El Magazín Cultural
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La esquina delirante XXXIII (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Una guerra de guerrillas narrativas, si se quiere.

Autores varios
24 de junio de 2020 - 04:36 p. m.
"El balneario", "El hambre oculta", "Las ruinas del jardín", "Roma. Quince de abril",  y "El cigarrillo y sus desventuras", son los títulos de los microrrelatos
"El balneario", "El hambre oculta", "Las ruinas del jardín", "Roma. Quince de abril", y "El cigarrillo y sus desventuras", son los títulos de los microrrelatos
Foto: Andrés Felipe Correa

El balneario

Michel iba al estudio cada mañana, desde que estábamos en la fase 0. Se le veía totalmente feliz. Recorría el local con serenidad y hacía los planos. A eso de las seis, se tomaba su café con leche y unas galletas. Miraba el estudio y se encontraba como si estuviera dándose un baño en la playa. Al salir, todos los días, veía a los guardias, y eso lo intranquilizaba: la vuelta al mundanal ruido. Ahora sabía por qué los ermitaños eran tan dichosos.

Celia Ortiz Mora

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El hambre oculta

Desde que se nos prohibió salir, se siente más el hambre. Antes, mis hermanos y yo disfrutábamos de unos calientitos rayos de sol en la mañana, aquel desayuno que tanto nos nutría el ánimo. Jugábamos yermis en el potrero de abajo o en el monte que queda al frente. También rejo quemado, escondite o policías y ladrones. Cuando nos acosaba demasiado el apetito, nos entreteníamos jugando a la tribu, que era un juego que consistía en recolectar eugenias y cerezos para luego embocarlos con delicia. Lo importante era distraernos, divertirnos, eso nos entretenía el hambre, por lo menos, hasta que llegara nuestra madre con algo para comer. Ahora, nuestra madre no nos deja salir. Nos dice que podríamos enfermarnos y que aquella enfermedad duele. Sin embargo, los ruidos que hacen las tripas y que se propagan en cada uno de nuestros cuerpos, nos lastiman. Por eso, mis hermanos y yo nos inventamos un juego llamado “el hambre oculta”, que consiste en tragar bocanadas de aire lo más rápido posible en un minuto, son cuatro rondas, el ganador obtiene 20 cerezos y el último debe traerlos. Nos da miedo enfermarnos, pero ya el hambre nos duele, por eso nadie pierde.

Nicolás Cruz González

Le sugerimos leer “Lo que fue presente”: una introspección

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Las ruinas del jardín

Todos los días caen. Estoy desayunando y caen; estoy leyendo la prensa y caen; estoy viendo televisión y caen. Desde la ducha también escucho cuando caen. He querido consultar con los vecinos, pero no ha sido posible. Envié cuatro correos a la administración del conjunto expresando mi preocupación, pero ninguno ha sido respondido. Ignoro la altura exacta; sospecho que alcanza varios pisos porque es un golpe áspero. Cuando caen escucho cómo se revientan por dentro. Ayer salí al balcón a mirar cómo quedan después de caer: todos sus restos estaban esparcidos por el jardín. No hay dolientes, nadie sale a levantar esas desagradables formas destripadas en el pasto. ¡Por Dios, es un jardín! ¿Y si un niño se asoma? Estoy asustada, el confinamiento físico ahora es psicológico; la firmeza no es un estado de ánimo y los buenos consejos son inútiles. ¿Quién puede decirles que no salten? ¿Alguien puede decirles que llegará quien les extienda su tierna mano? La muerte es una trampa, después de un tiempo somos inservibles y caemos. Este encierro ha sido un viaje al abismo interior, un horror de días sucesivos. No quiero ser frágil y terminar suicidándome como las guayabas que caen.

Juan Sebastián Padilla Suárez

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Roma. Quince de abril

Con su acostumbrado silencio que se torna más agudo cuando nota que no podemos salir, pues hay un virus que está rondando nuestro vecindario como animal insaciable pendiente del momento en el que salgamos de la casa para capturarnos y devorar eso que alguna vez fuimos, ella se acerca a la ventana impelida por unos ruidos provenientes de la calle de enfrente. Descorre las cortinas y, con timidez, como si tuviera miedo de ser sorprendida por alguien, se asoma. Entonces, por primera vez, desde semanas, siento cómo entra una pequeña y refrescante brisa chocando directamente contra mi rostro, y motivándome para que me levante de la cama. Al hacerlo, me doy cuenta de que ella, con el rostro convertido en una mueca de espanto, con una de sus manos me dice que me acerque. Lo hago discretamente, palpando con mis pies la suave alfombra del suelo y sabiendo que, cuando me asome por la ventana, podré ver la ambulancia, como un largo y blanco ataúd de la que salen unas lucecillas rojas y azules, estacionada frente a la puerta de nuestro edificio.

Johan Ochoa

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Si quiere conocer más de Cultura, le sugerimos leer: Un libro jardín

El cigarrillo y sus desventuras

Esta mañana, de camino al trabajo y como es habitual, enciendo un cigarrillo. Encuentro las desventuras del mismo: no es el daño que produce, es su similitud con el amor. Un cigarrillo dura de unos siete a diez minutos o, como el amor, de un par de meses a un par de años. Empieza con una encendida, como el amor se enciende sea por química o lo más carnal de los seres humanos, como la chispa viva de la lujuria, luego comienzas a aspirar, como aspiras el deseo, algo más allá que un simple gusto, de manera lenta, pero segura. Se mantiene encendido, como lo hacemos en ese idílico comienzo de besos y un par de caricias. En la siguiente bocanada vemos cómo se enciende de un tono naranja incandescente, como la pasión que hace que los amantes se conviertan en uno. Después de que se consume poco a poco ese amor o ese cigarrillo, viene el humo o los recuerdos fugaces que se pierden en el viento, se esfuman y caen las cenizas de los momentos más apasionados, o el simple tabaco que ya queda en el recuerdo de lo que era. Después de esos minutos o meses, solo queda un momento sepulcral donde ese gusto que tenías se termina y solo queda botar la colilla, los recuerdos. Sigues tu vida, tu momento, pero te queda impregnado el sentimiento, el olor nefasto; al final solo queda la satisfacción de haber amado, las insaciables ganas de seguir fumando…

D. Ch

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Lo invitamos a que escuche el capítulo 13 de la audionovela Yo Confieso

Por Autores varios

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