El Magazín Cultural

Javier Solís: una vocación por hambre y un lugar en el Olimpo

“Mi vocación artística se inició por hambre”, comentó Gabriel Siria Levario durante una entrevista radial realizada en 1962 por Ramiro Garza Treviño.

Orlando Plata
18 de diciembre de 2018 - 10:35 p. m.
Javier Solís, quien falleció a los 35 años y grabó más de 300 canciones en su corta carrera musical. / Cortesía
Javier Solís, quien falleció a los 35 años y grabó más de 300 canciones en su corta carrera musical. / Cortesía

Bueno, pues para quienes no lo sepan, les cuento que este señor desconocido pasó a la historia de la música en letras de oro con el nombre de Javier Solís, el rey del bolero ranchero y sin duda alguna uno de los más grandes intérpretes de la música universal.

En efecto, este hombre con una voz prodigiosa desarrolló una meteórica carrera de apenas diez años (igual que los Beatles) que le bastó para alcanzar a grabar 379 canciones y pasar a engrosar el santoral de los dioses de la canción popular en Iberoamérica, además de protagonizar 33 películas. Por desgracia, una muerte prematura, a los 35 años, a causa de complicaciones durante una operación de la vesícula, nos dejó para siempre con ese sabor agridulce de perder a un prodigio cuando apenas estaba calentando motores. Es tal su legado, que buena parte de su música fue lanzada y regrabada póstumamente e incluso cantó con personajes a los que ni siquiera conoció, como Vicky Carr, en 1994, gracias a la magia de la grabación con pistas, donde aislaron su voz y la acoplaron a diversos estilos, sacando así álbumes con Los Panchos, Gerardo Reyes y La Rondalla Venezolana.

Solís era hijo de una humilde vendedora de la plaza de mercado llamada Juana Levario Plata (glorioso apellido, por cierto) y un sujeto que los abandonó, a quien ni siquiera mencionaré. Por esta razón, Juana se vio obligada a dejarlo al cuidado de su hermano, quien lo crió como a hijo propio junto con su esposa desde que el niño tenía un año. Asfixiado por la pobreza, el chico a duras penas alcanzó a terminar 5° de primaria, pero debió abandonar la escuela para dedicarse a ayudar al sostenimiento del hogar, primero como reciclador y luego como panadero, carnicero, cotero y lavador de automóviles.

Comenzó a presentarse cantando tangos bajo el auspicio de Manuel Garay, payaso de profesión y administrador del Teatro Salón Obrero, con el nombre de artístico de Javier Luquín y participó en concursos de aficionados, cuyo premio era un par de zapatos, que solía ganar con frecuencia. David Lara Ríos, su jefe en una de las carnicerías donde trabajó, decidió pagarle clases de canto con el maestro Noé Quintero, muy reconocido en aquel entonces, lo cual resultó fundamental en el desarrollo de su carrera.

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Así comenzó a presentarse en restaurantes como parte del Dúo Guadalajara y luego con el Trío Flamingo (después llamado Trío México) con sus amigos Pablo Flores y Miguel Ortiz. Por las noches cantaba con grupos de mariachis en la Plaza Garibaldi y en la calle Honduras. Después cantó en los restaurantes El Tenampa y el Guadalajara de Noche, donde lo acompañaba el Mariachi América, de Alfredo Serna. Poco a poco fue ganando reconocimiento hasta que un militar lo contrató para dar una gira por Puebla, logrando así poder pagarse clases de canto durante un año con el maestro Miguel Quintero.

En 1950 ya contaba con un acetato grabado con cuatro de sus canciones, que interpretó con el respaldo del Trío Los Galantes, el cual le sirvió como tarjeta de presentación, cinco años después, ante la empresa discográfica Columbia de México, que se las exigió como garantía para firmar el contrato, las archivó y apenas publicó una de ellas en 1969 y otras dos en 1990, haciendo parte de las muchas grabaciones póstumas del artista. 

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A principios de 1955, cuando cantaba en el Bar Azteca y ya había adoptado el nombre de Javier Solís, fue descubierto por Julito Rodríguez, guitarrista y primera voz del Trío Los Panchos. El músico lo recomendó para que hiciera una audición con Felipe Valdés Leal, director artístico de Discos Columbia de México, que lo contrató en enero de 1956. 

El éxito no se hizo esperar y su primer sencillo fue disco de platino en septiembre del 57. Aconsejado por Valdés Leal, abandonó su estilo imitativo de Pedro Infante y comenzó a brillar con luz propia, incorporando al género ranchero la musicalidad y las líricas del bolero. Comenzó así a demostrar su verdadero valor, llevando la música del mariachi a una jerarquía nunca vista antes, pues dejó atrás el sonido de origen campesino y la temática rural para adentrarse en la lírica urbana y las canciones latinoamericanas, logrando renovar el género y captando el interés de un público mucho más amplio. En esta transformación resultó de vital importancia el apelar al repertorio del colosal Agustín Lara, además de Rafael Hernández y Pedro Flores. De esta manera, logró divulgar su música en Estados Unidos y, por esta vía indirecta, en toda Latinoamérica.

Por desgracia, el 12 de abril de 1966, en plena cresta de la ola, lo sorprendió la muerte traicionera sin dejarle saborear su éxito como se lo merecía, en un juego macabro del destino, que fundió la desgracia que cantaba en sus inolvidables canciones con su propia vida. Quizá de tanto cantar “Si Dios me quita la vida” o “Cataclismo”, como en un mito griego, el humilde trovador retó a la diosa Fortuna y así este amargo desenlace nos privó de un portentoso cantante, cuyas canciones hacen parte fundamental de nuestra banda sonora; razón por la cual no creo que haya un latino que sea inmune a su música, que es tan sobrecogedora como hermosa y será para siempre parte del legado autóctono de la cultura universal.

Entre el inmenso caudal de canciones por escoger, mi única opción es seleccionar mi favorita sin pensarlo tanto. Con ustedes “En tu pelo”, soberbia composición de Luis Demetrio Traconis Molina, quien (otra paradoja de la existencia) era contador.

 

En tu pelo tengo yo el cielo

En tus brazos el calor del sol

En tus ojos tengo luz de luna

Y en tus lágrimas sabor de mar

 

En tu boca hay un panal de mieles

Y en tu aliento escucho ya tu voz

Por tus ojos y tu boca

Por tus brazos y tu pelo

Por tus lágrimas y voz me muero

 

Tú eres todo lo que anhelé

Y yo por eso me enamoré

Siento campanitas

Muy adentro del corazón.

 

Por Orlando Plata

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