El Magazín Cultural

La imagen política: apuntes sobre la resignificación de un recuerdo en "Ejercicios de Memoria"

La película, dirigida por Paz Encina, da voz a algunas de las víctimas de la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay. Un híbrido entre largometraje documental y de ficción sucede en esta cinta que evoca un pasado que han querido esquivar en el Cono Sur.

Valentina Giraldo Sánchez
19 de noviembre de 2019 - 06:49 p. m.
"Ejercicios de memoria", película dirigida por Paz Encina, se estrenó el 17 de septiembre de 2016. / Cortesía
"Ejercicios de memoria", película dirigida por Paz Encina, se estrenó el 17 de septiembre de 2016. / Cortesía

El agua, el reflejo, el sol. Un velo, una capa delgada. Devoción y devenir. Alguien nada, la imagen se inscribe con un cuerpo y la memoria se reconstruye por medio de la indeterminación de esa anatomía que el agua deforma. Se trata de la primera imagen del segundo largometraje de Paz Encina, Ejercicio de Memoria. La película relee el pasado de su país, Paraguay, mientras estuvo bajo la dictadura de Alfredo Stroessner durante 35 años. El filme es sutil, sus costuras las componen los relatos de los familiares de Agustín Goiburú, militante que fue desaparecido en 1977 por el gobierno. Paz Encina, entre una historia de sinsabores y nostalgias nos presenta un jardín lleno de no me olvides.

El recorrido es sombrío y personal, nos habla en primera persona del ambiente enrarecido de ese recuerdo. El cuidado de la imagen en los detalles y los espacios vacíos revive la sensación de aquella historia que nos cuentan las madres. Esa historia que aunque no vivida, es explorada y fragmentada. Paz Encina recoge estas partes regadas de la historia de su país y las recompone. Habla de lo que le han hablado, se para en medio de la vida y reflexiona. La película es del 2016 y su historia de la década de los setentas, por lo que el diálogo que propone nos permite situarnos en cómo la imagen-memoria nos narra la historia a aquellos que no la hemos vivido completa y el cómo desde nuestra percepción actual la podemos leer. Como público, frente a un filme como este, no nos queda más que intentar recoger los pedazos del espejo roto de América Latina sin cortarnos las manos.

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Una mujer, la madre de Goiburú, narra. Su voz construye mientras en la imagen vemos a sus manos bordar, luego se pincha el dedo con la aguja. Una secuencia de fotos, son archivos policiales. Rostros de frente, rostros de perfil. Un par de nombres. De manera paralela unos niños ríen y comen guayaba y otros adolescentes van a caballo. Vemos la devoción al espacio, al paisaje en el cual la memoria aún habita. A medida que avanza la pieza documental, se unen las voces. Hombres y mujeres hablan. “Es como que lo matan todos los días”, dice una voz masculina sobre Goiburú, sobre ese cuerpo que aún no encuentran.

Como espectador, se intenta alfabetizar las ausencias buscando leer este olvido que nos muestra la pantalla. Pero no somos más que eso, espectadores. Nuestra relación con este pedazo de la historia fue con la pantalla. Pese a todo, aún tenemos las imágenes que siempre serán reproducibles. Pese a todo, esta distancia nos permite reflexionar. Se trata, un poco, de la recuperación de la memoria histórica como herramienta de acción política. Porque sí, lo personal cuando se argumenta en el discurso del lenguaje audiovisual es muy político. Y lo que promueve una revisión del recuerdo histórico construido a través de un medio artístico nos encamina a esa memoria poética de re-construcción.

Es entonces como, el crecimiento de la función temporalizadora del recuerdo parte de una relación imagen-memoria, puesto que este se configura a través de las imágenes producto de un esfuerzo de la rememoración que ha dejado de ser una representación esquemática. Y, ahora, es una imagen y un sonido. Son unos niños riendo en un bosque, una radio sonando. Son una madre de espaldas contando la historia de su hijo. Son un público que observa. Es una memoria que discute.

No habrá camino que no recorramos juntos -o eso quiero pensar después de haberme topado de frente con este Ejercicio de Memoria-, tratamos el mismo asunto desde la Isla de Aves en Venezuela hasta el Islote Águila en Chile. Andamos los mismos pasos. Y de tal manera que tejemos el mismo telar, hay que sabernos sentipensantes (lo cual indica pensar con el corazón como precisaría Fals Borda) en la edificación de un camino en donde construyamos con orgullo nuestro ethos tropical por medio de la imagen en movimiento que proyecta una memoria que resiste. Lo vemos en Ejercicio de Memoria de Paz Encina, lo vemos en Pirotecnia Federico Atehortúa, lo vemos en El Pacto de Adriana de Lissette Orozco, lo vemos en El Intenso Ahora de João Moreira Salles.

Es una historia coral. Volvemos al agua, al reflejo, a la anatomía. Volvemos al devenir y a la devoción. Los niños juegan en el agua. Así culmina esta cartografía de memoria. Y pese a que la representación de nuestra convulsa historia mediante imágenes pueda resultar en una trinchera epistemológica, el proyector luego de ver con los ojos que nos presta Paz Encina se vuelve un proyectil. Todo proceso de búsqueda debe aspirar a la creación, no al descubrimiento, -y como diría Alfredo Molano- la creación es el movimiento de la vida y al fin y al cabo, crear es un acto ético. Ejercicio de Memoria en su aspecto formal y su contenido, nos mira de frente desafiando con su narrativa los cánones de la forma en la que se nos ha enseñado a mirar la historia por medio del cine. A veces la imagen en movimiento alimenta al espíritu. Ejercicio de Memoria es una de esas.

Por Valentina Giraldo Sánchez

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