El Magazín Cultural

La dureza y dulzura de la vida en la exposición "Pequeño dios de la muerte" de Fausto Ávila

La Galería Crispeta celebrará dos años de fundación el 4 de febrero con las exposiciones "Pequeño dios de la muerte" de Fausto Marcelo Ávila, e "Impresiones interiores" de Sebastián López. Las muestras se inauguraron el 21 de enero y podrán ser visitadas hasta el próximo 5 de febrero.

Juan Pablo Plata
23 de enero de 2019 - 11:36 p. m.
Fausto Ávila, artista de la exposición "Pequeño dios de la muerte", nació el 2 de octubre de 1970 en Bogotá. / Cortesía
Fausto Ávila, artista de la exposición "Pequeño dios de la muerte", nació el 2 de octubre de 1970 en Bogotá. / Cortesía

Ricardo Aponte, galerista y propietario de Crispeta, define su emprendimiento como un lugar en el que tienen cabida series artísticas de: Alberto Tejada Uribe, Andrés Montealegre, Baldot, Efrén Aguilera, Manu Mojito, Fernando Zuleta, Larry Defelippi, Mario Orbes, Silvie Boutique, Paula Latriglia, César Silva, entre otros. También técnicas que han pasado por la pintura, la fotografía, la escultura, el dibujo, la música, el teatro y el arte digital. Entre sus muestras ha contado con: “Los Gigantes Extintos” que estuvo a cargo del artista Andrés Chaparro (Chapi-Chap), Serie Erótica Nocturna” por Jorge Iglesias, “El Primer Distinto” por cinco de los artistas más representativos del tatuaje bogotano, “Yo Opino” que reunió a ocho caricaturistas de opinión como, Vladdo, Betto, La Ché, Marco Pinto, Gova, Calarcá, Choclo y Jarape; siendo estas apenas unas pocas de las más de 40 muestras que han tenido en el transcurso de estos dos años.

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Ahora mismo la galería Crispeta alberga el art brut de Fausto Marcelo Ávila y Sebastián López Prieto con pinturas en las técnicas de acrílico, óleo y mixtas entre lo figurativo, deformado e impresionista, con el cuerpo de hombres, mujeres e instantáneas sórdidas urbanas. Impresiones interiores es el resultado de pintar después de viajar por Suramérica por meses, regresar y revisar fotos, videos, bitácoras escritas a mano y el cerrar de los ojos para forzar la memoria para recordar lo visto en miles de kilómetros.

El pintor de los viajes mentales

Fausto Marcelo Ávila puede agregar a su trayectoria ser uno de los personajes principales de la novela literaria: “Tobogán blanco de Gavriel Paveroni, y que ilustrará con un viacrucis el libro de cuentos “En la puerta del dintel” de Nestor Fabián Pulido. En el pasado sus imágenes y literatura han aparecido en las revistas Directo Bogotá, El Malpensante, La otra y Puesto de combate.

El artista nació el 2 de octubre de 1970 en Bogotá y uno de sus recuerdos más nítidos es haber visto a James Brown por una rendija en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán junto a su madre Mireya Ávila. En la actualidad las librerías de Colombia, las publicaciones literarias impresas y de internet acogen sus poemas en libros individuales, revistas y antologías. Sus creaciones en óleo, acrílico y acuarela han sido exhibidas en Casa de citas, en la Alianza Francesa (2016), y en la Galería Crispeta de Bogotá desde enero de 2019. Antes sus creaciones estuvieron expuestas en centros psiquiátricos durante los concursos de acuarela organizados por las empresas farmacéuticas, en los que siempre ocupó las primeras posiciones. Una de sus épocas más creativas la tuvo durante el más repetitivo y difícil periodo de ataques epilépticos. A pesar de todo, Ávila hoy es un pintor y poeta profesional de tiempo completo gracias a la pensión por indemnización profesional que recibe cada mes como consecuencia de un desgraciado hecho delincuencial.

Los monjes sangrientos, esos seres de caras blancas y vestidos negros presentes en sus cuadros, son un rezago de sus lecturas sobre sacerdotes e intrigas medievales. Para el amigo de Fausto, el editor Zeuxis Vargas, “estos monjes son émulos de los shinigami de la tradición religiosa y popular japonesa: seres sobrenaturales recreados en el arte asiático y en anime con el supuesto poder de incitar al suicidio y traer la muerte a los humanos”. Para Fausto, estos seres hacen parte de su inconsciente, y anhela poderlos representar en el futuro por medio de una interpretación propia surrealista hacia donde dirige ahora su pintura. Sobre los perros también muy socorridos en sus obras, dice que son una mezcla de sus mascotas de familia del pasado llamados Zabache y Canela, y los que, a veces, acompañan a sus violentos monjes en su mente, “porque todos tenemos un perro que nos ronda: la mala conciencia.”

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Ahora bien, la exposición "Pequeño dios de la muerte" tiene el trasfondo de una historia aciaga en la que Ávila sufrió un hecho violento mientras trabajaba como escolta: unos delincuentes le dispararon cuando avistaron su cigarrillo en la cabina del camión de una distribuidora de pollos. Pero él siempre fue poeta, sus creaciones pictóricas se dieron como una suerte de desfogue de sus crisis mentales y epilépticas sugeridas por facultativos psiquiátricos. El apoyo de su hermana Katerine fue clave. Lo influyó para que usara el color, pese a que en sus primeras obras solo utilizaba el blanco y negro en consonancia con su estado emocional después de sobrevivir al asalto. Sin embargo, su mezcla del color le brindó los temas de sus monjes medievales y sus perros lazarillos que lo secundan en sus viajes mentales. Él mismo concibe dura la realidad de la vida, en la que reconoce también la dulzura y la alegría, como cuando Editorial Babilonia editó su colección de poemas “Pequeño dios de la muerteo cuando Ricardo Aponte le notificó que expondría por primera vez de manera comercial.

Por Juan Pablo Plata

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