El Magazín Cultural
Publicidad

La prima Ifigenia se hizo viral (Cuentos de sábado en la tarde)

La prima Ifigenia se hizo viral. 2000 vistas en Youtube, en apenas media hora, 500 likes en Instagram, en 15 minutos, y en Facebook, ni hablar. Y por ahí me han contado que hasta en Tik-Tok también están reproduciendo, a ritmo delirante, el video en el cual la prima Ifigenia le efectúa una traqueotomía a una de sus clientas, usando solo una lima de uñas y el tubo de un bolígrafo que, segundos antes, sostenía en la mano la hija de la Señora Urdaneta De Brigard.

Jimmy Arias
24 de abril de 2021 - 09:53 p. m.
Ifigenia, mientras cumplía con su trabajo en la peluquería, le clavó la lima de uñas a una de sus clientas en plena tráquea. Ella ya sabía poner inyecciones, tomar la presión arterial, desinfectar y suturar heridas, pero no había considerado ser enfermera.
Ifigenia, mientras cumplía con su trabajo en la peluquería, le clavó la lima de uñas a una de sus clientas en plena tráquea. Ella ya sabía poner inyecciones, tomar la presión arterial, desinfectar y suturar heridas, pero no había considerado ser enfermera.
Foto: Pixabay

Aunque la dueña de casa llevaba varios minutos boqueando, y con la piel del rostro ya cercana al azul pitufo, Malena, su hija, una muchachita de unos 12 años, solo empezó a grabar cuando vio que mi prima, la manicurista, acostaba a su mamá en el suelo, luego de practicarle, infructuosamente, la maniobra Heimlich en el abdomen al menos unas seis veces. A lo mejor y fue el olfato de sangre y escándalo, que ya traen hiper-desarrollado las nuevas generaciones, lo que la impulsó a sacarse el celular del bolsillo de la jardinera del colegio, de cuadritos azules y negros, para grabar el momento exacto en el que la prima Ifigenia le clavó la lima de uñas a su mamá en plena tráquea, justo en donde se supone tenemos ubicado el cartílago cricoides, ni un milímetro más arriba, ni un milímetro más abajo.

Le sugerimos: La curvatura del océano (Cuentos de sábado en la tarde)

¡Zas! Una boca chiquitita, de apenas un centímetro de ancho, bajo la papada generosa de quien hace apenas unos instantes se despachaba el último pedazo de chuleta de cerdo a las finas hierbas que se le atascó a medio gaznate. Pero, cual centella salvadora, emergiendo de las profundidades más improbables de la medicina moderna, Ifigenia le arrebató a la niña el bolígrafo Bic negro, con el que acaba de completar su tarea de inglés, lo desarmó y metió el tubito plástico en el mismo agujero, recién horadado en cuello de su improvisada paciente, con precisión de cirujano o de voluntario de la Cruz Roja en campo de batalla. ¡Zop!

Acto seguido, acomodada en cuatro patas, le respiró a la desconcertada y agónica Señora Urdaneta De Brigard a través del tubito, cada diez o veinte segundos, manteniéndola con vida. Y Malena allí, incólume, móvil en mano, grabándolo todo, incluso la reacción lógica de mi prima, gritándole a la cámara: “Estúpida, qué hace, llame una ambulancia, rápido”, mientras presiona el cuello de su clienta con una de sus toallitas de mano para detener el sangrado.

Y el resto ya es bien conocido por todo el mundo. Lo que se vuelve famoso en las redes sociales, inevitablemente, es replicado en los medios de comunicación convencionales. Y así fue que vimos a la prima Ifigenia, muy oronda, siendo entrevistada por un periodista panzón y con el pelo enmarañado, como si se acabara de levantar, pidiéndole que le contara cómo era que una simple manicurista había sido capaz de practicar una traqueotomía en su clienta, a mano limpia, rescatándola de una muerte segura.

¿Socorrista de la Cruz Roja o de la Defensa Civil? ¿Enfermera profesional obligada por las duras condiciones socioeconómicas del país a sobrevivir pintando uñas? ¿Estudiante de enfermería venida a menos? ¿Bombera voluntaria, paramédica informal? Y entonces, la prima Ifigenia, desplegando esa sencillez de carácter que la ha distinguido toda la vida, respondió que nada de aquello; simplemente había aprendido primeros auxilios, desde muy niña, con el grupo de guerrilleros que al menos, una vez al mes, acampaba en la finca de su papá, en el Magdalena Medio santandereano.

Le puede interesar: ¿Dónde dejamos a los niños? (Cuentos de sábado en la tarde)

“Uno se despertaba una mañana y allí estaban, durmiendo a pierna suelta, en el patio y en los corredores, cargados de armas y de exigencias que nosotros teníamos que suplir, como darles nuestras gallinas, nuestras reservas de alimentos, y cuidar de sus heridos y enfermos”, contó frente a un periodista desconcertado, quien a lo mejor calculaba mentalmente cómo iba a hacer para que esta historia le diera el premio Simón Bolívar que tanto había soñado.

La prima Ifigenia nunca terminó el bachillerato, porque ella, con su mamá y sus hermanos, tuvo que refugiarse entre el asfalto y la indiferencia de la capital, huyéndole a la violencia, cuyas fauces implacables ya, para ese entonces, se habían llevado a su papá, torturado y asesinado por ser ‘auxiliador de la guerrilla’.

Ella, habilidosa e inteligente, gracias a las paradojas perversas de la vida, sabía poner inyecciones, tomar la presión arterial, desinfectar y suturar heridas, ejecutar maniobras de reanimación, y hasta improvisar torniquetes e inmovilizar miembros fracturados, pero nunca se le cruzó por la mente hacerse enfermera, o algo relacionado en lo más mínimo con la sangre. Lo suyo habría sido más cercano a las artes o al diseño gráfico. “Dibujaba muy bonito en la escuela”, recordó, hablando derechito al micrófono y mirando fijamente a la cámara.

Por Jimmy Arias

Temas recomendados:

 

JACN(65090)25 de abril de 2021 - 12:47 a. m.
Jimmy me gusto mucho su cuento, en especial ese trasfondo de nuestra cruda realidad. Adelante y felicitaciones.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar