El Magazín Cultural

“Las muertes chiquitas”: un libro, un tema tabú

Con su primera obra de no ficción, la escritora Margarita Posada pone sobre la mesa un asunto del que poco se habla en público: la depresión. Y lo hizo desde su propia, sombría y dolorosa experiencia con esta enfermedad.

Diana Durán Núñez / @dicaduran
31 de octubre de 2019 - 02:00 a. m.
Margarita Posada, escritora de “Las muertes chiquitas”, libro en el que deja testimonio de su propia depresión. 
 / Cristian Garavito - El Espectador
Margarita Posada, escritora de “Las muertes chiquitas”, libro en el que deja testimonio de su propia depresión. / Cristian Garavito - El Espectador

“Ni buena ni mala. La depresión me resultó algo ineludible, una serpiente venenosa que se posa sobre mi pecho en la jungla a medianoche, ante la cual no tengo ningún poder, excepto el de estar debajo de ella y respirar muy suave hasta que decida irse”. La escritora Margarita Posada llevaba años con el tema de la depresión rondando su cabeza. Sabía que, tarde o temprano, debía volverlo letras. Pero este asunto tan personal le costó años concretarlo y paciencia de sus editores. “Quería escribir un libro de calidades literarias decentes, no un libro de autoayuda. Como escritora también me importaba mucho el cómo, no solo el qué.”, cuenta ella, en entrevista con este diario.

Las muertes chiquitas (Planeta). Ese fue el nombre que escogió para su más reciente obra, su primera de no ficción (escribió las novelas “De esta agua no beberé” y “Sin título”). Capítulo tras capítulo, Posada relata cómo ha danzado con la depresión sobre una cuerda floja, sin red de seguridad, desde hace muchos años. Un relato que tal vez ha impresionado a quienes la conocen, pues, como ella misma lo admite en su libro y en esta entrevista, posar de femme fatal fue siempre lo suyo. “Definí inconscientemente mi manera de estar en el mundo construyendo una coraza dura de femme fatale en aras de que mi cerebro pudiera negar rotundamente la idea de ser víctima”.

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La escritora dice que de eso, para ella, se trata la depresión: “Una tremenda aversión al dolor”. Aunque, agrega, “el dolor está bien y hay que vivirlo”. Una reflexión a la que ha llegado, ella misma cuenta en su libro, tras años de terapia e, incluso, de medicación. “Creo ese debe ser un asunto de los expertos y que es también importante que ellos se pregunten si no están sobremedicando a la gente. Al final es la terapia lo que la mejora. Para mí es más importante conocerse y buscar algún tipo de conexión espiritual que nos permita sentir, no pensar, que somos parte de un universo misterioso e inmenso que no se puede comprender completo”, dice la escritora.

Como si fuera algo en lo que todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo, la salud mental difícilmente llega a los almuerzos familiares; dejar que el enorme elefante conviva con nosotros en silencio es más cómodo que obligarlo a salir del cuarto. Posada aborda no solo la depresión, sino el escenario al que se puede llegar a través de esta enfermedad: el suicidio. Y así, sin adornos, lo acepta: “Hacer la vida llevadera no era lo mismo que amar la vida y disfrutarla de verdad. Yo no quería vivir más. Prefería morirme antes que deprimirme de nuevo”. Una frase que resuena en un país donde, en promedio, cinco personas se quitaron la vida cada día en los últimos diez años, según Medicina Legal.

Pero, en vez de morir, ella ha elegido escribir. Dice que ha esquivado la muerte hablando de ello en voz alta, porque hacerlo no equivale a una amenaza sino a un grito de auxilio; que, con su psiquiatra, ha comprendido que no querer estar vivo no es igual a querer quitarse la vida. Además, sostiene, “qué o quién me asegura a mí que todo acaba ahí. No tenemos ni la más mínima idea de qué pasa después de la muerte, sea lo que sea. ¿Qué tal que por romper un ciclo natural a uno le toque, por ejemplo, volver a empezar? ¡Qué mamera!”. En últimas, su salvación, también ha venido del amor de los suyos. Su familia (especialmente su madre) y sus amigos han sido esenciales.

“Son imprescindibles —señala—. Juegan un papel transversal. Creo que lo primero que pueden hacer es estar. Así, sin más. Mostrarnos que aún en ese estado nos quieren. Lo segundo es entender, informarse. Y lo tercero, visitarnos como se visita a cualquier enfermo, aún contra nuestra voluntad. Esa es la prueba más fehaciente de que el universo nos contiene: que nos rodeen sin decirnos ‘ánimo’, ni ‘tú puedes’, sino más bien: ‘Esto va a pasar y por ahora sólo tienes que hacer lo que puedas, nada más’”. Desnudarse ante ellos con este libro, cuenta, surgió de su necesidad de salir del closet de la depresión, para, de paso, ayudar a los demás.

“Me costó años entender que para este libro la ficción no me servía”, reflexiona la escritora, quien concluye que poner el tema de la depresión sobre la mesa “vale toda la pena si te salvas salvando a otro, y eso habrán de decidirlo mis lectores (…) en mis páginas hay una historia, no un tutorial. Mis palabras no fueron escogidas al azar”. Ella sabe que el eje central de su libro es espinoso y dice que la disposición de la gente a discutirlo tiene frontera: “Hablarlo, pero como algo lejano que les pasa a los otros y no a uno. Callar la enfermedad es quizás más nocivo que tenerla. Nos falta entender que no somos culpables, aunque sí somos responsables de hacernos cargo de ella”.

Por Diana Durán Núñez / @dicaduran

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