El Magazín Cultural

La puntada subversiva: coser como un acto de resistencia

Tatiana Castillo, Sara Rodas y Lina Toro son algunas de las mujeres que lideran grupos de bordado y croché en las principales ciudades del país. La técnica, las experiencias y los materiales de lo doméstico de pronto irrumpieron en lo público: lo personal es lo político. La técnica pasó de femenina a feminista.

Camila Builes / @CamilaLaBuiles
20 de mayo de 2018 - 02:00 a. m.
Tatiana Castillo, bordadora de Bogotá, junto a una de sus obras en la parte superior derecha y una obra de Alexandra Arango intervenida por Lina Toro, tejedora de Medellín, en la parte inferior derecha.  / Cristian Garavito y Cortesía
Tatiana Castillo, bordadora de Bogotá, junto a una de sus obras en la parte superior derecha y una obra de Alexandra Arango intervenida por Lina Toro, tejedora de Medellín, en la parte inferior derecha. / Cristian Garavito y Cortesía

A finales de la década de 1960 una mujer creó The Feminist Art History Collective (Movimiento de arte feminista). Uno de los colectivos de arte más importantes de la época que sirvió de plataforma para que las mujeres pudieran expresar a través del arte lo que pensaban del mundo, lo que sentían acerca de lo que las rodeaba y sus respuestas a los miles de años de opresión y tortura a las que fueron sometidas. Las herramientas que usaron eran las mismas que habían sido diseñadas para mantenerlas al margen de la intelectualidad, del poder y del conocimiento: el hilo, la tela, las agujas. 

Cuando en 1970 se generó la segunda ola del feminismo, The Feminist Art History Collective se convirtió en, según algunos historiadores, en “el movimiento internacional más influyente de todos durante el período de posguerra”: las mujeres comenzaron a coser en pedazos de tela las consignas de su lucha. Para esa época, el objetivo era aumentar la igualdad para las mujeres y obtener algo más que el derecho al voto. Entonces salieron a las calles mujeres de todo tipo para pelear por su sexualidad, su trabajo y sus derechos reproductivos. Las banderas que bordaron fueron los cimientos de un movimiento activista que cambió el sentido de lo que significaba coser. 

Trabajo de Tatiana Castillo, bordadora bogotana. 

En 1984 Rozsika Parker, historiadora del arte, fue esa mujer que fundó The Feminist Art History Collective y publicó un libro titulado The Subversive Stitch: Embroidery and the Making of the Feminine (La puntada subversiva: el bordado y la construcción de lo femenino) en el que analizaba la historia del bordado relacionándolo con la feminidad y la función social de las mujeres a lo largo de la historia. En él, la autora desmonta la creencia de que las mujeres bordaban porque “eran femeninas por naturaleza” y explica cómo la creación de la feminidad es algo que se ha construido sociológicamente y que es cambiante dependiendo de cada cultura, el estatus social o el paso del tiempo.

Judy Chicago fue una de las primeras en pensar el trabajo femenino de coser, tejer y bordar como técnica artística. La fundadora del primer programa de arte feminista en Estados Unidos estaba convencida de que las mujeres, excluidas de la pintura y la escultura, satisfacían su creatividad en sus casas entre hilos, telas y agujas. De acuerdo con los testimonios que recogió en California, muchas habían sido estudiantes de arte, pero a diferencia de sus compañeros no encontraron oportunidades en los museos y las galerías.

Aunque el bordado era una actividad impuesta a las mujeres para que no intervinieran en los asuntos de los hombres, para que cerraran la boca y parlotearan con otras de género; también era un método de evasión con el que se desarrollaba la creatividad y se creaban vínculos con otras mujeres: era, quizás el único momento en el que podían reunirse y tener un espacio para ellas, muchas aprendieron a leer y a escribir bordando las letras del abecedario sobre linos delgados y deshaciendo las puntadas cuando los maridos llegaban. 

Trabajo de Lina Toro, tejedora de croché de Medellín. (Intervención a una obra de la artista Alexandra Arango)

 

El bordado fue reinterpretado por el feminismo. La técnica, las experiencias y los materiales de lo doméstico de pronto irrumpieron en lo público: lo personal es lo político. La técnica pasó de femenina a feminista, de lo privado a lo colectivo, de un quehacer decorativo a una práctica artística.

Las feministas de los años setenta cosieron para denunciar y contradecir los roles o prejuicios ligados al bordado y la mujer. Las de hoy, lo hacen para reunirse con otras y otros —abolidos algunos prejuicios, los hombres comenzaron a coser — y compartir conocimiento no solo de la costura, sino de la vida. Los costureros, como los de hacía décadas, se convirtieron en espacios de reflexión y estudio. 

En Colombia el auge del bordado moderno llegó a la principales ciudades y comenzó a diseminarse por todo el país. Actualmente, existen grupos en las redes sociales que convocan a hombres y mujeres pare reunirse en torno a la aguja y la tela. La mayoría de estos espacios son aprovechados por mujeres que, hartas de un trabajo, una familia y una vida extenuante empiezan a ver en coser, una especie de redención. 

Tatiana Castillo, Sara Rodas y Lina Toro son algunas de las mujeres que han creado colectivos de costura en Bogotá y Medellín. Clases donde exploran la creación y el reconocimiento propio a través de la costura. 

Tatiana Castillo @tatianacastillo_art (Bogotá)

Recuerdo ver a mi abuela coser. Recuerdo verla en el comedor de su casa con los ojos puestos en la tela y los hilos enredando las matas que había por todas partes. Recuerdo que me dijo, vehemente que la puntada debía ser tan perfecta por el derecho como por el revés. Me enseñó cuando era pequeña y lo dejé por muchos años. Estudié artes pláticas y no sabía qué tipo de arte me representaba, cuando volví al bordado. Bordar es el mejor encuentro conmigo misma. Cada puntada tiene una intensión diferente y si eso no es especial, no sé qué lo sea. Lo mejor que me ha dado el bordado es poder compartir con otras mujeres y no verlas como mi competencia. Algo que nos han eseñado desde siempre: “Trabajar con mujeres es horrible. Entre mujeres hay mucha envidia”. No es verdad, no podemos seguir haciéndonos tanto daño entre nosotras. Antes el bordado era un hobby, ahora es mi forma de ganarme la vida, es mi mejor expresión artística. Vendo mis obras y enseño. No hay algo que pueda hacer mejor, no hay otra cosa que quiera  hacer.   

Sara Rodas @lanasubelanabajacrochet (Medellín)

Yo hago croché. Desde aquella vez que mi abuela me enseñó a hacer palitos y cadenetas, quedé con una semillita sembrada. Estuvo latente mucho tiempo sin olvidarse y en algún momento sentí un llamado, una necesidad de crear cosas hermosas con mis manos... esos hilos me atraparon el corazón. Yo siento el acto de tejer como una meditación. Me concentro, permanezco en silencio, empiezo a tejer, repito una y otra vez las puntadas como un mantra; naturalmente mi respiración se calma, se controla, mi mente fluye y puedo quedarme así horas y horas. Tejer es mi terapia. 

 Para mí tejer significa evolución del pensamiento, del tiempo y del sentido de la vida misma.

 Sobre el crochet he leído algunas cosas sobre su origen, curiosamente no se sabe cuál es exactamente, lo cual me alegra, porque me gusta pensar que es un regalo misterioso, ancestral, venido de otras vidas y entregado a algunos para hacernos las horas más felices.

Si pudiera elegir una frase para definir la palabra tejer sería: 

Tejer es tiempo, es la vida misma. Una gran colcha de recuerdos.

Lina Toro @lagarradeco (Medellín)

Mi encuentro importante con el tejido lo tuve en una gran crisis con mi profesión, era publicista y trabajaba como ejecutiva de cuenta en una agencia, no tenia tiempo para nada mas que trabajar y trabajar, empecé a sentir que no tenia mucho sentido la vida así: vivir para trabajar. Me fui de la agencia en la que duré ocho años y trabajé como freelance otros tres años. En esa crisis, en ese sin sentido en el que estaba me encontré con una amiga que estaba haciendo un cojín en croché, pero ella no podía enseñarme porque era zurda, así que me dijo que acudiera a su mamá. Recibí dos clases, aprendí con su manera de enseñar que era la que usaban las señoras: mire, es muy fácil, usted hace así, mete por aquí y listo. ¿Si vio? ¡Hágalo pues! Así aprendí: sin técnica, ella mostrando y yo mirando, sin entender eso que estaba haciendo, pero que le agradezco infinitamente por sacar un espacio y mostrarme lo que ella sabia hacer tan bien. Gracias Maria Elena. 

Yo empecé a enseñar en Medellín, pero en ese momento no se veía el croché como se ve ahora y las clases que habian eran dictadas por señoras en dos o tres lugares. Yo queria hacer dos cosas: uno, sacar a las personas de sus casas (el tejido encierra) quería sacarlo a la calle y dos, quería que las personas vieran que tejer no tiene genero y no tiene edad.. Empecé campañas en mis redes sociales: Hombres que tejen y Viernes de sexy crochet para mostrar que el tejido no es anticuado, el tejido es como cualquier arte: para todo el mundo. 

La relación del bordado y la costura con la historia de las mujeres pone de manifiesto que, si bien se emplearon como herramientas para educar a las féminas, con el tiempo también fueron utilizadas como armas para luchar contra la opresión.

Finalmente el tejido en cualquiera de sus técnicas es otra forma mas de expresión y lo “hecho a mano” parte de la idea de que la capacidad de creación puede ser siempre una poderosa herramienta de lucha.

Por Camila Builes / @CamilaLaBuiles

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