El Magazín Cultural

Juan Carlos Henao: Los jesuitas son muy inteligentes (Historias de vida)

En la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos a Juan Carlos Henao: "Mi paz y mi equilibrio están en, como dicen los franceses: 'Se sentir bien dans sa peau' (sentirme bien en mi piel)".

Isabel López Giraldo
31 de marzo de 2020 - 06:37 p. m.
Juan Carlos Henao: "No creo en la ética perfecta. Siempre todos tenemos algunas inconsistencias. Lo importante es que no sean mayúsculas." / Cortesía
Juan Carlos Henao: "No creo en la ética perfecta. Siempre todos tenemos algunas inconsistencias. Lo importante es que no sean mayúsculas." / Cortesía

Inicio esta inmersión en mis memorias recordando a mi familia que ha sido siempre muy unida, de buenas relaciones, tolerante, de valores y que hace parte de una clase media acomodada de corte liberal. Vivimos en Cali hasta mi adolescencia pero mi concepción del mundo cambió a mis siete u ocho años cuando nos fuimos a vivir a Estados Unidos.

Mi papá, Oscar Humberto Henao Cabal, fue médico gineco-obstetra que me dejó una enseñanza muy grande para toda mi vida. Él se había vuelto uno de los médicos de su especialidad más conocido y reputado en Cali, al grado que muchos de mis amigos del Club Campestre o del Colegio Berchmans donde estudié, fueron recibidos por él. Pero un día dijo que se sentía traicionando el Juramento Hipocrático porque estaba trabajando solo con gente rica, razón por la cual en el año 67 decidió estudiar un master en salud pública en la Universidad John Hopkins en Baltimore – Estados Unidos.

Hizo un giro de 180 grados en su vida al abandonar la práctica privada de la medicina, con la que le iba tan bien y que nos permitía tener una comodidad y tranquilidad económica relativas. Fue una etapa muy feliz en la que viví experiencias muy bonitas para la edad: conocí la nieve, aprendí inglés y estudié en la escuela pública de mi barrio. También fue un año muy importante para ese país porque mataron a Robert Kennedy y a Martin Luther King y me tocó vivir todas las revueltas de los negros por la muerte de su líder natural.

Al devolvernos, mi papá se dedicó por completo al tema de su nueva especialidad. Recuerdo cuando lo acompañaba los fines de semana a los barrios populares. Él ayudó a diseñar, de manera importante, el sistema de salud pública de Cali y del distrito de Aguablanca. También fue uno de los fundadores del Departamento de Medicina Social de la Universidad del Valle donde hay un salón que lleva su nombre.

Mi papá murió hace catorce años y tuvo una relación muy bonita con mi mamá durante todo su matrimonio, con nosotros sus hijos y con la comunidad.

Mi mamá, Nelly Pérez Bedoya, ha sido el pilar de mi vida y tengo con ella una relación muy estrecha desde niño. A diferencia de mi papá, mi mamá es una mujer mucho más culta, más intelectual, que disfruta leer literatura e ir a cine. Estudió Comunicación Social cuando tenía más de cuarenta años. Mi papá era un buenazo, un tipo sano, nada arribista y muy sencillo. Los dos fueron unos referentes muy importantes para mí.

Los temas políticos me vinieron a gustar después; lo que sí tenía desde joven y gracias a mis papás, fue una sensibilidad social muy grande.

Pelegrí fue un cura de la teología de la liberación que llegó a Cali y al que todas las señoras de los “mejores” apellidos acogieron, para volverse muy de izquierda. Eran cristianas comprometidas con una línea mucho más social, no la de los obispos y arzobispos con sus anillos y mitras, sino la de los que pregonaban una religión mucho más democrática, la de favorecer a los pobres y la de tener una visión social de la vida. Fue lo que en ese entonces se llamó Teología de la Liberación. Estas señoras resultaban muy graciosas, porque eran infinitamente burguesas que escondían guerrilleros del M-19 en sus casas. Era muy interesante ver esos contrastes.

Tengo muy buena relación con mis dos hermanos, Oscar y María Clara (soy el de la mitad). Recuerdo que nos íbamos los fines de semana para la finca en Dapa (cercanías de Cali), donde tenía a Borinqueña, una yegua que me fascinaba y que con solo llamarla podía darle comida sin enlazarla. En vacaciones hacíamos cabalgatas larguísimas. Fue una época de relación con la naturaleza muy bonita.

Mi mamá fue hija única pero tenemos primos por el lado de mi papá. No éramos de esas familias nucleares en la que todos los domingos se celebra, invitábamos sí amigos a la finca donde pasamos mucho tiempo, también en el Club Campestre donde me fascinaba ir porque era muy deportista pues jugaba fútbol y tenis con el que participaba en campeonatos nacionales. Los sábados y domingos nos recogía un bus a las nueve de la mañana y nos devolvía a las cinco de la tarde. Allá conocí mucha gente y tuve los primeros amores.

Nací en una familia católica como la mayoría de los colombianos. Recibí la ceremonia del bautizo y luego, a mis dieciséis o diecisiete años, debía recibir la confirmación que es cuando uno decide, por sí mismo, si quiere seguir siendo o no católico. Tuvimos unos retiros espirituales en el colegio muy serios en los que nos llevaban a oír música clásica a un sitio en medio de la naturaleza. Recuerdo que todos mis amigos estaban muy conmovidos y con una sensación espiritual exacerbada, pero la mía era de silencio, de reflexión. Debíamos leer la biblia pero yo no sentía lo que mis compañeros: que Dios les llegó y que los tenía poseídos. Entonces le dije al padre Gutiérrez, al que quiero mucho:

— Padre, yo no siento lo mismo que los otros. Yo no quiero ir a misa, es que no me nace.

— No se preocupe. Quédese en su cuarto reflexionando.

A mí nunca se me olvida eso porque no soy una persona creyente. Lo fui porque de niño rezaba de rodillas en la cama a la Virgen María y porque mi familia, sin ser practicante, sí era creyente y religiosa. Pero esa experiencia me cambió mucho la vida desde ese punto de vista porque me di cuenta que, dicho por un cura jesuita, el no sentir a Dios no significaba ser malo, que es lo que mucha gente cree cuando dice:

— Es que los ateos no tienen principios.

Me di cuenta que se puede tener ética y que no necesariamente tiene que ser la comúnmente aceptada y avalada por una u otra religión. Esta situación me hizo pensar que había mucha libertad en la vida para escoger, que yo no tenía que ser el borrego al que bautizaron católico y que por tanto se muere como tal.

Recuerdo también a mi profesor de filosofía, Uriel Salazar, porque me marcó con todas sus reflexiones. A él le veía algo de existencialismo.

Yo adoro a los jesuitas porque fui muy rebelde con causa desde el colegio, no mala clase o indisciplinado, sino conceptualmente. Recuerdo una época en que se planteó todo un problema porque nos estaban censurando el periódico del que fui fundador, lo llamamos Criterios. Hice parte del mismo por mi sensibilidad social, por mis ganas de opinar y de agrupar gente. Podría asegurar que fue muy bueno para el nivel que teníamos, pues siempre sacábamos unos dos mil o tres mil ejemplares que vendíamos los del consejo editorial y directivo en los colegios de Cali. Se montaba en off set, se abordaban temas país y locales. Recuerdo que una vez le hice una entrevista a Neruda ya muerto a través de sus poemas:

— ¿Usted qué piensa del ser humano?

— “Sucede que me canso de ser hombre, sucede que entro en las sastrerías y en los cines, marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando un mar profundo”.…

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Recuerdo también que le hicimos una entrevista a Gustavo Álvarez Gardeazabal, narramos sucesos como los primeros Juegos Panamericanos que fueron muy importantes para la ciudad y como yo era deportista me resultó muy emocionante.

Era la época de las dictaduras militares en América del Sur, a finales de los 70 y principios de los 80, y yo escribía artículos en contra. Hubo un momento en que unos padres de familia se quejaron y buscaron censurarnos. A mí me dio mucha rabia y no podía aceptarlo, por fortuna el rector nos apoyó al animarnos a seguir escribiendo lo que nosotros consideráramos.

Los jesuitas son muy inteligentes, no hay jesuita mal preparado, todos son unas lumbreras, como el padre Durán y el padre Peláez, de la Universidad Javeriana, a quienes quiero mucho y con quienes tengo muy buena amistad. A los jesuitas les agradezco todo.

A los trece o catorce años comencé a interesarme por temas filosóficos y por cuestiones políticas. Más que literatura, me gustaban las lecturas de tipo teórico. Recuerdo a Erich Fromm con ‹El arte de amar y el Miedo a la Libertad› y al filósofo De Chardan. Me apasionaba la materia y de estos temas leía con especial interés. Un libro que me marcó muchísimo fue ‹Vigilar y Castigar› de Michel Foucault, uno de los grandes pensadores franceses. Pero también había libros de García Márquez que devoraba y literatura latinoamericana como ‹El Túnel› de Sábato.

En bachillerato a todo esto le mezclaba la rumba. Me gustaba mucho la salsa clásica e ir en la Feria de Cali a los conciertos de Celia Cruz, Johnny Pacheco, Ismael Rivera, Eddy Palmieri. A Piero lo fui a ver cuatro veces estando en el colegio, me sigue gustando y prácticamente me sé de memoria todas sus canciones.

Cuando terminé el bachillerato debía irme de la casa por convicción de mis papás, para independizarme, para coger más criterio, para abrirme al mundo y dejar a la mamá gallina y al papá protector. Llegué a Bogotá a los diecisiete años cuando mi hermano llevaba dos años estudiando ingeniería de sistemas en Los Andes.

Tuve muchos sitios donde estudiar porque pasé en La Javeriana, en el Rosario y en El Externado. En el año que terminé bachillerato (1976), el que me graduó de rector –el padre Roberto Caro- fue nombrado rector de La Javeriana por lo que debí haber llegado allí y por la tradición del Colegio Berchmmans, pero mi papá habló con un muy amigo suyo, Alberto Bonilla Aragón (hermano de Alfonso de quien tomó el nombre el aeropuerto de Cali), que le recomendó El Externado por mi formación liberal. Le dijo:

— Un pelao rebelde social, tiene todas las características para irse para allá.

Él había estudiado ahí así que con esta influencia y a pesar de que a mí me recibió el padre Giraldo, decano eterno de Derecho en La Javeriana (decían que era el poder detrás del trono y que estaba al frente de los ex alumnos) decidí estudiar en El Externado.

Desde que recuerdo quería ser abogado, la decisión de carrera no me generó duda. Tenía una vocación muy grande por las ciencias sociales por el ambiente que viví en la familia, el de visitar comunidades y de estar pendiente de la problemática política. Recuerdo la muerte de estudiantes en la Universidad del Valle y todas las reacciones políticas que eso generaba.

Al principio viví con mi hermano en un apartamento, después nos pasamos a otro donde llevé la vida de un estudiante lejos de casa con algunas mínimas comodidades. Así comencé mi primer año de carrera en el 77. Me adapté muy fácil a todo pues me sirvió mucho el haber vivido en Estados Unidos, el haber ido a Nueva York varias veces y haber conocido un poquito de mundo, entonces no era el muchachito que no conoce nada y al que de repente tiran en una ciudad grandotota que no entiende.

Disfruté mucho la universidad. Hubo equilibrio en todo, estudio, rumba, amores, lecturas. Por ejemplo, recuerdo que no fui un gran estudiante, mi promedio pudo ser 3.5 sobre 5, no era la recontra pepa jurídica pero fui monitor de ciencias sociales y de materias como Historia de la Revolución Rusa y Fundamentos del Social Anarquismo. Leí sobre muchos temas que no eran literatura pero que tampoco tenían que ver con el derecho, obras de Mijaíl Bakunin, de Pierre-Joshep Proudhon, el Capital de Marx. Tuve mucha sensibilidad hacia las lecturas políticas, de materialismo e idealismo.

Un gran amigo, me recomendó lecturas que me resultaron de gran importancia, también lo hicieron profesores de la Universidad como Luis Fernando Gómez y Pepe Torres (ya murieron) que me regalaron libros de sociología de Durquen, por ejemplo. No estudiaba solamente para ser el abogado tradicional que sale hablando de contratos y obligaciones, lo que también me encantaba, porque me complementé con una mayor visión mediante la lectura de diversas disciplinas. Así pues que puedo decir que me formé humanísticamente bien.

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En época universitaria fui muy de izquierda. Colombia tuvo un nefasto presidente al que detesté toda la vida y que sigo detestando, Julio Cesar Turbay Ayala. Al final de su mandato (año 1980) sacó un Estatuto de Seguridad absolutamente represivo. En la calle 100 con 7ma amigos míos fueron torturados haciéndoles choques en los testículos y submarinos, a otros los tomaron presos, a las mujeres les cortaron los pezones con alicates, por mencionar apenas unas cuantas atrocidades. Había una norma que permitía que detuvieran por diez días a una persona sin orden judicial. Esto no era jugando, es que tenemos sentencias del Consejo de Estado. Hay una estatua en la calle 92 de un torturador, porque el tema fue sistémico.

Nosotros salíamos a manifestaciones por el centro de la ciudad. Cuando mataban a un estudiante nos íbamos al cementerio central desde El Externado. En eso fui político, no de partido, pero sí muy crítico con lo que ocurría en ese momento. Por mucho que Turbay haya sido presidente o por mucho que esté muerto, uno no tiene porqué decir lo que no es. Fue una época nefasta en términos de derechos humanos aunque normal en el contexto político que se vivía en América Latina. Desde el colegio escribía contra las dictaduras militares y aunque aquí no hubo una en estricto sentido, sí estuvo el gobierno de Turbay que fue absolutamente represivo.

Del Externado mataron a un estudiante que era guerrillero porque en esa época había mucho militante del M-19 como Petro (que era de la facultad de economía) y también había gente de las FARC. A pesar de ser una universidad privada, atendía a una población que era de estratos bajos. Es el aporte que la universidad le ha hecho y le sigue haciendo al país.

Recuerdo que una vez íbamos por el centro en una manifestación por la carrera décima con veinticuatro cuando lanzaron gases lacrimógenos y jaulas para cogernos a todos. Con una amiga que vive hoy en día en Nueva York, nos tocó meternos a un motelito de mala muerte, realmente de tres pesos, de esos de la veinte y pico, mientras pasaba toda la pelotera.

Esa fue una época política en mi vida y en el buen sentido de la palabra porque sin ser de partidos, como mencioné, sí tenía una posición muy clara frente a lo que estaba pasando en el país con toda la inmunda violación de derechos humanos que ocurrió en ese entonces.

Sentimos la responsabilidad de hacer algo, así pues que organizamos grupos públicos en la universidad, debatíamos, colocábamos papeles en las calles denunciando desapariciones, lo que era muy riesgoso. A esa edad se es muy irresponsable, porque me hubiera podido pasar algo como le pasó a tantos. Mis papás sufrieron mucho. Yo venía de una familia acomodada y de un momento a otro vieron que estaba en algo y que hablaba con mucha insistencia de todos esos temas, pero nunca me cohibieron.

Recuerdo muchas ayudas a comunidades populares. Estuve muy vinculado con el CINEP – Centro de Investigación Educación Popular que sigue existiendo en la 5ta y que es el costado de más izquierda de los jesuitas. Ellos hacían trabajo social y yo los acompañaba pues era activista pero no partidista, un pro defensa de los derechos humanos que trabajaba en función de la gente. Logramos denunciar a un gobierno, no tumbar al presidente, y los medios cubrían lo que hacíamos.

Fui representante de los estudiantes al consejo de la facultad de derecho por dos años logrando un apoyo y respeto del rector a todas las manifestaciones estudiantiles, también el respaldo en cuestión de pensum y de las actividades académicas y administrativas. Fui elegido por el voto de los estudiantes a los que les daba discursos espontáneos.

Yo era muy libertario, leía sobre psicoanálisis, a Carl Gustav Jung, El Yo Dividido. Los amigos con los que compartí apartamento eran del CINEP y con ellos abordábamos temas distintos a los cotidianos, pensábamos no en las parejas tradicionales sino que éramos de mente abierta, éramos diferentes por la forma en que compartíamos quizás más comunitaria pues nadie tenía cuarto propio. Entre otras un gran amigo que tristemente ya murió, que se doctoró en Alemania y que fue magistrado auxiliar de la Corte Constitucional cuando yo hice parte, Juan Jaramillo. Siendo niñitos bien, jugábamos a ser mucho más conscientes, a querer cambiar cosas del mundo, a cuestionarnos nuestra vida personal e íntima, hablábamos de la monogamia, de otras formas de relacionarnos, yo nunca tuve tendencias homosexuales pero cuestionábamos todo, fui muy receptivo a la diferencia desde muy pelado y practicante, de considerar que valía tanto el ateo como el creyente, como el que creía en la pareja tradicional como el que tenía tres. He sido muy respetuoso de la forma de vivir de los demás.

También he sido muy viajero en la vida, pero los viajes vinieron más tarde. Alguna vez hice la cuenta y he ido a unos ochenta y cinco países diferentes. Pero más que viajes en mi vida ha habido lectura, literatura, filosofía, economía, antropología. Yo me gozaba la vida, así como leía y discutía, al mismo tiempo iba a bailar a Quiebra Canto y al Goce Pagano.

Al graduarme me iba a ir para Cali, como buen provinciano que llega, estudia y se devuelve. Recuerdo que en ese momento Fernando Hinestrosa (rector de la Universidad Externado por cuarenta y nueve años, un prohombre de este país) pensó en mí para ofrecerme ser director de una de las Salas del Consultorio Jurídico pues le parecía diferente en el sentido de que nunca fui el abogado tradicional.

Yo no lo conocía más allá de la relación que se tiene con un rector pero decidí quedarme y me fui instalando, siempre con la idea de irme a estudiar afuera, de conocer mundo, hasta que se dio la oportunidad.

Trabajé en Carvajal y Compañía gracias a su jurídico de toda la vida y amigo de mi papá, Bonilla Aragón, que me ofreció un cargo en Bogotá tan pronto salí de la universidad siendo yo todavía un muchachito. Luego comencé en el Consultorio Jurídico que me ofreció Hinestrosa al mismo tiempo que era monitor e investigador.

Más tarde me fui para Francia gracias a una beca que me consiguió la Universidad, lo que fue un cambio de vida mayúsculo. Estudié derecho administrativo y constitucional en Paris II (la Sorbona es el género, Paris I y II, son las más reputadas que hay en derecho). Llegué a hacer una especialización, luego una maestría y más tarde el doctorado. Aprendí el idioma estando allá y lo hablo pero con acento horrible, aun así, dicto clases y escribo en ese idioma. Soy muy francófilo. Yo iba y venía al grado de que puedo contar un sin número de veces que he estado en Francia.

Primero fui por tres años y muy recién llegado conocí, en un curso de francés, a la que se hizo casi inmediatamente mi mujer, Vicky Neumann, pintora barranquillera de rasgos extranjeros y gran reconocimiento en términos artísticos. Estábamos muy peladitos cuando empezamos a salir. Precisamente, con todos mis rollos en la cabeza, nunca me casé lo que me generó problemas con las dos familias. Nuestra convivencia comenzó en un cuartico de doce metros cuadrados y ya contamos treinta y tres años juntos. Duramos ocho años sin tener hijos porque estábamos muy sardinos y viviendo en condiciones muy limitadas: a Vicky le tocaba pintar en un asiento. No teníamos los medios, es más, cuando ya todos los de nuestra generación tenían su carro y su casa, nosotros no teníamos sino experiencias. El apartamento donde actualmente vivimos lo compramos con crédito y tuvimos que vender un carro pequeño para aportar la cuota inicial.

Tengo una concepción muy particular del amor, yo amo el amor pero al mismo tiempo me permito el desamor, o sea, el día que uno diga que va a pasar algo y que el amor se acabó, pues que se acabe, porque más importante que amar a la pareja es amarse a uno mismo. Y lo digo sin visos de egocentrismo porque uno debe ser también desprendido de sí mismo. Creo profundamente que a uno nada le pertenece: ni su mujer, ni sus hijos, ni sus bienes, ni nada. Así sea delicioso tenerlos, es mejor saber siempre que todo se puede perder y que mientras uno sobreviva, la vida tiene sentido.

Viajamos muchísimo en ese entonces. Nosotros hemos vivido trece años interrumpidos en Francia y por fortuna hemos tenido la ventaja de que Vicky recoge sus pinceles y sus telas y se va para cualquier parte del mundo conmigo.

Yo soy más europeo que anglosajón, siempre me he sentido encantado y maravillado en Europa. Me gusta la cultura francesa porque no es la del dinero, donde el éxito no está en relación al carro de llantas de 8×8 con turbo. Es una cultura distinta. De Francia lo que más me ha marcado ha sido la lógica del pensamiento, su concepción solidaria y la sensibilidad para con los otros, el ver cómo es un Estado, que sin ser socialista, tiene mucha visión de protección de derechos humanos, de los discapacitados, por ejemplo. Y por otro lado su cultura lógica porque son muy cartesianos y para mí la lógica es muy importante a pesar de que conceptualmente hoy en día creo más en la incertidumbre. Además tienen la estética que aplican a todo, a la comida, a sus atuendos, a la arquitectura.

Desde París viajé solo a la India durante un mes y con quinientos dólares en el bolsillo. Lo hacía en quinta categoría que era donde iba la gente con sus marranos y gallinas. Recorrí el norte de la India en el año 86 y fui hasta Katmandú. Volví después con la familia porque es la cultura que más me ha impactado por ser tan diferente a nosotros, más que la de la China y que cualquier otra. Ese pluralismo tan exacerbado de tener ochenta religiones, cultos diferentes, catorce idiomas nacionales, esa diferencia tan grande entre los ricos y los pobres, la existencia de las castas y lo que eso significa en términos culturales, por sus tradiciones milenarias, por la concepción de la muerte, porque en Baranasi o Benares (que es donde la gente espera a que los moribundos fallezcan), los acompañan y exponen en una pirámide de madera para que se queme el cuerpo. También es muy colorida y muy sucia.

Me encanta la posibilidad de conocer personas pues siempre he pensado que gente chévere e interesante es lo que hay en la vida. No he tenido la visión del pesimista de que la gente es aburridora o que yo soy el único diferente. Conocí gente en Nepal que su único objetivo era llenar de sellos el pasaporte y recorrer ciento cincuenta países acumulando cualquier cantidad de historias. La base del pluralismo y del pensamiento plural, está en el viaje y en el conocimiento de otras culturas, en meterse en ellas. Uno se pregunta, esta gente porqué escupe rojo en la calle, qué mastican para eso, por ejemplo, o porqué hay una mujer haciendo sus necesidades en la calle. Esa ruptura de lo visual y de lo cotidiano me fascinó.

Creo que todo lo que un joven pueda hacer para viajar así sea con tres pesos, debe hacerlo, porque es aprendizaje de un mundo completamente distinto y porque en ese momento de la vida uno aspira más, uno recoge más, se es una antena y se tiene toda la sensibilidad puesta. Yo le patrocino a mis hijas que se vayan para donde sea y sabiendo que es arriesgado, esos viajes siempre lo son y uno no sabe qué les pueda terminar pasando pero se me hace fundamental para ser un poco más cosmogónico, para entender más culturas y el porqué si se va a un país árabe los hombres van cogidos de la mano pero si le da un beso a la novia en la calle, lo escupen. Detrás de todo eso hay concepciones milenarias.

La forma de vivir de países como Siria o como Jordania, donde las mujeres van vestidas de negro y solo asoman los ojos, llama la atención. Recuerdo alguna vez en Petra, que un musulmán se acercó con sus cinco mujeres todas para mí igualitas y me pidió que les tomara una foto. Yo me quedé perplejo al retratar a cinco fantasmas negros con un señor sin saber quién es María y quién Luisa. Estas son imágenes que rompen esquemas.

Empecé mi tesis doctoral en el año 87 en Teoría del Daño y Responsabilidad Civil, lo que me implicaba coger el hábito de la investigación, de crear, tener método, leer y experimentar la soledad del investigador.

Siempre he creído que la academia distingue, paga no económicamente sino intelectualmente, porque un académico es una persona diferente a los demás, tiene más saber. Eso es lo que hace uno como profesor, leer lo que los estudiantes no leen.

La academia, el pensar académico y la curiosidad que hay detrás, son un eje central de mi vida. Siempre quiero averiguar cosas y ver gente distinta. Esa formación en Europa como académico, de investigar, de profundizar, de saber que uno a la larga es un ignorante que no sabe nada, me marcó profundamente. La academia es mi eje y muero por ella, escribo libros y artículos, doy conferencias, me la paso investigando. Yo regresaba a Colombia porque ok, viajaba porque ajá, me daban un trabajo de magistrado auxiliar en el Consejo de Estado y bien, pero me devolvía a Francia para llenar la cabeza de cuarenta mil cosas.

En una época Hinestrosa me prestó a la Javeriana para dictar clases y recuerdo que Gina Parodi fue mi alumna. Muy al comienzo de mi vida profesional también lo hice para la Universidad del Rosario porque después he sido exclusividad de El Externado.

Si hay algo que me defina en todo aspecto es que soy un académico curioso al que no le pueden quitar la rumba ni los amigos.

El arte me enriquece poderosamente. Vicky y yo nos volvimos amantes de los museos. No me pregunte cuántos cientos de museos hemos visto en el mundo porque por donde vamos, así sea a Roldanillo, tenemos que visitar alguno. Yo no soy una persona culta en el sentido que le pueda hablar sobre el renacimiento y el cubismo, más o menos tengo una idea general sin ser un erudito en esos temas, pero este ejercicio me aproximó mucho a la pintura y me permitió ver otro lenguaje porque la pintura es un lenguaje distinto al derecho. Pero al mismo tiempo me permitió ver la unión entre los dos, porque Vicky y yo hablamos constantemente, pues en el fondo, siempre nos une la creatividad que es un lenguaje común a cualquier área. El arte es creativo por definición y la academia también.

Vicky puede tener un lienzo en blanco y yo una hoja en blanco. Mi pregunta es: ¿qué escribo, cómo lo escribo y cómo lo voy armando? Vicky le pone un rojo, yo una frase, ella un equilibrio entre los colores, yo le busco unos pies de páginas. El proceso en el fondo es el mismo. Me ayudó a tener conciencia de una concepción que es distinta y a ver cómo se puede amar a una persona sabiendo que tiene una lógica de ver el mundo completamente diferente.

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Esta forma de concebir el arte y de entender las relaciones humanas, nació en el momento en que fui a Estados Unidos cuando niño y vi todo el problema racial porque ahí aprendí a amar los colores y la composición. El derecho como reflexión no es gris, eso es de abogados caricaturescos que recitan los códigos, y no lo es porque está en función de la sociedad que no tiene nada de blanco y negro. Si volviere a nacer, sería otra vez abogado. Adoro esta profesión, lo que pasa es que tengo una forma muy particular de verla.

Hice un poco lo que mi papá. Tenía cuarenta años, me iba muy bien como abogado litigante y asesor, pero decidí retirarme porque los cargos no son la vida. Si bien no somos millonarios sí vivimos con tranquilidad, de hecho, yo no soy una persona de muchas pretensiones económicas, por ejemplo, este apartamento donde usted se encuentra, lo compramos hace veinticinco años.

Regresé repetidas veces a Europa por la tesis doctoral que nunca acababa. El último tiempo que pasamos en familia y ya con nuestras hijas, fue de ocho años y como profesor invitado, lo que me ayudaba económicamente. Venía a Colombia a dictar clases, viajaba dos o tres veces al año porque me salían tribunales de arbitramento. Y es que la formación mía como abogado es muy versátil, puedo atender temas estrictamente técnicos como el de un caso de infraestructura hasta de antropología o sociología jurídica al grado de que hoy en día no sé cuál es mi especialidad.

Nos devolvimos a Colombia cuando me ofrecieron un trabajo definitivo y lo hice porque me dio pánico quedarme. No es fácil conciliar un puesto como profesor estable en Francia con las hijas que habían llegado de cuatro y seis años y que para ese momento ya estaban acercándose a la adolescencia que es cuando surge la pregunta de yo qué quiero ser cuando grande y de cómo proyecto mi vida. Y hubo dos frases que me dijo mi hija:

— Papá, si nosotros nos quedamos un año más, yo ya no vuelvo a Colombia.

La tierra me jaló. Adoro la cultura francesa pero también a Colombia. Siento que uno tiene un deber con el país, que nos ha dado mucho, y no me veo envejeciendo en Francia. Llegamos, entonces, hace diez años.

Siempre he creído en la incertidumbre, en la teoría del caos y en la física cuántica. A mí no me preocupa el futuro y no me gusta la estabilidad, es que no la necesito porque considero que hay que vivir el presente. Por muy institucional que haya sido como cuando ejercí como presidente de la Corte Constitucional, soy muy desprendido. Una de las características de mi vida es andar libre de equipaje.

Recuerdo una discusión con mi mamá porque tenía el riesgo de una demanda civil, no penal, por un problema procesal en un pleito y yo arriesgaba a perder el apartamento. No fue mi mamá pero sí un amigo el que me dijo que lo pusiera a nombre de un tercero, pero le contesté:

— Eso yo no lo hago, primero por ética, ¡cómo así que uno debe estar escondiendo lo que tiene! Y segundo, porque si me lo quitan pues vuelvo a empezar.

Esta ha sido la filosofía de mi vida y así soy con mis hijas, con mi mujer, con los amigos y con los bienes materiales. Hay una ironía en la vida, entre más desprendido se es y menos cosas se necesitan, más aparecen. No es que lo anterior sea una regla de tres, pero pienso que la ansiedad mata oportunidades. He sido feliz, entendiendo que no hay felicidad total y eterna, pero vivo contento, con cero rollos en la cabeza y mirando para adelante siempre.

La academia me ha dado mucho y una de las cosas es la seguridad de saber que tengo con qué sobrevivir y me ha permitido estar tranquilo con respecto a los nombramientos. Por ejemplo, me retiré de la Corte al tercer año cuando pude estar ocho y me fui a un cargo, que ha sido el más honroso en mi vida como lo es el ser rector del Externado.

La Corte Constitucional es un trabajo apasionante y es un poder de decisión fundamental de la sociedad colombiana. Lo que se decide en ella marca desde el presupuesto general de la nación, hasta el fiscal ad hoc pasando por las parejas homosexuales y lo que se quiera. Es la máxima autoridad en la medida en que puede anular las sentencias de todas las demás cortes y unifica la interpretación de la Constitución del 91.

Me sentí muy contento presidiéndola y estaba aprendiendo porque no soy constitucionalista. Firmé la decisión más importante que ha tomado la Corte en el país, como fue el NO a la segunda reelección de Uribe, una decisión muy complicada porque sabemos todo lo que había en juego y que todavía se sigue sintiendo. Me sirvió mucho no ser de partidos, no lo soy y no lo he sido. Lideré lo que tuvo que ver con el concepto del matrimonio entre homosexuales y todo lo que tenía que ver con el respeto a las minorías, a los desplazados y con sistemas de salud.

Llegué de Francia en septiembre del 2008 y estábamos en mi apartamento con mi gran amigo Rodrigo Uprimny tomándonos unos whiskies. Él me dijo:

— Oiga, Juan Ca, están abriendo postulaciones para un cargo en la Corte Constitucional. Deberíamos presentarnos.

— Pero Rodrigo, yo no conozco a nadie. Llevo ocho años fuera del país y no he ido nunca al Congreso.

— No importa. Esto es con el Consejo de Estado. Yo te ayudo con la consecución de los papeles porque nos metemos los dos.

Nos fuimos a inscribir juntos lo que fue muy lindo porque somos muy amigos. Éramos más de ochenta candidatos y escogieron tres externadistas y amigos: Uprimny, Adriana Zapata y yo. El que debió haber quedado fue Rodrigo, él era el que sabía más y de lejos, era la persona, pero no salió pues lo tienen muy estigmatizado porque lo consideran de izquierda, por ser un demócrata. Ello fue muestra de la distorsión que hay en el país donde los de “derecha” piensan que alguien que es demócrata y que piensa genuinamente en los demás, ya se volvió “izquierdista”. A mí me consideran guerrillero por lo de la paz, que es otro tema importante en mi vida. Total me eligieron. Pero la gente me decía:

— Yo voy a votar por Uprimny.

— Tiene toda la razón (decía yo).

Y a él le decían:

— Yo voy a votar por Juan Carlos.

— Tiene toda la razón (decía él).

Así llegué a la Corte, por accidente, no por destino (en el que no creo). Si Rodrigo no me hubiera invitado a participar yo muy seguramente no hubiera aplicado, porque no venía pensando en eso, de hecho, yo ya tenía otros trabajos.

La negociación de la paz es un tema que ha marcado de manera importante mi vida porque fui negociador de todo el texto de justicia transicional. Esta fue una experiencia encantadora, entre otras, muy acorde con mi personalidad. Soy un conciliador, una persona que siempre busca el consenso. En la Corte me distinguía por eso. Creo firmemente en que lo que hicimos fue lo correcto. Mire usted cómo son las ironías de la vida, tanto que nos criticaron y ahora hasta los opositores están diciendo que valió la pena. Sufrimos mucho porque nos dieron mucho palo, dijeron muchas mentiras. Me gusta ver cómo, con un trabajo de estos, uno se pone a otro nivel para poderle dejar un legado al país.

Dejar legados es muy bueno porque es lo que queda de cada paso por los cargos que he desempeñado. El día de mañana nadie se va a acordar de Juan Carlos Henao, pero el legado queda. Uno se muere pero el mundo sigue andando.

Añoro la Corte Constitucional pero también estoy feliz de ser rector de la Universidad Externado de Colombia. He podido mantener su nombre en alto, porque fue así como la recibí de Hinestrosa que la llevó a ser una de las mejores universidades del país, sin lugar a dudas. Reemplazar a una persona con tantos años en la tan grandiosa rectoría que hizo no ha sido fácil, pero creo firmemente que el Externado sigue teniendo respetabilidad en todo el país.

Somos librepensadores, liberales no de partido sino de concepción del mundo, de pluralismo, solo así podemos tener baños mixtos (una de las cosas que implementé y que generó escándalo en el país). Para decírselo en una frase, yo puedo ser rector del Externado pero no podría serlo de la Sergio Arboleda, porque habría una incompatibilidad ideológica y conceptual en la forma de vida, entre otras cosas, porque no me nombrarían nunca allá ni en la Sabana, ni en la Gran Colombia.

Otra de las obras que he adelantado es la duplicación de su infraestructura. Acabamos de inaugurar este año cuarenta y ocho mil metros cuadrados absolutamente espectaculares que no los tiene ninguna otra universidad en el país. Se han incrementado los estudiantes de doce a catorce mil y pico al grado que nos hemos visto en la obligación de parar nuevos ingresos porque no podemos recibir más por efectos de calidad académica. Es muy alta nuestra inversión en tecnología, hemos sacado libros sobre corrupción, somos la editorial universitaria privada más importante de Colombia y de lejos.

Tengo críticos, todos lo saben, pero es el mundo de la democracia. Eso no me preocupa, mientras uno tenga claro que no se es monedita de oro y que gobernar desde un país hasta una universidad supone la crítica y que hay que oírla y al mismo tiempo tener firmeza. Creo que lo que más seguridad da es el saber que se hacen las cosas bien, de buena fe, sin ningún atisbo de indelicadezas. Eso lo blinda a uno contra la crítica, que en más de una ocasión puede llegar a ser mentirosa y con base en fake news.

Lo que a mí más me gusta es dedicarme a escribir libros y a dar clases. Escribo doctrina jurídica y hago ensayos sobre educación, soy profesor, le dicto a aproximadamente mil estudiantes al año, dirijo investigaciones y tesis doctorales y voy a dictar clases a muchas partes del mundo. Pero cuando termine la rectoría, voy a tener mucho más tiempo para mí. Mientras uno crea en la academia y en la curiosidad que la academia supone, nunca envejecerá ni tendrá motivos para deprimirse.

A mí no me gusta inscribirme ni a partidos, ni a religiones, ni a los masones ni a no masones, ni al ‹opus dei›. No es mi temperamento. No me gusta que me encasillen. Me gusta ver el bosque.

Soy muy familiar, llamo a mi mamá tres veces al día. Soy de raíces, así como usted me analiza y no lo había pensado antes, pero es verdad. También soy muy leal con mis amigos.

Yo no creo en el destino, creo que las cosas se van dando por azar, porque se conjugan los astros.

Si está interesado en leer otro capítulo de esta serie, ingrese acá: Jórge Cárdenas Gutierrez: "Cultivamos en ladera mientras que los otros países están en pradera" (Historias de Vida)

 

Si no fuera una persona sino un elemento de la naturaleza, ¿cuál sería y por qué?

Sería mar. Me gusta fluir.

Si no fuera un ser humano sino un animal, ¿cuál sería y por qué?

Sería un águila que mira desde lo alto. Trato de desprenderme de mí mismo, lo hago como ejercicio mental porque creo que es importante tomar distancia.

Cuando se mira ¿qué observa?

Veo que en ocasiones soy muy ingenuo, categórico, vehemente y apasionado. Soy una persona muy leal, íntegra, honesta, correcta.

¿Qué color es usted?

Soy rojo por la fuerza y la alegría.

¿Cuántas horas tienen sus días?

Soy muy nocturno y muy dormilón, me fascina dormir.

¿Qué es la música en su vida?

Un acompañamiento cotidiano, la escucho casi todo el día, incluso en el carro. Yo no oigo noticias, leo periódicos. Dependiendo del estado de ánimo puedo poner rancheras, música protesta o clásica. Yo oigo lo que usted me ponga.

¿Cuál es ese ruido que no soporta?

Los chillones. Me irritan.

¿Cree en la vida después de la muerte?

No creo. Para mí todo acaba con la muerte. Después de la vida viene la nada.

¿Cuál es el verdadero sentido de su existencia?

Aportarle a la sociedad y ser uno feliz y lúdico. Gozársela. ¿Qué más quiere?

¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?

Que fui una buena persona.

¿Qué consignaría como epitafio?

Epitafio no porque me van a cremar (risas). Mis cenizas quedarán en la finca donde están las de mi papá.

¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Respeto por el conocimiento, por la sensibilidad, por la probidad, por la bondad, por el sentido de ser buena gente. Dejar principios.

Soy una persona sana que no le hace daño a nadie ni siquiera en los momentos de conflicto o confrontaciones muy fuertes pues me retraigo sin dejar de responder.

¿Dónde encuentra su paz y dónde está su equilibrio?

Mi paz y mi equilibrio están en, como dicen los franceses: Se sentir bien dans sa peau (sentirme bien en mi piel). En estar bien conmigo, en poder dormir tranquilo, tener buenas relaciones y ser productivo. Ahí está mi paz.

¿Y la perfección?

No creo en la ética perfecta. Siempre todos tenemos algunas inconsistencias. Lo importante es que no sean mayúsculas.

Lo que lo hace sentir a uno bien consigo mismo, es tener la integridad ética que logre que todo lo que haya hecho en la vida lo pueda defender con la consciencia tranquila. Y eso me ha ocurrido en la vida.

Por Isabel López Giraldo

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