El Magazín Cultural

La ópera se volvió 'mainstream' (V)

La ópera que sonaba en cortes reales ahora suena en cines. La de los eruditos, se escucha en reality shows. La que duraba tres horas, hoy dura lo mismo que una canción de pop. La ópera culta se ha vuelto mainstream. Presentamos la cuarta y última parte de este serie.

Laura Galindo M
08 de febrero de 2017 - 04:09 p. m.
Imagen de Aretha Franklin en sus tiempos de esplendor, años 60.  / Cortesía Billboard
Imagen de Aretha Franklin en sus tiempos de esplendor, años 60. / Cortesía Billboard

 

Nessun dorma! Nessun dorma! Ramón, un español que en la película Mar adentro ha perdido por completo la movilidad en su cuerpo, sueña que vuela. Que escapa por la ventana de su habitación, que atraviesa campos verdes, valles, montañas y aterriza frente al mar. Que encuentra a la mujer que ama caminando por la orilla. Que toca su espalda y acaricia sus mejillas. “Me dijeron que estabas aquí y he venido volando”, le dice. Sueña que ella lo abraza, que su nariz le roza la barba. Que enreda los dedos en su pelo y que acaricia su pecho. Sueña que le da un beso.

Nessun dorma! Nessun dorma! Una pareja se dirige al Valet Parking en un comercial del Super Bowl. Los recibe Morpheus, el capitán de Nabucodonosor que se ha escapado de la película Matrix. En el reflejo de sus gafas oscuras, la pareja se mira con desconcierto. “Solo queremos recoger nuestro carro”, dice el hombre. Morpheus abre las manos y les enseña dos llaves. “Si toman la azul, volverán al lujo que conocen. Si toman la verde, nunca más volverán a ver el lujo de la misma manera”.  Tras elegir la verde, un trueno amenazador ensordece el lugar y sobre la acera aparece un Kia K900. La pareja se sube y en la silla trasera, Morpheus rompe a cantar. Nessun dorma! Nessun dorma! Las calles se paralizan, las luces estallan y, como en un espectáculo de fuegos artificiales, los demás carros vuelan por los aires. 

Nessun dorma! Nessun dorma! Tom Cruise convertido en el agente Ethan Hunt de la IMF en la película Misión Imposible lucha contra un hombre en la tramoya de la Ópera de Viena. Desde la consola de luces, un rubio con uniforme de seguridad apunta su pistola. En un tercer rincón, Ilsa Faust apoya el tacón de su zapato en la baranda, el codo en el muslo desnudo que deja escapar por la abertura de su vestido y con las dos manos sostiene un arma de largo alcance. En el escenario, el príncipe Calaf canta su aria más aplaudida. Nessun dorma! Nessun dorma! El Canciller de Austria se cuenta entre el público y cuando llegue el “Si” agudo, el de los grandes tenores, alguno de los dos le disparará. Ethan Hunt no sabe cuál será el asesino. Su misión es impedirlo.

La ópera suena en Hollywood, vende carros, aparece en películas de Alejandro Amenábar y gana concursos de talento por televisión. Desde el concierto de Los Tres Tenores en el Mundial de Italia 1990 se ha estado colando en la cultura de masas y, con disimulo, se ha hecho mainstream. Sin embargo, no es la ópera de tres horas ni la ópera con arias y recitativos que se presenta en grandes teatros. Esa sigue siendo un asunto de nicho, un sinónimo de cultura y elegancia que le calza a unos pocos. A los cultos, a los elegantes, a los de élite.

La etiqueta no es gratuita. En los siglos XVII y XVIII la ópera se cultivó como género aristocrático. Los compositores la escribían por encargo de mecenas, reyes o nobles. El poder se medía en la cantidad de montajes que podían estrenar y en el prestigio de los músicos que trabajaba para ellos. Haendel, Gluck, Berlioz por nombrar unos pocos. Siempre con temas religiosos, dramas mitológicos y hazañas heroicas. Siempre hechas al gusto del mecenas que pagaba por ellas.

En la segunda mitad del siglo XVIII, surgen los primeros brotes de rebeldía y una generación de compositores se arriesga a escribir música que incomode a los poderosos. La historia de una sirvienta que engaña su señor para que se case con ella en La serva padrona de Pergolesi. O una vendedora de cigarrillos que lejos de ser la acostumbrada doncella, indefensa y dulce, es una mujer seductora y manipuladora que siempre logra salirse con la suya en Carmen de Bizet. 

Es así como nace la ópera bufa. Sin padrinos nobles, ni mecenas de la realeza. Presentada en teatros públicos para gente del pueblo. Para espectadores que comían, fumaban, se reían y hasta jugaban ajedrez en los recitativos largos.  Las dos corrientes, la bufa y la seria, se desarrollan paralelamente en Italia, Francia y Viena, y compositores como Mozart se paran en la mitad, escriben ópera seria para pagar sus deudas y ópera bufa para seguir su instinto. 

- Sin embargo, elitismo siempre existió y persiste en la actualidad. Si uno piensa en la ópera como un género que ha generado hermetismo en algunos círculos sociales, eso sigue presente- afirma Luis Gabriel Mesa, Doctor en Musicología de la Universidad de Granada-.

Nessun dorma! Nessun dorma! Aretha Franklin reemplaza a Luciano Pavarotti en los premios Grammy de 1998. Ma il mio misterio è chiuso in me. Canta con los ojos cerrados y a ritmo de blues. Il nome mio nessun saprà! No, no. Con la mano derecha llama la música, espanta el aire, invoca lo incierto. Dilegua, o notte! Tramontate, stelle! Tramontate! Es un ciclón en su garganta, en su pecho, en su hígado. El mundo en cada segundo. En cada silencio el todo. Allalba vincerò! Vincerò! Vinceró! No suena como escribió Puccini. No es ese el ritmo, ni esas las notas. No hay “Si” agudo ni tenor famoso. No hace falta tampoco. Es solo Aretha. Millones de hormigas en las manos, un viento helado en sienes, un temblor que no se va. Y solo Aretha.

 

Por Laura Galindo M

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