El Magazín Cultural

La primacía de la escritura sobre la vida

La literatura, esa forma de vida que lo ordena todo a su alrededor. Alessandro Baricco cuenta la historia de una familia y la poética de un narrador en “La esposa joven” (Anagrama, 2016).

Isabel-Cristina Arenas
09 de febrero de 2017 - 04:32 p. m.
Alessandro Baricco, autor de “La esposa joven”.  / María Teresa Slanzi
Alessandro Baricco, autor de “La esposa joven”. / María Teresa Slanzi

Italia.
El narrador sabe todos los detalles de sus personajes, pero elige unos pocos. Entonces escoge una familia en donde las relaciones que los unen parecerían ser las tradicionales; hay un Hijo, una Madre, un Padre, un Tío, una Hija, y Modesto, el mayordomo, quien podría ser el único integrante normal de la casa. El Padre quiere mantener el orden del mundo a pesar de la “inexactitud de su corazón”, y el orden dicta que el Hijo debe casarse, ya es hora. Ha llegado la Esposa joven, viene de Argentina y está dispuesta a esperar y aprender todo lo necesario para ser parte de la Familia, pero el Hijo está de viaje y su único rastro es la mudanza por partes que envía desde Londres hasta Italia. Es La esposa joven (Anagrama, 2016), la novela más reciente de Alessandro Baricco.

A este narrador uno lo conoce, lo ha leído otras veces, se ha dejado enredar voluntariamente en sus ficciones en City, en Tierras de cristal, en Mr. Gwyn, en Océano Mar, en Novecento. Es Baricco (Turín, 1958) rompiendo las reglas, como lo sigue haciendo con cada libro que publica. Al abrir una de sus novelas se sabe que no se leerá una historia convencional, que puede pasar cualquier cosa. Quién toma la voz, quién narra o quién dice qué, no importa; estamos en ese mundo extraño, de ideas que quizás no se le hayan cruzado a uno por la cabeza, pero lógico, donde suceden sus libros.
En la casa, la vida cotidiana está formada por desayunos que más parecen banquetes, por respuestas que flotan en el aire y un temor mortal a la noche. Mientras tanto, la Esposa joven espera y espera. Cuando se aproxima la tristeza, los integrantes de la familia salen de vacaciones, al igual que el narrador de la historia, quien viaja hacia el sur, hacia el mar. Alessandro Baricco está muy cerca del mar en sus libros; allí todo tiene una velocidad que logra darle la verdadera importancia a las cosas. Al narrador se le queda el portátil en un minibús y pierde toda la novela en la que ha trabajado los dos últimos años, pierde a Modesto, al Hijo, a la Esposa joven, al Padre, se detienen todos sus destinos y aun así está tranquilo. Es una novela en la que se extravían las razones en los cajones de la casa, en la que los motivos de los personajes les dan sentido a sus actos aparentemente extravagantes. El narrador, mientras tanto, ni siquiera piensa en correr detrás del minibús en el que sabe que ha olvidado la historia.

“La primacía de la escritura sobre la vida”, dice Baricco. Entonces el narrador sigue escribiendo en su mente, como lo hacen todos los que escriben: mientras caminan, mientras van en un transporte público, mientras parecen estar en un lado, pero realmente están en otro. “Si alguien nace para escribir, hacerlo es un gesto que coincide con la memoria, lo que escribes lo recuerdas”. Entonces el narrador no ha perdido el libro en el minibús, lo ha encontrado en toda su plenitud. Sigue escribiendo en la mente y reaparecen la Esposa joven, Modesto, el Tío, la Madre, el Padre. Vuelve a ese acto de posesión de cada personaje que al principio de la novela confunde, pero que después encanta y se desea.

Los personajes de este libro están “escondidos en un pliegue de la creación, invisibles al destino y exentos de cualquier consecuencia”, no hay mejor forma de describirlos que con esta frase pronunciada por la Esposa joven en una de las mejores cenas de toda la novela, que es cuando el Tío, un personaje que duerme todo el tiempo, cuenta por qué lo hace. El objetivo de la familia es vivir un solo día perfecto y repetirlo hasta el infinito, por lo que el tiempo no existe, así la Esposa joven siga esperando, así salga el sol y se esconda. Con escenas eróticas de por medio se va revelando quién es qué en esa casa, y mientras tanto el lector va descubriendo al narrador y a sí mismo.

Cerca del final, el narrador, que ha entrado en el libro como un personaje más, va a un supermercado y habla con un vendedor que está acomodando comida congelada con las manos rojas por el frío. Le dice que su vida está rota, que no sabe cómo seguir. Entonces el vendedor, sin dejar de acomodar la mercancía, le pregunta: ¿Hay algo que usted haga todos los días? Sí, escribir, le contesta el narrador. Ese es el secreto para que se convierta en algo fácil, responde el vendedor, que sigue moviendo las manos rojas e insensibles. Pero vivir no es tan fácil, así lo haga uno cada día. Entonces el narrador se va y sigue escribiendo.

Por Isabel-Cristina Arenas

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