El Magazín Cultural

Gwen Burnyeat: “El individuo y la sociedad se autoconstruyen mutuamente”

En esta entrega de Historias de Vida, la serie creada y producida por Isabel López Giraldo, una entrevista con la antropóloga inglesa Gwen Burnyeat, quien se ha dedicado a trabajar pedagogías de Paz en Colombia y estudió por qué el gobierno de Juan Manuel Santos perdió en el plebiscito de 2016.

Isabel López Giraldo
09 de marzo de 2021 - 11:00 p. m.
La antropóloga Gwen Burnyeat afirma sobre el conflicto armado en Colombia y el Acuerdo de Paz: "Con mi trabajo, durante toda mi trayectoria académica, he querido usar el caso colombiano para mostrar lecciones al mundo, un espejo al Norte global. Porque por muchísimo tiempo el Norte ha querido decirle al Sur qué y cómo hacer, cómo interpretar su realidad y resolver sus problemas, lo que evidentemente no ha funcionado".
La antropóloga Gwen Burnyeat afirma sobre el conflicto armado en Colombia y el Acuerdo de Paz: "Con mi trabajo, durante toda mi trayectoria académica, he querido usar el caso colombiano para mostrar lecciones al mundo, un espejo al Norte global. Porque por muchísimo tiempo el Norte ha querido decirle al Sur qué y cómo hacer, cómo interpretar su realidad y resolver sus problemas, lo que evidentemente no ha funcionado".
Foto: Archivo Particular

Soy una persona que de manera apasionada busca comprender, analizar y contribuir, quizás de forma muy ingenua, a cambiar el mundo. Encontré en Colombia entramados que sirven muy bien a este propósito. Vivo enamorada de su cultura, sus paisajes, su comida, su gente, y busco contribuir desde lo que yo soy a mi segundo país adoptivo.

Orígenes - Rama materna

Mi gran tatarabuelo fue Carlos Darwin, científico que analizó la idea de la evolución de las especies. Esta rama ha sido por tradición una familia de científicos y médicos.

Mi mamá, Ruth Padel, poeta e investigadora, escribió una biografía de Darwin a través de la poesía en la que retrata sus historias personales, además de su trayectoria y aprendizaje científico.

Habla de la relación de Darwin con su esposa Emma, quien fue su prima, una mujer creyente, de fe. Cuando hacía sus estudios, Darwin nunca afirmó que el hombre fuera descendiente del mono, como popularmente le endilgan, tampoco rechazó la existencia de Dios ni la religión cristiana, y la Iglesia en ese momento tampoco consideraba necesario negar la posibilidad de una religión para aceptar su teoría. Decían, ¿qué más perfecto que un dios que crea el mundo, un dios que crea un mundo que se crea a sí mismo? Pero Darwin era consciente del punto al que sus estudios dirigían, y él sí empezó a dudar de la religión.

Darwin y Emma se amaron profundamente, vivieron eternamente enamorados, tuvieron una familia numerosa, y Emma fue un gran apoyo para Darwin. Una de las historias que mi madre cuenta en la biografía es que Emma le escribió una nota cuando su esposo adelantaba sus investigaciones y en ella manifestó su preocupación referida al destino. Le decía algo como:

—Quiero que tu teoría sea cierta. Me resulta muy emocionante todo lo que estás descubriendo, pero me produce miedo no estar contigo en la eternidad. Porque, si tú no crees en Dios y este existe, no vas a ir al cielo y es ahí donde espero encontrarte. Esto nos condena a estar separados.

Nunca recibió una respuesta. Pero, después de la muerte de Darwin, Emma encontró una nota en medio de sus documentos, con una pequeña inscripción al comienzo que decía:

—Quiero que sepas que he llorado sobre esta carta mil veces.

Mi abuela, Hilda Barlow, bisnieta de Darwin, fue la única mujer en una familia de cinco hijos. Todos sus hermanos asistieron a escuelas privadas para hacerse científicos, pero ella recibió una educación más modesta por el hecho de ser mujer, pese a que le gustó también la ciencia, especialmente la botánica.

Adelantó un pregrado en la Universidad de Londres – UCL hasta cuando llegó la Segunda Guerra Mundial y mucha gente tuvo replegarse y salir de Londres, que estaba bajo ataque aéreo. Terminó sus estudios en la Universidad de Bangor – Gales. Luego trabajó en investigación sobre el cáncer, buscando la cura a esta enfermedad.

Se dedicó por entero a la familia cuando se casó con mi abuelo, John Padel. John enseñó estudios clásicos en un colegio, que incluían el latín y el griego. Ya casado decidió estudiar psicoanálisis y se dedicó a este.

Fueron padres de cinco hijos de los cuales mi mamá, Ruth Padel, es la mayor. Solíamos tener encuentros familiares en la casa de mis abuelos que unía desde la buena mesa, porque a mi abuela le gustaba cocinar.

Los temas que se trataban en nuestras comidas familiares eran aquellos de validez científica. Ante disputas, como las que se presentaban sobre el nombre de un pájaro o de una planta, mi abuelo abandonaba la mesa para ir en búsqueda de la enciclopedia que le permitiera corroborar la información. Era muy cercana a mi abuela. Mi abuelo murió hace veinte años, pero mi abuela vivió hasta la edad de los 96 y murió en 2017.

Si le interesa leer más Historias de Vida, lo invitamos a leer ‘La vida no es solo un proceso biológico, es también algo espiritual e intelectual’: José Félix Patiño Restrepo

Su mamá

Mi mamá adelantó estudios clásicos en Oxford. Hizo un doctorado en literatura griega antigua. Escribió un par de libros sobre eso, y posteriormente ha escrito libros sobre la conservación ecológica en particular de los tigres, otro sobre la música rock, entre otras cosas.

Dejó la academia para convertirse en poeta. Cuando conoció a mi papá vivía el tránsito entre la academia y la poesía, apenas comenzaba a escribirla.

Es una mujer sumamente generosa, vibrante, creativa, sociable. Vive rodeada de libros y amigos. Le gusta convocar a la gente, conectarla, atenderla.

Rama paterna

Mi abuelo, John Burnyeat, a quien no alcancé a conocer, tuvo una empresa proveedora naviera que abastecía los barcos que cruzaban el Atlántico desde diferentes puertos de Inglaterra.

Mi abuela, Cherry Warburg, mitad judía, era artesana, hacía vasijas de barro y pinturas. Conservo varias de sus tacitas y platos en mi casa hoy. De chiquita me gustó siempre visitar su jardín que tenía un estanque con ranas diminutas.

Mi papá, Myles Burnyeat, fue el mayor de una familia de cuatro hijos. Era un gran lector, muy inteligente, en una familia muy poco intelectual. Mi abuelo consideró que no debía estudiar en la universidad, que ya había dedicado tiempo suficiente a los libros. Pero su tío lo apoyó, y fue así como inició en la Universidad de Cambridge y se dedicó a la docencia enseñando filosofía antigua de manera destacada.

Ya había prestado servicio militar en la Armada por dos años, pese a que este ya no era obligatorio después de la segunda guerra mundial, pero quiso vivir la experiencia para aprender ruso. Aunque mi abuelo tenía una expectativa muy grande y se ilusionó con la idea de que su hijo iba a hacer algo más macho, pero se desilusionó cuando entendió que iba a aprender un idioma y ser intérprete.

Mi papá fue muy importante en mi vida, me inspiró mucho. Padeció alzheimer durante los últimos diez años de su vida y murió el año pasado.

Casa materna

Mis papás se conocieron en un seminario académico de estudios clásicos en la Universidad de Oxford.

Nací en Cambridge, ciudad muy pequeña, dominada por la Universidad, donde crecí hasta los cuatro años cuando mi mamá decidió que quería tener un apartamento en Londres. Este espacio le permitiría conectarse a la vida literaria activa de su país. Mis papás conservaban su casa en Cambridge y viajaban entre las dos ciudades.

Uno de mis recuerdos tempranos es que acompañaba a mi papá a su oficina en el Robinson College. Los colleges en las universidades de Cambridge y Oxford son lugares muy particulares, edificios muy antiguos, parecidos a las casas diferentes en la película de Harry Potter. Mi papá me ubicaba en un lado de su oficina, en una esquina con biblioteca, mientras él dictaba su seminario. Me dejaba con papel, pegante y tijeras para que cortara y pegara figuras geométricas y demás.

Si bien crecí en ese ambiente académico, luego en Londres tuve el modelo de una vida un poco más bohemia en medio de la vida cultural y literaria de la ciudad. Hubo una muy fuerte energía femenina en mi casa, porque era visitada por destacadas escritoras, abogadas, periodistas. Reconocí desde temprano en la mujer su potencia creativa, su poder político, político en el sentido de creación de espacios de diálogo deliberativo sobre el mundo y la capacidad de interacción con el mundo.

Mis padres crecieron en la clásica familia nuclear, de muchos hijos y con una estructura tradicional, a diferencia de lo que fue mi experiencia. Crecí con una muy cercana relación con mi papá, pero mi referente siempre fue mi mamá, en especial a partir de su divorcio. Soy la única hija de mi mamá y la tercera de mi papá, quien ya se había casado en el pasado.

Desde muy chiquita hice parte de conversaciones con muchos adultos, lo que me hizo una niña bastante seria, curiosa, solitaria, amiga de mis libros, de los animales, en especial de mis dos perras. La rebeldía adolescente llegó a mis trece años cuando protesté para no ir a las clases pese a que mis resultados fueron buenos. Me gustó la ciencia, la literatura y escribir cuentos.

Conservo algunos de mis escritos, uno de ellos realizado a mis catorce años cuando murió una de nuestras perras y quise con él generarle llanto a una de mis profesoras de literatura que era especialmente estricta. Dejé mi corazón en el texto. Cuando lo recibí de regreso tenía una nota muy alta y lágrimas marcadas en él.

Mi colegio era inspirado por la cultura cuáquera, religión histórica muy pacifista, de estructura muy horizontal, participativa, no protocolaria, en la que se llamaba a los profesores por su primer nombre.

Año sabático

Antes de ingresar a la universidad hice un sabático, gap year, en Paraguay. Elegí un destino del que mis papás no tuvieran conocimiento y que ni siquiera supieran el idioma. Pues si bien mi papá hablaba ruso, alemán y, como mi mamá, entendía el latín y el griego y mi mamá, además, hablaba francés, ninguno de los dos sabía español. De esta manera tomé distancia de su bagaje académico y construí mi propio espacio, uno que me fuera muy personal, muy mío.

Estando allá viví con una familia argentina, aprendí español y a bailar tango. También enseñé inglés en un colegio, y visité países como Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina.

Universidad

Estudié literatura porque sentí que a través del estudio de la ficción podría abordar los grandes problemas conceptuales de la vida: la justicia, el amor, la sociedad, el honor, la responsabilidad, la desigualdad.

En mi país los estudios de pregrado no definen el futuro ni se considera profesión, no es tan relevante como en Colombia. El haber estudiado una carrera no refrenda la profesión, únicamente el hecho de que alguien pague para ejercerla. Se estudia para formarse intelectualmente y luego uno se puede dedicar a otra cosa. Además, las proyecciones son mucho menos claras cuando se está tan joven.

Mi gran acto de rebeldía fue el de negarme a aplicar a Oxford o Cambridge, las universidades de mis papás, las de alto nivel en mi país, porque no quería para mí ese arribismo ni estar con gente tan élite.

Ingresé a Leeds University, estudié en la Facultad de Literatura Inglesa, donde me encontré con extraordinarios profesores, muy brillantes. Me enamoré de lo que estudiaba y me enfoqué en la teoría y literatura poscolonial en países como India, Pakistán y África, donde hay una producción literaria en inglés posterior a la época en que fueron colonias británicas, una manera de apropiarse del género de la novela para formular sus propias visiones del mundo. Esta experiencia me politizó, me acercó a concentrarme en los problemas sociales del mundo que me interesaban.

Luego, en Cambridge hice una maestría en literatura, pensando que ya estaba lo suficientemente madura para entender el propósito de estas instituciones élites. Aunque allí aprendí que no es lo mismo estar entre personas muy apasionadas por un tema y estar en un entorno rodeado por personas exitosas y ambiciosas. La pasión y la ambición no necesariamente son lo mismo. En esa maestría, hice una investigación comparativa entre la literatura poscolonial del mundo anglófono, en particular la India y Pakistán, y América Latina.

Experiencia profesional

No quise continuar como académica al considerar que significaba encerrarme en una torre de marfil alejada de realidades y de los temas sociales que a mí me interesaron siempre. ¡Nunca esperé que al final me convertiría en académica!

Decidí que quería trabajar en el tema de derechos humanos, sin tener muy claro cómo lograrlo. Comencé haciendo voluntariado, hice pasantías en diversas organizaciones, luego trabajé en Londres en una organización que ayudaba a refugiados con apoyo psicosocial.

Le sugerimos leer la entrevista de Historias de Vida con María Teresa Piedrahíta: “El desconocimiento de la ética es el pan de cada día en Colombia”

Centro Internacional para la Justicia Transicional

Se me presentó la oportunidad de hacer una pasantía de investigación con el Centro Internacional para la Justicia Transicional,que tiene sedes en diferentes partes del mundo. Inicialmente iría a Beirut, pero al darse cuenta de que hablaba español me invitaron a ir a la oficina en las Américas, que está ubicada en Bogotá.

Tomé el avión sin tener realmente conocimiento sobre el país. Fui recibida por mi jefe, Javier Ciurlizza, abogado peruano muy destacado que había trabajado en el caso contra Fujimori en su país. Él iba a dirigir mi investigación durante los próximos cuatro meses.

Me preguntó qué sabía de Colombia y le contesté con total honestidad que había leído la sección de historia en la guía turística del Lonely Planet durante el vuelo. Entonces se rió y me dijo: “No es un mal comienzo. Sobre eso tenemos que construir”.

Me envió por un mes a la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde estudié teoría de la justicia transicional e historia del conflicto armado colombiano. Hice una investigación sobre el proyecto de ley de víctimas. Era el 2010 cuando se había hundido el proyecto anterior, producto de un debate entre 2007 y 2009 y que buscaba brindar reparación a las víctimas por vía administrativa.

Hice un análisis sobre la polarización que había en torno a ese debate que impidió llegar a acuerdos sobre el concepto de víctima, naturaleza del conflicto y otros temas muy profundos. Entonces entrevisté a personas del gobierno, de organizaciones de víctimas, de ONG, Naciones Unidas.

Me pareció fascinante, entonces quise seguir aprendiendo. Terminada la pasantía tuve que regresar a Inglaterra sin que fuera mi deseo porque me había enamorado de Colombia, había conocido una pequeña parte de los paisajes que el país brinda: Amazonas, Guajira, Cañón del Chicamocha, y quería continuar aportando a los problemas tan profundos que tiene el país. Por supuesto, sin entrar a competir con los nacionales para un trabajo que un colombiano podría hacer mucho mejor que yo. Por lo tanto, busqué aportar y aprender desde mis posibilidades y, de alguna manera, ofrecer algo desde lo internacional, desde el lugar privilegiado de alguien que tiene un pasaporte europeo.

Brigadas Internacionales de Paz

Me vinculé a la organización Brigadas Internacionales de Paz - ONG internacional con proyectos en países del mundo en zonas de conflicto. Brigadas Internacionales se dedica a brindar acompañamiento internacional y observación a las dinámicas que el conflicto genera, y hace acompañamiento de protección a defensores de los derechos humanos, quienes están amenazados por su labor pacífica y legal de defensa de derechos humanos. Esta ONG tiene un proyecto en Colombia desde 1994.

Apliqué para hacer parte de su equipo que es rotativo pues cambia cada dos años. Fui aceptada y enviada al Urabá. Viví dos años en Apartadó, donde brindé acompañamiento a organizaciones comunitarias y a defensores de derechos humanos en San José de Apartadó, Cacarica, Curvaradó, Jiguamiandó en el Bajo Atrato.

Fue una experiencia fascinante, muy dura. Conocí de primera mano las dificultades de vivir el conflicto armado, presencié situaciones muy fuertes, la violencia estructural, la exclusión, la pobreza. Pero también pude disfrutar de un paisaje increíble, ser testigo del coraje, la creatividad y amor de las comunidades que construyen paz en medio de la violencia y hacen análisis profundos de su situación, al tiempo que formulan propuestas de vida alternativas que son inspiración para muchas personas en el mundo.

Esa vivencia me cambió, me afectó profundamente. Me enamoré de esta región y aún hoy continúo en mi propósito de indagar las dinámicas culturales, históricas, políticas, sociales, económicas del conflicto armado.

Golpe de realidad

Una de las tragedias que más me afectó fue la muerte de Manuel Ruiz. Manuel era un reclamante de tierras, integrante de una comunidad que acompañábamos. Fue encargado de llevar una comisión del INCODER para ver unos predios con ocupantes de mala fe.

Curvaradó sería un lugar extraordinario si no se tratara de una selva intervenida con cultivos que no son nativos, lo que crea un paisaje extraño. Lo invadieron de palma africana y plataneras, además de ganadería extensiva. Los niños que se bañan en el río salen con manchas en la piel por el agua, cuyo color es café, porque el río está enfermo, mientras que en otras zonas del Bajo Atrato es negro por la fertilidad de la tierra.

Manuel sería el guía que mostraría los límites del predio en el marco de una investigación por parte de la Corte Constitucional a través de una serie de órdenes para el proceso de restitución. Pero fue desaparecido con uno de sus hijos, el de quince años.

Hice parte del equipo de búsqueda y se encontró su cuerpo cerca al río. Al día siguiente también fue encontrado el de su hijo.

Si bien había estado en presencia de cadáveres, esta era la primera vez que me encontraba a un cuerpo torturado y asesinado de esa manera. Fue impactante e infinitamente doloroso llevar luego a dos de sus otros hijos para que los identificaran. Ver el impacto que causó en sus seres queridos sumó al ya muy profundo dolor.

De Manuel dependían diecinueve personas, la mayoría niños chiquitos, que tuvieron que desplazarse en un viacrucis mientras el Ministerio del Interior arreglaba los procesos, lo que tomó muchísimo tiempo, y todo se dio en pésimas condiciones. El hotel en el que se instalaron era pésimo, las comidas llegaban con largas horas de retraso, los niños no tenían en qué entretenerse, y todos vivieron presos del miedo porque recibieron muchas amenazas. La familia recibió un trato insultante por parte de una burocracia ineficaz.

Este es el tipo de cosas que impactan y que invitan a reflexionar en una realidad que definitivamente no está bien, que sobrepasa el asesinato, afecta todo el contexto, produce una estructura desigual, criminal.

Peregrinaje

Pero también tuve experiencias muy hermosas.

La comunidad de San José de Apartadó hace peregrinajes cada año para conmemorar una masacre importante que le afectó en 2005: los paramilitares y el ejército mataron a ocho personas, entre ellas un líder de la comunidad y tres niños, uno de ellos no había cumplido dieciocho meses.

La comunidad se acompaña de amigos locales y extranjeros para emprender una caminata de siete u ocho horas pasando por la inmensidad de las montañas. Viajan hombres, mujeres, niños, llevan a sus perros y a sus mulas.

En el lugar construyeron una aldea de paz e instalaron una capilla. Una vez allí preparan comida en común y realizan una ceremonia para conmemorar lo que fueron estas vidas apagadas para siempre, escuchan grabaciones con sus voces y reflexionan.

Lo viven como una oportunidad de reafirmar su compromiso con el proyecto de vida que es construir paz.

Compartí con estas comunidades en sus casas, en donde no hay electricidad ni carretera para llegar. Su mayor fortaleza está en que se construyen como unidad.

Soy una convencida de que a ellos debería reconocérseles como verdaderos líderes, porque han sufrido atrocidades y dan ejemplo de fortaleza. Son las historias de gente humilde las que brindan alternativas de solución a los conflictos, más creativas y humanas que parten del amor y que pueden ser inspiración para el resto del mundo.

Tengo la convicción de que son ellos los referentes que necesita la sociedad, no los deportistas que reciben millones semanales ni los reguetoneros ni los actores de Hollywood, pero tampoco los intelectuales occidentales.

Para mí, quienes integran estas comunidades, son los nuevos héroes, quienes me hicieron replantear mi norte, desear formarme como antropóloga, seguir trabajando por la comunidad y contar su historia.

Lo invitamos a leer la entrevista para Historias de Vida con Claudia Morales: “En muchas oportunidades me pregunté si valía la pena arriesgar tanto”

Universidad Nacional

Cuando sentí que había cumplido mi ciclo como integrante de una ONG volví a mirar hacia la academia, pero en esta ocasión con otros ojos. La empecé a observar como el espacio en el que se puede entender, interpretar y hablar de manera independiente.

Quise estudiar para comprender lo que había vivido durante los dos últimos años a manera de ejercicio terapéutico y analítico que me permitiera entender la Comunidad de Paz, la que más me conmovió afectiva e intelectualmente, en un contexto nacional ampliado, más histórico y cultural.

Estudié una segunda maestría en antropología social en la Universidad Nacional, y luego enseñé Antropología Política en esa misma universidad.

Lo clásico de la antropología es que los sujetos del norte global como yo, estudiamos en centros académicos en el norte global, como Inglaterra o Estados Unidos, y vamos a países del sur para extraer datos y regresar a nuestros lugares de origen para construir unas historias que llegan a una audiencia lejos de la realidad y fundamentalmente desde un canon literario y académico.

Pero le di la vuelta a esta tendencia, además porque en Colombia hay una fuerte trayectoria de antropología que es muy crítica y que está comprometida con su nación, centrada en el país. Porque los antropólogos colombianos estudian su realidad local que proyectan en una vocación.

Myriam Jimeno, mi directora de tesis, antropóloga muy destacada y experta en comunidades indígenas en el Cauca y en temas de violencia social en Colombia y Brasil, tiene la teoría de que la antropología en Latinoamérica contiene una vocación ciudadana, la de construir sociedad. Por lo mismo hicieron parte del debate en la Asamblea Nacional Constituyente, abogaron por la inclusión de derechos de las minorías étnicas.

Recuerdo que acompañé a Myriam a una audiencia contra paramilitares que eran investigados por una masacre. Asistió como experta para dar su peritaje frente a los efectos de esta masacre en la comunidad que ella estudia.

Se trata de una antropología comprometida, como la que yo quería aplicar en mi vida profesional.

Chocolate, política y construcción de Paz: libro

Durante los dos años que tomó mi estudio estuve viajando a Urabá de manera permanente para hacer investigación como trabajo de campo en la Comunidad de Paz. Este trabajo concluye en mi tesis que traduje al inglés y que fue publicada como libro en inglés: Chocolate, política y construcción de paz (Chocolate, Politics and Peacebuilding: An Ethnography of the Peace Community of San José de Apartadó, Colombia).

El libro contiene su historia, explica cómo se conforma y la relación entre su proyecto de comunidad neutral que rechaza la presencia de cualquier actor armado bien sea ilegal o del ejército en su territorio y la relación con esa apelación a tener el derecho a no estar involucrado en el conflicto armado y enfocado en el trabajo que dedican a la producción de cacao orgánico.

Este cacao lo exportan a Lush Cosmetics, multinacional con sede en Inglaterra que produce aceites corporales. Es una empresa con presencia en cincuenta países, cuenta con novecientas tiendas, aplica premisas de comercio justo y productos orgánicos, y respalda campañas en pro de los derechos humanos de sus proveedores.

A partir del contacto con la naturaleza articulan su proceso de paz entendido en el sentido de paz positiva y no solamente como ausencia de guerra, porque, a partir de la tragedia que implica masacres, violaciones, desplazamiento forzoso, también han construido una visión de paz profunda que tiene que ver con principios fundamentales y que rescata la memoria histórica, solidaridad económica, trabajo comunitario, organización propia, entre otras cosas.

En medio de este proceso de investigación, años 2014 y 2015, avanzaban las negociaciones de paz en La Habana entre el Gobierno y las FARC, algo muy importante para el país y que me hizo tomar aún más conciencia.

Rodeemos el diálogo

Me devuelvo en la historia para hablar de Rodeemos el Diálogo – ReD, una organización de la sociedad civil de la cual hago parte y que se conformó en el año 2012 cuando empezaron las negociaciones de Paz en La Habana.

Se juntaron un grupo de colombianos y amigos de Colombia en Londres, en un desayuno con el interés común de aportar y rodear el diálogo desde la sociedad civil para que llegara a buen término. Yo estaba en ese momento en Urabá, pero luego regresé a Londres por seis meses, donde seguí trabajando en Brigadas Internacionales de Paz en su oficina en el Reino Unido, y asistí a una de las primeras iniciativas que organizó ReD, en Canning House, unos conversatorios entre académicos y expertos de diversos tipos para dialogar sobre los avances logrados en cada ronda de la negociación.

Andrei Gómez Suárez

En esos conversatorios conocí a mi esposo, Andrei Gómez Suárez, colombiano que vivía en Londres, uno de los fundadores de ReD. Yo estaba organizando una gira con los miembros de la Comunidad de Paz para hablar de derechos humanos y decidimos organizar algo junto con ReD. Convocamos a un “Querméz por la paz”, en el que brindamos un ajiaco, comida típica colombiana, en un restaurante colombiano y a ciudadanos colombianos, miembros de ONG, periodistas, académicos, para dialogar con la Comunidad y conocerse.

Andrei llevaba diez años en mi país, donde había adelantado su doctorado en Relaciones Internacionales en la Universidad de Sussex. Es experto en temas de conflicto y paz y había estudiado la destrucción de la Unión Patriótica – UP, el tema de su primer libro. Después de esta experiencia, me uní a ReD.

Yo debía regresar para hacer mi maestría en la Universidad Nacional. Andrei había descartado regresar al país para vivir, pero, como muchos otros colombianos en el exterior, vio en el proceso de paz una razón para venir a aportar a que los diálogos en La Habana llegaran a buen término.

Después de apenas cuatro meses de relación, viajamos juntos en enero de 2014 a Bogotá y llegamos a la casa de su hermana y su esposo, quienes nos recibieron muy amorosamente.

Nuevas realidades

En Bogotá me encontré con una Colombia muy distinta a la que conocía, porque para mí Urabá era Colombia. Evidencié una desconexión total con la realidad que se vive al margen de las grandes ciudades.

Andrei y yo nos dedicamos a construir un capítulo de ReD en Bogotá. Iniciamos con un grupo de amigos haciendo desayunos en Lapingachos, un restaurante en Chapinero de comida nariñense. Hoy contamos más de trescientos desayunos de paz, al que asisten un número muy importante de personas de diferentes países.

Tenemos equipos en Pasto, Cali, Bogotá, Reino Unido, y otros miembros en España, Estados Unidos, Canadá y Eslovenia. Estamos empeñados en contribuir al fin del conflicto armado a través de la creación de una cultura de diálogo.

En esos desayunos de paz cada sábado compartíamos un tamal nariñense y un chocolate de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó con grupos de hasta veinticinco personas.

Asistieron expertos de la academia, el gobierno, negociadores, víctimas, artistas que trabajan el tema de la reconciliación desde el arte, excombatientes de las FARC y de las AUC, invitados internacionales con experiencia comparada de otros países. Todos compartían sus historias de vida en un espacio de dos horas y dialogaban con los asistentes.

Así como nos acompañaban expertos en justicia transicional, lo hacía gente sin mucho conocimiento del proceso de paz, pero con el interés de entender lo que tiene gran importancia histórica y para compartir sus emociones frente a lo que significa y sus retos.

Era un momento de mucha incertidumbre y esperanza, pero también de preocupaciones. Estos son problemas epistemológicos, cuando se pregunta qué es paz y cómo la construimos.

En medio de todo entendí que la desconexión de la gente en la ciudad no es su responsabilidad, sino que es producto de la misma problemática estructural de un país que ha separado lo rural de lo urbano y por ende también las experiencias del conflicto armado durante tantos años. Si bien las ciudades han vivido el conflicto, lo han hecho de manera radicalmente distinta.

Por mucho tiempo no entendí el desconocimiento de los hechos y cómo mis amigos de Urabá no ocupaban las primeras planas de los periódicos cada día, pero luego me di cuenta de que podía ayudar a generar puentes entre los dos sectores de colombianos que no se conocían por las circunstancias históricas.

Empecé entonces a invitar a los miembros de la Comunidad de Paz a Bogotá al restaurante para compartir sus experiencias con miembros de ReD y gente común y corriente de Bogotá. Vi que eso fue una experiencia transformadora para la gente.

Quise expandir esta construcción de una manera ampliada al considerar que las historias de la Comunidad de Paz podrían servir como fuente de inspiración a todos los colombianos en el momento en que el debate nacional era muy importante y profundo.

Chocolate de Paz: película

Con Pablo Mejía Trujillo, amigo cineasta, decidimos hacer el documental Chocolate de Paz con la idea de que fuese una herramienta pedagógica y política en el sentido de abrir conversaciones y de compartir estas historias de manera gráfica. Una película es un recurso muy efectivo para llegar a un público ampliado y de una manera más democrática y potente que un libro académico.

Se sabía que en algún momento habría un plebiscito y nosotros en ReD aportamos pedagogía de paz viajando por el país basados en nuestra experiencia acumulada de todos estos diálogos en los desayunos de paz, tertulias y otros espacios. Compartimos nuestra interpretación de lo que se estaba negociando en La Habana y la razón por la cual en nuestra opinión Colombia debería votar Sí, las implicaciones del proceso y los retos que significaba.

Usé la película como herramienta pedagógica que abre la discusión sobre el impacto emocional que produce. Es también una manera de dar voz a los miembros de la Comunidad al interior del país y en los centros urbanos, porque quizás la conocen más a nivel internacional como ejemplo sobresaliente de resiliencia.

La película ha ganado varios premios: Festival Internacional de Cine Derechos Humanos – 2017, MIDBO Muestra Internacional Documental de Bogotá – 2016, Siembre FEST – 2016, entre otros. Se tradujo a otros idiomas y ha tenido vida propia en la medida en que la han adoptado como herramienta pedagógica en Alemania, Italia, Francia, Holanda y otros países, pero también en el Eje Cafetero de Colombia, donde la utilizan en colegios y universidades para enseñar sobre el impacto del conflicto y la construcción de paz en lo local.

Cada semestre recibo una solicitud de una Universidad en los Estados Unidos para un curso de gastronomía, para entender los impactos de la cadena de comidas y la dimensión social del chocolate. Un grupo de defensores de derechos humanos en Alemania lo utiliza como herramienta para hablar de derechos humanos en los colegios. En Colombia se utiliza para hablar del proceso de paz y de los retos que enfrenta.

El mensaje de la película se centra en dos aspectos. La importancia de reivindicar la historia dando una mirada al pasado, revisar las historias personales que ha dejado el conflicto, pero no desde la estadística.

Aprender a ponerse en los zapatos de quien es víctima, por ejemplo, en los de la mamá que perdió a su hija sin importar si fue asesinada por guerrilla, paramilitares o ejército y si fue soldado o guerrillera o paramilitar.

Escuchar a una mujer relatar su historia de perder a una hija ayuda a conectarse con su lugar emocional esencial, a ser solidario, a entender la necesidad de poner fin al conflicto armado y a dejar la fábrica de víctimas.

Por otra parte, también invitamos a dar una mirada al futuro con esperanza y positivismo. La Comunidad de Paz para mí siempre fue fuente de inspiración a la acción.

A las víctimas no se les debe ver como pobrecitos sufridores de la historia, sino que debe vérselas como agentes de cambio; como las verdaderas heroínas de Colombia; como quienes, en medio de dificultades extremas, han construido su proyecto de vida fundamentado en principios de paz muy profundos y enormes.

También quisimos invitar a reconocer en el campesino a un profesional del campo porque el mundo moderno solo reconoce a quien tiene cartones universitarios como alguien valioso, mientras que a quienes se dedican a labores manuales se les desprecia, no se les valora. El mundo puede vivir sin otra doctora en antropología, pero no sin quienes producen los alimentos.

Doctorado en Londres

Decidí aplicar a un doctorado en Antropología en Londres. Tenía comprado el cupo en un vuelo para regresar a mi país a mediados de septiembre de 2016, pero el presidente Juan Manuel Santos anunció que habría un plebiscito el 2 de octubre, por lo que decidí aplazar mi viaje.

Durante ese mes de campaña que iniciaba, viajamos por todo el territorio nacional haciendo pedagogía de paz a diversas audiencias, con la ilusión de que ganaría el Sí. Percibimos un ambiente muy favorable, aunque nos encontramos con narrativas tan ridículas como las de la ideología de género y otras que no creí iban a ser tomadas tan en serio.

Hicimos un asado el día del plebiscito en una terraza en Bogotá que decoramos con palomas blancas, toda una fiesta de celebración. Apostábamos por el porcentaje con el que ganaríamos convencidos que sobrepasaría el 70%.

La tristeza ante el resultado fue profunda. Ya me había tocado vivir la desafortunada experiencia del Brexit en mi país y luego la del No en Colombia. Ambos referendos tuvieron mucho en común.

Regresé a mi país con emociones encontradas. Durante los primeros días en Londres, en la casa de mi mamá y con Andrei en Bogotá, vi por YouTube la marcha de las flores cuando llegaron los indígenas y las víctimas a Bogotá.

Mientras lloraba, me preguntaba qué hacía fuera del país. Rápidamente entendí que mi contribución vendría más tarde y que primero debía formarme en mi doctorado.

Pedagogía de Paz

Para mi doctorado, volví a hacer trabajo de campo en Colombia entre 2017 y 2018. Mi tema estuvo referido a la pedagogía de paz del Gobierno.

Sentí cómo la sociedad colombiana culpaba al gobierno. Después de haber conocido la percepción de las víctimas del Estado y de haber visto lo importante que era para la Comunidad de Paz su identidad como víctima de este, quedé con mucha curiosidad por conocer al Estado mismo en su interior. Entonces decidí que quería hacer una antropología del Estado, como responsable principal en el proceso de paz.

Después del plebiscito comenzó a circular una crítica, y tomó muchísima fuerza, en el sentido de que el Estado no había hecho la pedagogía que se requería.

Había visto a agentes de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz – OACP del Gobierno impartiendo información, también participando en nuestras reuniones. Quise saber qué se había hecho antes y después del plebiscito, cuando la idea de la pedagogía del acuerdo tomó otro nivel de trascendencia porque las elecciones del 2018 significaron otro plebiscito, pero esta vez en jornada electoral.

Explicar el Acuerdo de Paz era en ese momento en parte una solicitud de muchas organizaciones por el desconocimiento de la gente sobre el contenido del acuerdo. Pero también era una herramienta que buscaba movilizar a la ciudadanía en torno al proceso de paz para evitar perder las pequeñas ganancias que se iban consolidando y garantizar que el nuevo presidente diera continuidad.

Cuando se piensa en la antropología se piensa también en los etnógrafos que van a estudiar a comunidades lejanas, ubicadas en el monte. Pero se puede hacer etnografía en instituciones, como la hice yo.

Este fue mi proyecto doctoral. Hice parte por un año del equipo de pedagogía de paz en la Oficina del Alto Comisionado de Paz. Estuve hasta el momento en que se dio la instauración de Iván Duque como presidente.

Encontré varios hallazgos en la investigación, como por ejemplo, que se había hecho mucha pedagogía, que el esfuerzo había sido muy grande desde la OACP. Este esfuerzo resultó muy novedoso, en el mundo jamás se había escuchado sobre pedagogía de paz, que fue inventada por los colombianos, y que es diferente a la educación para la paz. La primera consiste en diseminar con una lógica explicativa los contenidos del proceso y del acuerdo.

El Gobierno central, como un todo, no lo valoró lo suficiente ni otorgó los recursos necesarios ni hizo el esfuerzo requerido para comunicarse con el país y para cuidar esa relación entre Gobierno y sociedad de manera proporcional al esfuerzo que dedicó a las negociaciones de La Habana, que sí fue considerable. Pero la pedagogía que se hizo fue muy importante y dejó varias lecciones.

En su punto más alto, 2016, no más de quince personas eran las encargadas de cubrir todo el territorio nacional con este propósito particular. Se hicieron webinars, cursos virtuales, cartillas para audiencias especializadas, encuentros de diversos tipos que incluyeron víctimas, organizaciones sociales, medios locales, mujeres, empresarios, militares. Entonces se hizo mucha pedagogía con el poco recurso humano que hubo. Todo financiado con la cooperación internacional, no por el gobierno.

Otro hallazgo fue cómo la cultura, la de los integrantes de la oficina del comisionado de Paz, afecta el trabajo en la manera como están situados frente a la sociedad. Esto en el sentido de que no importa únicamente el mensaje que se quiere transmitir en el contexto de comunicación Gobierno – Sociedad, sino también quién es el mensajero.

Ahí me encontré con personas muy comprometidas que trabajaron fines de semana, durante las noches, gente de clase media y media alta con maestrías en temas de paz de las mejores universidades del país y del exterior. Gente que quería realmente contribuir a mejorar el futuro de Colombia y que hoy en día hace parte de la vida nacional de distintas maneras y ayuda a la implementación del acuerdo.

Pero resulta que estos profesionales culturalmente son muy distintos al 90% de la población a la que iba dirigido el mensaje. Con esta brecha tan enorme es muy difícil de cubrir, aunque no imposible. Se ganó experiencia con el tiempo y se aprendió a hablar con la gente de diferentes contextos culturales.

Igual es muy difícil hablar desde el Gobierno porque se inicia con una desventaja enorme, la brecha cultural no ayuda porque existe una desconfianza muy profunda hacia el Estado, que es histórica, tanto por sus acciones directas e indirectas, como por lo que las comunidades perciben como ausencia y abandono.

Hablar desde el Gobierno implica vivir un proceso de construcción de confianza que toma tiempo y que es lento. En algunos casos se logró, en especial en los que se trabajó con organizaciones locales que contaban ya con un reconocimiento por parte de las comunidades y los encontraban como interlocutores válidos.

Todo esto estuvo muy bien, pero luego se hizo un referendo. Mi gran conclusión es que no hay que jugar con los referendos con los temas tan importantes como la paz.

Aunque en el caso de Suiza, país que consulta a la ciudadanía casi cada semana sobre puntos mínimos de política pública, entonces los nacionales están acostumbrados a participar en la democracia.

Pero haber hecho un plebiscito, con semejante trascendencia en un país que no tiene esa tradición, no fue estratégico.

A raíz de esta tesis hice contribuciones a la antropología que ayudaron a entender a los gobiernos como mundos sociales, ecosistemas complejos y compuestos de diferentes agentes e instituciones. Pero también hice unas reflexiones sobre la cultura del liberalismo en un contexto de posverdad y cómo reacciona al populismo.

Se han adelantado estudios, por parte de académicos colombianos como Andrei, de cómo Uribe ganó el NO y cómo luego construyó sobre su éxito en el plebiscito para que Duque ganara las elecciones del 2018.

Andrei escribió el libro El triunfo del No sobre los diferentes discursos y mensajes que utilizó Uribe y que con ellos logró apelar a las emociones de los colombianos como el miedo, la rabia, el odio.

Pero a mí me interesó estudiar cómo el gobierno perdió el Sí. Esto tiene que ver cómo el liberalismo en el mundo reacciona frente a lo que se percibe como populismo. Entendido el liberalismo como sistema cultural y de pensamiento, y no como partido político, en el que predomina una fantasía de la racionalidad como base de toma de decisiones de los seres humanos.

La reacción de la OACP frente a los mensajes de Uribe fue hacer más pedagogía, desmontando lo que llamaban los “mitos” con “realidades”, mientras que la de Uribe se basó en mentiras comprobadas.

Y si bien se explicó punto por punto, se sabe con suficiencia que los seres humanos no tomamos decisiones basados en la razón, sino en las emociones. Las implicaciones son mundiales, actualmente está ocurriendo en los Estados Unidos y ya lo vivimos en el Reino Unido.

Se necesitan herramientas que permitan reaccionar frente a las estrategias de lo que conocemos como posverdad, afectadas por los esfuerzos que apelan a las emociones.

MATRIMONIO

Al terminar este trabajo de campo me casé con Andrei y regresamos a Inglaterra para establecernos en Londres.

Tenía como propósito terminar mi doctorado, lo que significa escribir la tesis que me tomó dos años. Una vez en Inglaterra, Andrei y yo reactivamos el equipo británico de ReD, y actualmente tenemos casi ochenta miembros en diferentes partes del mundo.

Universidad de Oxford

Me gané un puesto posdoctoral en la Universidad de Oxford.

Actualmente trabajo en Junior Research Rellow en antropología en Merton College. Se trata de hacer investigación por tres años.

También enseño en el Departamento de antropología, pero mi propósito mayor es producir publicaciones de mi trabajo doctoral, espero que en libro y algunos artículos, y hacer una nueva investigación sobre la polarización política en la Colombia del posacuerdo, que lleva por nombre La antropología de sociedades divididas.

Con mi trabajo, durante toda mi trayectoria académica, he querido usar el caso colombiano para mostrar lecciones al mundo, un espejo al norte global. Porque por muchísimo tiempo el Norte ha querido decirle al Sur qué y cómo hacer, cómo interpretar su realidad y resolver sus problemas, lo que evidentemente no ha funcionado.

Regreso al inicio para decir que soy una convencida de que Colombia tiene mucho que enseñarle al mundo.

Con mis estudios, en los que uso el caso colombiano, demuestro que el país tiene cómo invitar a la reflexión en temas de importancia global, por ejemplo, en mi trabajo con la Comunidad de Paz sobre la construcción de paz desde la base en mi trabajo doctoral, sobre la crisis del liberalismo en el contexto de la posverdad, y ahora, la polarización política que es de tanta relevancia en especial por los casos de los Estados Unidos y del Reino Unido, países con los que encuentro muchas coincidencias.

Cada vez veo a mi propio país más parecido en estos temas a Colombia.

Reflexiones

  • ¿Es tu propósito instalarte en Colombia?

La mitad de mi vida está en Colombia y aunque aún no he sacado la cédula, no podré votar en las próximas elecciones, sí acompañaré a otros a hacerlo.

Con razón de la pandemia deberé permanecer en Oxford, pero espero regresar por espacios largos de tiempo cuando sea posible viajar otra vez.

Con Andrei seguimos muy conectados con el país a través de los eventos de ReD ahora de manera virtual y trasnacional.

  • ¿Qué sigue en tu vida?

Estoy aquí por los próximos tres años. ¡Después de eso no sé!

Me gusta la filosofía taoista en la que la vida tiene que ser lo que ocurre en su momento, en la que uno tiene que confiar en el universo y las cosas se van dando.

Confío en eso, pero siempre tengo una búsqueda, la de que mi trabajo sea útil, que no se quede en publicaciones académicas, sino que despierte la inquietud de cómo la academia puede ayudar a mejorar las situaciones reales y prácticas.

Hacia esto estoy caminando, es lo que me guía.

  • ¿Qué reflexiones haces después de este recorrido por tu vida?

Me siento muy privilegiada al haber tenido la oportunidad de aprender de tantos seres humanos maravillosos, de haber conocido personas que me han inspirado a ser mejor y a cultivarme.

Porque, como mencionabas, la paz también involucra valores personales. He tenido esta búsqueda personal y sigo en ella. Veo la vida como esa permanente búsqueda porque se está en evolución.

Como parte de ese crecimiento me volví vegana, amo la naturaleza y me conecto con ella.

No es coincidencia el que yo investigue el tema de paz, porque la búsqueda de la paz en los diferentes países pasa por la búsqueda de una paz interior, están mutuamente implicadas.

Esta es una reflexión fundamental de la antropología, el individuo y la sociedad se autoconstruyen mutuamente.

  • ¿Cómo analizas la condición humana?

Aristóteles decía que el ser humano es un animal político. Creo entonces que tenemos que recuperar esa reflexión pues el gran problema del liberalismo ha sido no reconocer la política como práctica de tramitar los conflictos. Los conflictos son naturales en el mundo, pero no tienen que ser a través de la violencia.

La paz es política en todos los sentidos: la paz involucra distribución de recursos, la estructura socioeconómica, pero también relaciones humanas, el diálogo entre nosotros, y con nuestras propias emociones. Todo eso hace que la paz sea política.

  • ¿Cuál es el sentido real de tu existencia?

La esencia de la vida es el diálogo con el otro entendiendo la otredad.

Lo tomo de la antropología y de lo que hacemos en Rodeemos el Diálogo. Me refiero al encuentro con el otro, con la alteridad, como condición del individuo en sociedad.

Para estar en paz, de manera individual y colectiva, se debe desarrollar la empatía que es producto del diálogo. Porque uno solo puede dialogar si acepta que el otro es distinto.

Comparo el diálogo con el enfoque de la antropología que busca entender el lugar, las experiencias, las condiciones del otro sin importar quién es ese otro. Esto no implica ser imparcial, no implica ser neutral. No significa justificar actos atroces, pero sí buscar comprender el otro, y ponerse en sus zapatos.

Este es el gran reto y el gran privilegio de la vida, acercarse a la percepción de una persona que ha tenido otra experiencia de vida.

  • ¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?

No tengo objetivos cuando me encuentro con alguien.

  • ¿Qué hay en tus silencios?

La búsqueda de las palabras correctas.

  • ¿Qué es el tiempo en tu vida?

El tiempo para los seres humanos es como el mar para los peces. Estamos inmersos en él.

  • ¿Con qué color te identificas?

Con el azul. Hoy diría que por el mapa electoral de los Estados Unidos, pero es pura casualidad. Siempre me ha gustado, es el color de mis ojos.

  • ¿A qué lugar perteneces?

A Inglaterra y a Colombia en iguales proporciones.

  • ¿Cuál es tu palabra favorita?

Paz.

  • ¿Dónde deberías estar en este momento?

Aquí.

  • ¿Cuál debería ser tu epitafio?

Confía en como son las cosas.

Por Isabel López Giraldo

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Jaime(3576)10 de marzo de 2021 - 12:13 a. m.
Es increible como personas externas a Colombia ven la realidad de manera clara, quienes vivimos aquí día a día, nos empeñamos en como acabar con lo poco que hay, es triste que haya ganado el NO....eso refleja nuestra poca reflexión y visión.
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