El Magazín Cultural

La Esquina Delirante XXVIII: En cuarentena (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Guerra de guerrillas narrativa si se quiere.

Autores varios
21 de abril de 2020 - 03:57 p. m.
Ilustración: Andrés Felipe Correa
Ilustración: Andrés Felipe Correa

Gatos 

Las comunidades del norte y del sur están enfrentadas, el norte carece de personal para la recogida de sus cosechas de fruta y verdura; anuncia que si el sur no envía a sus trabajadores, estas se pudrirán en los campos. El sur se niega, no quiere poner en riesgo la salud de sus contratados subsaharianos por el coronavirus. Escucho la noticia y se me tuerce el gesto. —¡Pues vaya! — dice mi gata. La miro atónita —no sabía que los gatos hablaran.

—Pues ahora ya lo sabes— dice socarrona. —Tú eres la suministradora de comida, ¿qué vamos a hacer ahora que me has convencido para ser vegetariana?, estos no dejaran venir a nadie, no por el coronavirus si no porque son todos emigrantes sin papeles.

—Ya, igual les dan la nacionalidad y así…— balbuceo. 

—¡Pero tú en que mundo vives! — me responde furiosa. 

—En el país vecino lo han hecho— contesto tímidamente.

—Vosotros los humanos no dejáis títere con cabeza.

—¡No te enfades!, que hoy se han reunido los países de la Unión Europea para emitir coronabonos a los países más débiles. 

Con gesto despectivo y voz de mando dice —ábreme la puerta no soporto vivir con carnívoros ilusos y estúpidos. 

Rosa Reis

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Si está interesado en leer el anterioir capítulo de esta serie, ingrese acá: La Esquina Delirante XXVII: En quarentena (Microrrelatos)

Día de dragones

Somos los dragones de la noche. Pertenecemos a una estirpe temida por muchos, pero conocida por pocos. Mis hermanos y yo siempre tenemos un hambre insaciable y, por eso, contamos las horas, los minutos, los segundos para salir a cazar. No es fácil esperar a que todo se aquiete, a que la ciudad se duerma. 

Nuestros enemigos son los seres del sol. Criaturas monstruosas carentes de piel peluda, de alas y, lo más raro, sin dientes afilados. Estos seres extraños emiten sonidos insoportables para nuestros oídos. Golpean a sus hembras y enjaulan a otros animales, los dejan así durante varias lunas y luego los sacan para quemarlos en agua caliente.  Algunos de nuestros hermanos caen en sus garras. 

De pronto, el silencio. Llega la hora de salir de la cueva. Sin pensar, nos convertimos en una espiral que emite un hermoso silbido, mientras nuestras alas luchan para no chocarse.  Y es que la luz quema nuestros ojos, nos miramos con extrañeza. Es de día.  

¿Por qué hay silencio? ¿dónde están los monstruos del sol? Volamos hacia la ciudad y abajo vemos calles vacías, gobernadas por un viento frío.  No pronunciamos palabra alguna. El tiempo de los seres del sol, termina hoy. Comienza la era de los murciélagos.

Angélica Villalba Cárdenas.

 

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Distanciamiento social

Y en estos días que prohibido es un abrazo, un beso es impensable; que desde lejos solo me queda mirarla; logro ver con más claridad ese paisaje en que el vivo, logro atesorar más cada gesto, cada olor. En estos días en que las sonrisas se esconden tras los variados modelos de tapa bocas, qué falta hace en cualquier plaza un café, que sin, con 1 o 2 de azúcar, el bullicio de la gente, la velocidad de la vida que en otro momento parecía desbordarnos. Y en estos días tenemos la excusa perfecta para hacer esa llamada que hubiese aguardado por una fecha especial; para enviar un abrazo virtual; para mirarnos hacia dentro y, quizá, asustarnos un poco.

David Felipe Morales

 

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Chernóbil- Medellín 

No había pasado ni una semana desde que Yvona Shevchenko llegara a Medellín. Era la primera vez que salía de su país, Ucrania, cruzando mares y océanos atraída por las verdes montañas de la ciudad de la que su mejor amiga tanto le había hablado. Montañas que solo podía ver desde su ventana mientras, sentada frente al escritorio, cumplía el aislamiento obligatorio ordenado por las autoridades y aprovechaba el tiempo para iniciarse como escritora. Quería, en principio, relatar su infancia marcada por aquellas largas noches esperando a que llegara su padre del trabajo como inspector de seguridad en una plata nuclear.  Yvona ahora estaba al otro lado de su mundo tratando de entender una tragedia mundial marcada por un virus peor que aquella pesadilla radiactiva del Chernóbil de su infancia.

Mauricio Cadavid Londoño

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Clandestinos

En el mundo de las calles vacías y del encierro obligatorio, los primeros que perdieron su puesto fueron los besos clandestinos. Los míos están muriendo de hambre.

Sandra Guamán Guerrero

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Si está interesado en leer otro capítulo de esta serie, ingrese acá: La esquina delirante XXIV (Microrrelatos)

León

El hombre del que les voy a hablar se llamaba… su nombre no importa. Lo que nunca se les olvidó a los empleados del zoológico es lo que el muchacho le hizo al león. Así como lo oyen, lo que le hizo al león, durante la noche. Su apellido era León. Siempre lo escribía con letra minúscula, porque podía sentir la fuerza del animal. Cuando la profesora le hacía la corrección en el cuaderno, le invadía una flojera que lo dejaba fulminado en treinta segundos. Como repitió curso, su madre le quitó el apellido y le dejó solo el de ella (…Callado). Y, así estuvo, callao durante mucho tiempo. Lo llevaron al zoológico, un domingo. Al león lo anestesiaron a última hora de la tarde. El muchacho se quedó observando como dormía y los padres se fueron a ver la última función de los delfines. Cuando cerraron el zoológico, el chico había desaparecido. Los padres se marcharon a la comisaria. La mañana siguiente, cuando el veterinario fue a ver al león, encontraron al muchacho dentro de jaula, revolcándose con la cabeza y la cola del animal. El resto del cuerpo no lo encontraron... «Tú quién eres?», «soy león».

Verónica Bolaños

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Bienvenidos todos los microrrelatos de cuarentena a laesquinadelirante@gmail.com, máximo 200 palabras. Síganos en Instagram #laesquinadelirante.

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