El Magazín Cultural

La historia completa de un secuestro y una misión clandestina

Ante la petición de varios lectores, El Espectador publica íntegra la historia del "Maestro" Guillermo Angulo sobre su misión secreta en Cuba durante el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado, cuya versión recortada se publicó en la edición del pasado lunes festivo.

Guillermo Angulo
27 de junio de 2019 - 11:28 a. m.
El memorando original de la misión entregado a Belisario betancur llevaba el sello de "Confidencial". En casa de "Los Gabos" en la Habana, durante la misión, Guillermo Angulo tomó esta fotografía de Fidel Castro. / Fotocomposición con imágenes de Guillermo Angulo
El memorando original de la misión entregado a Belisario betancur llevaba el sello de "Confidencial". En casa de "Los Gabos" en la Habana, durante la misión, Guillermo Angulo tomó esta fotografía de Fidel Castro. / Fotocomposición con imágenes de Guillermo Angulo

Éste es un híbrido entre informe tipo oficial y confianzudo diario, que cuenta una misión personal que en su tiempo me encomendó el presidente Belisario Betancur cuando Álvaro Gómez Hurtado estaba secuestrado.

El original [que se publica por primera vez y sin modificaciones], fue escrito en Cuba, en el computador personal de Gabriel García Márquez, con su característica pantalla vertical.

Las anotaciones, aclaraciones y comentarios, escritos posteriormente, van en itálicas y entre paréntesis cuadrados.

Así trae Wikipedia el relato del secuestro de Álvaro Gómez Hurtado:

El 29 de mayo de 1988 fue secuestrado en Bogotá por el movimiento guerrillero Movimiento 19 de abril (M-19). Al atribuirse el secuestro, el grupo insurgente pide a cambio de su liberación la instalación de      nuevos diálogos de paz y el establecimiento de una Asamblea Nacional Constituyente. Durante su cautiverio Gómez tuvo un extenso intercambio de cartas filosóficas con Carlos Pizarro Leongómez. Fue liberado 53 días más tarde, el 20 de julio.

[Cuando ocurrió el secuestro no se sabía quiénes eran los autores, aunque se presumía que podría ser el M-19. Mi principal misión era averiguar quién lo tenía y tratar de que le conservaran la vida].

El original de este informe inédito tiene un sello que dice: CONFIDENCIAL

MEMORANDUM

Para: Presidente Belisario Betancur

[Belisario ya no era presidente, pero sus amigos lo llamábamos Presidente, o simplemente Pre, porque decíamos que él era «el Presidente Cultural de Colombia»].

De:  Guillermo Angulo, «embajador clandestino»

Fecha:  20 de junio de 1988

Asunto: Gestiones confidenciales en La Habana

A manera de promemoria he ido tomando estas notas, o haciendo un diario, como quieras llamarlo, para recordar mejor lo sucedido, como resumen de mi tarea como «embajador clandestino». He puesto algunas cosas personales —que no vienen al caso—, para quitarle el olor a informe oficial, y ahyudarme a matar el tiempo de espera, que no fue mucho pero sí me pareció muy largo.

[El 18 de junio Belisario me llama por teléfono y me dice«Maestro, ¿quieres venir a desayunar mañana a mi casa?». Y yo le contesto, como buen paisa: «¿El desayuno es con arepa?» A lo que el Pre me contesta muy serio: «En esta casa siempre se desayuna con arepa»].

Viernes 19 de junio de 1988, Bogotá

Desayuno de trabajo en casa de Belisario Betancur. El presidente me pregunta si estoy dispuesto a trasladarme inmediatamente a Cuba, para comprobar quién tiene detenido a Álvaro Gómez Hurtado, pedir al grupo que lo tenga que garanticen su vida y tratar de gestionar su liberación. Voy al desayuno en traje de campaña, listo para ir a pasar el fin de semana en mi finca, la Orquidiócesis de Tegualda en Choachí, pero, sin dudarlo, le digo al presidente Betancur que sí.

[Después gozar un delicioso desayuno paisa, preparado personalmente por Rosa Helena (la esposa de Belisario) y antes de decirle sí, yo le pregunté a Belisario: «Pero si tú ya hablaste con Fidel, y estás en contacto con él ¿para qué quieres mandarle un embajador personal?» «Para que el comandante vea que yo estoy de verdad muy interesado. Y creo que tú, como gran amigo de Gabo, serás de gran utilidad».]

Para pasajes y viáticos llama en mi presencia a Augusto López, quien me contacta con Jean-Claude Bessudo para que me expida un pasaje Bogotá-Panamá-México-Cuba y regreso.

Como siempre, el avión de Avianca sale atrasado, hace en Panamá una escala apenas suficiente para recoger mi visa, muy expedita porque en el consulado cubano me dicen «tener instrucciones del comandante Castro de expedirme una “visa diplomática”». A pesar de llegar tarde a México puedo alcanzar la conexión con Cubana de Aviación, gracias a que este vuelo también sale atrasado.

Sábado 11 de junio. La Habana

Llego a La Habana a las dos de la mañana y en el aeropuerto me están esperando Gabriel García Márquez y mi hijo, Alessandro, que está haciendo un curso de guiones cinematográficos con él, en la escuela de cine de San Antonio de los Baños que Gabo preside.

Paso la aduana como Jefe de Estado, sin siquiera reclamar las maletas, que me llevarán más tarde a la residencia de Gabo (Casa de Protocolo número seis), donde me voy a alojar. Para mi sorpresa, también está viviendo allí la representante literaria de Gabo, mi gran amiga Carmen Balcells. Nos ponemos a conversar y nos acostamos a las cuatro de la mañana. Nos despertamos a medio día.

Ese mismo sábado Gabo me invita a una condecoración que Fidel Castro le va a otorgar al dominicano Juan Bosch, en el Palacio de la Revolución, construido con piedra cárstica y adornado con gigantescos helechos arbóreos. Lo que más me impresiona es la decoración: numerosas cadenas que cuelgan del techo, llenas de cattleyas florecidas.  

Allí me presenta a Fidel, rodeado de personas que lo querían conocer. Una venezolana le pide un pelo de su barba y él le dice: «Sí, pero yo mismo me lo arranco». Había algo de fervor religioso en esa petición y en el deseo de muchas personas de simplemente estar cerca y algunos querían tocarlo.

[Una curiosidad de la seguridad de Castro —que se sabía extrema—: no había ninguna arma a la vista.]

Pasada la ceremonia de condecoración, pasamos con Gabo a  un buffet y ahí me presenta a Manuel «Barba Roja» Piñeiro, un cubano simpático y abierto, del que yo sé que es uno de los pocos compañero de la Sierra Maestra que siguen tuteando y tratando confianzudamente a Fidel. Piñeiro es jefe de Departamento de Latinoamérica y experto en la región, de la cual sabe todos los pormenores políticos y económicos.

Estamos de acuerdo en dos puntos obvios: que hay que saber con certeza qué grupo tiene a Álvaro Gómez y luego contactarlo y pedirle que le respeten la vida.

Fidel se acerca y me dice que él se va con Gabo y luego nos vemos en su casa. Gabo sugiere que busquen a Antonio Navarro Wolf y el comandante inmediatamente le ordena a Piñeiro que lo localice y lo invite, de parte suya, a venir a Cuba.

Cuando Fidel llega a la casa de Gabo son como las 11:30 de la noche, pero como nadie les había avisado a los amigos de los Gabos y la Balcells, la gente se quedó y la conversación se volvió, necesariamente, social.

[Después Gabo me contó que Fidel lo había llamado aparte y le había preguntado: «¿Qué tan de confiar es Angulo? Porque conocerá muchos de nuestros secretos». A lo que Gabo le contestó de manera simple, en costeño: «Está bajado en mi casa».]

Domingo 12 de junio

Cambiamos de día, siempre conversando, pero el tono de reunión social siguió su curso. Como a eso de las 12:30, Fidel lleva aparte a Piñeiro, conversan un rato a solas y luego nos invitan, a Gabo y a mí, a reunirnos con ellos. Fidel repite que «lo más importante es ver la manera de salvarle la vida a Gómez Hurtado». La clara convicción del comandante es que, si lo tiene un grupo político, la vida de Álvaro no está en peligro, le será respetada. Como a eso de las 2:45 Fidel se retira y nosotros nos vamos a dormir.

Cuando se despierta, Gabo llama a Belisario y le informa de lo que va pasando.

Otra vez, en la noche llega a la casa de Gabo el comandante y nos hace una amplia disertación sobre diversos temas, que iban desde la nueva apertura al turismo internacional, «haciendo compañías fifty fifty con los capitalistas», hasta recetas de cocina.

LUNES 13 DE JUNIO

Voy a la Fundación de Cine y Gabo me invita a participar en una sesión de sus famosos talleres.

Me regalan unos rizomas de la planta nacional de Cuba, que allá llaman ‘mariposa’ y en nuestra costa ‘heliotropo’, (su nombre científico es Hedychium coronarium) y de ñapa me dan un afiche de la primera producción internacional de la Fundación, Fábula de la bella Palomera, dirigida por Ruy Guerra, con guión de Gabo y Guerra.

Almuerzo con la Gaba y Lupe Velis, esposa de uno de los viceministros de Educación. En la mitad del almuerzo recibo una llamada del presidente Betancur, quien me lee un comunicado del M-19, dado a conocer en Panamá, en el que reconocen tener en su poder a Álvaro Gómez Hurtado y hacen unas peticiones iniciales para su liberación.

Le mando una nota a Gabo y él se la envía al comandante, no sin antes decirme: «Lo hago por cortesía, pues estoy seguro de que Fidel ya debe saber la noticia y conocer el texto completo del comunicado».

Por la noche, poco antes de las doce, llega Fidel, quien se ha interesado sobremanera en el asunto y ha estado viniendo y comunicándose con Gabo todos los días, a pesar de estar padeciendo un molesto resfriado. Nos dice: «Yo considero que las cosas se están desarrollado hacia el lado positivo. Primero que nada, creo en la autenticidad del comunicado del M-19 y en él no dan señales de que no quieran respetarle la vida. Sería absurdo que un grupo político hiciera saber: «Sí lo tenemos», para luego matarlo. Además de cruel, sería impolítico. Desde luego, mientras no se haga contacto con el grupo que lo tiene, o con sus jefes, no se podrá saber nada de seguro».

[En una conversación privada con Fidel, nos dijo —a Gabo y a mí—, que él estaba en desacuerdo con el secuestro: «Lo hicimos una sola vez, pero no por dinero sino por publicidad. Batista aún gobernaba y Juan Manuel Fangio había venido a competir en el Gran Premio de Cuba, que tenía lugar en el Malecón. Y nosotros lo secuestramos con fines propagandísticos y el Gobierno decidió que, de todas maneras, se hiciera la carrera, sin Fangio. Pero la publicidad mundial fue para nosotros y el secuestro. Terminada la carrera lo regresamos indemne y tuvimos aún más publicidad. Luego Fangio regresó varias veces a Cuba y siempre nos buscaba. Hay una placa en el Hotel Lincoln, por si quieren verla».]

Gabo y yo fuimos a verla al otro día, y la placa decía:

«En la noche del 23.2.1958, en este lugar, fue secuestrado por un comando del Movimiento 26 de julio, dirigido por Óscar Lucero, el cinco veces campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio. Ello significó un efectivo golpe propagandístico contra la tiranía batistiana y un importante estímulo para las fuerzas revolucionarias».

Le digo a Belisario que me han comentado que el desarrollo final, la liberación, puede durar días, inclusive meses. Belisario me dice que la familia es consciente de eso y está preparada para esperar.

Nos cuentan que hoy, a las once de la noche, llega Navarro Wolf; Piñeiro y Gabo van a hablar primero con él y tantearán si no tiene inconveniente de hablar con un exembajador (¿ex?) de Belisario Betancur De todas maneras, sabré de qué hablaron.

Martes 14 de junio

SEGUNDO INTERLUDIO

[Mi curiosidad me lleva a ir de nuevo a que me lean el tarot. Esta vez pregunto: «¿Cómo terminará el problema?» La respuesta es: «Todo va a salir bien, pero las vías de solución son largas y complicadas». De nuevo quedo asombrado —pero sin volverme creyente— con esta segunda respuesta, por la extrema cercanía a la manera como, en la realidad, se van desarrollando los acontecimientos. Entre las taroteras estaba una bella joven, hija de Alberto Díaz, más conocido como Korda, autor de la foto icónica del Che Guevara. Ella me llevó a conocer al famoso fotógrafo. Estuvimos toda una tarde, hablando naturalmente de fotografía, y me regaló la más famosa foto del Che, que aún conserva uno de mis hijos, Paolo. Me contó que por esa foto emblemática nunca recibió un solo centavo: «El Che me dijo que se la regalara a Feltrinelli [quien la usufructuó] y así lo hice». Años más tarde, uno de sus hijos hizo subastar la cámara Leica con la que su padre había hecho la foto del Che: fue comprada por 18.000 euros.]

En la tarde llega Piñeiro y nos confirma que, efectivamente, llegó Navarro Wolf y corroboró que Álvaro está en poder del M-19. Que el comunicado es auténtico y que le han dado seguridades de que la vida del prisionero no está corriendo ningún peligro. [No se sabe por qué todos los guerrillero rehúyen usar la palabra ‘secuestrado’]. Que el mismo Gómez Hurtado es consciente de que la solución puede ser larga y, por lo tanto, ha decidido ponerse a estudiar economía.

Me dice Piñeiro, en forma muy discreta y confidencial, que, para la seguridad del prisionero, sería conveniente que la policía suspendiera las labores de ‘rastrillo’ (empleó exactamente esa expresión), pues en un enfrentamiento entre los del ‘M’ y las Fuerzas Armadas sí podría ocurrir una muerte accidental del prisionero; podría suceder que una bala perdida matara al prisionero, o que uno de los muchachos, en medio del nerviosismo de un ataque, tomara una «mala decisión».

Hablo en la noche con el presidente Betancur, con la sola idea de tranquilizar a la familia, y le hago llegar el resumen de lo que he sabido y las seguridades que ofrece el M-19 de conservarle la vida, que considero ciertas.

Miércoles 15 de junio

A las 4:30 de la tarde pasa el comandante por la casa, buscando a Gabo, que no está (salió a ver a Navarro). Se queda un rato, va hasta la nevera de la cocina, saca un whisky de una sola malta, me ofrece (le cambio la oferta por un vaso de vino) y se sirve apenas dos dedos. Nos sentamos a hablar de generalidades y, al final me pregunta si he tenido alguna nueva comunicación y le digo que no. Al despedirnos, le cuento que, después de la intervención suya y lo dicho por Navarro, considero terminada mi misión. Me da la mano y, sonriendo, me dice: «Antes tenemos que comernos el bacalao de Carmen».

Llamo a Belisario, le digo que considero «misión cumplida» y que pienso regresarme, vía México, el próximo viernes.

A eso de las cinco me telefonea Gabo y me dice que Navarro me quiere ver. Voy a Casa de Piñeiro y Gabo nos deja solos, para que Navarro y yo (a quien no conocía) hablemos a nuestras anchas. Navarro me recibe muy bien y me trata de ‘Maestro’ y conversamos como si fuéramos viejos amigos. Me confirmó todo lo que yo ya sabía sobre el secuestro de Álvaro, agregando algunas precisiones: está en perfecto estado de salud. En ningún momento fue herido o lastimado. En el momento del secuestro hizo repulsa, pero al saber que eran del M-19 se tranquilizó, y no opuso más resistencia. Se encuentra muy bien de ánimo, estudiando economía porque piensa que la cosa puede durar.

Navarro repite que ellos le garantizan la vida a Gómez Hurtado, dentro de la normalidad. Si los atacan, puede que en la balacera ocurra algún accidente e insinúa que de pronto las mismas Fuerzas Armadas puedan tener interés en matar a Álvaro Gómez, para luego achacarles a ellos su muerte, con el fin de desprestigiarlos.

Recomienda los mismo que Piñeiro: que para garantizar la vida de Álvaro Gómez el Gobierno suspenda por completo su búsqueda. Dice que está perfectamente vigilado por un comando élite, bien entrenado y adecuadamente armado; con alta capacidad de combate, y dispuesto a resistir y repeler el más fuerte ataque.

La única pregunta que Navarro no supo —o no quiso— responder fue la de si Álvaro leía los periódicos, oía radio y veía televisión; en suma, si era consciente de las manifestaciones de solidaridad que había despertado su secuestro.

Quiso Navarro que quedara muy claro que, a partir de ese momento, él no tenía nada que ver con el problema. Que había venido a Cuba invitado por el comandante, y se encontraba casualmente en Panamá cuando se conoció el comunicado del M, y lo localizaron los cubanos. Y agregó: «De ahora en adelante, el encargado de todo el operativo es Carlos Pizarro. Solo con él debe hablar el Gobierno, y el Gobierno sabe cómo contactarlo».

[La primera noticia cierta de que Álvaro Gómez estaba vivo, y de que le iban a preservar su vida, la tuvo en Colombia Belisario Betancur. La gente ha tenido la impresión de que Betancur y Gómez Hurtado eran enemigos. No, al contrario: eran muy buenos amigos y Belisario le tenía gran admiración. En ocasiones fueron contendores políticos, lo que es normal, pero eso es otra cosa. Y hay que recordar que en 1982 hizo que Gómez Hurtado fuere elegido designado a la Presidencia, dejando por fuera a su gran amigo —personal y político— J. Emilio Valderrama, que aspiraba a esa distinción.]

Gabo pasa de nuevo a recogerme, en su nuevo BMW negro, y en el camino me pide:

Quiero que le digas a Belisario que —tanto el comandante, como yo— hemos hecho gustosamente esta gestión, de la que nos hemos ocupado —como eres testigo— veinticuatro horas al día, porque está de por medio salvar una vida, y porque nos lo pidió nuestro gran amigo Belisario Betancur (aunque, con anterioridad lo habían hecho el presidente Barco, a través de su canciller Londoño, y más tarde el ministro Gaviria). Yo, personalmente, estoy seguro de que van a terminar diciendo que pude hacer la gestión de comprobar quién tenía a Álvaro Gómez Hurtado y garantizar su vida, gracias a que soy el jefe del M-19. Por esta vez corro el riesgo de la ingratitud y la calumnia, pero no estoy dispuesto a prestar de nuevo este servicio.

En la noche vamos a un cabaret, donde Navarro se lanza a bailar. Yo quedo asombrado de su habilidad como bailarín de salsa, a pesar de su ‘pata de palo’.

Jueves 16 de junio

El comandante llega puntual al almuerzo en casa de los Gabos. Vamos a comer el tan anunciado, esperado, conversado y exquisito bacalao, preparado por la Gaba. Como el comandante antes de pasar a la mesa insistía en darle a Mercedes las instrucciones precisas para la preparación del bacalao, Mercedes le dice con cariño y firmeza, mientras sonríe: «Vea, comandante: usted manda en la Isla, pero en mi cocina mando yo, y voy a hacer el bacalao a mi manera». ¡Y qué buena resultó la manera de la Gaba!

 A la mesa sólo estábamos Gabo, el comandante, Mercedes, Piñeiro y yo (ya Carmen Balcells había regresado a su base en Barcelona, sin probar el bacalao). Mientras almorzábamos, Fidel me hace un claro resumen de todo lo que hemos hablado en los días anteriores. Al terminar, aprovecho para darle las gracias, en nombre del presidente Betancur y en el mío, por toda la atención prestada a nuestras peticiones.

No trascurrió un solo día sin que el comandante hubiera llamado, o se apareciera, por la casa de los Gabos —o ambas cosas—, enterándonos, o inquiriendo, sobre el desarrollo de los acontecimientos.

Mi querido Belisario: durante el almuerzo el comandante se queja de haberte invitado varias veces, sin que hubieras aceptado venir a Cuba. Antes, Manuel Piñeiro me había reiterado —en nombre suyo y del comandante— una invitación similar para que vengas, acompañado de Bernardo Ramírez.

En medio del almuerzo, Fidel aborda uno de sus temas favoritos: la deuda externa y me dice: «Angulo: ¿Cuánto tiempo se demoraría un solo hombre (trabajando sólo ocho horas diarias y, naturalmente, descansando sábado y domingo), para contar la totalidad de la deuda externa de Latinoamérica, en billetes de a dólar?»

Yo no tenía ni idea —ni tengo— de cuánto era la deuda externa en ese entonces. Y aventuré al azar un lapso (aunque me pareció exagerado): «Treinta años, comandante».

 Y Fidel, con una sonrisa triunfal, me rectifica: «Once mil años. Hace una pausa dramática antes de agregar: ¡Y una deuda que no se puede contar, no se puede pagar!»

 [Gabo me dijo después que Fidel tenia temas fijos, que le duraban más o menos un año; y que éste de la deuda externa era el de 1988].

Antes de retirase, Fidel se despide de mí con un fuerte y cálido abrazo, mientras me dice: «Angulo: Dígale a Belisario que yo sigo disponible, para lo que se le pueda ocurrir».

Termina aquí, pues, Doctor Bélico [así llamaba yo a Belisario, cuando estábamos solos, usando su primer seudónimo de periodista], mi misión y, gracias a Dios, este largo y prolijo informe-ladrillo.

Con un abrazo.

Guillermo Angulo

La Habana,  junio de 1988.

EPILOGO

A mi regreso a Colombia, pasó lo siguiente:

Con Belisario manejando, y sin guardaespaldas, fuimos a visitar a la familia de Álvaro Gómez y Belisario los enteró de los  buenos resultados de nuestra gestión.

[Yo conocía a Mauricio «el Godo» Gómez. Por cierto, la primera vez que almorcé con los dos, le dije a Álvaro: Yo a su hijo lo llamo ‘Godo’. Y  se lo cuento para que, cuando oiga ese nombre, no volteen a ver los dos. Se rio y quedó roto el hielo].

Belisario le comunicó nuestra gestión al presidente Barco y al ministro de Gobierno de ese entonces, César Gaviria Trujillo. Llamaron de la Casa de Nariño y me dieron cita para el mismo día. Me recibió el secretario general de la Presidencia, Germán Montoya, quien, según la revista Semana, era «el que realmente tomaba las grandes decisiones en Palacio». Me oyó con atención y cuando le dije que quería ver a Barco (de quien era conocido), me dijo que estaba ocupado «viendo unos mapas». Yo en ese entonces no había oído la conseja generalizada de que padecía el mal de Alzheimer y quien en realidad ejercía la presidencia era Montoya.

La secretaria del doctor Gaviria me llamó, para decirme que el ministro iría personalmente a verme a mi apartamento en las Torres de Salmona, a la hora que yo fijara. Insistí en que yo estaba dispuesto a verlo a su despacho, cuando él dijera, pero Gaviria (a quien yo había conocido en Nueva York) mandó decir que él quería pasar personalmente por mi casa. Cuando llegó, muy juicioso, fue tomando notas en un block de todo lo que le decía. Como era hora de almuerzo, lo invitamos a acompañarnos a un modesto almuerzo colombo-italiano.

Otro que quiso enterarse de primera mano de lo sucedido, fue Carlos Ardila Lülle, quien nos mandó su avión privado para que fuéramos a almorzar a Medellín, Belisario, Bernardo Ramírez y yo.

Durante el almuerzo, le conté a Ardila lo de la deuda externa. Él, que es un genio de las matemáticas, con una computadora en la cabeza, se paró, dio una vuelta caminando torpemente en un prado cercano, apoyándose en sus dos bastones, y regresó diciéndonos:  «Fidel está equivocado. No son once mil años». [Claro, pensé yo; no pueden ser más de treinta]. Son veintidós mil años —continuó Ardila Lülle exultante—. Él está haciendo el cálculo contando de a tres dólares por segundo y a mano no se pueden contar más de uno y medio”.

Por Guillermo Angulo

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