El Magazín Cultural

La Oración fúnebre a Uribe Uribe de Jorge Eliécer Gaitán  

El pasado 12 de abril se cumplieron 160 años del nacimiento de Rafael Uribe Uribe, asesinado el 15 de octubre de 1914 en Bogotá. Reproducimos el discurso de Jorge Eliécer Gaitán el día de su funeral.

Jorge Eliécer Gaitán
14 de abril de 2019 - 09:42 p. m.
Rafael Uribe Uribe, uno de los líderes liberales más trascendentes de la historia en Colombia, asesinado a hachazos frente al Capitolio Nacional.  / Archivo
Rafael Uribe Uribe, uno de los líderes liberales más trascendentes de la historia en Colombia, asesinado a hachazos frente al Capitolio Nacional. / Archivo

Señores:

El Centro Nacional de la juventud ha querido que yo venga en su nombre a renovar las inmortales y las siemprevivas, que hace un año regamos en esta misma tumba, donde yacen el brazo de un Córdoba y el corazón de Sucre.

Rafael Uribe Uribe fue el heroísmo; Rafael Uribe Uribe fue la cristalización de la gloria. Sobre él, como sobre un gran espejo, se reflejan todas las tormentas de los cielos y todas las brumosidades del mar.

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La historia será la encargada de cantar la marcha del gran león asesinado, en torno de cuya melena ensangrentada aún revolotean las águilas del Genio, como temerosas de dejar aquella cabeza colosal. 

Incapaz soy de bosquejar siquiera la figura del gran asesinado. Lo harán los tiempos. Ellos son el trono perteneciente al héroe, como el cielo es el trono perteneciente a Dios. 

Era el día 12 de abril de 1859. En la ciudad de Valparaíso, una aurora de grandeza levantada con frenesí estupendo la cuna de un niñito: era Rafael Uribe Uribe, era el héroe que desafiaría las tormentas que nacía; era el mártir que rodaría ensangrentado desde el calvario de su sacrificio. Su juventud se deslizó en la vida campesina, bajo un cielo de reposo cuyas estrellas se gozaban en bañarlo con su luz. 

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Era Rafael Uribe Uribe de temperamento heroico; su presencia parecía tallada en la roca de la leyenda y fundida en las fraguas de la idea; sus ojos centelleantes semejaban rayos de cólera, andar cadencioso, pero con la postura del Bayardo que se siente orgulloso de su fuerza y gemelo de su existencia, era un gesto de desprecio a los dolores de la vida. Diríase que Uribe era un coloso de granito arrancado a las entrañas de un mar en torbellino. Este hombre lo era todo: maestro, jurisconsulto, orador guerrero, escritor, diplomático, político, parlamentario, estadista, agricultor. Vencedor él, se llamó hidalguía; vencido, se llamó heroísmo; demócrata, fue el mártir. 

Su verbo lleno de llamas y de estremecimiento, lleno de amor frenético a la patria, se centuplicaba para pedir la libertad. Parecía que el patriotismo y la democracia quisieron ahogarle entre sus brazos. Uribe escribió con la punta de su espada una página de libertad en el alma de Colombia, y con su pluma una aureola de grandeza en el cielo de la América. 

Y llegó el día fatal. Era el 15 de octubre de 1914. El crimen marcó la una y media de la tarde para escribir las más negras de sus páginas, y al pie del magno Capitolio, en medio del bosque de laureles que no era otro el que circundaba a Uribe, manos vendidas a golpe de hacha le dan muerte. 

Y el gran vencido se desploma con el estrépito de una inmensa catarata; el corazón de Colombia se ha roto en pedazos; el más grande de los luchadores yace tendido en tierra; el más alto exponente del alma nacional acaba de ser asesinado. El cielo está rojo, como copiando la inmensa charca; la América despliega a los vientos la bandera de la muerte; el día huye lleno de sonrojo; los chacales celebran su festín, y sólo la muerte cabalga, airosa aquel horizonte de pavor, pues ha conquistado para su imperio una de las glorias más auténticas. 

Afortunadamente sobre los viejos troncos surgen en brote prodigioso los renuevos: José Manuel Saavedra Galindo, Mendoza Amarís, Luis Eduardo Nieto Caballero, Armando Solano, Luis Cano, Tascón, Manotas Sánchez y tanto otros que han levantado el estandarte que el hacha asesina creyó abatir, Saavedra Galindo es una fulguración que, a despecho de los que no pueden soportar el peso de la superioridad ajena, y apoyado por la juventud que represento en estos momentos, ha de llevar en sus manos hasta las alturas del Capitolio la bandera de la libertad y la justicia. 

La virtud misteriosa que se escapa de las grietas de esta tumba, basta para hacer despertar en la inmortalidad el corazón de la raza. Todo el ciclón que fue su vida, duerme en el blanco sudario de este poeta de la espada. 

Dispersos ya sus huesos por el hacha, el héroe se hace coloso; el que lo había vencido todo vence, vence también a la muerte, y alzase del fondo de ella más luminoso y fundido en la inmortalidad.

Las cenizas inmaculadas del gran asesinado suben al cielo en mirajes de dolor, y sobre los horizontes se extiende en una floración de donde los astros del porvenir proyectan fúlgidos reflejos, que serán los encargados de custodiar esta tumba.

La historia se engalana con su nombre; el héroe se levanta ante los pueblos,y Colombia llora la desaparición del Uribe! 

***

Discursos. Medellín. Beneficencia de Antioquia. Lotería de Medellín. Tomo I. 1977. Págs. 249-251. 

Por Jorge Eliécer Gaitán

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