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Javier Díaz Molina: “Uno siempre querrá dejar en las personas parte de su esencia”

En esta nueva entrada de la serie Historias de Vida, creada por Isabel López Giraldo para El Espectador, Javier Díaz Molina habla sobre su carrera y el camino que recorrió para trabajar en comercio exterior, su gran pasión. Este recuento de su vida personal y profesional fue publicado, originalmente, en 2017.

Isabel López Giraldo
04 de febrero de 2021 - 10:43 p. m.
Javier Díaz Molina es presidente ejecutivo de la Asociación Nacional de Comercio Exterior, Analdex, desde Junio de 1997.
Javier Díaz Molina es presidente ejecutivo de la Asociación Nacional de Comercio Exterior, Analdex, desde Junio de 1997.
Foto: Archivo particular

Orígenes

Mi familia materna tiene origen campesino. Hace parte de la Colonización Antioqueña que llegó al norte del Tolima. Mi mamá quedó huérfana a los cuatro años así que fue criada por su hermana mayor, quien se convirtió en mi único referente y en el de mis hermanos. Es la tía que funge como abuela. La llamábamos “el pollito” por sus características físicas, pues era pequeñita, dulce, tierna.

Por la raíz paterna hubo mayor arraigo. También eran del norte del Tolima. Mi abuelo trabajaba con el cable que unía a Mariquita con Manizales, medio de transporte de personas, pero también de carga. Recuerdo con claridad que la casa era enorme con árboles frutales y una fuente en la que se bañaban los pájaros.

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Mis padres llegaron a Ibagué, mi lugar de nacimiento. La misión de mi papá fue darnos estudio, por lo mismo, la educación fue siempre un tema prioritario. Mi papá decía: “Si algo les dejo es educación”. Siempre he tenido claro que es la mejor herencia que pudimos recibir.

Infancia

Desde pequeño me gustó leer temas literarios y filosóficos. También me apasionaba la historia. Visité con mucha frecuencia la Biblioteca Municipal. Recuerdo con especial admiración a quien fuera mi profesora de filosofía, Nidia de Llanos, del Valle del Cauca, con quien conformamos un grupo de tertulia muy interesante.

También disfruté siempre de esa inquietud artística que me acompañó desde niño. Participé de grupos de teatro del colegio para terminar manejando la semana cultural, una de las labores que atendí en la etapa final en calidad de presidente del Comité, lo que me otorgaba ventajas importantes pues tuve a mi cargo la llave del Colegio y también establecí contactos con otros colegios para organizar todas las actividades culturales.

Hice parte del periódico infantil con un grupo de compañeros. Trabajábamos desde la edición, escribíamos artículos e imprimíamos en un mimeógrafo que era la tecnología de los años 70.

Uno de mis amigos interpretaba bandola, guitarra y tiple, lo que nos condujo a llevar serenatas. Aunque solo nos sabíamos una canción, fue suficiente.

Universidad Nacional

Al terminar bachillerato viajé a estudiar a Bogotá. Quería ser economista, aunque consideré estudiar derecho y en Ibagué, donde mi papá quería que estudiara, solo se ofrecía agronomía, veterinaria y zootecnia, así que me presenté en la Universidad Nacional y en la Tadeo. Pasé en las dos y me decidí por la Nacional. Me instalé en la ciudad viajando con frecuencia a visitar a mis padres a Ibagué, pero la capital me fue atrapando y al terminar no me veía viviendo nuevamente en provincia.

Desde el inicio me concentré en temas de Comercio Exterior, como lo hicieron los padres de la Economía que desarrollaban temas de libre comercio.

Tomaba clases en la mañana y en la tarde visitaba la Biblioteca atendiendo mis responsabilidades académicas. Como vivía cerca de la Universidad, hice combo con estudiantes de todas las áreas de la Nacional, vecinos del sector: nos congregábamos en lo que llamamos “el tinteadero”. Allí iniciamos con tertulias, encuentros que seguimos teniendo pues nos reunimos los sábados de 3.30 p.m. a 5.30 p.m. sin falta desde hace más de cuarenta años, y le llamamos el Síndrome del Lobo, pues no hemos podido olvidar el bosque.

Puedo aseverar que la Universidad sembró en mí el espíritu crítico, el cuestionar todo, el no tragar entero como decía el cofrade, el paisano Palacio Rudas. Beethoven Herrera, profesor al que estimo muchísimo, siempre pidió explicación al “dos más dos” y fue vital en mi proceso de aprendizaje. Podría decir que fue de las cosas que más me sirvió en mi carrera profesional.

Vida profesional

Parque Simón Bolívar

Cuando se acercaba el final de la carrera comencé a plantearme hacia dónde dirigiría mi vida. Rápidamente concluí que regresar al terruño no era opción. Toqué puertas al interior de la Universidad, hablé con mis profesores y recuerdo muy especialmente a César González (fallecido en 2016) cuando estaba en la vicepresidencia de lo que era el Banco Cafetero y me invitó a vincularme, pero no fue posible porque mi hermano trabajaba en ese lugar. Le entregué mi hoja de vida a Carlos Martínez, que era director de la carrera. Recuerdo que alguna vez pasé frente a su oficina, él tocó el vidrio y me invitó a entrar para preguntarme qué tal era en finanzas. Mi respuesta no se hizo esperar: “¡Perfecto! Es lo mío.”

Se requería de un economista para hacer parte de un proyecto, así que me fui para el Centro de Estudios Especiales, oficina de consultoría que dependía de la Rectoría. Cada proyecto exigía especialistas en los temas y en este caso particular el proyecto se trataba del Parque Simón Bolívar. En ese momento (1981), el Ministerio de Obras Públicas quería construirlo. Hacía parte el arquitecto Robledo, decano de la Facultad de Arquitectura como director del proyecto.

Humberto Castaño, director del Centro de Estudios Especiales me pasó la propuesta que él presentó para que la mirara. A la hora del almuerzo la revisé y le sugerí algunos cambios. Me dijo “El puesto es suyo”.

Recuerdo que Jica, la compañía japonesa de cooperación a nivel mundial, misión experta en parques, trabajaba la misma zona que yo. Llegó el momento de presentar la propuesta, Jica radicó su estudio de costos, pero no se parecía en nada al que yo había presentado.

La Universidad se disculpó pues se trataba de un economista recién egresado y acogió la propuesta de la firma. Me fui donde el japonés y le manifesté que quería saber en qué me había equivocado. Le pedí sus borradores para estudiarlos. Pasé esa noche en blanco. Encontré errores elementales de sumas, multiplicación y costos que no correspondían a las tarifas en Colombia. No veía la hora mientras esperaba a que amaneciera para llamar al director del proyecto. Al final incorporaron mi trabajo.

La segunda fase era hacer la evaluación económica y social para un crédito del Banco Mundial para la construcción del Parque, trabajo que le otorgó el Ministerio a la Universidad, pero con la condición de que yo estuviera allí.

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Vicepresidencia de comercio exterior-ANDI

Después vinieron otros proyectos con el Ministerio de Transporte en Planeación Regional y Urbana. Estando en eso me hablaron de la posibilidad de ser asistente de la Vicepresidencia de Comercio Exterior de la ANDI, cargo que ocupaba el hermano de Jorge Garay, Carlos Alberto Garay, hoy presidente de Acoplásticos. Para ese momento contaba veinticuatro años.

Me dijo Carlos Alberto: “Necesito para la Asamblea un plegable actualizado que contenga una información específica con cifras de la economía Colombiana”. Adelanté el trabajo, pero apliqué cambios que fueron de buen recibo. Fue así como comencé a trabajar en comercio exterior. Era 1 de Julio de 1982 y desde ese momento hasta el día de hoy estoy en este tema, mi tema, el que me ha gustado siempre.

Yo le digo a mis hijos: “Uno tiene que hacer lo que le gusta porque además le pagan por hacerlo”.

Familia

Estuve cinco años en la ANDI. Fui Jefe de Exportaciones y estando allí conocí a mi esposa, Alba Luz Nuñez, periodista que trabajaba en comunicaciones. El vicepresidente nos había anunciado que una persona vendría a trabajar y nos la recomendó sobre manera. Fuimos novios dos años y esto sólo lo supo mi secretaria y otra persona, absolutamente nadie más. Cuando decidimos casarnos, contamos y fue la sorpresa para todos.

Recibí una llamada de Fernando Berberi, que fue vicepresidente en la ANDI. Me habló de la Asociación Nacional de Comercio Exterior, ANALDEX, gremio que se encontraba desatendido, así que fui contratado como su presidente para recuperarlo. Mi primera pregunta fue: ¿Cuánto me va a pagar? Me ofreció $25.000 pesos cuando para ese momento me ganaba $100.000 en la ANDI.

M llamó nuevamente para ofrecerme el sueldo que esperaba, lo que me permitió tomar la decisión de casarme. Solo pasaron dos meses y contrajimos matrimonio. Alba Luz continuó trabajando por un tiempo, pero luego se retiró para dedicarse a otras cosas y más tarde la llamaron estando embarazada de su primer hijo.

En 1988 nació Juan Felipe, mi hijo mayor, que presentó una trigonocefalia por lo que fue sometido a cirugía y el tiempo de espera le generó una discapacidad cognitiva.

Analdex

Para ese momento nombraron a Jorge Ramírez Ocampo como presidente de ANALDEX. Yo era presidente encargado. Jorge me preguntó: “¿Usted cambiaría a alguien del equipo?” Mi respuesta fue que sí lo haría y sustenté mis razones sobre una persona que no daba la talla. Lo que pasó después fue que no le pidió la renuncia a esa persona, sino a todas. Pasó el tiempo y no se definía nada.

Comencé a buscar trabajo, así que contacté a un amigo en Lima, Perú, que trabajaba con la Comunidad Andina en calidad de director, Edgar Vieira. Me invitó a trabajar con él y expidió la resolución de nombramiento. Hablé con Jorge pues ya habían pasado casi dos meses de haber presentado la carta de renuncia y no se manifestaba: ¡Se le había olvidado por completo!

Las circunstancias eran delicadas: la salud de Juan Felipe, Lima estaba en su peor momento pues sufría la realidad de Sendero Luminoso y había desatado el cólera. Por estos motivos Alba Luz decidió que lo mejor era quedarse. Todavía somos amigos pese a mi cambio de decisión. Esa es la ventaja de tener amigos.

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Cuando Juan Manuel Santos creó el Ministerio de Comercio Exterior en 1991, me pidió que me fuera a trabajar con él como asesor. Consideré presentar la renuncia, hablé con Jorge, pero no me dejó ir. Renunció Jorge y me dejaron encargado de la Presidencia. Después de dos meses no definían nada. Lázaro Mejía, presidente de PROEXPORT, me dijo: “A usted no lo van a nombrar ahí, ya lo hubieran hecho. ANALDEX está buscando a un político y usted es técnico, lo invito a trabajar conmigo como vicepresidente de PROEXPORT”. Ese nombramiento se dio en 1997.

Cuando llegué el gremio tenía 16 afiliados y el presupuesto era de $600.000 al año. Me enfoqué en darle valor agregado a las empresas que hacían parte. Hoy son cuatrocientos veinte afiliados en todo el país y el presupuesto de $6.000 millones anuales. Ahora le digo a la Junta: “Ustedes no me dejaron ir cuando yo quería, ahora se tendrán que aguantar”. (risas)

Academia

Durante diez años dicté clases de Comercio Internacional en la Universidad Nacional, el Externado y en la Tadeo, además de algunos cursos en los Andes, la Católica y un MBA en la Sergio Arboleda.

Tomé un curso con el programa de presidentes que dicta la Universidad de Los Andes. Ya aquí había adelantado política Comercial y política Internacional en la academia de la Cancillería.

Mi papá era transportador, tenía un camión y en vacaciones nos llevaba de viaje. Un día llegamos con mercancía a Coltejer, lo que me llenó de emoción pues quería conocer, pero no me dejaron entrar. Sentí la mayor de las frustraciones y pensé: “Algún día me van a pedir que venga aquí”. Efectivamente, el presidente de Coltejer me invitó a almorzar a su oficina y le dije: “Vengo aquí con una satisfacción muy grande, se trata de esos retos que le pone a uno la vida”.

Su familia

María Paula, mi hija, nació tres años después de Juan Felipe. Alba Luz comenzó a sentirse mal, así que visitó al médico que le dio la magnífica noticia, pero estaba muy asustada por la experiencia de Juan. Yo le dije: “Si pudimos con uno, podemos con dos”, esto la llenó de valor.

Juan Felipe es un joven muy amoroso que decidió estudiar artes plásticas y estuvo trabajando con pintura. Hoy está dedicado a la animación digital y es asistente en un proyecto con el Jardín Botánico. María Paula es independiente, estudió ciencias políticas y está por terminar la carrera de economía.

Lo que he hecho en mi vida profesional ha sido posible por el apoyo de mi compañera de vida: Alba Luz.

Reflexión

Uno siempre querrá dejar en las personas parte su esencia.

Por Isabel López Giraldo

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