El Magazín Cultural

Javier Echeverri Restrepo: "Toda gran escritura es desobediente"

Autor de más de una decena de novelas, Echeverri hizo parte del Nadaísmo someramente y se impregnó de sus postulados.

Óscar Jairo González Hernández
16 de febrero de 2019 - 08:38 p. m.
Cortesía
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¿Podría decirnos cómo se da en usted la inicial vocación o decisión de hacerse escritor? 

No sé todavía si tiene sentido la pregunta por los oficios ociosos y secretos que incluyen los múltiples vicios de escritura. Escucho a muchos decir que los verdaderos escritores nacen trayendo la pluma entre los pañales de nacimiento y que dichos pañales nunca salen limpios, pero otros más versados en esos tinglados, aseguran que los experimentados escritores se hacen en la jungla de la vida y el martillo de la escritura los arrastra luego por este sendero matalón. Debo tener un poco de una y otra punta, definitivamente no lo sé. 

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¿Cuándo en qué momento se da en usted el tema de una novela? ¿Cómo la concibe?

El tema de mis primeras novelas fueron tres abortos de escritura de cuyos títulos no deseo acordarme. Tal vez el primer dilete novelado como tal fue un cuaderno titulado Besa Mi Tumba.  Dilete escrito en 1982, que apunta hacia el género del relato ácido, envuelto en una prosa policíaca que irrumpe con inquietante desparpajo en el negocio del crimen que soportan los códigos de policía del gobierno Turbay. El relato se califica como una apología del delito, la revista Margen Izquierda le dedica unas páginas sorpresivas que luego se traga el olvido hasta que la recopilación que hace Hubert Pöppel sobre La novela policíaca en Colombia le devuelve su lugar. Mi escritura por aquellos días bogotanos es la suma exacta de una casa de putas y un cuartel carcelario. Luego se derraman tras este primer dilete, una serie de nuevos abortos y logros como Alas Bajo el Humo, Adiós Caballo, This Is My Mexico, La Tumba del Diablo y la apuesta por escribir algunos diletes sobre los distintos patios de América como Cuba, Argentina, México, Panamá, cuyos cuadernos sirven de base a los posteriores metarrelatos, siempre en estilo rasgado, de un estricto verismo, sin evocaciones y esquivando indigestas nostalgias.

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¿Cuáles son las técnicas para realizar su escritura novelística y sus desarrollos estructurales? 

Mi única técnica es el dilete, una especie de hojas de ruta sobre hombres y lugares del continente americano a medida que vamos hollando sus suelos sureños, norteños, caribeños y otras rutas marinas menos frecuentadas por la pluma continental, enquistada en sus macrocéfalas cabezas capitalinas para completar la redundancia. Ciudadano No Numerado es quizá un intento de diletar el golfo de Urabá y el Darién panameño colombiano. El dilete no tiene fronteras entre historia, ensayo y relato, cada narrador es el espinazo mismo del dilete. La Monarquía del Diablo, es un dilete con ribetes de ensayo y un final de novela.

¿Tiene usted o no una oriantación en sus novelas por mostrar la relación con ellas desde su experiencia?

En mi escritura no hay un horizonte o una tendencia específica. ¡A Voz de Balazo! Constituye un testimonio de secuestro y Detrás de los Ojos, un dilete monográfico sobre las voces y lugares de la infancia. Obedecen más bien a los pulsos de la vida que a ejercicios académicos, donde el tallón de mierda dibuja la trocha, el callejón y la senda del infierno que hemos trochado a espaldas de un Estado que nos despelleja desde su ceguera sinrumbista, pero aquí estamos.

¿Cómo combina usted su realismo con la ficción)

No escribo realismo, derivo más bien hacia un verismo testimonial, apoyándome en la basura de la historia tan rica en elementos del presente histórico que nos arrastra. Los Bocados del Rey Midas, constituye un retrato de nuestra hermanastra mayor Argentina con todos sus lugares de tango, putango, gol, fervor ególatra de ecumenismo europeo y un justicialismo populista de caverna. Cada vez más la ficción se hace caricatura y los ismos se narcotizan de Sur a Norte y a la inversa. El narcorrealismo es otra caricatura del presente en la que no debemos naufragar.

Hay un interés suyo por escribir novela policíaca

Mis primeros ejercicios de escritura fueron policíacos como dije arriba, pero no por influencia del modelo norteamericano de Raymond Chandler, Hammett, Willian Iris y otros. Obedece al entorno policíaco del momento bogotano de una ciudad explosiva que revienta de esmeralderos, cocaineros y chulos de todos los pelambres que surcan las rutas del narco. El Anillo Verde es un muestrario de aquella época.

¿Que tanto incidió en usted enl Nadaísmo? 

El Nadaísmo y su profeta Gonzalo fueron vecinos nuestros allí en Jardín, Antioquia, pero no permearon nuestra niñez porque estábamos viviendo por aquellos tiempos una tapada historia de escopetas que develo con todos sus detalles frente al Cristico indecente y amulatado de mis abuelos en Detrás de los Ojos.

¿De dónde provienen los nombres de sus libros, como Besa mi tumba o Lápiz de guerra?

Esos títulos de mis diletes nacen de las diablatas y voces de la gente y van en contravía de la academia y sus retóricas de escuela. Nuestros fusiles guerreros son lápices de escritura y espeques de siembra.

En algunas de sus novelas hay una búsqueda muy lúcida por mostrar y exponer una relación entre la vida rural y la urbana.

Mi escritura no distingue entre rural y urbana. Un viaje a Urabá en bus tiene una calificación de rural y urbano. La cocaína dolarizada es rural, urbana y matona. Nuestra santísima mierda es tan rural como urbana, somos metrópolis ruralizadas.

¿Usted escribe para un lector determinado?

Nuestro lector ya vendrá, la escritura no tiene afán.

¿Qué escritor ha sido decisivo en su formación?

En mi oficio de lector sin orden, están presentes Julio Verne, Emilio Salgari, Chesterton, Herman Hesse, Tomas Mann, Isaak Babel, Dostoievski, Ernesto Sabato, Borges, Rulfo, Poe, he leído dos veces las obras de Heine con devoción volteriana. En mi juventud bogotana leí hasta la saciedad a Albert Camus, Walter Benjamin, Sartre y el Señor K, sumados a estos íconos algunos bodrios dieciochescos a los que me arrastra sin clemencia la academia. Me ayudo también con mucha basura dorada que se publica para alumbrar la prensa del día. Algunos de mis mayores ídolos de lectura del siglo XX como el borracho cónsul de Bajo el Volcán ya no me quitan el sueño.

¿Qué opina de los talleres literarios?

Los talleres literarios son como los burdeles dorados de mis veinte años, una tentación de época para mojar mi lápiz de carne.

¿Para qué escribe?

Cada uno escribe para lo que le viene en gana, toda gran escritura es desobediente y no pide permiso para ejercer el más libre de sus sueños veraces. En esta jodienda, el oficio es lo que mantiene vivo al escritor. Frente a un Estado indolente que practica el desprecio y cada cuatro años ocupa el poder, nuestra pluma o tecla es vitalicia y sagrada como el viejo logos.

¿Qué papel le da a la crítica literaria? 

Los críticos ocupan el lugar de los eunucos en el harén, son indispensables como los merenderos de cumpleaños y las sirvientas burguesas, eruditas graduadas en todas las bodas de la realeza europea. De Quincey escribió La Farsa de los Cielos y en esa bañera de ironía se bañan cada día los críticos para escribir luego sus apresuradas notas de prensa.

¿Qué lee usted y para qué?

Yo leo para buscarme en otros lápices y copiarlos a todos juntos con descarada originalidad, si dicha cosa existe a esta hora de la historia. Leer es un placer divino, escribir es una aventura diabólica.

¿Cómo ve su obra en relación con la iteratura colombiana?

Mi escritura abandonó el patio colombiano hace veinte años para visitar a sus vecinos, aprender de ellos y burlarme de mí mismo entre sus predios y ciudades. A Tambor de Hierro me reveló el patio cubano con todos sus mascarones de revolución, incluido el calaverón del Che. México me enseñó más sobre las revelaciones de mi sangre que todo mi apestoso reloj de academia colombiana. En Los Cuadernos de  Oro de Manco Kapac consigno mis especulaciones indianas desde un ego que ha superado la infamia.

¿Qué importancia tiene para usted la estética? 

La hora de las estéticas ya pasó, la pregunta por la belleza es un espejo roto en el que no se mira ni la bruja Maléfica ni Alicia en el país de las estampillas. Desde que Artur Rimbaud prostituyó la belleza sentándola sobre sus rodillas y metiéndole sus cochinos dedos entre su moña y lengua de pollo, la estética se volvió golfa de prensa y allí la manosean a su amaño todos sus cagatintas domingueros. El culto a la belleza entre los griegos era una extensión de sus cuerpos, entre nosotros es apenas una extensión de nuestros lisiados de guerra, sida y cáncer, un legado de tánatos.

Por Óscar Jairo González Hernández

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