El Magazín Cultural

La Radionovela, reina indestronable de los hogares colombianos en los años 50

En la isla del son y del desaparecido Fidel Castro fue donde la radionovela encontró su epicentro por mucho tiempo, para escaparse posteriormente hacia hogares mexicanos donde salió al aire, entre otras, la exitosa y recordada pieza llamada El Derecho de Nacer escrita en 1948 por la pluma del cubano Félix B. Caignet, que, luego, gracias a su gran éxito, permeó las fronteras de Asia, Europa y América.

Ivonne Ortíz - María Consuelo Caycedo - Ana Mercedes Suárez
30 de marzo de 2020 - 09:31 p. m.
La historia de las radionovelas en Colombia
La historia de las radionovelas en Colombia

Ese trasegar geográfico y afortunado trajo la radionovela a Colombia donde la radio se integró a la historia nacional en 1929. Años después,  cuando emisoras grandes y pequeñas se habían adaptado cómodamente al diario devenir del país, sus dueños se devanaban los sesos tratando de encontrar programas que atrajeran los gustos de los oyentes ya familiarizados con espacios informativos, artísticos y culturales y deseosos de que las ondas hertzianas trajeran a sus casas propuestas distintas: así fue como la radionovela encontró el tapete rojo listo para entrar con fanfarria, bombos y platillos a los espacios de millones de hogares y a las emociones de millones de almas.

Tímida pero decidida

Los primeros pasos de la radionovela en Colombia hicieron pare en Bogotá, con una adaptación de la producción cubana Chan-Li-Po, detective chino que captó la atención de los oyentes en voces de radio-actores como Mario J. González, Ferruccio Benincore, Alejandro Barriga y Pepe Montoya, entre otros.

Tímidamente historias sensacionalistas y románticas, cargadas de suspenso e intriga, fueron regando su influencia en los gustos de los radioescuchas. La primera pieza original y de autor colombiano fue Yon-Fu, creada por el escritor antioqueño Ricardo González. Allá por 1938, comenzaban a nacer las futuras estrellas del radio-teatro antioqueño como Marco F. Eusse, Clarisa Márquez de Riera y su hija Carmencita Riera, Eva Tobón y otros. Y en Bogotá causaron sensación las dos radionovelas de ambiente llanero originales de Luis Serrano Reyes, Tanané y Mapaná, escuchadas por cientos de familias en el país que empezaron a hacer cumplidamente su cita con este formato radial diariamente.

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La veterana actriz de radio y televisión, Margalida Castro, recuerda con nostalgia los años en que la radionovela reinó en Colombia, a través de relatos que tenían un encanto especial gracias a la capacidad histriónica de quienes interpretaban los personajes: “Eran historias blancas, lindas, un acompañamiento maravilloso para las familias. Llenábamos los corazones y las casas, especialmente de personas solas”.

Por su parte, la también actriz, Consuelo Luzardo, haciendo retrospectiva, explica que las radionovelas se popularizaron por todas partes acompañando a las amas de casa para quienes, mientras sus esposos trabajaban, eran el principal divertimento.

Héroes, villanos, mujeres sufridas, brujas, muchos y diversos personajes dejaban honda huella en las audiencias que los seguían fielmente a través de voces de expertos radio-actores que llevaban de la mano al oyente por senderos de sonido enmarcados en narraciones que él disfrutaba o sufría formando parte, a su manera, de esa “realidad” que ocurría al interior de un mágico radio transistor. El contenido ligero, intrascendental y sentimentaloide de las radionovelas hizo posible que una gran masa encontrara elementos de identificación sin mayores exigencias ni cuestionamientos.

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Margalida Castro explica que la magia de las voces lograba que el radio-actor y los oyentes vivieran los personajes con la misma emoción y los mismos sentimientos: “Trabajábamos con amor. La radionovela era el postre para las familias. Los radio-actores vivíamos lo que grabábamos y la gente lo sentía”.

 

Voces, efectos, música

Así como los radio-actores se las arreglaban para honrar corazones, los productores de radionovelas alcanzaban increíbles armonías con curiosos efectos logrados a partir de rústicas herramientas a través de las cuales imprimían realismo a las historias y conseguían capturar la atención de niños, jóvenes y adultos que no atinaban a alejarse de sus radios transistores.

Consuelo Luzardo, en un simpático viaje en el tiempo, recuerda que esos efectos se escapaban de pequeñas cajas llenas de muchos elementos manipulados por manos expertas. Cocos, papel celofán o piedras, velas, fósforos y botellas entre otros, recreaban escenas de incendios, vientos furiosos o galope de caballos que transportaban a los oyentes a mágicos espacios: “Eran cajitas con veinte mil cositas con las que se hacían los sonidos que correspondían”. Además, subraya que la música, como elemento indispensable, también hacía sus propios y grandes aportes a los momentos de tensión, romanticismo, peligro o suspenso.

El mensaje emitido por las radionovelas, a través de voces de radio-actores, acompañadas por estos efectos de sonido y música especialmente escogida para cada capítulo, tenía implícitas lecciones que se ajustaban a épocas protagonizadas por valores altamente morales y religiosos, que no solo se transmitieron de generación en generación, sino que encontraron en estas  fantásticas narraciones, ingredientes que permeaban fácilmente el grupo familiar, metiéndose sin dificultad en su diario devenir.

Historias que conectaron la realidad con la ficción de sus personajes

Solo bastaba con sentir que la compañía de tardes y noches se encontraba en un aparato, a simple vista decorativo, pero que al prenderlo, emitía música, sonidos y voces que invitaban con decoro a ponerse en sintonía. Ahí la imaginación se vestía de fiesta y las historias narradas, a través de la radionovela, brindaban un sentido, casi inverosímil, a la existencia de mujeres que hallaban en ella desahogo o desprendimiento de la propia realidad.

Y allí se quedó, para conquistar también a grandes y chicos quienes, ilusionados en la  espera del capítulo siguiente, hacían lo posible por sentarse en unión de sus familias e iniciar la maratón por una experiencia, que, para su época, llenaba las desesperanzas de ilusión y brindaba la posibilidad de vivir fantasías con el único requisito de aguzar el oído y prepararse para soñar.

La radionovela conmovedora, profundamente humana, y caracterizada por el llanto de sus personajes, se preciaba de ser un formato con emociones extremas; y es que sus actores, aquellos que asumían el reto de la personificación, brillaban por su versatilidad, capacidades histriónicas y la preparación teatral, que aun en nuestros tiempos, sigue siendo un legado que no desaparecerá. No en vano en sus inicios, fue preciada por sus adaptaciones limpias y casi perfectas de historias presentes en la literatura universal, inicialmente en Estados Unidos (con producciones como Ma Perkins) y Europa.

¡Eureka! Y en versión latina también se posicionó, manteniendo el mismo estilo con efectos misteriosos, convencionales, melodramáticos y si hay que decirlo, más que humana, profundamente humana. Una pieza dramática, especial, guardada en el rincón de cada casa, apropiándose de lo vivido y desafiando al oyente a sentir desde otra dimensión. ¿Qué buscaba? es todo un misterio; acaso ¿la enajenación de la propia cotidianidad? tal vez ¿el entretenimiento o la distracción? pero ¿por qué no pensar en la conquista que atrapaba con su lenguaje y expresión? Y volvemos a los extremos y es que así fue, sentimientos llevados a los límites y una entrega para que el radioescucha respirara, coexistiera y sobreviviera al impacto de sus argumentos.

Momentos de reflexión invadidos por la unión

Susurros y capacidad interpretativa, descripciones y relatos, exaltaciones y momentos cúspides, todo inmerso en la radionovela, siendo esta una vía de escape para entender la tragedia, la ira, la alegría, el amor y la pérdida. El narrador acentuaba el suceso y como un guía en medio de la diversidad de recursos comunicativos, aterrizaba a través de un hilo conductor cada una de las escenas, dando la entrada, impregnando suspenso y jugando con la entonación de su voz que retumbaba, a lo largo de la historia, una y otra vez.

Así fue, ni más, ni menos como la radionovela -que se escuchó en Colombia durante cerca de tres décadas- atrapó sigilosamente y se quedó para concientizar, congregar y promover los principios en el seno de los hogares, De esta forma, lo recuerda el reconocido actor, Waldo Urrego,  cuando afirma, sentado en su sillón preferido y en un espacio de 8 x 8 metros, que “la historia siempre se refería a valores familiares, los personajes estaban en situaciones, había malos y había buenos. Eso esquematizaba mucho. Entonces el grupo malo representaba los valores negativos y el grupo bueno los valores positivos; siempre triunfaban los valores positivos y el amor”

Por eso, sin caer en la percepción selectiva de ver la radionovela como el formato impoluto, se murmuraba que había un retrato de la sociedad en ocasiones “amañado” porque en la realidad, no siempre el rico era el malo, como tampoco el pobre era el bueno. Sea donde esté el foco de debate, lo que sí era cierto es que la radionovela fue el derrotero para creer en algunos y la orientación educativa para otros.

Hasta los silencios en sus historias pusieron a pensar a más de uno y así como el arte abstracto en una pintura, exigían del oyente mayor atención para comprender lo que comunicaban; tres, cuatro o hasta 20 segundos podrían ser un riesgo para perder la trama, sino se concentraba. De esta manera lo vivió Waldo Urrego al manifestar que, ¨el silencio tiene un nivel interpretativo y cuando el lenguaje maneja el sonido, el silencio es de un valor inmenso”

Tan inmenso es ese valor del silencio, como los mitos y leyendas que se entretejieron; para la muestra de un botón, el baúl de los recuerdos de la recordada actriz – villana exitosa de tantos dramatizados radiales- , Dora Cadavid,  de donde saca, como el mago al conejo, detalles de su época de infancia en la que el radioteatro, como la radionovela la influenciaron: “Yo me acuerdo de chiquita que me contaban la historia de la llorona, la historia de la Pata Sola, todo eso se escenificó en un programa que se llamaba Frutos de mi Tierra en Caracol. Ahí se narraban los hechos suscitados en las petroleras en Barranca y los sucesos acaecidos en el Ferrocarril en Antioquia.

Entonces, ajustemos nuestros cinturones, pensemos no en lo imposible, sino en lo posible y esperemos que el tiempo traiga con sus vientos buenas nuevas, aquellas que nos digan, ¡ha resucitado! y no en referencia al Mecías, sino a la siempre recordada, amada y valorada RADIONOVELA.

Por Ivonne Ortíz - María Consuelo Caycedo - Ana Mercedes Suárez

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