El Magazín Cultural

La tarde que llovió (Cuentos de mochila)

Esta mañana los rayos del sol atravesaron los cuatro pequeños vidrios de la puerta de la casa. Desperté por el brillo en los ojos y el calor en la cara. Meses atrás, los rayos apenas empezaban a entrar a las 9 de la mañana y a la 7 aún era de madrugada. 

Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila
03 de mayo de 2020 - 07:36 p. m.
Cortesía
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Día 16

Sigo fascinada con las estaciones. Ocho años atrás, estando en pleno verano en la Patagonia, vi por primera vez el sol ocultarse a las 10 de la noche, hice videos y fotografías del acontecimiento mostrando el sol y la hora al mismo tiempo. Pocos locales entendieron la conmoción del momento, pues tampoco lograban entender que en Colombia no hubiera estaciones, que nuestro verano fuera acalorado y nuestro invierno lluvioso, así, simple, sin nieve, ni atardeceres tardíos, ni amaneceres de media mañana.

Vi el cielo por las ventanillas. Estaba completamente azul, sin un rastro de nube que tapara el sol y apaciguara el intenso calor. Las horas pasaron rápido como se ha vuelto costumbre en este encierro. Era de suponerse que los días se harían más lentos, que ver la misma pared y hacer lo mismo que ayer y tal vez lo mismo que mañana ralentizaría el pasar del tiempo. Pero no, la búsqueda por hacer algo para evitar ataques de ansiedad ha acelerado las horas, y ahora, como siempre, no alcanza el tiempo.

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Las lavanderías están cerradas, así que lavamos en la mañana las sábanas y hasta los cojines. Había pasado por lo menos un año desde la compra de dos cojines para la sala, que en estos tiempos de incertidumbre prestan el servicio reconfortante de recibir abrazos sin chistar por el calor. En tantos meses, nunca se habían lavado, ya lucían empolvados. Como una burla del cielo, justo el día en que se tomó la decisión de sumergirlos en agua y jabón para dejarlos en la terraza bajo el sol, llovió. 

Por lo menos no llovía hace cuarenta y cuatro días. Lo sé, porque toda la cuarentena había pasado seca. Los botellones de 20 litros de agua sobrevivían apenas dos días, lo que significa que cada uno estaba consumiendo 5 litros al día. Eso me hacía pensar diariamente en la lluvia, necesitaba que el calor nos diera una tregua. 

Al medio día cayeron las primeras gotas sobre la terraza, nada que pudiera empapar los ya húmedos cojines. El cielo seguía azul, había sido un fugaz espanta bobos. 

Más tarde, asomé la cabeza por la ventana para chismosear el andar de Lola. Una amiga a la que no veía desde marzo. Lola caminaba por la banqueta central con una camiseta amarilla y un tapabocas azul. No quise llamarla a todo pulmón para permitirnos seguir a amabas en el anonimato dentro del barrio, solo la seguí con la mirada y sonreí por la dicha de ver a una conocida sin una pantalla de por medio. 

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Cuando la perdí de vista regresé la mirada al cielo. Estaba gris, tan gris que me atravesó una ráfaga más de felicidad, venía la lluvia. Guardamos los cojines y extendimos las sábanas de silla a silla en el comedor, justo antes de que cayeran los goterones en el piso de la sala a través de la ventana abierta. 

En un día cualquiera, tal vez hace 45 días y más atrás, no hubiese estado esperando la lluvia con tanta ilusión. No recuerdo haber contabilizado en el pasado los días sin lluvia esperando a que llegara, al contrario, esperaba que cada día fuera soleado, uno más que otro, pues no había visto un día lluvioso con tanto brillo como el de hoy. 

Abrí la puerta y observé el agua caer. El viento fresco movió los árboles, hizo sonar las hojas y me enredó el cabello entre las pestañas. Líneas irregulares e incandescentes atravesaron el cielo varias veces y un pájaro anaranjado voló a su nido en la copa del árbol que atraviesa los barrotes de la terraza.

La lluvia refrescó la tarde y las nubes dispersaron la luz del sol en el alba. El cielo, las casas, el cemento, los árboles y hasta mi piel se tornaron de color rosado. Media luna se asomó en el cenit, coqueta, para hacer parte del espectáculo. 

Fue una tarde preciosa y otrora subvalorada. ¿En dónde estaban escondidas estás conexiones más simples con lo natural?, tal vez iban perdidas entre la marea de obligaciones humanas que ganaban prioridad y ocultaban estos sublimes soplos de vida.    

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Por Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila

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