El Magazín Cultural

Lo que hay detrás de la niebla norcoreana

El autor D.B John escribió “La Infiltrada”, una novela sobre un coronel del régimen de Kim Jong-il, una campesina norcoreana y una estadounidense mitad coreana. A través de la ficción, D.B John muestra una Corea del Norte que está invisible a muchos ojos alrededor del mundo y da cuenta de atrocidades que pocos lograrían imaginar. Hablamos con el autor y nos comentó cómo construyó su historia.

Juliana Vargas @jvargasleal
18 de diciembre de 2018 - 10:15 p. m.
El escritor galés D.B. John, quien dejó la abogacía para dedicarse a la literatura, y acaba de lanza La infiltrada.  / Cortesía
El escritor galés D.B. John, quien dejó la abogacía para dedicarse a la literatura, y acaba de lanza La infiltrada. / Cortesía

Al otro lado del mundo, un colombiano duerme dos metros bajo tierra. Pudo haber sido un Pedro, un Marcos, un Juan, o incluso un N.N. Luchó entre 1950 y 1953, se sacrificó, murió, y se inmortalizó. Pudo haber sido un Pedro, un Marcos, un Juan, o incluso un N.N…No tiene importancia, cuando se lucha contra una de las peores tiranías que se ha visto en la historia, Pedro, Marcos, Juan y N.N son todos héroes.

Sin embargo, cada uno de aquellos colombianos que murieron en Corea del Norte hace ya casi 70 años, nunca llegaron a saber qué pasaría después. La ONU, Estados Unidos y otros países aliados se involucraron en la Guerra de Corea hasta que esta terminó mediante acuerdos de paz y una franja desmilitarizada de 4 kilómetros entre Corea del Sur y Corea del Norte. Civiles muertos, más de catorce países inmiscuidos, un manto carmesí de doscientos veinte mil kilómetros cuadrados…los acuerdos de paz no eran el final, eran una pausa pesarosa, esperando que alguien despertara a una bestia durmiente.

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Este monstruo abrió los ojos cuando, de pronto, sintió un hambre que le carcomió las entrañas y pareció golpearle en lo más hondo de su alma. En 1994, Kim Jong-il subió al poder en Corea del Norte y su sistema de racionamiento de alimentos colapsó en la “Hambruna de los 90”. Millones de norcoreanos empezaron a alimentarse de tierra y nueces encontradas entre las hojas, el 60% de los niños se atrofiaron física y mentalmente debido a la desnutrición, y dos millones de personas murieron entre 1995 y 1998. 

Pero la raza coreana es tan fuerte como un tallo de arroz. Plácida en verano, resistente en invierno; siempre espigada, nunca acabada; nudosa, verde y eterna. Debían sobrevivir, y pronto empezaron a brotar aquí y allá mercados clandestinos. La raza coreana es tan fuerte y mágica, que también empezó a caer comida del cielo. Corea del Sur, en actos de compasión y hermandad, enviaban pan, carne y galletas de chocolate en globos que valían más que una piedra preciosa, pero que Kim Jong-il tildó de "lugares y elementos de cría para todo tipo de práctica antisocialista". Así fue como el segundo líder supremo de Corea del Norte inició su batalla contra el capitalismo, porque nada ni nadie podía contradecirlo. Kim Jong-il era el Sol, él era la salvación, en él renacía y perduraba Corea del Norte. Primero llegó el secretismo y el aislamiento. “Debemos cubrirnos bajo una densa niebla para evitar que nuestros enemigos sepan algo de nosotros”, dijo alguna vez. Un ministro saludando a Kim-Jong en una parada podía ser simplemente una figura decorativa. Algún diputado que nunca hubiera sido visto podía ser quien realmente estuviera a cargo. Luego vino la purga. “¿Qué hace?”, “¿dónde estuvo ayer?”, “qué leía”, “¿por qué se junta con cristianos, quienes son traidores por naturaleza? Después vinieron los arrestos…y el silencio. Por fin, Kim Jong-il logró esconder su país bajo una densa niebla.

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El siguiente paso era atacar, pero no podía ser una embestida. Corea del Norte no era un toro, era un lince refugiado bajo la nieve. Y qué mejor escondite que el insondable mar. En una mañana, dos adolescentes japoneses caminaban por la playa, y en la tarde, sus familias estaban buscándolos por todas partes. A la semana siguiente le tocaba a algún adolescente de Corea del Sur, o de Vietnam, o de Tailandia. Posaban sus pies sobre la costa y, de un momento a otro, el mar se los tragaba. 

Nunca más se volvieron a ver a estos adolescentes, así que D.B John partió de este misterio para construir una historia alrededor de la niebla de Corea del Norte. La novela “La Infiltrada” fue el resultado de adentrarse en esta niebla y este mar insondable; fue el resultado de intentar doblegar a un cultivo de arroz. 

Lo primero que encontró D.B John fue la lamentable perennidad del régimen de Corea del Norte. Descubrió que su poderío se basaba en mantener a las personas hambrientas, pobres y lo más ignorantes posible sobre el mundo exterior. Fue por ello que creó a la señora Moon y a Cho. La primera es una mujer campesina cuyo único sustento son las galletas de chocolate que le caen del cielo y las mil y una estrategias que debe desarrollar para vender en el mercado negro. El segundo personaje es uno de los pocos privilegiados del país. Con una familia estable, un hijo prometedor, un trabajo dentro del gobierno…y con todo lo que eso implica: ceguera tosca, silencios bruscos y obediencia acérrima a Kim Jong-il.

No obstante, tarde o temprano el velo debe caer. Cuando un Cho diplomático viaja a Estados Unidos, el régimen pierde control sobre él. Ya no está aislado, ya no tiene la venda nebulosa que le cubre los ojos, ya puede ver personas que no bailan al ritmo de Supremo Líder.

—Ustedes tienen a mi hermana —le dice Soo-min, una mujer mitad coreana, mitad afroamericana, miembro del gobierno estadounidense—. Estábamos jugando en la playa, y un momento después ya no estaba.

—No sé de qué me habla —le contesta un Cho incrédulo—. Quién sabe qué proscrito americano se la habrá llevado.

—No. Ustedes vinieron en un bote y se la llevaron ¿Para qué se la llevaron? Devuélvanla. Y, de paso, cuénteme qué rayos hacen en el Campo 22.

—¿Campo 22? —pregunta un Cho ahora dubitativo y sudoroso.

—Si no sabe qué es, no me sorprende que siga apoyando al régimen. —La mujer de ojos azules y rasgados saca una tarjeta de su bolsillo y se la tiende a Cho—. En caso que quiera contactarme.

Soo-min, aquella mujer mitad asiática y mitad misterio, no tuvo que esperar mucho. 

—Usted tiene razón. Quienes vinieron conmigo traían droga. El Supremo Líder se mantiene mediante narcotráfico mientras el pueblo se muere de hambre —le dice un Cho ahora despierto.

En ese momento Cho se convirtió en un detractor. D.B John tuvo acceso a varios libros para desarrollar su historia, pero los detalles más importantes los consiguió de los detractores, muchos de ellos jóvenes y traumatizados que habían dejado atrás tierras y familias que sabían que nunca más volverían a ver. 

Claro que Cho no tendrá mucha suerte. Poco tiempo después de acceder a ayudarle a Soo-min a infiltrarse a Corea del Norte, el régimen lo envolverá en esa niebla invisible y en esas garras frías de lince 

—¡Pero si yo no he hecho sino luchar y vivir por mi país! —dirá Cho. 

—Sí, pero descubrimos que tu padre era un espía durante la Guerra de Corea y tu madre una traidora. Lo siento, cariño mío. No podemos dejarte libre. Debes expiar tus pecados.

Y Cho expiará sus pecados…en un campo donde pueda “reeducarse revolucionariamente a través del trabajo”, específicamente en el campo 22. Labores extenuantes, pisotones de guardias, golpes en el abdomen, comida insípida, sábanas en invierno...y experimentos humanos, eso es lo que le espera a todo aquel que se atreve a desafiar al Sol, al Supremo Líder, a Kim Jong-il.

Por esto es que los detractores nunca se liberan del yugo de Corea del Norte. Así crucen la frontera, así se alejen kilómetros y kilómetros de su país natal, su sombra ya no les pertenece. Han sufrido tantos golpes, se han encontrado con tantos espectros y han visto cosas tan indescifrables, que la muerte llega a convertirse en una vieja amiga. Morir por los experimentos del Gobierno, o de hambre, o tirándose de un puente, todo esto ha ocurrido, y no es más que un trámite más en el ciclo que ha creado el régimen.

Y mientras Cho lucha contra sus propios demonios, Soo-min lucha contra monstruos externos en su esfuerzo por encontrar a su hermana. Gracias a la entrega de Cho, sabrá que su hermana fue utilizada para el “Proyecto Semilla”, un programa perfecto para criar norcoreanos pura sangre: Obedientes, inteligentes y sin una gota de traición dentro de sus cuerpos. Perfectos para labores de espionaje, incluso si físicamente no parezcan totalmente asiáticos. 

Pero dejemos el Proyecto Semilla a un lado porque, si hay algo que mantiene una dictadura en pie, es la paranoia. Kim Jon-un, el heredero de Kim Jong-il, ha aprendido esto de su padre e incluso ha ido más lejos. El actual líder de Corea del Norte ha sido más despiadado que su padre al matar a rivales políticos, y hasta miembros de su familia. “Para un dictador, la paranoia es una herramienta esencial para la supervivencia, y Kim tiene razón para ser paranoico. Se enfrenta al dilema del dictador clásico: si afloja un poco su control, podría tener una revolución. Si vuelve a apretar su agarre, también podría tener una revolución. Y si trata con Occidente, bueno…recuerda lo que le sucedió a Gaddafi y a Saddam. Me lo imagino despierto en la noche ... solo, pensando en estos dilemas”, concluye D.B John. 

Esto es lo que hay detrás de una cortina de humo que han creado soles despiadados.

 

 

Por Juliana Vargas @jvargasleal

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