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La música del musgo (Cuentos de sábado en la tarde)

En 1932 el compositor Emilio Murillo viajó al Amazonas para grabar los primeros sonidos de la música indígena colombiana. Esta es una carta imaginada dirigida a su esposa.

Luis Felipe Arango G
17 de octubre de 2020 - 07:00 p. m.
"Al saber que los colores de la naturaleza guardan tanta música, y que la música contiene tantos matices de luz, recordé entonces el ritmo apasionante que me provocaba el verde musgo de los ojos de mamá".
"Al saber que los colores de la naturaleza guardan tanta música, y que la música contiene tantos matices de luz, recordé entonces el ritmo apasionante que me provocaba el verde musgo de los ojos de mamá".
Foto: Pixabay

"Hace ya dos días terminamos nuestro descenso por  las montañas de los Andes para internarnos al fin en esta inmensidad del Amazonas.  Ni siquiera exagerando mi más lírica descripción alcanzaría para describirte fielmente la hermosura en este legendario universo de delirios e ilusiones que es la selva.  Anhelo siempre estar a tú lado para expresarte con música la sensible belleza que encandila ahora mis ojos.

Tu bien me conoces y adivinarás el testarudo e inútil afán que me invade por entender cómo la alquimia de lluvias primitivas que ahora me empapan, ha convertido durante siglos las raíces de culturas milenarias en una esencia de nuestra identidad, así lo neguemos con testadurez. El canto mísitico que acá retumba es el eco espléndido de nuestro eclecticismo musical. Mientras siento el barro de la abundancia amasando mis pies, escucho desde mi entraña el embrujo cósmico de una catarata de sonidos y notas musicales abarcando el vasto caleidoscopio geográfico y cultural que integra nuestra nación.

En la profundidad de esta exhuberancia natural,  tuvimos anoche un rito con los chamanes y pasé por una experiencia visionaria para mí desconocida. Por vez primera fuí conciente de mi gratitud inmensa al asumir la dignidad popular de ser el apóstol de la música colombiana, honor que me ha enaltecido como ningún otro y que siempre me ha desafiado a explorar los destinos más remotos de nuestra nacionalidad. Asumí sin ambages ser un artista comprometido con los orígenes de la música en la tierra de nuestros antepasados, de ir hasta las entrañas de las fuentes primitivas de nuestra música popular, de los sonidos originarios del tambor y del piano antes de que ellos fueran materia concreta convertida en piano y tambor.  Al sentir mi progresivo desdoblamiento durante el rito, la simbología del pentagrama se me va dilatando en símbolos más confusos y va envolviendo la naturaleza y el espacio todo a mi alrededor de color. Al tocar una planta emanan los sonidos de las flautas y al observar el tronco de una ceiba escucho el sonido de todas las ceibas pendulando a un ritmo que imaginaba solo podrían tocar los maestros en un piano físico.

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Encuentro aquí un arte de la vida y una experiencia de la mente humana auténtica que  para algunos en nuestra cultura occidental puede parecer anatema. Pero despojado de miedos o de prejuicios invocados por la ignorancia, encuentro en la sabiduría de los ancestros una fuente emocionante de revelaciones. Un ecosistema ebullente de fantásticas especies, un universo cultural donde el letargo de la dificultad lo aniqulan los letales insectos y  la imaginación la atrapan topacios y guacamayos azules. La música no es una expresión de la cultura, la música es la cultura. Ya lo habíamos leído juntos en las preparaciones para la expedición, que en este universo ignorado los sentidos se alteran de manera mágica. Por eso he visto la explosión de colores violetas cuando el sonido de la flauta envuelve el ocaso, y ví aumentar la belleza de mis visiones al escuchar la vibración de los tambores.  Todo lo que veo ante mis ojos tiene música, y al mirar cualquier especie identifico sus sonidos. El momento más sublime viene al escuchar la vegetación toda con las aves que abarcan mi espectro, convirtiéndose en un concierto de piano mientras los colores amarillos y turquesas producen un efecto adorable a los oídos de la estética universal.

Al saber que los colores de la naturaleza guardan tanta música, y que la música contiene tantos matices de luz, recordé entonces el ritmo apasionante que me provocaba el verde musgo de los ojos de mamá, la siempre distinguida señora Chapoul, dueña del café en la calle de los relojeros franceses. Puedo hasta acá oir la valentía de su carácter encontrarse estoicamente con un país de realidades cruentas y verla también con la misma alegría asumir las dificultades de sus ilusiones en este continente asombroso.

Cuando mamá llegó a Bogotá proveniente de Sarlat-la-Canéda, una comarca medieval al sur de Francia, venía encantada por sus lecturas del baron Von Humbolt describiendo la prodigalidad de un trópico hermoso, de insólitas noches donde ‘las estrellas brillan con una claridad cuatro veces mayor que en las zonas templadas’.  Muchos de sus antepasados europeos se creyeron que habían descubierto un nuevo continente, pero como bien lo dijera un novel educador contemporáneo, más que descubrirnos lo que hicieron fue cubrirnos de sangre  y de olvido, arrasando milenarias culturas y destruyendo ancestrales tradiciones y costumbres. Este viaje es la culminación de mis irreverentes esfuerzos, a veces frustados pero otras veces triunfales, por rescatar el legado de nuestra antigüedad para la ilustración de nuestra creatividad como artistas de la música popular.  Tan miserable como negar la condición humana de nuestros antepasados es negar su cultura.

Como lo reflexionamos cuando me hiciste tu venia desprendida para la realización del viaje, mi itinerario vital cumple en parte con los deseos de la influencia materna en su infinita curiosidad y admiración por las civilizaciones desconocidas. Mi padre, el general y sobrino del presidente Murillo Toro, sin duda me legó el temple y el orgullo nacional para aventurarme a descubrir con respeto el folclor en la mitología de las sociedades que antecedieron a la llegada de los conquistadores.  Me encuentro ante un cúmulo de saberes, de técnicas de ingeniería, de cosmovisiones fundamentando una filosofía de la vida y de la muerte, de conocimientos botánicos y geológicos que permiten un manejo de la salud con plantas medicinales y un usufructo respetuoso del equilibrio biológico del territorio. Haber usurpado sus culturas para convertirlos en siervos de la evangelización era una forma imperial de control cuyos trágicos desangres enlodaron la colonización europea. Mamá había leído suficientes crónicas para enteder las consecuencias de esta barbarie europea en África y América. Mas de 15.000 años de historia de civilizaciones que solo en Colombia podían sumar más de cien naciones indígenas y más de 50 lenguas. Semejante Historia no podía ser arrebatada de quienes fueron tan exquisitos diseñadores y orfebres de comunidades, de templos, de caminos y de decorados que hacían de la cultura una parte sustancial de la coexistencia sincrética con la Madre Tierra.  Enamorarse de este mundo perdido pero revelador, descifrarlo e intentar expresarlo a través de la música, ha sido mi obsesión y, algunos pensarán, mi delirio más llevado al extremo.

Quizás ya llegarán ciencias humanas más modernas que se encarguen de explorar e interpretar las insondables maravillas que se ocultan y extienden en esta selva que nutre de vida y oxígeno el globo. Pero nos queda aún pendiente poder cantar para nosotros y para el mundo el asombro y la fortuna de culturas autóctonas y auténticas que explican la maravilla de la humanidad. La profanación de estas mitologías no podrá jamás permitirnos tolerar su extinción. Recuperar sus raíces, enaltecer sus virtudes y cantar sus maravillas como aporte y complemento de nuestros saberes y costumbres es mi más profunda convicción y compromiso como artista y humanista. Debemos salir de esta encrucijada de negación de culturas complejas, de desacralización de sus divinidades y de culpa por su destrucción para salir a abrazar los territorios y las culturas de nuestros antepasados con el respeto que merecen quienes poblaron este continente durante 200 siglos.  Tú sabes que yo continuaré testarudo en la búsqueda de conocimiento, de respeto y de convivencia con el Otro, con los tantos otros pueblos indígenas y campesinos que integran y son los poseedores de la memoria de nuestro territorio. Ellos definen la desemejanza que somos, y lo que pretendamos ser dependerá de nuestro reconocimiento en ese espejo milenario, para algún día dejar atrás el negacionismo y ser capaces de reconocernos todos como hijos de una sociedad mestiza sin violencia y cohesionada por la diferencia."

Por Luis Felipe Arango G

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