en la vejez y el racismo. Pero no es una obra panfletaria, no intenta defender o criticar a ultranza ninguna cosa. Justamente lo valioso de Coetzee es que no se aboca a resolver estos problemas, sino a complejizarlos, a proponer nuevas perspectivas, para llevar lentamente a quien lee a tomar una posición propia y a conciencia; o incluso, a darse cuenta de que es incapaz de tomar una posición definitiva, que no hay manera de simplificar estas cuestiones, que esto es más grande de lo que pensábamos. Como dice el protagonista de Juventud: “¿Cómo puede estar seguro? ¿Por qué tendría que querer estarlo?”. Al final, logra construir un espacio humano, también cruel y difícil, pero humano. Hoy en día, azotados por el bombardeo de los medios que nos inmuniza ante la tragedia, rodeados del morbo en las múltiples noticias detalladas sobre retorcidos crímenes, la obra de Coetzee es un refugio, un lugar donde sentarse a pensar la realidad con sus elementos más terribles sin perder la capacidad de la empatía, de la reflexión y del dolor.

Se escribe, además, sobre lo que mejor se conoce, y por eso otra línea que cruza varios de sus libros es la escritura misma. La trilogía Infancia, Juventud y verano sigue en tercera persona la historia de John, un aspirante a escritor casualmente con más de una semejanza con su autor. Allí, el personaje desarma el estereotipo de artista con sus continuas preguntas e intenta pensarse a sí mismo rodeado de esa estructura social que nos persigue: “¿Para ser artista hay que amar a las mujeres de manera indiscriminada? ¿Implica la vida del artista acostarse con todas en nombre de la vida? ¿Si eres remilgado en el sexo, estás rechazando la vida?”. También en Diario de un mal año encontramos a un escritor, esta vez entrado en años y con discusiones en torno a su deseo y su cuerpo que nos recuerdan al protagonista de Desgracia. En Elizabeth Costello, en cambio, la protagonista es una escritora, pero de nuevo se trata de un episodio de la vejez y de nuevo es un personaje australiano. Las reflexiones sobre la vejez son más que pertinentes en un mundo dominado por la juventud, donde desde distintos flancos se critica la longevidad y se intenta ocultar a nuestros viejos. David Lurie, en Desgracia, se pregunta con amargura si “tal vez los jóvenes tengan todo el derecho del mundo a vivir protegidos del espectáculo que dan sus mayores cuando están inmersos en los espasmos de la pasión”.

Una y otra vez Coetzee vuelve sobre los temas difíciles, los discute, los amplía, y nos deja siempre con más preguntas que respuestas. Para los lectores y lectoras que deseen sentarse a pensar, que busquen un oasis tranquilo donde desplegar sus dudas sobre este mundo, hallarán en la prosa prolija y precisa de este autor lo que estaban buscando.

 

Por Jéssica Sessarego

 

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