El Magazín Cultural

La historia duplicada (Tintas en la crisis)

I. ¿Cuál es la historia? Nuestro hombre es reservado, huidizo, digamos. Enseña Historia en un instituto. En una conversación insulsa, un colega le recomienda un filme. Esa noche, nuestro hombre ve la cinta y descubre con asombro que un actor del reparto luce exactamente como él.

Alejandro Alba García
28 de noviembre de 2019 - 04:01 p. m.
Imagen de la portada de "El hombre duplicado", de José Saramago, publicada en 2002, y llevada al cine en 2013.  / Cortesía
Imagen de la portada de "El hombre duplicado", de José Saramago, publicada en 2002, y llevada al cine en 2013. / Cortesía

Diría que fue él quien rodó la escena. Piensa que es él... o, mejor, duda. Son idénticos. Así que se da a la búsqueda: rastrear al hombre, ubicar su productora, comprender la causa del extremo parecido, hilar el verosímil de tener un gemelo, un clon o un álter ego que podría suplantarlo. Entonces lo corrobora: su homólogo existe, es un actor de cierta popularidad. Nace la duda y llega la obsesión: ¿dónde vive el tipo? ¿Es rico? ¿Cómo se hizo exitoso? ¿Está casado? Si es así, ¿con quién?, ¿acaso con la mujer que levantó el auricular cuando lo llamó para contactarlo? Días después se da el encuentro entre los dos. Se ven, se increpan… se aterran al reconocerse el uno en el otro. Son casi el mismo, pero el actor no tiene la cicatriz del pecho. Finalmente, el actor exige al catedrático que no le contacte más.  

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Pero ahora es el actor quien está sembrado de dudas y empieza la pesquisa inversa: ¿quién el profesor que lo duplica? Empieza a espiarlo, se cuela en su casa, lo observa en su trabajo, sigue a la mujer que frecuenta. Ella es muy joven, sonrisa limpia, ojos oscuros, piernas torneadas: la desea. Por eso, doblado por el impulso ominoso de probar la vida del académico, el actor lo contacta de vuelta y lo amenaza para que este le ceda su vida, lo deje suplantarlo durante un día. El académico no puede reusar, pero sí urdir la represalia: sustituirá al actor. La esposa del actor es ya madura, pero muy bella. ¿Fue su voz la del auricular? Una vez el profesor entra en su cama, ella acaricia la cicatriz en el pecho del nuestro hombre. La cicatriz está ahí desde aquella noche del accidente, cuando murió su amante, esa joven irresistible a la que sedujo su rol de actor, el mismo que alternaba con su cátedra de Historia en el instituto. Sí: nuestro hombre, como Jekyll y Mr. Hyde, no son dos, sino uno. Se apaga la pantalla y se enciende la luz.

II.

Nuestro hombre es alegre, vive feliz, digamos. Junto con su esposa, se dedica a comerciar caballos. Una tarde, al cruzar por los territorios de un hombre prestante, encuentra que, sin razón, le retienen sus caballos y lo obligan a pagar un peaje antes inexistente, creado arbitrariamente por aquel miembro de la nobleza. Nuestro hombre atraviesa dichas tierras con la promesa de que, de regreso, le serán devueltos sus caballos. Uno de sus criados se queda allí a cuidar las bestias, pero cuando nuestro hombre regresa, sus caballos están famélicos y maltratados, y su sirviente ha sido apaleado y expulsado. Así nuestro hombre desea justicia: pide que le sean restituidos sus animales en buenas condiciones, como los entregó, y que su criado sea indemnizado,  pues, como consecuencia de la paliza, quedó lisiado. Pero no lo consigue.

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Las numerosas amistades que tiene el noble en las altas esferas le impiden conseguir una compensación justa por el abuso que han cometido con él. Así decide vender sus tierras e irse a un lugar donde no se le pisoteen sus derechos. Su mujer intenta mediar en el asunto pero es agredida por un guardia real y muere. Entonces, enardecido, nuestro hombre decide tomar justicia por mano propia: quema el castillo del hombre prestante que lo ha injuriado y, por no encontrar a su verdugo en su tierra, liquida a quienes le han ayudado a escapar. Allí inicia una campaña brutal contra el noble, respaldada por muchos coterráneos que aúpan su indignación. La andanada se extiende a otros territorios, vienen los saqueos y asesinatos. A raíz de la imposibilidad de acceder a la justicia mediante los medios legales, corruptos hasta el tuétano, nuestro hombre lidera una rebelión en contra del regente y de su pueblo. Finalmente, luego de luchar por la reparación, le son devueltos sus caballos en perfecto estado, su criado reparado y él  condenado a muerte por su rebelión. Sí, para nuestro hombre, como para Josef K., la justicia es un laberinto inaccesible, o casi.  Se cierra el libro y se pone sobre el sillón.

III.

En 1849, H.D. Thoreau publicó la conferencia “Resistencia al gobierno civil”, donde el filósofo estadounidense reflexiona sobre las causas que lo llevaron a desobedecer la ley al negarse a pagar impuestos en su país, que entonces era un régimen esclavista y ordenaba guerras inconcebibles. Thoreau fue detenido y condenado por este acto. La teorización sobre la objeción de conciencia y la desobediencia civil empiezan con dicha publicación. Siglo y medio ha pasado desde que Thoreau se enfrentó al gobierno que despreciaba por sus prácticas infames, y desde que escribió que la desobediencia civil no tiene cabida en un Estado cuyas instituciones carecen de verdadero sentido democrático, y por tanto no son garantes de los derechos fundamentales de quien desobedece, como sí ocurrió en su caso. Tal es el caso de Michael Kohlhass, el protagonista de la novela de Heinrich von Kleist, que resumí en la segunda parte de este texto: el Estado, que no garantizó sus derechos fundamentales, es causante de la desesperación que lo conduce a la tragedia de tomar justicia por su mano.

Termino aqui: la historia que abre esta nota es un resumen de la adaptación al cine de la novela El hombre duplicado, de Saramago, que uso aquí como analogía de la historia de nuestro país. Colombia es el país duplicado, álter ego de historias plagadas de injusticias. Colombia reproduce la ficción de Kleist: una sociedad homóloga donde quien busca justicia no la encuentra, por laberíntica, por inexistente, y queda condenada a la tragedia. Pero, a su vez, duplica la sociedad de Thoureau, con una diferencia leve diferencia (como una cicatriz en el pecho): que aquí quien se opone a un gobierno incompetente y corrupto no tiene garantizados sus derechos elementales. Quizá la única garantía que tenga es la de recibir un disparo ilegal por la espalda en medio de la protesta o un escupitajo a la cara (como la firma de un decreto privatizador cuando se crítica la privatización o tres días sin IVA).

En Colombia, ¿cuál es la historia?

 

aalbag@unal.edu.co

Por Alejandro Alba García

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