El Magazín Cultural
Publicidad

Le Manoir (Cuentos de sábado en la tarde)

La noticia no me sorprendió en lo más mínimo. Era bien sabido que Adolfina, Maricarmen y el Señor Valdez eran muy cercanos. Yo los llamaba los “Trillizos Otoñales”. Se la pasaban juntos todo el tiempo. Compartían el almuerzo, la cena, el bingo, las terapias de grupo, el club de pintura, el de literatura y hasta estaban suscritos a las mismas revistas. Qué bonito. No, en serio, no te burles, sinceramente me parecía bonito.

Jimmy Arias
06 de marzo de 2021 - 08:00 p. m.
Independientemente de que estés enfermo del cuerpo o de la mente, eso eres pasado los sesenta: un desecho, un ser sin mayores expectativas, en una espera permanente de que la discreta jovencita esquelética haga su aparición y te apague al fin.
Independientemente de que estés enfermo del cuerpo o de la mente, eso eres pasado los sesenta: un desecho, un ser sin mayores expectativas, en una espera permanente de que la discreta jovencita esquelética haga su aparición y te apague al fin.
Foto: Pixabay

Siempre envidié, en silencio, a la gente con esa facilidad desbordada para hacer amigos, estar en clubes, logias, círculos, tertulias, porque yo siempre fui alérgico a la gente. Yo tengo las habilidades sociales de un poste del alumbrado público. Si mi memoria y mis neuronas acartonadas y empolvadas no me traicionan, creo que escogí la soledad y la amargura desde que tenía unos seis años, y no era capaz de intimar con nadie en una fiesta de cumpleaños a la que me habían invitado. Por cierto, creo que fue la última a la cual alguien se atrevió a invitarme. Anda, ahora sí, búrlate todo lo que quieras porque, a estas alturas del partido, es risible. Triste, pero de todas formas risible.

Lo invitamos a leer Fobia (Cuentos de sábado en la tarde)

Y espero que comprendas por qué tú y yo somos el uno para el otro, y por qué a ti no soy alérgico, y nunca lo seré, y por qué bendigo tu presencia en mi vida. Bueno, ya comencé a divagar y a irme por los ramales sin destino de todos los viejos, perdón. En fin, el punto es que, como te venía diciendo, lo de Adolfina, Maricarmen y el Señor Valdez me pareció de lo más coherente y hasta romántico. ¿Hay algo más romántico que compartir la muerte con tus mejores amigos o con el ser amado? Tierno, novelesco, fantástico, improbable.

Según me contaron, seis meses después de que se cancelaran todas las visitas, por culpa de la cuarentena, Adolfina y Maricarmen fueron las primeras. El Señor Valdez, una semana más tarde. El decreto del gobierno provincial fue como el tiro de gracia, o el puntillazo que le clavan al toro al final de la faena para asegurarse de que está bien muerto antes de volverlo filete. Nadie volvería a ver a sus seres queridos en un buen tiempo; muchos no lo harían nunca más. Adolfina no volvería a ver a Tita, su hija; Maricarmen, a Marco y Adela, sus nietos, y el Señor Valdez, la verdad, nadie le conocía más familia que sus dos compañeras de decadencia. Y se supone que era para protegernos del virus, no de la epidemia de desidia y olvido a la que todos y todas, forzosamente, tendremos que enfrentarnos alguna vez.

Se cernía sobre nosotros una temporada de lánguidas llamadas telefónicas o teleconferencias, cada vez más espaciadas, y un goteo emocional mucho más doloroso que el mero hecho de vivir recluido y rodeado de extraños en un edificio sin alma, esperando tu turno para morir en medio de una nebulosa de mocos, flemas y desesperanza.

Isabella, la señora del 501, me dijo que Adolfina y Maricarmen iban cogidas de la mano cuando cruzaron el umbral de Le Manoir para siempre: la puerta trasera, la de dos batientes de vidrio, la que nunca nadie vigilaba. Sucedió a finales de enero, cuando la temperatura afuera, a duras penas, sobrepasaba los menos 20 grados centígrados. Iban vestidas con sus mejores galas: Adolfina, con un vestido sastre de pantalón y chaqueta color salmón, una bonita pañoleta de florecillas (de esa me acuerdo porque la usaba seguido) y unas zapatillas beige, destalonadas; Maricarmen lucía pantalón y zapatos negros, con una blusa de encaje blanco, siempre bien recatada. El Señor Valdez, según especuló la señora del 501, simplemente lo hizo en pijama: pantuflas, bata y pijama, para ser más exactos.

Si le interesa leer más de Cultura, le sugerimos: La momia (Cuentos de sábado en la tarde)

Como bien recuerdas, y debido también a la maldita pandemia, habían recortado el personal a la mitad, incluyendo a los de seguridad. Solo quedaron Matías, el gordito barbón, y Micaela, la del turno de noche. Era imposible que sólo uno fuera capaz de controlar a cabalidad este asilo de desahuciados. Porque eso somos los viejos, ¿o no? Independientemente de que estés enfermo del cuerpo o de la mente, eso eres pasado los sesenta: un desecho, un ser sin mayores expectativas, en una espera permanente de que la discreta jovencita esquelética haga su aparición y te apague al fin. Desahuciados de una enfermedad terminal para la cual, gracias a Dios, no existirá jamás cura alguna.

No me contradigas. Sabes que me gusta llamar las cosas por su nombre. No lo digo yo, no me lo acabo de inventar, los hechos son los hechos. Eso somos: desecho demográfico, cuya fecha de vencimiento ya expiró. Somos como ese medio limón desvaído y reseco que uno deja un día en la nevera y jamás vuelve a encontrar. Pero ahí está, como testigo silente y reseco de tu desidia. Y estos lugares qué más son, si no el refrigerador en el cual congelas tu pasado. Tus hijos, nietos o hermanos, tú mismo, se recluyen en ellos para intentar, en vano, estúpidamente, detener el tiempo, o para no mirar atrás. ¿Qué le pasa a la comida cuando se la saca de la nevera? Se descompone, se degrada, se pudre y termina en la basura. ¿Ahora entiendes por qué nunca se atrevieron a invitarme a ninguna fiesta? Ja, ja, ja.

Perdón por la descarga, la misma de siempre, la misma de los últimos tres años, dos meses y 27 días, que llevo aquí recluido y que, gracias a ti, solo a ti, mi ninfa, mi diosa, mi ángel de la guarda, imaginaria o no (bendito sea el Alzhéimer), he podido soportar, sin tener un desenlace similar al de los “Trillizos otoñales”, que se inmolaron a un dios gélido e imperturbable para ponerle fin a estos puntos suspensivos perpetuos mal llamados vejez. Eso sí, tú bien sabes que ganas no me han faltado de terminarlo todo, de quizá unirme a ti, en el ‘más allá’, si es que hay un ‘más allá’, y no por falta de cojones, que quede claro. Siempre hay un prurito, un no sé qué, que me advierte que mejor aguante un poco más, que también me va a llegar mi turno, que esto es solo una podrida maratón en la que todos, tarde o temprano, cruzamos la meta; que de pronto hecho todo a perder justo antes de cruzar la raya, limpio, sin cargas kármicas, o como se le llame a la culpa, al daño, al mal propio o ajeno. Y heme aquí: aguardando todavía.

Lo invitamos a leer Apaga, vete y asómate (Cuentos de sábado en la tarde)

¿Cómo será morir congelado? ¿Será como el famoso ‘mal de montaña’ que ataca a los alpinistas? ¿Te duermes, te duermes y nunca más te despiertas? Enfrentarse a esa bestia blanca de millones de tentáculos y apéndices, que se te mete por cualquier agujerillo en el tejido de tu ropa y te abraza y te reduce a nada más que un mortal, es un doloroso escalofrío. ¿Será que cuando encuentran tu cuerpo estás morado o azul? Maricarmen, a pesar de su edad, era una mujer guapa. Apuesto que, morada o azul, se vio bien cuando la policía al fin dio con su cuerpo debajo de metros de nieve, junto con el de Adolfina, aun tomadas de las manos, según dicen.

Al Señor Valdez todavía no lo han podido recuperar. Dicen que tendremos que esperar a la primavera y a que la nieve se derrita para que puedan dar con su paradero. No debe estar muy lejos. Rengueaba y caminaba muy lento a causa de una artritis degenerativa y una cadera quebrada mal curada. Cuando llegue la primavera, si me lo permiten, y si sobrevivo a toda esta debacle, me uniré al grupo de búsqueda. A lo mejor, y para ese entonces, todo esto del virus ya es cosa del pasado. ¿Qué opinas?

Por Jimmy Arias

Temas recomendados:

 

JACN(65090)07 de marzo de 2021 - 02:02 a. m.
Excelente señor cuentista: relato desgarrador bien contado. P.D: Tengo 61 y aqui espero a la joven esqueletica.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar