El Magazín Cultural

Letras de un pasado incendiario: un recorrido literario por “El Bogotazo”

“El Bogotazo” fue la gota que derramó el vaso de la violencia en Colombia. Desde entonces, se han desbordado centenares de memorias, homenajes y letras que recuerdan este duro episodio de la historia colombiana.

Andrés Osorio Guillott
09 de abril de 2021 - 07:19 p. m.
El tranvía que recorría parte de Bogotá fue incendiado por la multitud enardecida, como lo registra esta foto de Manuel H. Rodríguez.
El tranvía que recorría parte de Bogotá fue incendiado por la multitud enardecida, como lo registra esta foto de Manuel H. Rodríguez.
Foto: Manuel H. Rodríguez

Paul Auster, escritor norteamericano, dijo que “En el mundo real nos ocurren cosas que se parecen a la ficción. Y si la ficción resulta real, entonces quizá debamos reconsiderar nuestra definición de realidad”. Precisamente, de ese constante roce entre ficción y realidad, es que han nacido varias historias que reconsideran la verdad y la transparencia del asesinato al caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán.

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¿Quién mató a Gaitán? Esta es una pregunta que refleja el caso de impunidad en Colombia durante estos 73 años. El vacío que deja esta pregunta alimenta la desesperanza de una sociedad que no puede asegurar quién mata a sus líderes y al cambio. Esa misma pregunta, que tiene un doble rasero, también ha sido el génesis de las historias y los pasadizos por los que se escabullen los escritores que han querido retratar el 9 de abril de 1948 al medio día en Bogotá.

Miguel Torres, Ramón Manrique, Rafael Galán, Arturo Alape, Arnoldo Palacios, Victor Diusabá, Juan Gabriel Vásquez, José Antonio Lizarazo, Albalucía Ángel, entre otros escritores, han dedicado un espacio en sus obras a retratar una ciudad enardecida, sumida en el caos producido por la indignación, la incertidumbre y la agonía que se apiadaron de los ciudadanos que vieron, en tres balazos, cómo se derrumbaba la promesa de un país que ya estaba dando el primer paso a ese lúgubre y nebuloso escenario de la violencia.

Familias que sufren de manera directa o colateral los acontecimientos del 9 de abril de 1948; el crimen visto desde los ojos de los testigos, desde los ojos de Juan Roa Sierra, desde la óptica de personajes anónimos que aseguran que a Gaitán lo mataron dos personajes diferentes a Roa y que cambian toda la versión “oficial”; teorías que involucran al Servicio Secreto de los Estados Unidos; recopilación de entrevistas, evidencias y testimonios enmarcan una amalgama de narrativas que se enfocan en las consecuencias del fatídico hecho que se llevó a cabo al frente del edificio Agustín Nieto en la Carrera Séptima con Avenida Jiménez.

La trilogía de Miguel Torres, escritor y dramaturgo colombiano, es una de las obras más emblemáticas y elaboradas del “Bogotazo”. En los textos de El crimen del siglo (2996), El incendio de abril (2012) y La invención del pasado (2016), el autor aborda la pluralidad de voces y visiones de varios actores que están inmiscuidos en la escena del asesinato de Gaitán, como es el caso de la perspectiva de lo sucedido desde el personaje de Roa o de los transeúntes que no esperarían que su paso por el centro de Bogotá en ese momento sería esencial para la reconstrucción de los hechos y de la historia que marcó este suceso en el país.

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La familia Barbusse, producto de un tejido funcional y eje central de la última novela de Miguel Torres, es el símbolo de lo que pudieron ser muchas familias afectadas por lo sucedido el 9 de abril. De esos resultados imaginarios, que pertenecen a una ficción muy cercana o parecida a la realidad, se logran entrever algunos rasgos identitarios de una sociedad traumatizada e incapaz de saldar el legado y la memoria de un caudillo liberal, de una ciudad que aún no llena el vacío de la Carrera Séptima con Avenida Jiménez y de un país que, desde entonces, anda sumido en un mundo violento y fraccionado por las familias que se han incrustado en el poder político.

Otro caso es la novela testimonial de Albalucía Ángel, Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón (1975), quien a través de Ana, Lorenzo y una familia catalogada de estrato medio, recuerda los sucesos y los testimonios del 9 de abril de 1948. Si bien allí se mezclan el asesinato de Gaitán y, posteriormente, del cura Camilo Torres como dos hechos que evocados y trastocados en la familia, el valor de este tipo de narrativas que dan origen a un texto de carácter testimonial o documental está, precisamente, en la recolección de datos que parten de la realidad misma y que se plasman en un escenario de aparente ficción, donde la novela no solo se respalda en el peso de los hechos y documentos allí mencionados, sino que la fluidez y la prosa que da vida a una estructura narrativa se complementa con la responsabilidad de relatar acontecimientos que generan una ruptura en la historia del país.

La selva y la lluvia (2010), de Arnoldo Palacios, es una obra poco conocida, casi imposible de conseguir y, así mismo, casi imposible de olvidar. En el texto aquí mencionado, el autor crea a personajes como Aminta. Personajes procedentes de los llanos y de las selvas del Pacífico colombiano. Aminta y Luis Aníbal son personajes que terminan en la revuelta del “Bogotazo”. El olor a pólvora y el sabor amargo de la tragedia se apoderan de ellos luego de tomar un café donde se hablaba, precisamente, de las persecuciones del gobierno a los gremios liberales y a la fuerza que Gaitán estaba imprimiendo a la ideología de su partido. El escenario mostraba a varios personajes que preveían, inconscientemente, el asesinato del caudillo liberal. Las galimatías, el caos, la demencia y la desesperanza se apoderan de un ambiente tenso, de una narrativa sumamente descriptiva e intensa, que busca adentrar al lector en las calles apocalípticas del centro de Bogotá.

Además de La invención del pasado (2016), uno de los últimos textos que nos recuerdan la incapacidad de sanar un pasado confuso e incierto, es La forma de las ruinas (2015), de Juan Gabriel Vásquez. En este libro, el autor bogotano juega con el poder de las teorías de la conspiración y con varios hechos que obsesionan a Carlos Carballo, personaje de la novela que ahonda y genera un relato apasionante a través de las investigaciones de los asesinatos de Jorge Eliécer Gaitán, su posible relación en el modus operandi con el asesinato de John F. Kennedy y el homicidio de Rafael Uribe Uribe a principios del siglo XX. Una vértebra de Gaitán y un pasado que une a la familia del autor con los hechos del 9 de abril, dan tinta para que Vásquez no solo plasme alguna de las teorías que rondan el asesinato de Gaitán, sino para que también incluya algunos segmentos de su vida y de ese pasado misterioso e inconcluso que generó la violencia como medio para la injusticia y el olvido.

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Libros de carácter histórico y periodístico también caben en el objetivo e intencionalidad de mantener en la memoria la mayor claridad posible sobre “El Bogotazo”. El crimen de abril (1986) de Rafael Galán, El Bogotazo: memorias del olvido (1983) de Arturo Alape y A sangre y fuego (1948) de Ramón Manrique, son textos que recogen causas, consecuencias, testimonios directos de personas importantes como Plinio Mendoza y Germán Arciniegas incidencias en lo político y en lo social, procesos judiciales y demás elementos que permiten una reconstrucción de los hechos y efectos del Bogotazo a nivel nacional.

Gabriel García Márquez, quien estuvo en Bogotá el 9 de abril de 1948, también contó, en su autobiografía Vivir para contarla (2002), el peso de la historia que hay detrás de la frase “¡Mataron a Gaitán!”: “Todo sueño de cambio social de fondo por el que había muerto Gaitán se esfumó entre los escombros humeantes de la ciudad. Los muertos en las calles de Bogotá, y por la represión oficial en los años siguientes, debieron ser más de un millón, además de la miseria y el exilio de tantos. Desde mucho antes de que los dirigentes liberales en el alto gobierno empezaran a darse cuenta de que habían asumido el riesgo de pasar a la historia en situación de cómplices. […] Ya entonces era incalculable el número de muertos en las calles, y de los francotiradores en posiciones inalcanzables y de las muchedumbres enloquecidas por el dolor, la rabia y los alcoholes de grandes marcas saqueados en el comercio de lujo. Pues el centro de la ciudad estaba devastado y todavía en llamas, y diezmadas o incendiadas las tiendas de pontifical, el Palacio de Justicia, la Gobernación, y otros muchos edificios históricos. Era la realidad que iba estrechando sin piedad los caminos de un acuerdo sereno de varios hombres contra uno, en la isla desierta del despacho presidencial”.

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