El Magazín Cultural
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La Esquina Delirante LVIII (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Para participar, envíe sus relatos a, laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras.

Autores varios
30 de diciembre de 2020 - 04:00 p. m.
En esta edición de La Esquina Delirante presentamos los microrrelatos "Reunidos", "Atraco", "Esa canción que suena en mi cabeza", "Estrella", "Año nuevo" y "Fin de año".
En esta edición de La Esquina Delirante presentamos los microrrelatos "Reunidos", "Atraco", "Esa canción que suena en mi cabeza", "Estrella", "Año nuevo" y "Fin de año".
Foto: Angélica Villalba Cárdenas

Reunidos

Un cierto olor a chamusquina y eucalipto le devolvió a la vida. Amaba por demás esa sensación: Despertar poco a poco sin saber dónde estaba, cuándo o por qué, asimilando en el parpadeo los objetos a su alrededor como si fueran nuevos. La humareda se alzaba más allá de los techos. Cuando Consuelo entró en la habitación, apurada con sahumerios y palmatorias, la siguió con la mirada hasta que sintió encajar nuevamente el pestillo de la puerta, tras la cual la vida empezaba un día más. Las mujeres de la casa se aprestaban con los tamales, los buñuelos y la natilla. Los hombres sazonaban la carne para el asado y juntaban la leña. Sobre todo, y más allá de todo, el olor del eucalipto enloquecía los sentidos. Finalmente, se levantó. Extrañado una vez más por la falta de su reflejo en el espejo recorrió la casa, pasillo por pasillo, saludando a los presentes con una sonrisa abierta que no veía nadie. Como cada año, en esa misma fecha, se sentaría en el pasillo, sin estorbar, como una exhalación. Añorando ayudar a soplar el asado con la tapa abollada de una olla, añorando abrazar a los viajantes que bajaban de los buses, olorosos a sudor y gasolina, cargados de carritos de plástico para los niños y botellas de vino para los mayores. Aunque el aire de este año nuevo estaba enrarecido por un hálito de miedo apocalíptico, el fondo de las miradas no había cambiado. ¡Feliz año nuevo! se dijo para sí, terminando de volver a la vida, mientras las otras almas aparecían por todos los rincones, llenando los pasillos y los cuartos de su inconfundible olor a eucalipto y selvaviva.

Laura Luna

Atraco

Se suponía que los cuchos vendrían para mi nacimiento, pero llegaron dos semanas después. También se suponía que traerían oro, incienso y mirra, pero llegaron con las manos vacías porque los tumbaron en la estación de Las Aguas. Dizque una vieja les preguntó una dirección y cuando se dieron cuenta estaban caminando por la Caracas, emburundangados. Mi mamá dice que es mentira, que todos los amigos de mi papá son unos irresponsables y unos borrachos. Obvio no vi nada porque yo tenía dos semanas de vida. Lo sé porque mi mamá cuenta esa historia todos los veinticinco de diciembre. 

Diego Niño

Esa canción que suena en mi cabeza

Empieza justo el 1 de diciembre, como un reloj. Frank Sinatra y la cancioncita navideña. He intentado algunos remedios, hasta hipnosis, pero los cascabeles resuenan en mi cabeza puntuales como siempre, me huele todo a pino y a malvaviscos derretidos. Me falta algo, esa otra alma gemela, pero ya con mi navidad resonante me siento casi feliz. Hasta que el otro día en el metro, empecé a cantar bajito y una voz masculina se me unió. Cuando le vi el rostro, no pude evitar sonreír. El dijo: sabes, es que suena en mi cabeza. ¡Qué regalo!

Melanie Taylor

Le sugerimos leer Un homenaje a Roberto Junguito

Estrella

Había buscado en todas las tiendas y no la pude encontrar. Una y otra vez, los vendedores me miraban extrañados y negaban con la cabeza. —No, aquí no— o — jamás había oído de eso—, pero yo estaba seguro de que podía regalársela a Mariana.

—Quiero una estrella, una del cinturón de Orión, para ponerla en el arbolito— fue lo único que ella me dijo.

Pensé en cientos de opciones diferentes; podía ser una de plástico, tal vez con luces, que brillara parecido, o incluso mandarla a hacer. Pero Mariana me miraba en silencio y eso era suficiente para entender que aquellos planes quedaban descartados.

Volví a casa de noche, derrotado y triste, y me quedé de pie en la puerta, incapaz de tocar el timbre, para no ver a Mariana decepcionada por la ausencia del regalo. Entonces, en la ventana, miré una luz pálida que iluminaba todo y, entre las sombras, la vi a ella, a Mariana, bailando feliz junto al arbolito.

Incrédulo, volví la vista al cielo y, quién sabe cómo, la estrella del medio, la del centro del cinturón, ya no estaba ahí. Me quedé viendo al arbolito y, triste, entendí que alguien más la había traído.

Paulo Clavijo

Año nuevo

Son las tres de la tarde y en la tradicional cafetería Versalles del centro de Medellín una chica de 20 años toma su café lentamente y con mirada perdida, mientras espera.  La noche anterior había empacado todo lo que cabía en una pequeña maleta y, sin despedidas, salió de su casa en medio de la madrugada. Atrás dejaba a su familia, sus amigas, su pueblo y la vereda en la que enseñó a leer a los niños por casi dos años.

El mesero trae un segundo café y le desea un feliz año 1975. Ella responde con una triste sonrisa, sabe que su año nuevo es realmente una vida nueva. Mira su pequeña maleta roja de cuero, la que solía llevar a los paseos al río con las amigas, y recuerda que allí lleva todo lo que ahora tiene. Pasa las manos por su incipiente barriguita, solo ella sabe que contiene una vida que tiene que esconder de los inspectores de educación. Sonríe amargamente mientras las lágrimas bajan sin control por sus mejillas.

Con el último café acepta que él no vendrá, pero ya no importa pues ha decidido tener a su hijo sola. Se seca las lágrimas, toma la maleta con determinación, acaricia su barriguita y sale del café hacia su nueva vida.

Jerónimo Rivera

Fin de año

Faltan cinco minutos para que llegue la medianoche. Leoncio sigue impávido, negándose a despedirse de un año intempestivo. Mientras el hombrecillo intenta recordar porque está ahí, su cuerpo se hace pesado y débil. Campanadas de fondo animan la noche. De improviso, una sombra se le acerca. Levanta una botella con las dos manos y le rocía todo el contenido. Luego le ofrece una mano. Leoncio, pesado, se levanta. Dos miradas desprecian la noche. Leoncio y su dueño desaparecen con sosiego en la ancha línea de la calle. Nadie sabe qué hacer. O sí. La multitud se rocía todo el contenido de las botellas que llevan en las manos. Levantan a sus sombras. Y, lentamente, se pierden por el filo de este párrafo que no tiene punto final

Jonathan Alexander España Eraso (Pasto, Nariño)

Por Autores varios

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