El Magazín Cultural

John Lennon y Yoko Ono: la política de la intimidad

Cincuenta y un años después de su matrimonio y su famosa luna de miel, el legado creativo y político de la pareja sigue siendo recordado. Recuperamos este texto a propósito de los 40 años del asesinato de Lennon.

Nicolás Pernett @NicoPernett
08 de diciembre de 2020 - 07:44 p. m.
John Lennon y Yoko Ono: la política de la intimidad

Cuando el Beatle John Lennon y la artista japonesa Yoko Ono se conocieron, más que hacerse pareja uno puede decir que buscaron hacerse uno. Desde mediados de 1968, cuando Lennon se separó de su primera esposa y empezó en serio la relación con Ono, estos inolvidables amantes no se despegaron un minuto durante varios años. Como se sabe, esto supuso fuertes tensiones en la banda más famosa del mundo, pues Yoko no solo asistía a las sesiones de grabación de los Beatles, sino que Lennon insistió en que empezara a cantar y grabar algunas pistas con ellos. Esto significó un verdadero sacrilegio en la dinámica del cerrado club de chicos que siempre había sido la banda.

Yoko Ono había estudiado filosofía y piano, pero en los sesenta se hizo un nombre en Estados Unidos como artista conceptual con instalaciones y performances que, si bien parecían incomprensibles y exageradas para muchos, lo eran menos para la libertaria contracultura del momento que la acogió en Nueva York y Londres. Precisamente Lennon la conoció en una de sus exposiciones en la capital inglesa. Y después de más de un año de esporádicos encuentros sociales, en mayo de 1968, mientras medio mundo se agitaba en intensas protestas callejeras, la pareja empezó a hacer música y el amor al mismo tiempo. La primera vez que Yoko se quedó en casa de John grabaron el álbum experimental Two virgins (que luego lanzaron con una portada en la que ambos aparecen desnudos) y por directa influencia de Ono apareció en el álbum The Beatles (más conocido como “el álbum blanco”) la pista “Revolution 9”, un batiburrillo de sonidos tomados de diferentes grabaciones con la voz de Ringo Starr repitiendo insistentemente “number nine, number nine” durante más de ocho minutos.

Para Lennon seguramente era natural continuar la exploración sonora que los propios Beatles habían empezado en discos como Revolver y Sgt. Pepper, en los que incluyeron innovaciones como cintas reproducidas al revés, instrumentos orientales y una orquesta tocando sin partitura un crescendo ensordecedor. Además, con Yoko sintió renacer las ansias vanguardistas que alguna vez había alimentado en la Escuela de Arte de Liverpool, antes de que con Paul McCartney se lanzara a ser la estrella de pop más famosa del mundo. Pero una cosa eran los experimentos sonoros que los Beatles hacían en canciones por lo demás muy comerciales y otra los aullidos y exasperantes ruidos que Ono y Lennon usaban en sus composiciones informes y extensas, que estaban más cerca de la música concreta y del arte conceptual que del rock and roll. Muchos seguidores de Lennon desaprobaron sin miramientos estos desvaríos de su ídolo, pues para ellos el rock debía mantener un elemento de diversión no intelectual que los Beatles siempre habían sabido transmitir como nadie y que Ono estaba arruinando.

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Pero si los experimentos conceptuales de Lennon y Ono no fueron muy exitosos en el campo musical, sí lo fueron más cuando se dieron a la tarea de moldear, como si fuera una especie de arcilla, la fama del Beatle de anteojos. Después de que la pareja se casó el 20 de marzo de 1969, empezaron una larga y pública luna de miel en la que decidieron usar la atención de los medios para hacerle publicidad a la paz. Así nacieron sus famosas “encamadas” (bed-ins) de Ámsterdam, el 25 de marzo, y de Montreal, el 26 de mayo de ese año. Como una especie de prolongación de las “sentadas” (sit-ins), protestas no violentas con las que se había luchado por los derechos civiles en Estados Unidos, las encamadas de Lennon y Ono eran un llamado a cambiar la consciencia del mundo desde la comodidad de la cama. Siguiendo las enseñanzas de Gandhi, Lennon y Ono predicaban todo el día desde su lecho que era fácil darle una oportunidad a la paz, esta vez sin necesidad de hacer una marcha de la sal de cientos de kilómetros sino desde la mejor suite de un hotel de cinco estrellas. Hacía unos meses los Beatles habían lanzado un sencillo titulado “Revolution” en el que Lennon dejó clara su posición sobre los movimientos políticos y estudiantiles de ambos lados del Atlántico: para él, la revolución solo podía ser individual y se hacía en la consciencia de cada uno, no con carteles del presidente Mao o en grandes manifestaciones (“dices que quieres cambiar la constitución, es mejor que cambies tu cabeza” cantaba). Este mensaje era extraño en un momento en el que desde la oposición a la guerra de Vietnam hasta la pelea por los derechos de los homosexuales se hacía a través de la unión de las masas. En este sentido John y Yoko fueron unos de los primeros en abrazar un tipo de activismo que más adelante se haría la norma: la atomización individualista de las causas políticas. Según esta perspectiva, que llega hasta nuestros días, no hace falta integrarse a movimientos masivos para lograr los cambios necesarios para hacer el mundo un lugar mejor. Es suficiente que cada uno haga su cambio individualmente, sin arriesgar mucho y pasándolo bien si es posible.

Esta campaña para lograr una revolución social solo con el poder del deseo se complementó con la ubicación de inmensos carteles pagados por la pareja en las principales capitales del mundo con el mensaje “La guerra se acabó, si tú lo quieres” en la Navidad de 1969. Y llegó a su punto culminante con la canción “Imagine”, de 1971, que Lennon compuso inspirado en los poemas de Ono en los que se invita al lector a hacer ejercicios con la imaginación. En la canción Lennon propone imaginar cómo sería el mundo si nos liberáramos de todas las divisiones artificiales que nos mantienen separados: la religión, las fronteras nacionales, la avaricia. Sabiendo que su propuesta podía ser tachada de irreal o ingenua, Lennon respondió con una de sus líneas simples e imperecederas que serían repetidas por millones a lo largo de las décadas: “puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único”.

Al final, es probable que las encamadas de Lennon y Ono no lograran por sí solas parar la guerra de Vietnam o cambiar las políticas del Reino Unido, pero dejaron una impronta inolvidable en el movimiento juvenil de los sesenta. Además, en una de ellas grabaron el 1 de junio de 1969 el exitoso himno “Give peace a chance”, en un cuarto del Hotel Elizabeth de Montreal, con la presencia de Timothy Leary, Allen Ginsberg y otros profetas de la contracultura. Esto fue lo más cerca que llegaron John y Yoko a hacer parte de una comuna. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y el mensaje ha perdurado hasta hoy. Ver a un hombre y una mujer besándose en pijama en una cama fue una especie de vuelta a lo que el ideal del amor significaba en su nivel más básico y anunció el siguiente paso que daría la generación hippie, que eventualmente sucumbiría a los placeres de formar un hogar y disfrutar la intimidad matrimonial. John y Yoko lo hicieron públicamente y sin saberlo también presagiaron la enorme valoración de la intimidad que harían tanto los movimientos políticos como las estrellas del pop que hoy han convertido al registro morboso de la cotidianidad en el alimento preferido de las redes sociales digitales.

En la década siguiente Lennon y Ono mantuvieron su intensa y poco convencional relación, al tiempo que luchaban, a su manera, por el feminismo, la paz y contra el gobierno de Richard Nixon. Como si de cualquier otro inmigrante se tratara, Lennon también peleó durante años para poder quedarse en Estados Unidos, donde quería estar cerca de la vanguardia intelectual y artística del momento. Al final, fue un fanático texano con demasiadas facilidades para conseguir un arma el que acabó con su vida el 8 de diciembre de 1980 en la puerta de su apartamento en Nueva York. Como muchos de los pacifistas más visibles de la historia, Lennon fue asesinado violentamente. Yoko Ono ha seguido trabajando en música, arte y causas políticas hasta el presente.

Por Nicolás Pernett @NicoPernett

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