El Magazín Cultural

Joël Dicker: “Los modelos también deberían ser escritores”

El suizo presenta su reciente novela “La desaparición de Stephanie Mailer” (Alfagura). Dicker habló con El Espectador de su nuevo libro, su vida en Ginebra y la opinión que tiene sobre la relación de la literatura con las imposiciones del sistema.

Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad
23 de noviembre de 2018 - 01:09 a. m.
Joël Dicker nació en Suiza en 1985. / AFP
Joël Dicker nació en Suiza en 1985. / AFP
Foto: AFP - JOEL SAGET

“He trabajado con algunas campañas de publicidad. La gente me dice que no debería hacerlo. Que ese no es el espacio de los escritores. Yo les respondo que los espacios de los escritores son los que ocupa la gente. Los que ve la gente”, dice Joël Dicker, un suizo de 33 años que ya ha publicado dos de las novelas más vendidas en Francia. La más reciente: La desaparición de Stephanie Mailer, obra que muchos han ubicado dentro del género de novela negra o thriller, pero que él se abstiene de encasillar, “porque los géneros limitan. Los considero importantes cuando en una librería quieres encontrar algo de tu interés o probar nuevas alternativas y puedan guiarte, pero para escribir no tengo en cuenta los géneros. La ficción es libertad y no planeo perderla”.

Dicker saluda en español y sonríe con frecuencia, pero cuando se le pregunta por las motivaciones de su oficio, la sonrisa cambia por un gesto de concentración y seriedad. Se toma en serio cada pregunta. No se apresura. Escucha la traducción y escoge las palabras de su repuesta como si fuese lo último que podrá pronunciar. Quiso escribir porque nunca pudo parar de leer. Es hijo de una librera y un profesor de francés, así que desde su infancia tuvo contacto con la literatura. El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas; La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson; El llamado de la selva, de Jack London, o Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, lo hicieron obsesionarse con ese universo paralelo al que tenía acceso cada vez que abría un libro.

Dicker se levanta a las cuatro de la mañana. Se sirve un café y durante cuatro horas escribe. A las ocho se ducha, desayuna y se monta en su bicicleta, con la que conduce hasta su oficina en Ginebra. Disfruta de lo que le ofrece la mañana: niños yendo a sus colegios, personas caminando con prisa para sus oficinas, olor a café y a frescura, como si no fuese un nuevo día sino un nuevo mundo. Como si el universo se estrenara con cada amanecer. Después, sin resistencias, juega el juego del sistema. Contesta llamadas, da entrevistas y hasta cumple horarios. También ha aceptado ser imagen de campañas y se ha hecho cargo de los señalamientos. “Me cansa ver todas las publicidades con la imagen de jugadores de fútbol o los modelos que solo le rinden culto al cuerpo. Ellos deberían ser escritores también, porque carecemos de puntos de referencia y hemos perdido valores. Si la gente quiere verse como Kim Kardashian o como un jugador de mundiales de fútbol, por qué no podemos entrar en esos escenarios y mostrarles a un modelo que también puede ser escritor y que, además de trabajarle a su imagen se esfuerza por su mente”. Dicker no reprueba las redes sociales ni las vallas publicitarias: las acoge. Es consciente de la falta de interés que hay por la lectura y por entender la vida mediante de las artes. Sabe que de este mal no solo sufren Suiza o Francia, sino el mundo. No se resiste a la dinámica de lo digital, porque se convenció de que para poner los libros en el centro hay que dejar de subvalorar estas plataformas. Si hay tiempo para ir al gimnasio, también lo hay para convertirse en lector y hasta en escritor.

Con La desaparición de Stephanie Mailer ofrece esa entrada. Los asesinatos, las investigaciones, las culpas, el machismo y la corrupción que se imponen en la novela los construyó alrededor de sujetos que nacieron en Estados Unidos, pero con problemas que cualquier humano podría padecer. Una periodista descubre en 2014 que un caso de cuatro asesinatos en Orphea, Nueva York, ocurridos en 1994, nunca se resolvió. Se encontró con una investigación “resuelta” en la que habían condenado al hombre equivocado. Las pesquisas las pagaría con el precio más alto y no solo las personas implicadas se verán involucradas en esta historia, que, a pesar de las 650 páginas del libro, asunto que asustó hasta al editor de Dicker, no permite que el lector la abandone.

"Canción dulce", libro de la escritora franco-marroquí Leila Slimani, narra la historia de una familia que tuvo que pagar con creces delegar el cuidado de sus hijos a una persona externa. El relato, intenso y oscuro, pudo haber desatado el pánico de las madres o padres que han tenido que contratar ayudas para la crianza de los pequeños, pero ocurre algo similar con las obras de estos escritores, y es que, a pesar del horror y los hechos desafortunados, los lectores que se topan con sus libros deciden abrir la puerta y asumir el riesgo. Dicker y Slimani describen mundos agradables a pesar de la sangre, las traiciones o la tristeza. Ir a Francia o Grecia, en el caso de la escritora; o visitar Orphea, gracias a las imágenes con las que narra Dicker, se convierte en parte de los anhelos del lector a pesar de la miseria con la que a veces se descubre la condición humana.

Dicker, quien con su segunda novela, La verdad sobre el caso Harry Quebert, se convirtió en uno de los escritores más leídos de Francia y a quien The New York Times definió como “el niño prodigio literario”, lidió con la frustración cuando, a los 19 años, el jurado de un concurso de relatos cortos lo privó del premio por dudar de la autoría del texto, ya que estaba “demasiado bien escrito”. Ahora, consciente de que el rechazo volverá y que la victoria no es eterna, prefiere gastar su energía contándole a sus lectores cómo una policía como Anna Kanner debe superar los retos que le impone el ser distinta en su nuevo trabajo; o cómo un crítico como Meta Ostrovski deberá pagar por la arrogancia con la que destruye las obras de arte ante un público carente de criterio. Dicker ya se decidió por mirarse al espejo y saber que es un escritor joven que logró poner a la disposición de la literatura el sistema, los estereotipos, los niveles más bajos del ser humano y su pasión por las letras.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad

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