El Magazín Cultural

La filosofía del rastacuero

El tema del restacuerismo apareció ya con nombre propio en el poeta nicaragüense Rubén Darío quien usó la palabra en su ensayo “La evolución del rastacuerismo”, publicado en 1906. Rubén Darío decía que este concepto: “tiene como condición indispensable la incultura; o, mejor dicho, la carencia de buen gusto”.

Damián Pachón Soto
30 de junio de 2019 - 10:58 p. m.
Fernando González Ochoa, quien en "Los negroides" escribió: “Todo el que aprende a leer en Suramérica, se avergüenza de esta y de sí mismo y de sus padres; si es rico y viaja por Europa, gasta demasiado y simula vicios y lujos para hacerse perdonar su origen; si político, extrema las prácticas europeas".  / Cortesía
Fernando González Ochoa, quien en "Los negroides" escribió: “Todo el que aprende a leer en Suramérica, se avergüenza de esta y de sí mismo y de sus padres; si es rico y viaja por Europa, gasta demasiado y simula vicios y lujos para hacerse perdonar su origen; si político, extrema las prácticas europeas". / Cortesía

En su libro Los negroides de 1936, el escritor antioqueño Fernando González escribió: “Todo el que aprende a leer en Suramérica, se avergüenza de esta y de sí mismo y de sus padres; si es rico y viaja por Europa, gasta demasiado y simula vicios y lujos para hacerse perdonar su origen; si político, extrema las prácticas europeas. Guzmán en Venezuela, y Núñez en Colombia, fueron rastacueros insignes”.

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En una sociedad como la colombiana, donde históricamente se ha simulado el color, la raza, el honor, el prestigio, la riqueza, los títulos, las competencias para administrar cual títere un país, esto es, de posar de ser gran estadista; en un país como el nuestro, donde se simula hasta la fama…vale la pena aclarar el significado de la palabra rastacuero usada por González. De esta manera, se aporta a la comprensión de nuestra idiosincrasia y hasta de nuestras costumbres políticas, donde simulamos ser una democracia y un país civilizado del primer mundo.

En estricto sentido, el tema del rastacuerismo aparece insinuado en el libro Noticias secretas de América de los hermanos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, publicado en 1826. Allí se dice: “es de suponer que la vanidad de los criollos y su presunción en punto de calidad se encumbra a tanto que cavilan continuamente en la disposición y orden de sus genealogías, de modo que les parece no tienen que envidiar nada en nobleza y antigüedad a las primeras casas de España; y como están de continuo embelesados en este punto, se hace asunto en la primera conversación con los forasteros recién llegados, para instruirlos en la nobleza de la casa de cada uno, pero investigada parcialmente, se encuentra a los primeros pasos tales tropiezos que es rara la familia donde falte mezcla de sangre y otros obstáculos de no menor consideración”.

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Lo que se ve aquí es que criollos sin “pureza de sangre” simulan ser aristócratas blancos, son vanidosos y fingen, aparentan y pretenden “ser lo que no son”, esto es, quieren escenificar una condición social que en realidad no tienen. El tema apareció ya con nombre propio en el poeta nicaragüense Rubén Darío quien usó la palabra en su ensayo “La evolución del rastacuerismo”, publicado en 1906. Rubén Darío decía que este concepto: “tiene como condición indispensable la incultura; o, mejor dicho, la carencia de buen gusto”. Más adelante agregaba: “La evolución del rastacuerismo se nota en su civilización. La extravagancia exterior en la decoración personal, en las maneras de derroche violento y copioso, han dado paso a una especie de compenetración con la sociedad parisiense”. Rubén Darío se refería a las aristocracias “levantas” que viajaban a Paris y adoptaban sus maneras y formas, las cuales, una vez de regreso en América Latina, exhibían y escenificaban socialmente para escalar en la jerárquica sociedad republicana. También ponía de presente que la palabra podía provenir de arrastracueros o rascacueros, pero, en fin, relacionada con los americanos del Sur, ostentosos y de mal gusto…tal como muchos de los narcotraficantes que ha parido este país.

El ejemplo cumbre de lo dicho, lo escenificó magistralmente José María Vergara y Vergara en su texto “Las tres tazas”. Allí presentó el siguiente cuadro de costumbres: “Casimiro Viñas fue llamado Casimiro de la Vigne, y como no tenía antes sobrenombre alguno, le quedó éste para secula seculorum. El mozo era de talento y se hizo el bobo; se estuvo un semestre enfadándose cada vez que le quitaban su ridículo apellido y le daban su elegante apodo. Los otros muchachos por llevarle la contraria no le llamaban sino de la Vigne. Al fin del semestre fingió el bribón de Casimiro que aceptaba el apodo por darles gusto y comenzó a firmar con él. He aquí cómo logró bautizarse a su gusto. Provisto de aquel apellido, de una buena figura y un carácter simpático, ha penetrado en todos los salones de lo que se llama entre nosotros alta sociedad”.

Ahora, ¿qué significa la expresión “rastacueros”? Si se busca en el DRAE la palabra proviene del francés rastaquouère y tiene dos significados. El primero se refiere a “vividor, advenedizo”; el segundo, “a persona inculta, adinerada y jactanciosa”. A su vez, la palabra advenedizo significa, entre otras cosas, una persona que “siendo de origen humilde y habiendo reunido cierta fortuna, pretende figurar entre gentes de más alta condición social”. Este “pretender figurar” es exactamente lo mismo que simular. Es exactamente el sentido que la palabra tiene cuando González sostiene que un suramericano si viaja por Europa “gasta demasiado y simula vicios y lujos para hacerse perdonar su origen”.

De ahí que la palabra rastacuero sea sinónima de simulación. Ahora bien, desde las primeras páginas de Los negroides se relaciona uno de sus conceptos centrales, el de vanidad, con el de simulación. Si la vanidad es la “carencia de sustancia”, lo vacuo, lo vacío, el vanidoso es el que aparenta, por eso la vanidad es “simulación, hurto de cualidades” o, más precisamente, “hurto de cualidades para ser considerado socialmente”.

En efecto, el que simula, se muestra como lo que no es, es decir, aparenta, pretender ser otra cosa, de aquí que la simulación es, en efecto, tomar prestada una máscara para escenificarse socialmente como aquello que no se es en realidad; es hurtar, efectivamente, cualidades. La consecuencia que se deriva de ello es que el vanidoso es simulador o, lo que es lo mismo, es también rastacuero, y por eso para mostrarse socialmente, para llenar el vacío que lo constituye, tiene que imitar y repetir. Por eso: “el vanidoso muere frustrado, y tendrá que repetir, pues vivió vidas, modos y pasiones ajenos, o mejor, no vivió”. De ahí que quien vive vidas, modos y pasiones ajenas, sea un repetidor o un imitador, tal como Rafael Núñez o el general Francisco de Paula Santander según el envigadeño.

Pues bien, la sociedad colombiana está llena de Casimiros de la Vigne, de marqueses de Gacharná de estirpe suta-noruega, así como de marqueses de San Jorge, de simuladores, estafadores, impostores; en fin, de gente que se muestra como lo que no es, que simula y que escenifica cotidianamente su Yo con el fin de impresionar incautos y así ganar aprobación y hasta privilegios en una sociedad donde aún “el ciudadano” tiene -como decía Rafael Gutiérrez Girardot quien se ocupó del tema- una “monarquía en la cabeza”; o un delirio parisiense o europeizante.

dpachons@uis.edu.co

Por Damián Pachón Soto

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