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"Lokillo": la trova como arma para vencer la hostilidad del conflicto colombiano

Yedinson Ned Flórez tuvo que superar los retos que le impuso la violencia y la pobreza para acercarse a los sueños que se han mantenido intactos desde su infancia. Su éxito se debe al pulso con el que ha vivido y a la fuerza con la que se ha sostenido.

REDACCIÓN CULTURA
24 de julio de 2018 - 10:21 p. m.
A Flórez lo comenzaron a llamar "Lokillo", desde que un amigo cercano escuchó por televisión: "vamos a ver que aventuras nos trae ´Lokillo´ el día de hoy", por un capítulo del "Pájaro loco". Inmediatamente lo relacionó con Flórez y desde ese momento su nombre de nacimiento quedó relegado.  / Cortesía Yedinson Flórez
A Flórez lo comenzaron a llamar "Lokillo", desde que un amigo cercano escuchó por televisión: "vamos a ver que aventuras nos trae ´Lokillo´ el día de hoy", por un capítulo del "Pájaro loco". Inmediatamente lo relacionó con Flórez y desde ese momento su nombre de nacimiento quedó relegado. / Cortesía Yedinson Flórez

Tenía ocho años. Estaba en el pasillo del colegio y no se percató de si había alguien o no. Comenzó a improvisar como si estuviera en la sala de su casa. El único que se dio cuenta de lo que lograba con sus rimas fue “Richi”, el profesor de humanidades. “Yedinson, vuelva a hacer eso”. Cuando Floréz lo quiso intentar de nuevo, ya no pudo. Le quedó la frase que le dijo después: “Eso que usted acaba de hacer es trovar y hace parte del folclor tradicional de Antioquia”.

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Según Flórez, la trova brota de manera espontánea, pero como toda facilidad que se manifiesta, debe ser pulida. “Saber que entrevista rima con revisa, con punto de vista, con lista, y de ahí para allá vas tomando lo que tienes en tu diccionario mental”, dice Lokillo, apodo con el cual fue bautizado después de que alguien cercano escuchara por televisión: “vamos a ver qué aventuras nos trae loquillo el día de hoy”, en una emisión del pájaro loco, sobrenombre que se acomodó al ritmo al que tiene acostumbrado al país y a su familia. Flórez evoluciona velozmente y no planea parar.

Después del episodio del Richi, el profesor, la trova quedó aplazada. En Dabeiba, municipio en el que nació Yedison Flórez, el terror gobernaba. La guerrilla se tomaba el pueblo cada semana, las noticias de los muertos a causa del conflicto tenían las caras de sus vecinos y conocidos. Los grupos subversivos se robaban la plata de la caja agraria y el ambiente hostil se imponía sobre las calles del pueblo. A raíz del miedo constante con el que vivían él y su familia, decidieron irse. Empacaron lo que pudieron y se mudaron a Medellín.

La ciudad los recibió sin flotadores. Se lanzaron a un océano desconocido en el que pudieron salir a flote durante los pocos meses en los que alcanzaron los ahorros de su padre, Esau Flórez. Cuando se desinfló el débil salvavidas con el que pretendieron sostener una familia de seis personas, el grupo comenzó a hundirse. En Dabeiba, la madre del hogar compraba un kilo de maíz con el que hacía arepas que duraban tres días, en Medellín el paquete costaba 1.500 pesos y se agotaba en una de las tres comidas de un día. Pagaban un arriendo que costaba aproximadamente $400.000 pesos, suma con la que antes pagaban vivienda, mercado y cubrían otros gastos. Vivían en Robledo Kennedy. Si tenían que ir hacer alguna diligencia que implicara el desplazamiento hasta el centro de la ciudad, como un documento que certificara que la familia fue desplazada por la violencia para que los niños pudiesen entrar al colegio, la presión aumentaba. El costo de los pasajes del bus, las fotocopias y los requerimientos de la entidad eran altísimos. Significaban la comida de una semana.

Cuando Lokillo se dio cuenta del déficit económico en el que se encontraba su familia, decidió salir a trabajar. Cargó mercados, vendió dulces, ganchos de agujas, cuidó puestos en la registraduría y luego los vendió, cargó canecas de pescado, vendió arepas, etc. Su respuesta nunca fue negativa a la oportunidad de obtener recursos para su casa. Sus padres comenzaron a restringirle el trabajo en la calle, que por cierto nunca pidieron, cuando se accidentó en un bus en el que se le quedó atrapado el dedo por un anillo que hierro. “No más en los buses”, fue la sentencia de su madre ante el peligro al que estaba expuesto.

Flórez intentó estimular a sus hermanos para que también se animaran a vender helados caseros en el barrio, pero se escondían detrás de él por vergüenza. No tenían el alma comercial de su hermano mayor. Se decidió que el lugar de los pequeños era en el colegio y la casa.

La familia sufrió cambios brucos después de la inestabilidad que causó el desplazamiento. De Medellín, se trasladaron a Cimitarra, Santander. Después volvieron a Medellín. En ese regreso a la capital antioqueña, la trova reapareció. Flórez, quien en ese momento tenía catorce años, entró a Astrocol, la Asociación de Trovadores Colombianos, lugar en el que comenzó su formación. Cuando comenzó a ganar sus primeros sueldos entendió para qué había recorrido tantos caminos. Cuando recibió su primer pago de 100.000 pesos, que había ganado por trovar en aproximadamente media hora, fue corriendo a mostrarle a su madre el dinero.

“¿Usted de dónde sacó eso?, ¿a quién le quitó eso?”, le dijo Emilse Duarte Giraldo cuando vio los billetes. Los días en los que mejor le iba a su hijo rodeaban las cifras de entre 5.000 mil o 7.000 pesos. Cuando Lokillo le explicó la procedencia del dinero y le entregó 50.000 mil pesos, la mitad de su primer pago, para los gastos de la casa, lloraron juntos.

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A partir de ese momento la trova se impuso. “Loquillo” no la volvió abandonar. Se convenció de que esa sería la herramienta con la que su familia podría respirar de ese crecido cauce de escasez y limitaciones. La insolvencia que provocaba la incomodidad y hasta el riesgo de sus familiares, quedaría resuelta si se esforzaba. Así que lo hizo.

Cuando decidió irse a vivir a Bogotá, empacó su ropa en una caja y a sus hermanos y mamá les dejó en papeles rasgados notas que les recordaran cuál era el aporte que cada uno podría hacerle a la evolución de la familia: “termina el colegio”; “lucha por tus sueños”, “te amo”, fueron algunas de las frases. Partió y lo hizo con un foco claro.

Se subió a un bus con destino a la capital del país. Al llegar conformó un grupo con otro trovador al que le decían “Natilla”. Comenzaron a trabajar en las colonias paisas que contrataban sus servicios en fiestas de todo tipo. Llegó a vivir a una pieza en Bosa. Se ganaba mensualmente menos de un mínimo, pero más que lo que conseguía en Medellín. Durante unas vacaciones en Cimitarra, en las que estaba con toda su familia, lo contactaron del programa radial “La luciérnaga”, en el que lo requerían por la reciente renuncia del grupo Salpicón y de Guillermo Díaz Salamanca. Le ofrecieron su primer millón. Su primer trabajo con prestaciones. Aceptó. Llegó a la emisora aproximadamente a las nueve de la mañana y a las 4 de la tarde ya debía tener lista su primera parodia. El tema eran las vacas a las que les dejaron el lote abierto y se estaban atravesando por la autopista norte. Propuso parodiar el merengue “La vaca” y desde ahí marcó un precedente que lo sacó del estigma del paisa que solo escribía sobre pistas de música antioqueña.

Yedinson Flórez tuvo que comenzar a escuchar radio, leer periódico y ver el noticiero. Al completar cuatro años trabajando en “La luciérnaga”, conoció a Karen Gutiérrez Tolosa, su actual esposa.

Un amigo le pidió que lo acompañara a una cita que tenía con una mujer que le gustaba. Que no se preocupara, que irían con una amiga más para formar dos parejas. Él accedió. Fueron a recogerlas y desde el primer chiste en el carro de Lokillo, y la reacción de Gutiérrez, quien en ese momento era a la que su amigo quería conquistar, supieron que la química se cruzaría. Tuvo que pasar un año para que volvieran a encontrarse. Hoy son padres de Luciana y Santiago, los niños que nacieron después de que Gutiérrez se decidiera a darle el primer beso y de que también, sin aviso, concluyera que, tras el contacto, ya eran pareja. La bogotana, y en ese momento joven de 18 años, no necesitó de señales ni tácticas para que ocurriera lo que quería. Lo hizo por sí sola.

Actualmente, la familia de Lokillo vive en Bogotá. Él cumplió sus sueños. Le regaló un apartamento a su madre, la mujer que lo apoyó desde el primer día. Tiene a sus hermanos cerca y es padre de dos niños que lo ilusionan. Se casó con la mujer que eligió y por la que fue elegido. Trabaja en lo que cree que sostendrá sus anhelos, “La comedia cumple labores sociales. El país me reconoce como uno de los humoristas más visibles, pero no es eso lo que me llena de orgullo, si no el hecho de que a mi show están yendo niños. Familias enteras que, por medio de la improvisación que adherí, se llevan mensajes esenciales sobre la vida. Terminan llorando y la experiencia no es solo para ellos. Es un aprendizaje que agradezco”, dice Flórez, quien habla satisfecho cuando mira hacia atrás y se convence de que el destino de su vida lo tuvo, lo tiene y lo tendrá en sus manos. Agradece el valor que ha tenido para pelear. Lo celebra.

Por REDACCIÓN CULTURA

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