Vals
Daniela Morales Soler
No reptaba, ni nadaba, casi se podría decir que se dejaba llevar por la corriente, pero en realidad sí se movía. La corriente la arrastraba, sí; pero ella también se impulsaba delicadamente cuando así lo quería. Era un reinado de su voluntad, aunque el agua creyera que tenía el poder sobre su movimiento. Así era, le gustaba saber que los demás creían tener poder sobre ella, aun cuando no era así. Se acercó a la orilla un poco accidentalmente, un poco ayudándose a llegar ahí. Atraída por el pálido reflejo se acercó con la certeza de la armonía y se aferró a la pálida ilusión que danzaba con ella. Al ritmo de un vals desesperado y brillante danzaron hasta que el movimiento brusco terminó como una estocada con la fantasía. Siempre pasaba lo mismo. Llevada por el vals marino la medusa se alejó del flácido e inmóvil cuerpo que las olas arrastraron a la playa.
Homo vulgaris
Jimmy Arias
El extraño de la nariz partida me pregunta la hora. 2:05 PM. Antes de seguir su camino, me hace una venia, se hurga la boca con la lengua y escupe un diente ensangrentado, que rueda y se pierde bajo el tráfico de la avenida.
Río trunco
Jairo Fernández Castillo
Lo raro era que el agua estaba más que tibia, y no había olas; el mar yacía calmo, casi como un lago, y además salubre, porque cuando los abrí bajo el agua los ojos no me ardieron al cabo. La playa se había convertido en un cinturón de diversos residuos; desde tarulla o buchones de agua, hasta vasos y bolsas plásticas, condones, jirones de tela, abanicos de paja… Era la primera vez que veía tanta basura en las playas de Marbella; junto con el agua turbia de un color marrón como de ciénaga y aquella temperatura atípica, no había más que pensar en la noticia del día anterior, que en tono alarmante confirmaba el desmadre del Canal del Dique otra vez, mientras los pueblos rivereños al borde del Magdalena vuelven a sufrir los embates del invierno.
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El zumbido
Álex Rincón
El zumbido en los oídos solo se deja sentir cuando verdaderamente encuentro el silencio. El silencio no es nada más que el remanente del exceso, que solo se deja sentir cuando me topo con la soledad. A la soledad la acompaña el zumbido constante, que interrumpe el encuentro con la calma. Y mientras tanto, a pesar de todo, allí afuera siguen los gritos, esos que no quiero escuchar. Gritos tan estruendosos que me hacen tambalear y dejan a mis oídos retumbando con un zumbido infinito que no puedo soportar.
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